El pasado 6 de diciembre, Pablo Urdangarin sopló las velas de su veintidós cumpleaños. Un aniversario accidentado y diferente, el primero desde la separación de sus padres. También se enfrenta estos días a la lesión que sufrió el día 2 en un partido con el primer equipo del Barca, un esguince en el pie derecho que le ha ‘retirado’ temporalmente de los entrenamientos y por el que debe llevar una férula y ayudarse con una muleta. Pero el segundo hijo de la infanta Cristina e Iñaki Urdangarin ha podido con todo: cámaras, estudios, deporte y apoyo total a su familia, un pilar fundamental, mientras se ganaba, a la vez, el corazón de millones de españoles en un año convulso.
“Yo he podido aprender mucho de mis padres”, señaló recientemente en una entrevista en Arabia Saudí, haciendo referencia a los valores que le han transmitido. “Mi padre, por ejemplo, ha sido deportista y ha tenido que estudiar a la vez que jugaba a balonmano. Siempre he tenido a mis padres diciéndome que es muy importante, porque nunca sabes cuándo puede pasar algo o cuándo se te puede acabar la carrera deportiva”, señalaba Pablo, que, según contaba, estudia “en inglés, Sport Management, en la Universidad Europea de Barcelona. La empecé en Nantes. Si lo traduzco al español, es como Administración de Empresas, pero relacionado con el deporte”.
Este año también ha crecido como jugador. Si su padre llevaba el dorsal 7, en su camiseta, su hijo luce el 77, y cada vez tiene más presencia en el primer equipo blaugrana. Cada partido que juega cuenta con el apoyo de su madre, su padre y sus hermanos. Antes, siempre juntos; ahora, por separado.La infanta Cristina viaja desde Ginebra a Barcelona para animar a su hijo, igual que Iñaki, que lo hace desde Vitoria.