Hay pocas frases tan manidas como que los ojos son el espejo del alma . ¿Eso supondría que los estrábicos toman siempre caminos erráticos e intrincados? ¿Qué los ciegos son tan oscuros como las profundidades abisales del océano? ¿Qué los miopes somos, como poco, cortos de miras? Sin embargo, no es menos cierto que, por poca sensibilidad que uno tenga o trabaje, hay miradas que no necesitan de palabras que entorpezcan o confundan lo que quieren expresar. A veces, dicen muchas cosas con tan solo un sguardo, como dicen los italianos. Otras, van más allá: transmiten sensaciones. Para una actriz, es obvio que son un herramienta de trabajo fundamental. Que hay que ejercitar. Que domar. Que medir. Que intensificar. A ver quién aguanta si no esos primerísimos primeros planos de los melodramas, ¿no? Y, mucho peor, si en sus pupilas se tienen que reflejar sentimientos tan irracionales como intensos como puede ser el miedo y todos sus superlativos, véase pavor, terror, horror, pánico... Belén Rueda es la reina del grito del cine de género español. Una etiqueta que le hace gracia, pero que observa con el mismo recelo que a cualquier otra. No en vano, las etiquetas te circunscriben a los límites que fijan ese mismo cartelito, siempre injusto y cortoplacista.
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La alicantina tiene eso, ese allure elegante y sofisticado que tanto le gustaba a Alfred Hitchcock desbaratar, ultrajar, humillar o maltratatar en sus musas. Belén cuenta, por un lado, con esa apariencia plácida, estable, incluso, fría de las bellezas rubias y estilizadas, como si nos encontráramos con una mujer frágil como el cristal pero que, como decíamos en la entrevista que publica ¡HOLA! en sus páginas brillantes esta semana, ante un azar terrible del destino, se descubre casi como modelada en acero. Por otro, esta mujer se encontró de improviso con ese hecho fortuito y terriblemente doloroso. Nos contaba la actriz que a ella le fastidia sobremanera que la tilden de “fuerte” o de “valiente” y nos sorprende. Quizás porque no nos imaginamos nada más duro que perder a una hija y Belén, desgraciadamente, tuvo que enfrentarse a ese trance desgarrador y seguir viviendo.
“Ser valiente” “ser fuerte” son para Belén “etiquetas. Otras etiquetas más. “En la vida, te pasan cosas muy dolorosas, que pueden ser tan grandes que tengas que la herida ahí para siempre, y aunque convivas con ellas y puedas solventar las otras cosas, las pequeñas de cada día, no significa nada. ‘Bueno, tú eres muy valiente’. ‘Tú eres fuerte, Belén’, te dicen. Entonces, como tú eres valiente, ya puedes tú sola con todo. Ya no vas a sufrir. Pues no. No y no. Los valientes también sufren. A las que nos llaman ‘valientes’ también nos acecha el dolor. Pero como eres “valiente’, la inseguridad hay que esconderla. Porque defraudas sino a los que te creen valiente. Porque no puedes contarlo cuando a ti, lo que te gustaría es…”
- No ser valiente, ¿no?
- Y estar acompañada. Ser valiente, vale, pero no estar sola, ni desamparada y poder contar que tengo miedo o que me cuesta mucho o que me duele.
Quizás, cuando una es madre, eso son lujos que una no se puede permitir. Debe de convertirse, ante sus hijos, en ese escudo protector que, como el Expecto Patronum de Harry Potter, toma forma de ciervo brillante y no hay Dementor que se precie que te robe la felicidad y la alegría infantil. “Cuando eres madre es muy tentador lo de intentar cambiar la realidad para que tus hijos no sufran. Para evitarles el dolor. Y lo he hablado mucho con ellas. Los padres queremos alejarlas de las cosas más graves de la vida porque no queremos que sufran y, la mayoría de las veces, no les contamos por lo que estamos pasando nosotros. Por ejemplo, en Madres, tratábamos el universo de los desórdenes alimenticios y, como actriz, fue muy bonito lo que me devolvió la calle. Me encontré a más de una madre que me decía que le venía muy bien ver que sus reacciones no habían sido tan raras ni culpables porque su hijo había pasado por eso y, durante el tiempo que padeció la enfermedad, para la familia había sido un infierno. Pero recuerdo especialmente a una madre que me contó que había visto la serie acompañada de su hija y que ésta le dijo “Jo, mamá, yo no sabía que vosotros lo habíais pasado tan mal”. Se vio reflejada por un lado y por otro estaba viendo qué pasaba al otro lado cuando se cerraba la puerta de su habitación o del hospital cuando ella no estaba. Vivo que esa situación no la vivía solamente ella. Como madre, una siempre piensa ‘no le voy a transmitir a mis hijas, que bastante tienen, que se me está yendo al vida con esto’. Y yo creo que es una decisión equivocada. Hay que encontrar la manera de contárselo y seguir adelante. Juntos. Sin culpabilizar a nadie. Pero es que si no, los demás creen que no nos cuesta nada. Que podemos con todo. Y no”.
Belén reivindica la comunicación en la familia . Hablar y hablar y hablar. “En casa, hablamos muchísimo. Yo no doy consejos. Pero pasamos las horas hablando. Es lo natural en casa. Lo que sentimos, lo que no sentimos, lo que queremos, lo que no… Entiendo que en las familias se lo cuenten todo. Da igual que pertenezcas a esta profesión, que es más proclive a este tipo de cosas, como si te dedicas a otra. En todas las casas es necesario. Desde que no congenias con alguien, que tienes nuevo compañero en el trabajo o si te han hecho feliz con una palmadita o te has equivocado. Que no eres perfecto, ni valiente… Ahora que está tan de moda estudiarse y saber con lo que puedes y con lo que no, no está mal tampoco decírselo a los demás”.
La actriz de El orfanato fue de los primeros rostros conocidos que, sin vergüenza ni reparos, confesó o, mejor dicho, manifestó que había recurrido a la ayuda de especialistas cuando lo necesitó por salud mental.
- Recuerdo Belén que entonces fue noticia. Sería hace diez años, en un Festival de Málaga, y todos los medios nos hicimos eco como si estuviéramos hablando de algo vergonzoso que, alguien como tú, ponía sobre la mesa de una vez por todas.
- De hecho, aún hoy hay gente, cada vez menos, afortunadamente, que esconde que va a terapia. Pero, si tú te rompes un brazo ¿A que no se te ocurre no ir a traumatólogo? Vas, por supuesto. ¿Que te va bien? Continúas ¿Que no? Cambias y cambias hasta que te curas. Yo creo que es muy conveniente cuidarse emocionalmente. Y que hay personas que han estudiado para cuidarte. Para sanarte.
Ni más ni menos, por ejemplo, su hija pequeña, que estudia Psicología. “Acudir al psicólogo es necesario. Muchas veces, solamente acudimos cuando estamos en un momento de crisis, de depresión , pero yo creo, que para un desenvolvimiento natural en la vida, te ayuda muchísimo. Por ejemplo, yo soy alguien que tiene que trabajar la asertividad. No sabes la cantidad de veces que he tenido que leer qué es ser asertiva, no porque no lo entienda (risas), sino porque me cuesta ser asertiva. No es decir “no” todo el rato. Si todos fuéramos asertivos así, seríamos unos antipáticos. Ser asertiva significa no hacer aquellas cosas que no quieres hacer y buscar la forma de decir no sin dañar a nadie”.
Afortunadamente, ser actriz también le ha servido para explorar el alma humana y explorarse así misma. Algo así como una terapia gratis que viene en el pack del manual “Cómo actriz y disfrutarlo”, un bonus por decirlo de alguna manera. “Porque tú tienes tu vida, pero como actriz te tienes que poner en la vida de otras personas y normalmente, no te quedas en la superficie. Intentas llegar al fondo, más si es una situación complicada. Yo siempre digo que los actores tenemos mucha suerte porque vivimos muchas realidades aunque sea en un corto espacio de tiempo”. Y eso enriquece, como en dos vasos comunicantes, a personaje y a actor. “Dicen que necesitas muchas memoria para memorizar los textos, lo que creo es que los actores tenemos mucha memoria emocional. Y muy activa. Porque revives cosas una y otra vez que tu cerebro guarda mientras continúa la vida. Una persona normal, no tiene por qué recurrir a ellas. Nosotros sí”.
Pero eso no es que sea muy alentador. Sobre todo, porque lo bueno lo tenemos muy vivido. Lo malo, en el último cajón, con llave y, ésta, perdida en el olvido.
- Qué duro...
- Peor es picar en una mina. Yo, hay días que he entrado en un sitio que no quería y, esa tarde no me voy contenta a casa, pero laboralmente, seguro que ha sido bueno para la película. También te digo que lo hacemos porque nos gusta.
Su hija mayor sigue ya sus pasos y, no. Ni se pasan el papel, ni ensayan juntas ni, menos aún, le dice lo que hay o no que hacer… Máxime porque Belén hija es lo que ha respirado de manera natural y ahora está “en el proceso inverso: en el de profesionalizar lo que vio hacer en casa. Está poniendo nombre a lo que pensaba que era lo normal”. También está creando su propia identidad porque “marca mucho, la sombra es larga si sus padres se dedican a lo suyo. Pero ella la tiene. Tiene una personalidad muy fuerte”. Aunque como madre, como madre que ve que su hija se va a dedicar a algo tan vocacional como inestable y maravilloso, siente “vértigo. Día sí y día también”.
“Vértigo...” Exacto. Otra modalidad más de miedo. De eso de lo que ella es reina en la pantalla. “¿Por qué existe el miedo?” nos interpela. “Porque te pone frente a una puerta y no sabes qué hay al otro lado. Pero si lo piensas, una vez que abres la puerta, solo pueden suceder dos cosas: una que lo que haya al otro lado no te asuste y puedas con ello o que te dé miedo, pero que no te quede otra que afrontarlo. Ahí el miedo pasa a segundo plano. En resumen, la puerta hay que abrirla siempre”.