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carmen posadas hola 4084© Carolina Roca

Carmen Posadas y los servicios secretos: la escritora nos desvela que su familia fue espiada por los rusos

La escritora nos presenta su nueva novela ‘Licencia para espiar’


7 de noviembre de 2022 - 8:04 CET

Peluqueras, conserjes, camareros, “quelis”... cualquiera puede ser reclutado para formar parte de los servicios de inteligencia de un país. Basta con que tengan relación con un objetivo prioritario para que se puedan convertir en espías y que su información sea susceptible de evitar o provocar una guerra. De hecho, según cuenta a ¡HOLA! la escritora Carmen Posadas, vivimos tiempos en los que “estamos rodeados”. Y ella, de eso, sabe mucho.

Y no solo porque haya escrito una novela en la que hace un recorrido por las espías más importantes de la Historia,  Licencia para espiar , sino porque 1) ella siempre ha sentido una especial atracción por mirar por el ojo de una cerradura 2) porque ha sufrido en sus propias carnes el haber sido espiada. En dos ocasiones que ella sea consciente. La primera cuando su familia vivía en Rusia, en la Embajada de Uruguay en Moscú en plena guerra fría, donde incluso, la KGB intentó romper el matrimonio de sus padres. La segunda, cuando ya estaba casada con Mariano Rubio, hizo un viaje a Cuba.

“La casa estaba llena de micrófonos… pero todo les funcionaba fatal. Era un poco de tebeo, de Anacleto Agente secreto” -cuenta entre risas la premio Planeta-. “En cualquier momento se invertía el sonido y oíamos nosotros a los espías (risas). De repente, estabas durmiendo, y detrás de la pared, oías a todo gas la ópera Aída. Porque era la práctica habitual”, cuenta. Como atemorizar con fantasmas ficticios a las mujeres de los embajadores o conseguir que estos se enamoraran de antiguas bailarinas del bolshoi o de aristócratas siberianas recordando la importancia del sexpionaje a lo largo de la Historia. Y aunque, en su caso familiar no surtió efecto.

Carmen Posadas HOLA 4084© Carolina Roca

- Si hubiéramos hecho esta entrevista en enero de este año, hablaríamos del espionaje o, al menos, de este tipo de espionaje, el de los servicios de inteligencia, como algo histórico. Sin embargo, ha vuelto a estallar la guerra y nos volvemos a encontrar con que la verdad ha sido la primera víctima, claro. Y con los rusos hemos topado…

- En los 80, cuando yo viví allí, estaba lleno de espías por todas partes, incluida la Embajada del Uruguay que ya me contarás qué secretos nucleares podría haber en la Embajada del Uruguay (risas). Pero todo era así. La cocinera era espía; el que te traía el café con leche era espía; y luego había un señor que decíamos: “¿De qué se ocupará…?”. Y nos dijeron: “El quita la nieve del techo de la casa”. “Ah bueno, pero entonces ¿qué hace en el mes de agosto…?” (risas) .

- ¿Que hacía?

- Era el encargado de los micros…

- Veo que lo teníais súper naturalizado…

- (Risas) Era lo normal.

- Como la sopa borsch o los blinis… 

- (Risas) Te causaba una cierta paranoia porque, por ejemplo, cuando tenías que decir algo que no querías que se enteraran, la única manera era que fuéramos todos al cuarto de baño y mi madre, entonces, abría la ducha y eso, por lo visto, distorsionaba los sonidos. A mi madre se le quedó un poco la paranoia y, cada vez que venía a Madrid y quería decir algo delicado, bajaba la voz y había que decirle: “Mamá, que estamos en Madrid. Aquí nadie te escucha a través de la pared”.

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La escritora desvela a ¡HOLA! que su familia fue espiada por los rusos.

- Imagino que ahora mismo eso estará en el ADN ruso, que ahora estarán igual con el disidente.

- Supongo que sí. De hecho, fíjate que me sorprendió mucho que, cuando fui en un momento dado a Cuba, que estaba todavía Fidel Castro, veías cosas muy parecidas a las que viví cuando estuve en Rusia. Recuerdo que, cuando fuimos, estuvimos en una casa de protocolo, que era muy pintoresco porque esas casas eran como de Lo que el viento se llevó, casas descacharrantes y, sin embargo, abrías el grifo y no salía agua, intentabas abrir una puerta y el picaporte no iba… Y allí, teníamos gente de servicio, adorables, encantadores pero, salías a cenar y decías: “Marietta ¿qué haces aquí?”, porque la camarera era la misma señora que en casa te servía el desayuno. E ibas a un hotel y la recepcionista, de repente, también era ella (risas). Evidentemente, eran espías. Esto de los rusos por espiar era muy contagioso porque en Cuba era igual.

- Los regímenes eran muy parecidos, obvio.

- Eran la misma escuela. Y que tanto en Rusia como en Cuba tenían eso del Comité de Defensa, que eran tus propios vecinos, que te estaban espiando para ver que no te estás desviando de la ortodoxia. Eran Estados que fomentaban mucho el espionaje. Y… era fácil inculcarlo. Mirar por una cerradura es muy atractivo y muy adictivo.

- Todos lo hemos hecho alguna vez…

- Ya lo creo. En el final del libro, hago una entrevista a una espía real y que está en activo y aunque ella, desde el principio, me dijo que no me iba a contar ninguna de sus operaciones, a mí me interesaba preguntarle cuál es el precio a pagar. También cómo te fichan... Todo el proceso, ¿no? Y una de las cosas que me dijo es que no nos damos cuenta de hasta qué punto estamos rodeados de espías. Ahora, obviamente, además del espionaje industrial, vuelve a haber más espías que nunca. Los servicios secretos de todos los países tienen contratos con personas estratégicas que tienen acceso a información. Por ejemplo, las peluqueras. En las peluquerías la gente canta La Traviata (risas). Evidentemente peluqueras que pueden tener contacto con personas que les interesa. A estas les dan un dinerito para que les informen de lo que les cuenta la señora X, mientras le están haciendo el brushing. Y luego están los conserjes de hotel; la camarera que hace las habitaciones; y, por supuesto, el barman, porque la gente va a confesarse a las barras con un gin tonic…

- Oye, y qué tiene la cama para que todo el mundo hable…

- (Risas) Es que te da la sensación de que estás en un momento muy íntimo y en una comunión con esa otra persona… Volvemos otra vez a la vanidad de los hombres… Porque eso puede ser totalmente fingido. Falso. En el espionaje se ha utilizado el sexo siempre y se le ha llamado sexpionaje. Lo que pasa cuando lo practica un hombre es James Bond y cuando lo hace una mujer, ya sabemos que se les llama una cosa muy fea…

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- Es gracioso el que la propia armada americana hiciera carteles al respecto recomendando a sus soldados que tuvieran cuidadito en los puertos… 

- (Risas) Claro, porque en cualquier momento podías estar con una espía… Porque estamos, entonces y ahora, rodeados de espías. No habría que bajar la guardia nunca. A nosotros se nos olvida, pero ¿whatsapp? ¿Alexa? Nos espían por todas partes…

- Porque creemos que el espionaje es lo que vemos en las películas o el tráfico de datos, pero… 

- Es mucho más. Mira, el otro día me enteré que una señora que tenía Alexa se enteró de la infidelidad de su marido a través de Alexa precisamente.

- ¡No es verdad! 

- Alexa reconocía otra voz, otros gustos…

- También tiene gracia que Alexa se llame Alexa.

- El nombre de una chica, sí (risas) No se llama Javier por algo.

- Y tú, de jovencita, ya eras consciente de que esto a ti te gustaba un montón. No me equivoco, ¿no?

- Es que es un mundo fascinante. Y además, es que en Rusia lo veíamos. Otra de las obsesiones que tenían los rusos en ese momento era que los embajadores se divorciaran para meterles después una rusa en la cama. Como esposa. Y usaban unos métodos increíbles.

¿Y con tus padres lo intentaron?

- Sí, sí, claro, te voy a contar como. Tenían varios métodos pero éste fue el que utilizaron con mi madre. Lo primero fue que, cuando llegamos a la casa, nos dijeron que la Embajada tenía un fantasma porque, antes de la revolución había pertenecido a un riquísimo comerciante y ese comerciante había matado a su mujer, la había descuartizado y la había quemado en la chimenea. Y si veías la chimenea, te lo creías porque cabías dentro (risas). Primero contaban esa historia y, al cabo de un tiempo, un día con mi padre fuera de viaje, mi madre empieza a oír una voz que decía: “Sacha, por favor, no lo hagas, perdóname, no lo hagas, no lo hagas, no lo hagas”... Mi madre, con los pelos de punta, pero, después, ella recapacitó: “Si este es el fantasma de la descuartizada, ¿por qué habla en español? Lo normal sería que hablara en ruso” (risas). Fue un fallo, que se les pasó (risas). Fue entonces cuando se enteró de que eso lo hacían en otras Embajadas, pero que otras embajadoras se habían dado el pire.

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Carmen Posadas, en una imagen de archivo, durante los premios Planeta en 2020.

- No habían caído...

- (Risas) Y los embajadores abandonados, al cabo del tiempo, aparecían por los salones con rusas monísimas. Este era el truco. Y funcionaba. Es que había varios maridos diplomáticos casados con rusas que les decían que eran bailarinas del bolshoi, antiguas aristócratas… Se inventaban todo, pero eran claramente golondrinas.

- ¿Cómo?

- (Risas) Los espías eran cuervos, las espías eran golondrinas.

- Es fascinante. Aunque no sé si todo es tan festivo…

- Te cuento la guinda del pastel. Pero claro, cuando lees la historia del espionaje, lo que más te llama la atención es que es más aburrida que chupar un clavo. Como se puede escribir un libro tan aburrido sobre un tema tan interesante. Y es porque hay otra parte del espionaje que es muy eficaz pero también muy gris y muy burocrática. Por ejemplo, a mi hermana Dolores, como habla ruso, un día, en España, le propusieron ser espía y mi hermana, fascinada.

- ¡No me digas! ¿Y?

- Pues que cuando llegó al sitio y le explicaron qué significaba ser espía, ella dijo que ni hablar.

- ¿Por?

- Porque tenía que sentarse en un cuartito y, durante 14 horas, oir radio Moscú y anotar y transcribir. Entonces, eso es ser espía también.

- Transcribir siempre es para morirse.

- No siempre puedes ser el protagonista de acciones trepidantes. Como te decía, espiar es escuchar, y claro, transcribir.

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