Meghan Markle y Kate Middleton tienen más cosas en común de lo que ellas mismas se creen. O, al menos, Meghan con la madre de la princesa de Gales. Hace unos días, el cantante Álvaro Soler revolucionaba el mundo de la nutrición introduciendo una nueva ‘palabreja’ en nuestras conversaciones sobre cambios de dieta, adelgazamientos e intolerancias, por si tuviéramos pocas ya... El cantante de Sofía confesaba que es flexitariano . What? Sí. Flexitariano. Como la mujer de Harry. Como la madre de Kate. Como Gwyneth Paltrow. Como Miley Cyrus. Y también como Steph Curry, la estrella de la NBA. Como Samuel L Jackson. O como Tom Brady, que no todo tienen que ser modelos, actrices y cantantes metidas en la rotonda de lo healthy y que lo mismo se pirran por un batido verde que por un sirope de arce con cayena. Es decir, también encontramos entre los adeptos de este nuevo estilo de vida a deportistas de altísimo nivel y a “caballeros que se visten por los pies”.
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Pero, antes que nada, ¿qué significa ser flexitariano? “Básicamente es que eres flexible. En mi banda, el 60 % son vegetarianos. Hay un 2% que es vegano y el resto son omnívoros. Flexitariano es comer comida consciente”, explicaba la estrella catalana que vende millones de copias en Alemania o Italia. “Es no comer carne solo porque hay carne, sino saber de dónde viene. Comer carne que sabes que es kilómetro cero, que sabes que es buena. Animales felices”. “Aha”, respondía Pablo Motos que le había formulado la pregunta de la siguiente manera: “¿Qué es ser ‘flexitariano’? ¿Que comes colchones?” “Puedes comer la carne que quieras, aunque no es bueno y no estamos ayudando al Planeta. Yo me siento mejor siendo vegetariano pero, cuando veo un pescado, estoy en la Costa Brava y sé que lo han cogido de ahí, me como un buen pescado”. Ea. Cinco líneas que revelan toda una nueva filosofía alimentaria más relajada para aquellos que se habían abandonado a los estrictos brazos del veganismo -o del crudiveganismo más luterano- y también para aquellos que, si bien, no quieren/pueden renunciar a los placeres de la carne, necesitan quitarle un poquito de peso a la mochila de la culpa.
A grandes rasgos, una dieta flexitariana implicaría comer principalmente alimentos de origen vegetal, pero sin demonizar ni la carne, ni el pescado, ni sus derivados, es decir, huevos o lácteos aunque, siempre con moderación, marcando las franjas del día ideales para su ingesta y mejorar así los biorritmos, no tener ninguna carencia vitamínica y aumentar la energía, al tiempo que no se perjudica el planeta. O lo que es lo mismo y aún más resumido, comer proteína animal en el desayuno, ok, pero, a partir de ahí, la comida y la cena serían a base de vegetales. Y siempre, siempre, siempre alimentos de proximidad.
Y, ¿a qué viene este cambio? Últimamente, en el mundo anglosajón, se sucedían las noticias sobre celebrities que abandonaban el veganismo como dogma de fe. Anne Hathaway, Ellen DeGeneres, Natalie Portman, Liam Hermsworth, Zooey Deschanel… confesaban que, ya fuera por motivos de salud, por alergias, o por embarazos, dejaban de comer eventualmente frutas y verduras para, después, nunca más volver al redil verde. Como si, de repente, eliminar al completo de la dieta la carne y el pescado se hubiera convertido en algo increíblemente impopular -repetimos, en el mundo anglosajón- por lo complicado que es reemplazar la proteína de origen animal por proteína vegetal fiable en la dieta y sin las carencias físicas que eso provoca. Así, mientras Pamela Anderson o Alicia Silverstone lanzaban al mercado sus líneas de productos vegetarianos al tiempo que sus carreras languidecían como las ramas de un poto trepador sin varilla que lo sujete, las que pugnaban por ganar el Oscar cada año recobraban antiguos hábitos carnívoros porque rodar 19 horas seguidas era incompatible con no tener unas ojeras como shopper bags o estar calvas como Yul Brinner. Y no era cosa solo de estrellas caprichosas como Jennifer López (sí, es flexitariana) también de señores superrespetados como Samuel L. Jackson.
El protagonista de Pulp Fiction declaró “fui vegano durante unos siete meses. Perdí tanto peso que casi me quedo sin trabajo. Así que fui directamente a Shake Shack (una cadena de hamburgueserías) y recuperé mi vida”. Y, desde entonces, la dieta flexitariana, como se pueden imaginar, es su nuevo credo.
El caso de Anne Hathaway es muy parecido. Ella dejó de ser vegana porque ya no se sentía sana. Estaba rodando Interstellar en Islandia cuando, ante un lomo de bacalao en un restaurante con estrella Michelin, no pudo refrenar sus instintos omnívoros. La actriz le dijo a Tatler que, nada más introducir el primer bocado en su boca, su “cerebro se sentía como una computadora reiniciando”. Y, después de esa recaída, no hubo flagelación. Ella “simplemente se sintió mejor” al día siguiente. “Cuando solo comía alimentos de origen vegetal no se sentía ni tan bien ni tan saludable”.
Miley Cyrus siguió la dieta vegana durante seis años. Concretamente, de 2013 a 2019, y el pescado fue, como para la de El diablo se viste de Prada, reconocer de nuevo el maná. Tanto incluso que, sin querer queriendo, despertó la ira de los veganistas recalcitrantes que, luego iremos con ellos porque la cantante de Malibu relató su epifanía con su lenguado de una manera bastante parecida a la del bacalao de Islandia aunque sin ningún miramiento. “Cuando lo probé, mi cerebro comenzó a funcionar correctamente. Ahora está mucho más despierta”.
Y siguiendo con este pescetarianismo -si es que nos podemos inventar la palabra-, Elle DeGeneres quien, a partir de ahí, se ha echado al monte y ya come de todo. Ahora lo entenderán. La gurú de la televisión americana profesó el veganismo casi una década. “Estaba más sana que nunca, me encantaba ser vegana”, admitía la actriz, pero, con la pandemia, “sin ninguna razón real, comencé a comer pescado de vez en cuando. Ahora, empezaré a comer huevos de gallinas que conozca. Si están en el patio trasero de alguien y están deambulando y están felices, lo haré”. O sea, flexitariana by proxy de gallinas contentas y vecinas.
Liam Hemsworth, el ex esposo de Cyrus, no vio gallinas amigas, sino las orejas a un lobo con bastante mala leche. Según sus informes médicos, la estrella de Los Juegos del Hambre tenía una piedra de oxalato de calcio en el riñón que le provocó un cólico de hospital de urgencia y, sin temor a equivocarse, él lo atribuyó a su batido matinal compuesto por cinco puñados de espinacas, leche de almendras, mantequilla de almendras y proteína vegana. “Tomé este mejunje cada mañana durante cuatro años y me ha hecho pasar una de las semanas más dolorosas de mi vida. Estaba en plena promoción de ¿No es romántico?, tuve que dejarlo, ingresar en el hospital y operarme“. Éste fue efectivamente el momento de “repensar por completo” su dieta y volver a comer huevos, carne, leche y pescado como toda la vida de Dios.
Porque hubo un tiempo en el que lo normal, lo cotidiano y lo de toda la vida de Dios no era cool, sino lo normal. Lo ordinario. Pero cuando uno es estrella lo normal deber ser “lo extraordinario”. Eso sí que es cool. Lo cool es el undécimo mandamiento. Y Natalie Portman era cool antes, incluso, de ser estrella. ¿Quién se acuerda de Mira Sorvino, de Uma Thurman o de Rossie O’Donnell en Beautiful girls? Ah, ¿Pero estaban? Estaban, solo que Natalie, con 11 años, se bastaba y sobraba para robarles el plano y la pantalla. Pues bien, la de El cisne negro era “vegeta” porque debía de ser cool cuando nadie era vegetariano más allá de una comuna hippy. Recordemos que la Portman fue una de las primeras stars en adoptar este estilo de vida vegano en el amplio sentido de la palabra cuando lanzó una colección de zapatos veganos con la boutique Te Casan en 2008. Sin embargo, cuando se quedó embarazada de su primer hijo, Aleph, en 2011, puso el veganismo en suspenso. ¿Era algo ya demodé? “Sentí que quería otras cosas. Estaba escuchando a mi cuerpo pedir leche, pedir huevos… “. Ahora es vegetariana ovolactea y, en ocasiones, flexitariana, aunque sus dos hijos, Aleph y Amalia, siguen siendo veganos.
Porque, en realidad, hay muchas maneras de abordar el flexitarianismo . La más habitual es comer la proteína animal antes de las 12 del mediodía tal y como hacen los deportistas desde siempre para rendir mejor en sus disciplinas. Es lo que hace la estrella de la NBA Steph Curry y lo que el entrenador de las estrellas, Dalton Wong, recomienda a sus clientas, o sea, a Zoe Kravitz, a Amanda Seyfried o a Jennifer Lawrence quien parece ser que se ha rendido al flexitarianismo porque tenía problemas de insomnio derivados de sus malas digestiones. Explicamos. Al comer carne o pescado de buena mañana y cereales y vegetales durante la segunda parte del día, las digestiones son mucho menos pesadas y duermes como un lirón. O sea, Lawrence, se entiende, duerme como un lirón.
Para los nuevos adeptos del flexitarianismo, esta forma de alimentarse rompe con una moda -la de sooooolo comer vegetales- para quizás dar nombre a un hábito más saludable que no es una moda, sino un patrón de alimentación que contribuye a aumentar los beneficios para la salud asociados con una dieta vegetariana sin tener que cumplir al 100% una dieta vegetariana o vegana. Un poco lo que hacía el maximum del estilo Jared Leto que se llama a sí mismo, más que flexitariano, “cheagan”, o sea, infiel al veganismo. Y a esa infidelidad, dice, le debe que, a los 50, no parezca ni que supere los 30 años. “Yo no como carne nunca. Pero si la mamá de alguien hiciera unas galletas con mantequilla y me diera una a probar, probablemente le daría un mordisquito. O si estoy en Alaska y hay salmón salvaje en el río, y me lo preparan a la plancha, probablemente me lo comería”. Lo que viene siendo, “como lo que me apetece, pero no abuso”. O “soy una moderna de pueblo”. De Alburquerque, para ser más exactos.
Ahora, si tiendes a ser más germánica, te pones un límite en las ingestas de proteína animal. Y eso es lo que hace la supermodelo brasileña de ascendencia bávara (obvio) Gisele Bündchen a quien el flexitarianismo la ha llevado a cumplir con una dieta basada en frutas y verduras racionándose las dosis -y las veces- tanto de carnes como de pescados. “Actualmente como carne dos veces al mes y mariscos una vez a la semana. Presto mucha atención a la fuente de mi carne y los tipos de pescado que como”.
Quizás el flexitarianismo nace porque en el veganismo el flirteo animal está fatal visto. No puedes ser la Condesa Olenska del veganismo. El veganismo es como un matrimonio a la victoriana, por eso, si de repente tienes un devaneo tipo La edad de la Inocencia, los adalides de la moralidad vegana se te echan encima. Eso era lo que denunciaba el rapero Waka Flocka Flame que ahora también es flexitariano. “No me gustaba ni la etiqueta ni las actitudes de muchos veganos”. “La gente realmente le tiene miedo a los veganos. Son como los policías. Cuando hay veganos, la gente trata de tirar su comida debajo de la mesa. ‘¡Oh, vienen los veganos!’”. “Creo que decir que soy vegano es como ponerme un título nobiliario. Como si fuera mejor que los demás, y no es cierto”. De hecho, él prefiere llamarse a sí mismo, más incluso que flexitariano, “comedor consciente”, porque, como dice Álvaro Soler, piensa cuidadosamente en los alimentos que consume.
Meghan Markle sufrió el látigo de los veganos cuando dijo que era flexitariana. Su anuncio pareció una triste disculpa cuando, atribuyéndosele una dieta exenta de animales, se la fotografió comiéndose un tentempié con un poquito de fiambre. Los titulares sobre el vergonzoso aprieto de su entonces Alteza Real se multiplicaron a la “n” potencia desde la prensa seria a la amarilla pasando por los blogs nutricionales. Amén cuando nunca -salvémosla de esta quema al menos- había dicho que siguiera una dieta completamente basada en verduras, peeeeero en la obsesión por Meghan -antes del Meghexit-, se había entendido que sí. ¿Por qué? Porque se había filtrado que le está enseñando al Príncipe Harry a cocinar sano utilizando vegetales de su jardín en Frogmore Cottage; que había utilizado pintura no tóxica, vegana y de género neutro para la habitación de Archie; que el bebé real tenía una dieta vegana; que seguía los preceptos y las redes de Greta Thunberg (activista climática y vegana)... Es decir, que tenía que ser sí o sí vegana, porque además amaba a los animales y porque cuidaba el planeta… Total, que esas fotos y el fiambre eran intolerables, vaya. Así que, Meghan tuvo que dar una entrevista y explicar que su “religión nutricional” no era otra que el flexitarianismo: “Intento comer vegano durante la semana y, luego, tener un poco más de flexibilidad con lo que hago los fines de semana”. No fue suficiente. Solo Beyoncé, adalid afroamericana del estilo de vida flexitariano, aceptando su premio BRIT a principios de ese año (2016), con un retrato de la duquesa de Sussex a su espalda, pudo redimirla. De aquello, al menos, sí.
El flexitarianismo sería por tanto un “Intento de”. Una promesa de hacerlo mejor posible para ti y para el Planeta (luego vamos con eso) intentando comer bien sin agobiarte y sin provocarte una enfermedad en el intento levantando la mano con las restricciones más estrictas. De esta manera, se garantiza también que cumplas a largo plazo con la dieta y que no te canses aburrida como una mona de estar siempre “colgada” a la hora de quedar con los amigos. ¿Quedamos de barbacoa? No puedes. ¿Nos hacemos un sushi o un dim sum? Tampoco. He hecho una tarta de cumpleaños. ¿Lleva huevos y mantequilla? Sí. Pues tampoco... Vivir así es agotador. Sin embargo, como ocurre con las cumbres del cambio climático, con el flexitarianismo, al menos, se localiza el problema pero se ataja a tu ritmo. De hecho, uno de los principios del flexitarianismo es que, aunque cambiar la dieta sea una simple acción individual, ésta puede impactar positivamente en el medio ambiente. Ser “flexitariano” mostraría un compromiso para aprender y explorar formas de comer de manera más saludable, sí, pero también de ser más sostenible. Los flexitarianos serían los nuevos héroes climáticos.
Y no, no es broma. Al tomar conciencia de nuestra huella de carbono individual, podemos trabajar por disminuirlo porque, en la actualidad, seguir nuestra dieta -tal y como revelan los datos del consumo mundial-, representa el 40% de nuestra huella de carbono en la Tierra. Pero se puede cambiar: si compramos en el mercado local frutas y verduras de la zona desplazándonos en bicicleta sería mucho más responsable con el planeta que si tomamos la opción de ir al hiper con el coche y compramos media docena de aguacates traídos del otro lado del Atlántico envueltos en un packaging de plástico . Eso por poner un ejemplo. Y no lo decimos nosotros. Palabra de Sir David Attenborough, que aboga por el flexitarianismo como una forma individual de reconstruir el planeta. Y hasta ha hecho un docu al respecto. Ahí queda.