Te descubrimos Raya, la app de la que todo el mundo habla, pero desde verdad. Desde dentro“Risto busca novia en una exclusiva app de citas para ricos y famosos”. Ése fue, con más o menos aderezos, el titular de la noticia. Una semana después de que el presentador de “Todo es mentira” y publicista y la influencer Laura Escanes dieran por terminado su matrimonio envuelto en la rumorología de una deslealtad por parte de la experta en moda y lifestyle, la info sobre la revancha ciber de él azuzaba el fuego del culebrón rosa otoñal, con permiso del affaire Tamara/Onieva, claro. La venganza de Risto se servía en la fría bandeja de internet. Concretamente a través de un “app” del móvil -que no puede haber nada más impersonal-, aunque no se trataba de un “app” cualquiera. Digamos que no era uno en donde se tratara el amor -o el sexo- como si fuera comida rápida a domicilio, sino más bien como un restaurante donde, la barriga termina llena igualmente, pero los ingredientes son de estrella Michelin. ¿El nombre? Raya. Y así, mientras el jurado de Got Talent se apresuraba a publicar en su red social un sarcástico post con la foto de una pila de libros (fundamentalmente de musicología en inglés y varias biografías y análisis de la obra de Juan Sebastian Bach, incluso, repes), con el pie de foto: “Os presento a mi nueva ilusión. No es de hablar mucho, pero hay que saber leerla (…)”, todo el mundo se apresuraba a buscar esa aplicación de telefonía donde todos los Peter Pans y las Cenicientas se aventuraba que tenían unas cuentas bancarias con muuuchos ceros y una profesión de “focos a mi persona”.Y las informaciones al respeto desde entonces, si tecleas en Google la palabra “Raya” –“amigo” en hebreo, por cierto-, se cuentan por cientos, pero nos atrevemos a decir que basadas en refritos anteriores del refrito del refrito Amén porque una cosa es verdad: Raya es exclusiva. Muy exclusiva, pero para todo. Es decir, restrictiva y privada. Porque desde que se fundara en 2015 y su creador, uno de esos Reyes Midas del Silicom Valley, Daniel Gendelman concediera una entrevista en The New York Times con una frase 10 en el marketing del lujo, se ha reproducido el mismo mensaje ad aeternam y ad nauseam. Sencillamente, porque ya no había nada más que comunicar al respecto. La declaración de intenciones estaba hecha. La frase fue la siguiente: “¿Por qué querer ir a una fiesta en la que se admite cualquier persona cuando puedes ir a una fiesta en la que solo van ricos y famosos?” y con semejante reclamo elitista estaba claro que quería batir las conciencias como un esclavo abisinio golpeaba el gong en casa de Nerón. Por un lado, conseguía levantar los recelos y la polémica entre aquellos que no son ricos ni famosos o desprecian a los que son ricos y famosos –lo que no puede ser más apetecible para un snob wananabe de manual- y por otro, despertar la ansiedad entre quien sí tiene posibles y atrae a los papparazzi como la luz a las polillas. Pero la frase también dejaba entrever una piedra de toque fundamental para el mantenimiento del negocio y que refrendaba el slogan marketiniano: era una fiesta privada. Un club.Y todo club, para pervivir como tal, necesita de unas reglas de admisión y unas reglas de juego basadas en el mutismo extremo, incluso absurdo cuando de lo que estamos hablando es de ligoteo, por muy exclusivo que éste sea. Aquí no vale, ni el “me como una y me cuento 20”; ni el “mira qué churri me he echado”; ni el “me sabe a humo, me sabe a humo el cigarrito que yo me fumo”. Nada. “Lo que sucede en Raya se queda en Raya”, sería la máxima utilizando la archisobada razón de ser de Las Vega con la diferencia de que, de Las vegas te puedes ir y dónde tienes las consecuencias es en tu cama matrimonial. Aquí, la expulsión es del paraíso. O sea, te echan. ¿Por qué? Por la idiosincrasia de sus integrantes. Éstos necesitan de una privacidad y/o intimidad que no sea susceptible de publicitarse y mucho menos, de publicarse. Que atrás quedaron los tiempos de la típica historia de futbolista conoce a modelo en el reservado de una discoteca; del torero y la fan en el hall del hotel taurino; de la actriz y el empresario de buen ver en una recepción de embajada; o de la pop star y el rapero malote y su amor a primera vista en una entrega de premios. Como todo hijo de vecino, y con la pandemia por el medio, los vip tuvieron que echar mano de las apps de contactos con o sin tacto a través de sus 4 y sus 5G de sus iphone último modelo, pero no podían estar al albur de cualquier desaprensivo. Necesitaban de un ámbito confortable, amigable, de una atmósfera proclive y de una seguridad que solo un igual podría ofrecerle en un quid pro quo respetado y rubricado por todos.De esta manera, Raya se constituye como el ecosistema perfecto. La aplicación de dating donde todo el mundo que es alguien “puede” y “debe estar” si es que busca compañía… O tampoco tanto. Quién escribe no es “nadie” a los efectos –publicados- sobre Raya, pero los cumple de “aquella manera”. Explicamos. Raya se define así misma como una “una exclusiva plataforma de citas y conexiones para gente en los sectores creativos” es decir, no es masiva y los profesionales que la utilizan son eso, profesionales. Ergo no solo se busca el amor –o el sexo- sino también un match laboral. Ergo también, no se necesita ser multimillonario, pero sí considerado en tu sector. Después, está el precio. Raya no cuesta seis dólares (cinco euros) como se ha publicado. Ése, es cierto, fue su precio cuando comenzó su andadura hace siete años. Hoy, el precio de Raya, el mínimo, con el que las capacidades de interacción son tan básicas que solo permiten el acceso “et rien de rien”, es de 16,99 euros. Y luego está, Raya+ que sería lo que te permitiría lo mismo que Tinder, tal y como lo conocemos. Una visión general, mensajes directos… -el normal desenvolvimiento en este tipo de apps de dating- que sube hasta los 44,99 euros por mes. 299,99 euros si lo contratas anualmente. No es tanto si lo comparas con lo que te costaba salir de copas un fin de semana para, al final, irte a casa de vacío porque no había mucho de dónde sacar, y mucho menos, si apurabas también el afterhours y luego te tocaba poner el café, las tostadas y el ibuprofeno del desayuno.¿Pero cómo acceder? Hay dos opciones. Puedes bajarte la “app” -actualmente solo en el entorno iOS- y, a través del número de teléfono, descubrir quién de tu agenda forma parte del universo Raya. Después, a través de él, enviar una solicitud para comenzar el proceso. Dificil, sí. O como fue el caso de quien suscribe, recibir una invitación de un ya integrante de la “app” que actúa de “padrino” con su recomendación. Aquí, el proceso es más rápido. Hay que rellenar una documentación en la que se introducen –para poder ser verificadas- cuentas en otras redes sociales –fundamentalmente Instagram-, pero también, formación académica y datos curriculares profesionales. Y fotos, claro está, que esto es dating. Pero, eso es cierto, nada de rentas, que no hay subvención energética como premio de consolación. Porque ya lo decía Gendelman en aquella entrevista al NYT: “No me interesan aquellas personas que solo saben subir fotos de sus deportivos y mansiones. Buscamos algo más”.El CEO israelí se refería al estilo, el buen gusto, la creatividad, los negocios… la influencia. Aspiraba con su “app” a crear una comunidad real de personas con cierto prestigio en su ámbito profesional, fuera el que fuera, y que no siempre da el dinero ni la fama. Serian vips pero “Very influencial people”. Desde ese punto de vista, el número de seguidores en redes puede ser determinante, pero tampoco tanto como su calidad. Puedes tener solo unos cientos de seguidores pero estos pueden ser importantísimos. Es decir, puedes ser un gran influencer con millones de seguidores de tus coreografías, pero si careces de una compañía de danza que te respalde o de un Real Conservatorio en el que te formaste, tampoco lo tienes todo hecho.¿Por? Porque la admisión, después de introducir esa documentación sensible, no es inmediata. Un comité anónimo –y supuestamente “altamente calificado”– revisa cada una de las solicitudes y utilizando “x” parámetros comunica en un lapso de tiempo -de días o meses- si has sido aceptado o no, siempre y cuando aceptes además unas cláusulas muy claras, muy restrictivas y expeditivas de cómo utilizar el app. En realidad, qué no puedes hacer so pena de ser irremediablemente expulsado en cuestión de minutos.Hablamos de un código de conducta y unos términos y condiciones bastante específicos que, una vez dentro, no te permiten, por ejemplo, que se divulgue ninguna clase de información relacionada con esta plataforma porque si no ¿cuál sería si no el motivo por el que esta crónica no está firmada? Tampoco se pueden tomar capturas de pantalla como el típico scatch para guardar fotos comprometidas o conversaciones subiditas de tono de cualquier app y que, aquí también incluye el nombre del usuario o una foto del susodicho por muy tapado cual seminarista que este vaya. En resumen y para ser exactos, ninguna información relacionada con las interacciones de, dentro, por, para o sobre Raya En cualquier otra red o medio, que son continuamente rastreados a través de las famosas cookies. Para hacer cumplir estos puntos, la plataforma cuenta con un equipo que, además del rastreo, monitoriza a su comunidad y se encarga de retirar el perfil del usuario que no cumpla con el reglamento dado para el club. De ahí que, en ocasiones, Raya se haya convertido en una especie de novela de Agatha Christie al estilo de “Diez negritos”. Que si un día desaparece Kathy Perry. Que si otro, dan de baja a Matthew Perry y a Trevor Noah por ir de “mirandas”. Que si Rebel Wilson se lo dice a todo “quisqui” y no tiene salvación por mucho que le llore al señor Gendelman. Que si Sharon Stone se borra porque se aburre porque nadie la toma en serio. Que si Joe Jonas se casa…Aceptado pulpo, se abre el menú, con todas las características al margen ve-ri-fi-ca-das. ¿La principal? La autenticidad de la cuenta. Si en la cuenta aparece escrito “Ben Affleck” como dueño es que es Ben Affleck. Hablamos de este ejemplo porque, entre Jennifer Gardner y Ana de Armas, el protagonista de “Perdida” y “Pearl Harbor” se hizo una cuenta en Raya y una TikToker, Nivine Jay, publicó un vídeo en Instagram en el que el hoy feliz marido de Jennifer López le ponía las peras al cuarto por no haber aceptado su propuesta: “Nivine, ¿por qué me hiciste ‘unmatch’? Soy yo”, le decía el actor. Nivine adujo que pensaba que era una cuenta falsa… Aha… No, no le gustaba. Punto. Es imposible no ser tú. Y junto a la cuenta, las aficiones, los hobbies, la orientación sexual… del perfil. Todo muy superficial pero terriblemente adictivo. Como cualquier otra red, en realidad.La aplicación te va presentando varios perfiles de candidatos/as esparcidos/as por todo el mundo. Eso también es único en esta red. Marca dónde está el usuario. Si a 10 metros como a 6.000 km de una sola ojeada porque los miembros de la red “somos” 10.000 y aparecemos distribuidos en el mapa a tiempo real… Y porque hay una premisa tácitamente aceptada por todos: podemos quedar a tomar una copa o hablar de nuestra nueva canción en Londres, Singapur, Milan, Tokyo o Nueva York en cualquier momento. El espacio y el dinero no son un problema. El tiempo, sí. 10 días desde el match. Si no respondes, caduca. Porque en eso, en el si quiero, es todo igual. Perdón “Me gustas” o “no me gustas”. Así, rechazas o apruebas los diferentes perfiles que se abren ante ti ya estás jugando con Cupido. Eso sí, se permite taparle los ojos. Es decir, el “hide”. Puedes ir de tapadillo o ver perfiles ocultos que solo muestran lo que quieren mostrar y se muestran –o te muestras- cuando hay match muto. Evidentemente, las hide son las más codiciadas y las más exigentes. Cuando el match es recíproco, se pueden mandar mensajes privados pero de texto. Ninguna otra índole. Ahora, te puedes llamar por teléfono también sin necesidad de facilitar tu teléfono privado. Ante todo, datos, los justitos y necesarios.
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“Risto busca novia en una exclusiva app de citas para ricos y famosos”. Ése fue, con más o menos aderezos, el titular de la noticia. Una semana después de que el presentador de Todo es mentira y publicista y la influencer Laura Escanes dieran por terminado su matrimonio envuelto en la rumorología de una deslealtad por parte de la experta en moda y lifestyle, la info sobre la revancha ciber de él azuzaba el fuego del culebrón rosa otoñal, con permiso del affaire Tamara/Onieva, claro. La venganza de Risto se servía en la fría bandeja de internet. Concretamente a través de una app del móvil -que no puede haber nada más impersonal-, aunque no se trataba de una app cualquiera. Digamos que no era uno en donde se tratara el amor -o el sexo- como si fuera comida rápida a domicilio, sino más bien como un restaurante donde, la barriga termina llena igualmente, pero los ingredientes son de estrella Michelin. ¿El nombre? Raya. Y así, mientras el jurado de Got Talent se apresuraba a publicar en su red social un sarcástico post con la foto de una pila de libros (fundamentalmente de musicología en inglés y varias biografías y análisis de la obra de Juan Sebastian Bach, incluso, repes), con el pie de foto:“Os presento a mi nueva ilusión. No es de hablar mucho, pero hay que saber leerla (…)”, todo el mundo se apresuraba a buscar esa aplicación de telefonía donde todos los Peter Pans y las Cenicientas se aventuraban que tenían unas cuentas bancarias con muuuchos ceros y una profesión de “focos a mi persona”.
Y las informaciones al respeto desde entonces, si tecleas en Google la palabra “Raya” –“amigo” en hebreo, por cierto-, se cuentan por cientos, pero nos atrevemos a decir que basadas en refritos anteriores del refrito del refrito Amén porque una cosa es verdad: Raya es exclusiva. Muy exclusiva, pero para todo. Es decir, restrictiva y privada. Porque desde quese fundara en 2015 y su creador, uno de esos Reyes Midas del Silicom Valley, Daniel Gendelman concediera una entrevista en The New York Times con una frase 10 en el marketing del lujo, se ha reproducido el mismo mensaje ad aeternam y ad nauseam. Sencillamente, porque ya no había nada más que comunicar al respecto. La declaración de intenciones estaba hecha. La frase fue la siguiente: “¿Por qué querer ir a una fiesta en la que se admite cualquier persona cuando puedes ir a una fiesta en la que solo van ricos y famosos?” y con semejante reclamo elitista estaba claro que quería batir las conciencias como un esclavo abisinio golpeaba el gong en casa de Nerón. Por un lado, conseguía levantar los recelos y la polémica entre aquellos que no son ricos ni famosos o desprecian a los que son ricos y famosos –lo que no puede ser más apetecible para un snob wananabe de manual- y por otro, despertar la ansiedad entre quien sí tiene posibles y atrae a los papparazzi como la luz a las polillas. Pero la frase también dejaba entrever una piedra de toque fundamental para el mantenimiento del negocio y que refrendaba el slogan marketiniano: era una fiesta privada. Un club.
Entorno seguro
Y todo club, para pervivir como tal, necesita de unas reglas de admisión y unas reglas de juego basadas en el mutismo extremo, incluso absurdo cuando de lo que estamos hablando es de ligoteo, por muy exclusivo que éste sea. Aquí no vale, ni el “me como una y me cuento 20”; ni el “mira qué churri me he echado”; ni el “me sabe a humo, me sabe a humo el cigarrito que yo me fumo”. Nada. “Lo que sucede en Raya se queda en Raya”, sería la máxima utilizando la archisobada razón de ser de Las Vegas con la diferencia de que, de Las Vegas te puedes ir y dónde tienes las consecuencias es en tu cama matrimonial. Aquí, la expulsión es del paraíso. O sea, te echan. ¿Por qué? Por la idiosincrasia de sus integrantes. Éstos necesitan de una privacidad y/o intimidad que no sea susceptible de publicitarse y mucho menos, de publicarse. Que atrás quedaron los tiempos de la típica historia de futbolista conoce a modelo en el reservado de una discoteca; del torero y la fan en el hall del hotel taurino; de la actriz y el empresario de buen ver en una recepción de embajada; o de la pop star y el rapero malote y su amor a primera vista en una entrega de premios. Como todo human being, y con la pandemia por el medio, los vip tuvieron que echar mano de las apps de contactos con o sin tacto a través de sus 4 y sus 5G de sus iphone último modelo, pero no podían estar al albur de cualquier desaprensivo. Necesitaban de un ámbito confortable, amigable, de una atmósfera proclive y de una seguridad que solo un igual podría ofrecerle en un quid pro quo respetado y rubricado por todos.
De esta manera, Raya se constituye como el ecosistema perfecto. La aplicación de dating donde todo el mundo que es alguien “puede” y “debe estar” si es que busca compañía… O tampoco tanto. Quién escribe no es “nadie” a los efectos –publicados- sobre Raya, pero los cumple de “aquella manera”. Explicamos. Raya se define así misma como una “una exclusiva plataforma de citas y conexiones para gente en los sectores creativos” es decir, no es masiva y los profesionales que la utilizan son eso, profesionales. Ergo no solo se busca el amor –o el sexo- sino también un match laboral. Ergo también, no se necesita ser multimillonario, pero sí considerado en tu sector. Después, está el precio. Raya no cuesta seis dólares (cinco euros) como se ha publicado. Ése, es cierto, fue su precio cuando comenzó su andadura hace siete años. Hoy, el precio de Raya, el mínimo, con el que las capacidades de interacción son tan básicas que solo permiten el acceso “et rien de rien”, es de 16,99 euros. Y luego está, Raya+ que sería lo que te permitiría lo mismo que Tinder, tal y como lo conocemos. Una visión general, mensajes directos… -el normal desenvolvimiento en este tipo de apps de dating- que sube hasta los 44,99 euros por mes. 299,99 euros si lo contratas anualmente. No es tanto si lo comparas con lo que te costaba salir de copas un fin de semana para, al final, irte a casa de vacío porque no había mucho de dónde sacar, y mucho menos, si apurabas también el afterhours y luego te tocaba poner el café, las tostadas y el ibuprofeno del desayuno.
Información académica y CV
¿Pero cómo acceder? Hay dos opciones. Puedes bajarte la app -actualmente solo en el entorno iOS- y, a través del número de teléfono, descubrir quién de tu agenda forma parte del universo Raya. Después, a través de él, enviar una solicitud para comenzar el proceso. Dificil, sí. O como fue el caso de quien suscribe, recibir una invitación de un ya integrante de la app que actúa de “padrino” con su recomendación. Aquí, el proceso es más rápido. Hay que rellenar una documentación en la que se introducen –para poder ser verificadas- cuentas en otras redes sociales –fundamentalmente Instagram-, pero también, formación académica y datos curriculares profesionales. Y fotos, claro está, que esto es dating. Pero, eso es cierto, nada de rentas, que no hay subvención energética como premio de consolación. Porque ya lo decía Gendelman en aquella entrevista al NYT: “No me interesan aquellas personas que solo saben subir fotos de sus deportivos y mansiones. Buscamos algo más”.
El CEO israelí se refería al estilo, el buen gusto, la creatividad, los negocios… la influencia. Aspiraba con su app a crear una comunidad real de personas con cierto prestigio en su ámbito profesional, fuera el que fuera, y que no siempre da el dinero ni la fama. Serían vips pero Very influencial people. Desde ese punto de vista, el número de seguidores en redes puede ser determinante, pero tampoco tanto como su calidad. Puedes tener solo unos cientos de seguidores pero estos pueden ser importantísimos. Es decir, puedes ser un gran influencer con millones de seguidores de tus coreografías, pero si careces de una compañía de danza que te respalde o de un Real Conservatorio en el que te formaste, tampoco lo tienes todo hecho.
¿Por? Porque la admisión, después de introducir esa documentación sensible, no es inmediata. Un comité anónimo –y supuestamente “altamente calificado”– revisa cada una de las solicitudes y utilizando “x” parámetros comunica en un lapso de tiempo -de días o meses- si has sido aceptado o no, siempre y cuando aceptes además unas cláusulas muy claras, muy restrictivas y expeditivas de cómo utilizar la app. En realidad, qué no puedes hacer so pena de ser irremediablemente expulsado en cuestión de minutos.
Monotorizan las cuentas
Hablamos de un código de conducta y unos términos y condiciones bastante específicos que, una vez dentro, no te permiten, por ejemplo, que se divulgue ninguna clase de información relacionada con esta plataforma porque si no ¿cuál sería si no el motivo por el que esta crónica no está firmada? Tampoco se pueden tomar capturas de pantalla como el típico scatch para guardar fotos comprometidas o conversaciones subiditas de tono de cualquier app y que, aquí también incluye el nombre del usuario o una foto del susodicho por muy tapado cual seminarista que este vaya. En resumen y para ser exactos, ninguna información relacionada con las interacciones de, dentro, por, para o sobre Raya En cualquier otra red o medio, que son continuamente rastreados a través de las famosas cookies. Para hacer cumplir estos puntos, la plataforma cuenta con un equipo que, además del rastreo, monitoriza a su comunidad y se encarga de retirar el perfil del usuario que no cumpla con el reglamento dado para el club. De ahí que, en ocasiones, Raya se haya convertido en una especie de novela de Agatha Christie al estilo de Diez negritos. Que si un día desaparece Katy Perry. Que si otro, dan de baja a Matthew Perry y a Trevor Noah por ir de “Mirandas”. Que si Rebel Wilson le dice a todo “quisqui” que “chafardea” perfiles y no tiene salvación por mucho que le llore al señor Gendelman. Que si Sharon Stone se borra porque se aburre porque nadie la toma en serio. Que si Joe Jonas se casa…
Aceptado pulpo, se abre el menú, con todas las características al margen ve-ri-fi-ca-das. ¿La principal? La autenticidad de la cuenta. Si en la cuenta aparece escrito “Ben Affleck” como dueño es que es Ben Affleck. Hablamos de este ejemplo porque, entre Jennifer Gardner y Ana de Armas, el protagonista de Perdida y Pearl Harbor se hizo una cuenta en Raya y una TikToker, Nivine Jay, publicó un vídeo en Instagram en el que el hoy feliz marido de Jennifer López le ponía las peras al cuarto por no haber aceptado su propuesta: “Nivine, ¿por qué me hiciste ‘unmatch’? Soy yo”, le decía el actor. Nivine adujo que pensaba que era una cuenta falsa… Aha… No, no le gustaba. Punto. Es imposible no ser tú. Y junto a la cuenta, las aficiones, los hobbies, la orientación sexual… del perfil. Todo muy superficial pero terriblemente adictivo. Como cualquier otra red, en realidad.
10.000 afiliados en el mundo
La aplicación te va presentando varios perfiles de candidatos/as esparcidos/as por todo el mundo. Eso también es único en esta red. Marca dónde está el usuario. Si a 10 metros como a 6.000 km de una sola ojeada porque los miembros de la red “somos” 10.000 y aparecemos distribuidos en el mapa a tiempo real… Y porque hay una premisa tácitamente aceptada por todos: podemos quedar a tomar una copa o hablar de nuestra nueva canción en Londres, Singapur, Milán, Tokyo o Nueva York en cualquier momento. El espacio y el dinero no son un problema. El tiempo, sí. 10 días desde el match . Si no respondes, caduca. Porque en eso, en el si quiero, es todo igual. Perdón “Me gustas” o “no me gustas”. Así, rechazas o apruebas los diferentes perfiles que se abren ante ti ya estás jugando con Cupido. Eso sí, se permite taparle los ojos. Es decir, el hide. Puedes ir de tapadillo o ver perfiles ocultos que solo muestran lo que quieren mostrar y se muestran –o te muestras- cuando hay match muto. Evidentemente, las hide son las más codiciadas y las más exigentes. Cuando el match es recíproco, se pueden mandar mensajes privados pero de texto. Ninguna otra índole. Ahora, te puedes llamar por teléfono también sin necesidad de facilitar tu teléfono privado. Ante todo, datos, los justitos y necesarios.
¿Y a quién te puedes encontrar? Venga, salseo. A partir del outing de Risto, el miedo se ha apoderado de la red entre los perfiles españoles porque, periodistas en el app, haberlos, haylos –ejem-, y ahora los antes visibles, van ahora por hide. Pero ese efecto ibérico en nada ha afectado al ámbito internacional. Podemos encontrar actores taquilleros, cantantes con Grammy, supermodelos, estrellas de la televisión, del deporte, cocineros, diseñadores… ¿Nombres? ¿Vale con pistas que aún no hemos salido de la soltería?
Pues bien, hay cantantes que son estrellas del estilo no gender aunque ahora se acaban de prometer con directoras de cine y su antigua novia cantaba Shake it off; otros cantante no gender e íntimos de Ed Sheeran y las esculturas con forma de falo preñaditas de diamantes; actores de Galerías Velvet y de Sin tetas… y de Sense 8; supermodelos de la última campaña de Women’s Secret; supermodelos con la ceja muy muy muy poblada; protagonistas de ET cuando eran niñas; tenistas exmaridos de concursantes de un conocido reality show; top models internacionales masculinos exnovios de cantantes australianas y de una ex presidiaria con el nombre de la capital de Japón; protagonistas de The Hobbit; actrices de Disney reconvertidas en cantantes con acento argentino; actores que fueron maridos de Zoe Kravit… Sí. Muy muy muy divertido. Pero ¿Las citas? ¿El flirteo? ¿El miedo al compromiso? Ya les digo, son igual de fructiferas -o no- que con cualquier hijo de vecino. Eso no cambia. Famosos y no famosos, todos cortados por el mismo patrón.