gor yebra© cortesía

El bailarín y coreógrafo se lanza a la interpretación con un triple salto mortal

Igor Yebra: ‘Tener vida privada se consigue, pero cuesta’

El que fuera marido de Anne Igartiburu, comparte escenario con Eusebio Poncela en ‘El beso de la mujer araña’


29 de septiembre de 2022 - 19:01 CEST

Su nombre son palabras mayores en el mundo de la danza. Fue, por ejemplo, el primer bailarín no ruso en protagonizar Iván el Terrible en el Palacio Estatal del Kremlin. Durante una década ostentó el título de étoile del Ballet de la Ópera de Burdeos, también fue primer bailarín de la Ópera de Roma… Ha bailado en la Scala, en el Nacional de La Habana, con la Scottish Ballet… Siempre por libre y como invitado, eso sí. Sin atarse jamás a una compañía, pero deslumbrando en teatros de los cinco continentes. Últimamente, ha dirigido el Ballet Nacional de Sodre en Uruguay al que regresa en unos meses después de haber sustituido en el puesto a una leyenda en el Cono Sur, Julio Bocca.

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Sin embargo, de la vida de Igor Yebra no sabemos absolutamente nada. Más allá de aquel momento álgido de popularidad cuando contrajo matrimonio con Anne Igartiburu y subió los cientos de escalones de la ermita de San Juan de Gaztelugatxe -y su separación amistosa posterior-, “rien de rien”. Y parece empeñado en que así sea. Es capaz de desnudarse física y emocionalmente en un escenario, pero no quiere cargar con la responsabilidad de sacar a la luz a quien no lo ha pedido solo porque él sea famoso. Sí, han leído bien, se desnuda. Sobre las tablas del Bellas Artes y lo hace como actor.

Es el 50% de la función  El beso de la mujer araña  que, para ser la segunda vez que se viste de intérprete, lo hace a lo grande con un texto complejísimo y acompañado de un monstruo de la escena, Eusebio Poncela. Cuenta el bailarín bilbaíno, que de piruetas sabe mucho, que este reto interpretativo es como un triple mortal. Casi de la misma envergadura para eludir preguntas que tienen que ver con el amor, por ejemplo. No obstante, descubrimos que uno de los mayores de su vida es su hija pequeña. Una niñita preciosa de seis años.

-¿El beso de la mujer araña significa un cambio de rumbo? Sé que hace muchos años, cuando eras pequeño, ya hiciste tus pinitos en el teatro...

-(Risas)

- También, que no hace tanto, ya te subiste a la tablas de un teatro de manera profesional con Esto no es la Casa de Bernarda Alba. Pero esta función es top. Duelo actoral en toda regla. ¿Has colgado las zapatillas de ballet?

-Yo lo veo como una cosa lógica entre comillas. Como una evolución ¿no? Y el cambio no solo depende de mí, ¿eh? Depende de cómo lo haga y, también, de si hay gente que le interese trabajar conmigo. A mí, siempre me ha gustado lo que es la parte actoral de la danza. Como has dicho - ¿cómo sabes eso por cierto?- de pequeño, empecé en el “artisteo” haciendo una obra de teatro, pero como bailarín, siempre me he considerado más actor que técnico… Cuando surgió Esto no es la Casa de Bernarda Alba, era una prueba -que podía haber ido a más- pero, de repente, se cruzó en mi camino la dirección en el Ballet de Uruguay y no podía decirle que no… Fue con la pandemia cuando surgió El beso… y me dije: “Quizás haya que dar un pasito más hacia adelante…”. El otro día lo hablaba con Eusebio Poncela. Le dije algo así como que había dado un salto mortal en vez de un “pasito”. Y él me contestó. “¡Qué dices? ¡Has hecho un triple salto mortal y sin red!” (risas).

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- No me extraña, porque el elenco de la obra son solo dos personajes ¡tú y él!

-Tú lo has dicho. Uno soy yo y el otro es ¡Eusebio Poncela! Que es un señor actorazo y un mito de la escena española. Mira, si me paro a pensarlo, ha sido un poco una locura pero, cualquiera que vea lo que ha sido mi carrera, sabe que siempre ha sido así. Cuando me fui a dirigir el Ballet Nacional de Uruguay, fui a cubrir la plaza de Julio Bocca, que es un Dios y un icono, que había dejado la compañía, en lo más alto, no, en lo siguiente. Y yo me metí en ese fregado. Y salió y está funcionado. Porque yo creo en una cosa principalmente: en el trabajo. ¿Si me gustaría seguir este nuevo camino? Claro que sí, yo nunca me cierro puertas. Si estoy haciendo algo es porque me gusta indudablemente, pero depende de más circunstancias, de la vida… Porque yo no estoy desconectado del mundo de la danza y si mañana surge otra cosa y me parece interesante, me iré… De hecho, este año también hice la dirección escénica de una ópera por primera vez y me pareció algo apasionante.

- Te pregunto, lo del cambio de rumbo, porque parece como que el paso natural de un bailarín es ser director, coreógrafo, profesor… Que ya no se vuelve a poner delante del público como un debutante, vaya. ¿O es que ser actor era tu plan B? 

-Subirme a un escenario otra vez era una necesidad. Hacía cuatro años que no volvía pisar un escenario, que podíamos decir que la máquina estaba oxidada… Y, curiosamente, la ultima vez que lo hice fue como actor en Esto no es la Casa…. Sin embargo, yo nunca he dicho: “Me retiro de bailar”. Yo creo que la vida te va colocando en lugares y en situaciones y, luego, tiene que haber siempre trabajo detrás y gente buena que te quiera y admires.

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- ¿Por qué El beso de la mujer araña?

-La historia nace en plena pandemia. Con un amigo mío, José Miguel Onaíndia, que fue director del Instituto Nacional de Cine de Argentina y del de Uruguay, que me dijo: “Por qué no vuelves al teatro?”. “Me gustaría hacer algo más allá de lo que hice…”, le contesté. Y él lo tenía claro. “Haz El beso de la mujer araña”. Pero yo todo eran dudas. “¿Podría hacer algo así?”. “¿Cómo conseguimos los derechos?”... Pero todo fue saliendo. José Miguel es el abogado del hermano del Manuel Puig, el autor, que es quien gestiona los derechos; Carlota Ferrer, la directora -que ya me dirigió en la otra obra de teatro- podía dirigir la función; y ella se ocupó de llamar a Eusebio y él estaba encantado de hacer la obra porque le gustó mucho trabajar conmigo.

- ¿Cómo? ¿Con Eusebio Poncela es la segunda vez que trabajas?

-¡Yo era su madre en Bernarda Alba! (risas) Yo hacía de doña Josefa (risas) Sí, sí. Algo incongruente pero que funcionó de maravilla… El caso es que a mí me parecía que era uno de esos proyectos que ves desde fuera y dices: “Qué complejidad”, pero…

- Los astros se alinean y… 

-Y todos habían dicho que sí y el único que ponía pegas era yo (risas). Quizás también porque la mayor locura de todo esto era para mí…

- Imagino que, como bailarín, que tenéis esa disciplina, tantos años de estudio, de entrenamiento… De repente, encontrarte subiéndote a las tablas de un teatro para hacer algo en lo que no has depositado ni la mitad de energías debe dar vértigo, ¿no?, incluso miedo…

-¿Sabes que pasa? Que yo esas cosas no me las planteo. Cuando me planteo hacer una cosa, me pongo manos a la obra y ya está.

- Como en la función, te lías la toalla a la cabeza, vamos.

-Totalmente. Y no me pongo a pensar en el miedo porque el miedo paraliza. Si quieres hacer algo, hazlo. Pero sí que es cierto que ahí me viene muy bien la disciplina del ballet. Que yo me río mucho porque en los ensayos de Esto no es la Casa… otros compañeros me decían: “Me encantaría afrontar el trabajo como lo haces tú, con esa disciplina…”. Y yo les contestaba: “Y ¿por qué no lo haces?” (risas).

- Porque los actores son más instintivos, orgánicos… Vosotros, los bailarines, ¿sois más germánicos, no? 

-Los actores se toman el trabajo de otra manera. Lo bueno es la combinación de ambos mundos. Eso te puede llevar a obtener mejores resultados. Para que te hagas una idea. Carlota, la directora, la primera vez que trabajamos juntos, me dijo: “Tienes que hacer lecturas de tu texto y, para vocalizar, hazlas con un corcho en la boca. Lee todos los días un poquito así”. Y, al cabo de un mes, estamos hablando y le digo: “Oye, Carlota, esto del corcho… ¿cuánto tiempo? porque yo, al cabo de los 40 minutos, me dan unas arcadas…” . Y ella se empieza a reir y me dice: “Pero animal, lo del corcho son, como mucho ¡5 minutos!” (risas) Cosas de bailarines…

- Acostumbrado a ponerte las puntas horas y horas…

-Pues eso. Con esta anécdota lo tienes todo explicado (risas).

- Por cierto, ¿Qué te ha supuesto cortar el pelo?

-(Risas) ¡Eso ha sido el shock más grande! Para mí, ¡mi melena era fundamental!

- Lo sé, lo sé.

-Es que el pelo no lo he llevado así en la vida. Bueno, imagino que cuando nací lo debía de llevar así de corto, pero ¿después? Nunca más. Pero el personaje lo requería y como te he dicho, si me meto en una cosa lo hago con todas las consecuencias. De hecho, en El beso… también es la primera vez que me desnudo integramente encima de un escenario y mira que me lo habían propuesto veces y siempre había dicho que no… Pero no por el hecho del desnudo en sí, sino porque no le encontraba un sentido. Aquí, en cambio, tiene absolutamente todo el sentido. Estamos en una cárcel, hay una intimidad, tiene que haber un enfado… Y no hubo ningún problema en hacerlo. Es que ni me lo planteé y me causó cero estrés… Ahora, con el pelo… (risas) Pero era lo mismo. Lo ví lógico. Pero es cierto que, durante un periodo de tiempo, yo me miraba al espejo y no me reconocía.Y también es verdad que ves las cosas desde otro punto de vista porque… ¡No eres la misma persona!

- El pelo crece aunque con la gira…

-Hasta el mes de julio de 2023 va a tener que estar sí… Pero no me desagrada.

- ¿Has descubierto un nuevo Igor entonces?

-Pero totalmente ¿eh? Y no es broma… Y para hacer el cambio, no te creas que fue con cualquiera. Me lo corté con el peluquero -y amigo- que me atiende desde hace muchísimos años en Bilbao. Siempre es él. Esté donde esté, yo voy a Bilbao a cortarme el pelo.

- ¿De verdad?

-Sí, sí, sí. A ver… si no me queda más remedio… Pero me han hecho de cada escabechina… Porque tengo además un par de remolinos que… Pero, vamos, para que te hagas una idea de lo que es para mí el pelo… No obstante, cuando me lo corté, primero lo hicimos de una manera y un poco menos de como lo llevo ahora y cuando terminó mi peluquero, me dijo: “Te queda muy bien. Yo pensaba que no te iba a quedar así”. Y fue entonces cuando me dijo: “Se puede cortar más. No tengas miedo”.

- Porque ni siquiera cuando ibas para futbolista te pidieron “este sacrificio”....

-(Risas) Ay, ojalá que me vaya tan bien como me fue con aquel cambio de guión, ¿no? Ni tan mal… Y eso que, como futbolista hubiera ganado mucho más dinero… No sé si el cambio fue positivo… (risas).

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- Revisitando el texto de El beso…, un clásico ya de 1976, te das cuenta de que aunque han cambiado muchísimas cosas desde entonces, otras parecen inamovibles. O es que quizas no hemos avanzado tanto. ¿Cuál ha sido tu motivación a la hora de hacer este papel? ¿Qué era lo que más te apetecía abordar?

-Tengo la suerte de que mi personaje es muy rico en el sentido de que mi personaje tiene una evolución a lo largo de la obra. Empieza como un hombre revolucionario que reivindica una serie de cosas y no cree en otras tantas y, al final de diálogo, del encierro, de lo que ocurre dentro de esa celda, se transforma.

- Tiene un proceso de humanización ¿no? Porque al principio parece que solo responde a consignas… 

-Y descubre que las cosas no son blancas ni negras, sino que hay muchos grises y eso mismo es lo que hace que esta obra esté siempre de actualidad. Porque estamos hablando de una obra sobre la tolerancia. Y en estos momentos, con todo lo que está pasando… En el Parlamento por ejemplo… Quizás habría que encerrarlos a todos en una celda un tiempo y ver qué es lo que ocurre… Porque de eso va El beso…. De dos personas con pensamientos muy diferentes, con ideales incluso enfrentados, que, al final, se acaban comprendiendo y se acaban respetando y hasta se acaban queriendo de alguna manera. Y sin dejar ninguno de los dos de ser quienes son. Ésa es la maravilla de la obra. Y por eso va a ser siempre vigente. Porque el ser humano es cíclico y la historia nos lo ha demostrado a lo largo de los siglos.

- Quizás porque creíamos que asistímos al fin de las ideologías o que la transexualidad o la homosexualidad estaban completamente aceptadas y ves la obra y te das cuenta de que no es verdad

-Tengo la suerte de que mi vida me ha proporcionado viajar mucho por todo el mundo. Gracias a esos viajes, me he dado cuenta de que las cosas no cambian tan fácilmente, sobre todo y desde el punto y hora de que, da igual la parte del mundo en la que estés para que, al final, te siga haciendo las mismas preguntas. Por ejemplo, la típica pregunta del mundo de la danza, de los bailarines, que si y tal y Pascual… Y dices: “¿Y esta pregunta?” Y te la acaban haciendo siempre. En cualquier conversación siempre sale el tema. Mira que España, por ejemplo, fue el primer país en dar un paso hacia adelante en el matrimonio homosexual pero, rascas un poco y, …

- Quizás es que respondemos a clichés, ¿no? 

-Sí. Siempre tendemos a ese tipo de cosas. Porque, en mi caso, hablando de saltos y de cambios. Mi gran salto fue cuando cambié el fútbol por la danza. Yo quería ser futbolista pero decidí ser bailarín. Pero es que yo eso lo veo totalmente natural. Para mí fue natural. Por fortuna me dieron una educación abierta en la cual yo jugaba con mi padre al fútbol con mi padre y a mi padre le encantaba el ballet también. ¿Donde estaba el problema?

- Gracias a Dios tenemos el arte para explicarnos las cosas. Los niños ya pueden ver Billy Elliot y saber que es posible ser bailarín y ser heterosexual como tú.

-El arte tiene esa ventaja. Te resuelve preguntas y te hace pensar y descubrir nuevas preguntas. Por eso, cuando lees un libro, o sales de una obra de teatro, no hay nadie que no salga planteándose cosas, no? Eso es maravilloso. Si sales de ver un partido de fútbol, tú no te haces ninguna pregunta. Las expresiones artísticas, todas te interpelan. Un cuadro blanco con un punto. También te genera una pregunta por muy estúpida que sea. Por eso es tan importante en arte en la educación. Por eso hay que decirles a los Gobiernos lo importante que es la cultura si lo quieren es gente que piense.

- Pero a lo mejor es que a los Gobiernos…

-No quieren que pensemos (risas). Por eso El beso… es de una vigencia total y absoluta.

- Por cierto, ¿La película? ¿Tuviste la tentación de verla o la has visto para tomar nota?

-Yo soy una persona de mucha curiosidad y de mucha búsqueda y de mucho estudio. Y como te puedes imaginar, la película la ví. Ya la había visto y tenía muy claro el recuerdo, esa imagen de William Hurt… Lo que no me había leído es la novela. Y me leí el libro -que dentro tiene películas maravillosas, que habría que hacer una con cada una de ellas- así como otras novelas de Manuel Puig que son, todas, super aconsejables de leer. Yo creo que este montaje está muy cerca de lo que a él le hubiera gustado ver, porque esas cosas las pienso.

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Igor Yebra cuando, en 2004, interpretó “Iván el Terrible” es Moscú

- ¿El qué? 

-Pues pienso en la reacción de la gente que no está. Me acuerdo por ejemplo del marido de mi madre durante más de 20 años que fue mi segundo padre y que era actor.

- ¡No me digas!

-Sí sí. Actor principalmente de doblaje… Y cómo le habría encantado a él verme haciendo esta obra. Él que me daba los pies cuando hice mi primera función… Esa que me recordaste cuando yo era pequeño.

- Habría sido un orgullo para él.

-El fue quien me regaló, cuando tenía 13 años, el Método Stanislavski que fue de lo primero que me cayó en las manos de este mundo… Y echas la mirada atrás y te das cuenta de que las cosas que pasan -y te pasan- no son tan descabelladas, que tienen lógica detrás de la ilógica.

- Y puedes ver la foto general…

-A eso me ha ayudado haber sido director. Como intérprete, tienes una visión concreta, individual, sin embargo, la visión general, la del sentido, la del punto al que va la historia y los personajes, la tiene el director.

- ¿Dónde estás más agusto?

-En los dos lados. Cada uno tiene un punto diferente. Aunque, a mí, como director, lo que me atrae es el poder de la generosidad. Es un trabajo mucho más generoso porque tu función y tu esfuerzo no se ve para que el aplauso y la medalla se la pongan otros. Pero estás ayudando a otros. A que la gente cumpla sus sueños. Y como yo he tenido la suerte de poder cumplir los míos, me encanta ayudar a los demás a que cumplan los suyos.

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Igor Yebra y Anne Igartiburu en una imagen de archivo de 2006.

 - Hablando del que no se te vea. Tú eres el ejemplo más claro de alguien que si quiere, no sale en la foto.

-(Risas) ¿Por?

- Porque pese a ser muy conocido, has sido capaz de separar perfectamente tu vida profesional de la privada y salvo el momento mainstream de tu boda con Anne Igartiburu, nunca más hemos sabido de tu vida… ¿Eso cómo se hace?

-Se consigue, pero cuesta. He llevado una carrera muy diferente de la que pudiera haber llevado otro quizás con lo mismo, pero se logra teniendo las cosas muy claras. Yo he tenido una educación basada en la austeridad… Y que es una cosa que he buscado. Que me gusta también la tranquilidad. Porque la tranquilidad te lleva a la soledad y la soledad te lleva a la pregunta, a conocer cosas y a conocerte a ti mismo.

- Pero ¿tú eres un hombre solitario? ¡No me pega nada!

-No, no.. pero es que la gente tiene una concepción errónea sobre lo que es la soledad. La soledad y, otra palabra que me encanta, el romanticismo. Cuando uno habla de romanticismo la gente se va al sentido ñoño de la palabra. Y no es así. Yo recomendaría a la gente a que echara un ojo al diccionario y viera que es un pensamiento humanista maravilloso.

- Y también un poquito trágico.

-Si sí. Pero no cursi ni ñoño.

- De hecho, el romanticismo es trágico y lúgubre, Igor.

-(Risas) También. Y al igual que la soledad tiene su punto duro, pero no hay que tenerlo miedo. Pero bueno, son opciones de vida. En mi caso, yo he tenido que decir “no” a muchas entrevistas o a cosas que, bueno, en las que, simplemente, no quería figurar de una manera en la que a mí no me apetecía.

- Una vida pública también apoya la profesional. Que se te conozca, puede llevar a que te surjan nuevas oportunidades. Pero da la sensación que tú también renunciaste a eso.

-Es que ni me lo he planteado. No me he hecho siquiera ese tipo de planteamientos. Sé lo que dices y lo encuentro lógico, pero… Yo tengo una niña ahora de 6 años y veo a otros padres que ponen fotos de sus hijos en Instagram y yo pienso en que mi hija cuando sea mayor, que haga lo que quiera y que decida, pero ¿ahora? O tu pareja. ¿Por qué tu pareja tiene que estar expuesta porque tú seas conocido? Tú no eres quién para tomar esas decisiones por ellos.

- No sabía que tuvieras una hija pequeña…

-Ya.

- Me sorprende porque eres un hombre que sale en los periódicos, que no está en un sitio inhóspito ni despoblado… 

-Ya. Pero mi niña tendrá que tomar la decisión ella, de si quiere aparecer, de si quiere que sepan de ella… Yo no la puedo meter bajo una presión que ella no ha pedido. Pero ni a ella ni a todo el mundo que te rodea. Tu familia, tu pareja… Hablando de ellos les metes una presión que no tienen por qué tener. A mí, en mi casa, me enseñaron a respetar ese tipo de cosas, y yo lo hago de manera natural. Me sale así.

- Y se te ha respetado...

-Yo creo que me lo gané, sí. Y me han preguntado ¿eh? Y me han hecho ofertas económicas para hablar de ciertos temas personales en momentos concretos, pero yo he dicho que no. Que podía haber dicho que sí, que es lo más fácil, sobre todo cuando hay dinero de por medio, pero sabes que una vez que abres la boca, ya está la veda abierta. Y hay que ser dueño de algo en esta vida. Al menos, de nuestros silencios.