Hace una década que Bill Gates dejó la presidencia de Microsoft. Su nombre, sin embargo, ha seguido apareciendo a la cabeza del ranking de los hombres más ricos del mundo. Hasta ahora. Ha decidido donar 20.000 millones de dólares a la fundación que copreside con su exmujer, Melinda. Se trata de la mayor acción filantrópica que se haya hecho jamás e, irremisiblemente, bajará varios escalones en las famosa lista de millonarios Forbes.
Lo hace para ayudar al planeta. Para frenar el avance de la malaria, la pobreza o la Covid y luchar contra las guerras o el VIH. Asuntos en los que, pese al divorcio y a sus diferencias, el exmatrimonio sigue teniendo “una misma visión”, aunque, en ocasiones, haya incendiado las redes.
“Mantengo una buena relación con mi exmujer, Melinda, a pesar de todos los errores que pude cometer”
—¿Está de acuerdo con el diagnóstico de Emmanuel Macron, quien habló del fin de la abundancia y el descuido?
—Sí. Chocan tres crisis: la del Covid, la guerra en Ucrania y la subida de los tipos de interés ligada a la vuelta de la inflación. Esto significa que la gente tiene menos recursos. No se puede apostar más por el déficit presupuestario para reactivar la economía. Nunca he visto una situación tan difícil. Recuerdo los años sesenta: teníamos la sensación de vivir una época loca, con el asesinato de John F. Kennedy y luego de su hermano, Robert, así como el de Martin Luther King, pero esto no es nada comparado con lo que estamos viviendo actualmente. Desde principios de la década de 2000, se ha avanzado mucho en temas de salud mundial y en la reducción de las brechas de pobreza. Hoy, en todos estos indicadores, tenemos la sensación de volver para atrás. Es asombroso. Fíjense en la mortalidad infantil: se ha reducido a la mitad, de 10 millones a 5 millones de niños hoy. Debería haberse divido aún por dos de aquí a 2030, según los objetivos de desarrollo sostenible fijados por las Naciones Unidas, pero no lo lograremos hasta el 2040. La pandemia nos ha hecho perder diez años.
—¿Hemos aprendido las lecciones de la Covid?
—No. Abogo por la creación de una organización global de vigilancia contra pandemias, que, según mis cálculos, costaría mil millones de dólares al año, que no es muy elevado en comparación con el coste del Covid para la economía mundial. Al final de la Segunda Guerra Mundial, se crearon instituciones para reducir el riesgo de conflictos. Y, hasta la invasión de Ucrania, fueron eficaces. Lo mismo ocurre en el terreno de la salud pública. Esta institución podría existir bajo los auspicios de la Organización Mundial de la Salud. El debate surge, pero lleva su tiempo, demasiado para mi gusto, en parte por la situación en los Estados Unidos donde el CDC [centro para el control y la prevención enfermedades], creado para afrontar desafíos como este, no estuvo a la altura. Cuando el CDC termine con su autocrítica y establezca una nueva hoja de ruta, podremos tener una discusión a nivel internacional. Es urgente.
—¿Cómo evalúa la lucha contra la viruela del mono?
—¡Gracias a Dios, los casos de infección empiezan a bajar! 40% menos desde el 10 de agosto. Y luego, la enfermedad no es mortal. Ya hay una vacuna y tratamientos, aunque no hay suficientes.
—El 19 de septiembre, en Nueva York, se reunió con jefes de Estado y de Gobierno con motivo de la Asamblea General de las Naciones Unidas. ¿Qué les dijo?
—Ese día fue el de la recaudación de fondos para el Fondo mundial de lucha contra el SIDA, la tuberculosis y la malaria. Esta operación tiene lugar cada tres años. La última vez, en 2019, en Lyon, las negociaciones desembocaron en un gran éxito: conseguimos recaudar 14 mil millones de dólares. Nuestro anfitrión, el presidente Macron, fue estupendo: es muy bueno para concentrarse en el objetivo, poniendo toda su energía en ello y se sabe los números de memoria. Nuestro objetivo para el 19 de septiembre, era poder conseguir 18 mil millones de dólares. La participación de la Fundación Bill y Melinda Gates era de 760 millones hace tres años; lo aumentaremos y esperamos que, a pesar de las “distracciones” provocadas por el incremento de los riesgos mundiales, los otros grandes donantes, con Estados Unidos y Francia a la cabeza, harán lo propio.
“No voy a sustituir a los políticos. Ese no es mi papel ni el de mi fundación. Soy un centrista que piensa que hace falta reformar el sistema y no reemplazarlo, aunque sea imperfecto”
—¿Qué le preocupa más?
—En este momento, es el declive en el frente del VIH, lo que representa una parte importante del presupuesto de nuestra Fundación y más de la mitad del Fondo Mundial. El número de muertes ha disminuido un 40% desde 2010, así como el número de infecciones [– 32%]. Pero deberíamos haberlo hecho mejor: nos habíamos fijado el objetivo de cero muertes para 2030. Al ritmo actual, las infecciones siguen siendo tres veces más altas de lo que esperábamos...
—¿Por qué se está enfocando en el VIH en particular?
—Porque es una enfermedad que, en última instancia, causará más muertes que el Covid. Aumenta las desigualdades e injusticias entre países pobres y países ricos. He visto personalmente sus estragos: mi único primo hermano murió de eso cuando yo tenía 30 años. Cinco años más tarde, aparecieron los antirretrovirales. Él habría podido vivir. Incluso sin esta experiencia personal, la fundación hubiera hecho de esta lucha una prioridad.
—¿Hay esperanza en este frente?
—Creo que el objetivo de una vacuna contra el VIH de aquí a diez años es alcanzable. Hasta ahora, las pruebas no han sido concluyentes. Pero los laboratorios trabajan en el desarrollo de medicinas de prevención, como el cabotégravir, que se administraría una vez al mes y ya no a diario como es el caso actualmente. La tecnología con ARN mensajero que se desarrolló para combatir el Covid también se puede aplicar al SIDA.
—En todo el mundo, la democracia está atacada. ¿Va usted a sustituir a los políticos?
—Este no es mi papel, ni el de la fundación. Pero me preocupa la democracia. En los Estados Unidos, asistimos a un cuestionamiento del sistema electoral y la polarización entre la derecha y la izquierda. En Gran Bretaña, vimos el Brexit. En Etiopía, es la guerra civil la que hace peligrar los progresos alcanzados. Soy un centrista que piensa que hace falta reformar el sistema y no reemplazarlo, aunque sea imperfecto. Trabajo con hombres políticos y lo hago con gusto, como con todos los que comparten mis objetivos.
—Dijo una vez que nunca se había cruzado con Donald Trump. ¿Conoce a Joe Biden?
—Sí, pasé bastante tiempo con él. La última vez fue en la conferencia climática en Escocia. Trabajo también mucho con su administración, sobre las cuestiones de salud pública. Nuestra colaboración se consolidó durante la pandemia. Tenemos, dentro de nuestros equipos, expertos en vacunas que figuran entre los mejores del mundo, y gastamos 2 mil millones dólares en la lucha contra las pandemias en general, principalmente para ayudar a los países pobres.
—¿Cree que se debe regular el derecho de expresión en las redes sociales?
—Diría que las propuestas concretas de regulación me han decepcionado. No tengo una solución milagrosa: es un asunto complicado de saber qué se debe permitir o prohibir. Durante la pandemia, lo que circulaba disuadió probablemente mucha gente a usar una mascarilla o ir a vacunarse. De manera inexplicable, me encontré acusado de cosas absurdas, por ejemplo, ¡de querer ganar dinero con las vacunas! Es horrible. Por cosas como estas, la tasa de vacunación no fue tan alta como debería haber sido. Numerosas vidas se perdieron.
—Elon Musk no comprará Twitter. ¿Es una buena noticia?
—Hace un excelente trabajo con Tesla. Está muy bien que pueda concentrar su esfuerzo y su energía en los coches eléctricos…
“Me asombra que nadie haya pensado nunca gastar su dinero en temas cruciales como el sida o la mortalidad infantil. Lo encuentro trágico”
—¿Fue un error prohibir a Trump en Twitter?
—Es complicado. Diría que, en general, las redes sociales deben tener reglas frente a aquellos que, de dondequiera que vengan, tratan de socavar la confianza de la población en la democracia o la integridad de un escrutinio electoral.
—El trece de julio anunció su intención de dar a su fundación veinte mil millones de dólares. Pronto dejará de figurar en la lista de los hombres más ricos del mundo…
—Es cierto que, si hago, y en tres ocasiones, una donación de 20 mil millones, ¡voy a bajar considerablemente en la clasificación! Toda mi fortuna recaerá al final en la fundación. Este es el trabajo de mi vida. Y es una suerte extraordinaria de poder intervenir en temas tan cruciales como el SIDA, la malaria, la desnutrición, la mortalidad infantil... Me asombra que nadie haya pensado nunca en gastar su dinero en estas áreas. Incluso lo encuentro trágico. En mi fundación, también está el dinero de mi amigo Warren Buffett, que acabo de felicitar por su 92 cumpleaños. Nos hemos creamos una función y hemos contratado un equipo de primera: ¡nos encanta!
—Se divorció el año pasado, pero su exesposa, Melinda, copreside la fundación con usted. ¿Cómo consiguen trabajar juntos?
—Incluso durante el período más difícil, nuestra implicación, afortunadamente, se mantuvo intacta. Compartimos la misma visión. Intercambiamos constantemente correos electrónicos relacionados con la fundación. Hace dos semanas, pasamos un día juntos durante una junta directiva con cinco nuevos miembros, durante la cual hablamos de la poliomielitis. Melinda es socia muy valiosa para asegurarme de que el dinero que he invertido se gaste de la manera más eficaz. Alabo su forma de trabajar conmigo, de ver lo que no veo... En mi vida profesional, tuve muchos éxitos. También tengo tres hijos maravillosos y una muy buena relación con Melinda, a pesar de todos los errores que pude cometer. Entonces, me considero muy afortunado de que ella haya elegido quedarse en la fundación.