Patricia Rato y Javier Moro han cumplido su sueño de casarse, después de un largo noviazgo, ante Dios y rodeados por todos sus hijos. Ha sido un día precioso, en el que todo ha salido según lo previsto: en el campo, al aire libre, con el telón de fondo de los campos que rodean “El Rosalejo”, la finca de Ciudad Real que pertenece a Javier, y con sus hijos y familiares más cercanos, testigos durante todos estos años de su historia de amor.
El miércoles 7 de septiembre, a las ocho y media de la tarde, los novios, acompañados solo por sus hijos y sus padrinos, se trasladaron a la iglesia del beato Juan de Ávila, un pequeño templo cercano a la finca, en el pueblo de Gamonoso, donde contrajeron matrimonio religioso, en la más estricta intimidad. Patricia llevaba un vestido de algodón blanco, de estilo mexicano, que perteneció a su madre y que ella ha conservado, sin volver a ponérselo, durante años. Esa noche se celebró una cena en familia que terminó con un romántico baile de los novios (según se aprecia en la imagen de estas páginas).
El miércoles 7 de septiembre, al atardecer, se dieron el ‘sí, quiero’ en una pequeña iglesia cercana a la finca y, al día siguiente, lo celebraron junto a sus invitados con una ceremonia de renovación de votos y acción de gracias
Al día siguiente, menos de veinticuatro horas después, ya con el resto de sus invitados, tuvo lugar la celebración, bajo un altar de flores y con pacas de paja cubiertas de tela blanca como asientos. Se celebró una Eucaristía en la que los novios renovaron sus votos, intercambiaron sus anillos y las arras, emocionados, agradecidos y felices.
Sonó música, la canción Perfect symphony, de Ed Sheeran y Andrea Bocelli, cuando hizo su entrada la radiante novia, vestida con un diseño largo, en color gris perla, con bordados blancos y un vaporoso fular a modo de capa. Patricia llevaba unos pendientes de su madre, fallecida hace siete años, y el pelo con un sencillo recogido. En el cuello, una pequeña cadena con una estrella de cristal y hojalata, que es su más preciado tesoro: su hijo, Juan, se la regaló, cuando tenía diez años, con todos sus ahorros, rogándole que la tuviera siempre cerca. El novio —siempre elegante— la esperaba ante el altar con su chaqué y chaleco de hilo y seda natural.
El ramo, hecho de hoja de magnolia, lo había cortado y confeccionado el mismo Javier el día antes. Y de él llevaba prendido Patricia un precioso crucifijo, regalo de su amiga Cristina Yanes. Al ser una boda tan íntima, resultó también muy emotiva. “Todos estamos muy felices”, nos dijo Patricia hace unos días, refiriéndose a quienes, a lo largo de todo este tiempo, han formado parte de su vida y los han acompañado en el largo camino hasta este día. Han pasado once años desde el día en que Patricia y Javier se conocieron, en el cumpleaños de un amigo común, y él, ya entonces, imaginó que algún día se casaría con la mujer que acababa de conocer.
Pero Patricia sufría todavía el duelo por su dolorosa ruptura y las heridas estaban aún muy recientes. Y tuvo que pasar el tiempo. Sus tres hijos, Alejandra, Isabella y Juan, se fueron convirtiendo en adultos viviendo con ella y, a día de hoy, ya están preparados para sus vidas como tales. Y, ahora, la boda, que se ha hecho esperar algún tiempo, ha llegado. Javier tiene también dos hijos de su primer matrimonio, Matías y Paloma, que, a su vez, son también mayores. Matías es empresario cinegético y Paloma, una gran experta en relaciones públicas y coordinación y organización de eventos, que trabaja y vive en Sevilla.
El padrino ha sido el tío de la novia Luis Alberto Salazar-Simpson (que lucía las dos cruces al Mérito Civil que posee y la banda y la medalla de gobernador de su etapa en Vizcaya) y la elegantísima madrina, la hermana mayor de Javier, Mercedes Moro Peralta. Entre sus principales testigos se encontraban los que firmaron “los dichos”, hace unos días, en la parroquia correspondiente: por parte de Patricia, una de sus mejores amigas, Cristina Yanes, y por parte del novio, Ángel García Loarte. El almuerzo se celebró en un encinar sobre un valle y las mesas llevaban el nombre de cada uno de los hijos de la pareja. También estaban adornadas con detalles que hacían referencia a los lugares y momentos de sus vidas junto a ellos, así como de sus propias vidas e infancia. Hubo música y baile durante todo el día, hasta la madrugada, y una enorme luna llena cubrió el valle.
La novia llevaba un vestido de Tot Hom color gris perla, bordados en blanco, fular vaporoso y las joyas de su madre
Al tratarse de una boda muy pequeña, Javier y Patricia han tenido el detalle de enviar un tarjetón haciendo partícipes a sus amigos de la noticia —los que no pudieron estar presentes ese día— con el siguiente texto: “Estamos muy felices de compartir con vosotros uno de los momentos más importantes de nuestras vidas: el jueves 8 de septiembre, junto a nuestros hijos y familia más cercana, ¡nos hemos casado! Esperamos con ilusión poder veros pronto para poder celebrar este momento tan feliz para nosotros. Vuestros amigos, que os quieren, Patricia y Javier”.
Comienza ahora una nueva etapa para los recién casados, que por primera vez vivirán juntos, en su nueva casa de las afueras de Madrid. Su ilusión ahora es vivir y disfrutar uno junto al otro de esta oportunidad que la vida les ha brindado para ser felices y caminar juntos en pos de un futuro de alegrías de familia, hijos, nietos y amigos, con las ganas de vivir y alegría que les caracteriza.