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Último adiós a Míjail Gorbachov: recordamos su historia de amor con Raisa, la mujer de su vida

Cuando su esposa falleció en 1999, el expresidente ruso quedó devastado: ‘Mi vida ha perdido su sentido principal’


31 de agosto de 2022 - 17:38 CEST

Con el fallecimiento de  Míjail Gorbachov  este martes, se cierra un importante capítulo en la Historia. El mundo despide al último presidente de la Unión Soviética, y Rusia a un líder que cambió el rumbo del país el pasado siglo XX. Pero el ‘hombre que surgió del frío’ nunca estuvo solo en su andadura. A lo largo de su recordado mandato al frente de la URSS, caminó junto a él la que fue su esposa durante más de cuatro décadas, Raisa.

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Raisa fue su gran amor, su más fiel confidente. Cuando murió, el 20 de septiembre de 1999, a causa de una leucemia, Gorbachov admitió sentir, por primera vez, lo que era la soledad. Su marcha fue uno de los golpes más duros a los que hubo de hacer frente. “Mi vida ha perdido su sentido principal”, confesaba en sus memorias.

Tras el político que fue recibido, con los brazos abiertos por todo el planeta, se hallaba un hombre profundamente enamorado de su mujer, a la que añoró hasta el final de sus días.

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Gorbachov fue un hombre profundamente enamorado de su mujer. Su fallecimiento supuso un duro golpe del que nunca se repuso. Siempre aseguró echarla de menos.

“Sólo soy una mujer rusa”

Lo suyo no fue, ni siquiera, un flechazo. La primera vez que los caminos de Míjail y Raisa se cruzaron fue en un baile en Moscú. Ella estudiaba Sociología-Filosofía y él, Derecho. Sus orígenes tampoco eran similares: ella era siberiana, hija de un ingeniero ferroviario; mientras que él hundía sus raíces en Privolnoie -cerca de la ciudad rusa de Stávropol-, y era hijo de un tractorista caucasiano -su madre que llevaba una vida tan normal “como la de cualquier otra campesina”-.

Como suele ocurrir en tantas ocasiones, al final, se enamoraron, y en 1954 decidieron pasar por el altar, formando “una pareja sencilla”, que formó una bonita familia -tuvieron una única hija, Irina-; y, como destacó ¡HOLA! en una de sus crónicas, con ganas de servir a su país.

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Raisa causó sensación en los países occidentales, poco acostumbrados a que Rusia tuviera una ‘Primera Dama’ tan visible. Su estilo fue siempre muy comentado, sobre todo, los abrigos de piel que solía llevar para protegerse del frío.

Tras dar el salto a la política, Gorbachov fue ascendiendo hasta que, en 1985, sucedió a Konstantin Cherneko como secretario general del Partido Comunista de la URSS. Tres años más tarde, en 1988, se convirtió en presidente del Sóviet Supremo y Jefe del Estado, iniciando una nueva -e histórica- etapa para Rusia, que comenzó, de su mano, a abrirse poco a poco a Occidente después de años de Guerra Fría.

A su lado, recorriendo el planeta -con históricas visitas a Estados Unidos y Reino Unido- se encontraba siempre Raisa, su pilar y apoyo. Una mujer cultísima, amante de la música, la poesía, el ballet, el arte -en su visita a España quedó ensimismada con el Museo del Prado: ‘Me llevaría a Rusia Las Majas de Goya’- y políglota -hablaba varios idiomas, del alemán al inglés e incluso se atrevió a tomar clases de español-.

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Si Gorbachov se tornó en un líder indiscutible y respetado, Raisa en la Primera Dama de un país poco acostumbrado a este tipo de puestos.

Aunque atraía los focos allá donde iba, ella siempre prefirió mantenerse en un segundo plano, haciendo gala de una discreción sin igual. La gente se preguntaba quién era de verdad Raisa, a lo que ella contestaba, con naturalidad: “Soy sólo una mujer rusa”. “Un eslabón más, solamente eso, en el esfuerzo y trabajo de mi país”, llegó a decir en una de las poquísimas entrevistas que concedió a lo largo de su vida.

Un ‘Rioja’, por favor: las anécdotas de su visita a España

En 1990 Gorbachov aterriza en nuestro país. El presidente de la Unión Soviética llega a España en una visita de Estado en la que es recibido, con todos los honores, por los Reyes don Juan Carlos y doña Sofía. De hecho, Gorbachov y Raisa hasta se convierten en sus huéspedes, alojándose en El Pardo.

El calor humano, la simpatía y la cordialidad de la Primera Dama le granjearon la simpatía de los españoles y del pueblo madrileño. En una tasca de la Plaza Mayor, pidió, como una clienta más, un ‘Rioja’ que disfrutó junto a la mujer del ministro Fernández Ordoñez.

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“Caminamos toda nuestra vida de la mano”

El 1991 fue un año clave para Gorbachov. Aunque había sido el artífice de una Rusia abierta al mundo -logró lo ‘impensable’ al firmar en 1987 un tratado sobre armas nucleares con Ronald Reagan-, y el contacto con países europeos para unificar Alemania -el Muro de Berlín cayó en 1987-, la URSS representaba un antiguo orden -más de setenta años de historia- que parecía abocado a su fin.

En marzo de aquel año se había celebrado un referéndum donde la mayoría de ciudadanos soviéticos expresaron su deseo de mantener unida la URSS, pero lo cierto es que cada vez se veía más claro que las repúblicas bálticas iban a ser independientes.

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El 25 de diciembre, Gorbachov dejaba su cargo y así se lo hacía saber a sus compatriotas en un mensaje televisado. Borís Yeltsin fue su sucesor en el cargo.

Ocho años más tarde, Raísa falleció de una leucemia, dejando al que fuera presidente de Rusia, desolado. Nunca ocultó el duro golpe que había supuesto para él una vida sin ella: “¿Qué hay más profundo que amar a una mujer y sentirse amado? Amar hasta la muerte. Dios mío, eso es algo que merece la pena vivir”, aseguró en una de sus últimas entrevistas.