“Nos conocimos, hace exactamente dos años, en este mismo lugar; nos habían presentado anteriormente y nos encontramos en Comillas. No nos hemos separado desde entonces”, nos cuenta emocionada Laura Corsini del momento en que su camino se cruzó con el de Javier Ibáñez. También en Comillas se comprometieron, el pasado 11 de octubre.
“Estábamos en su casa viendo un atardecer, de repente, empecé a hablar de lo feliz que era en ese preciso momento y él, de pronto, me preguntó: “¿Pero tan feliz como para casarte conmigo?”, y sacó un anillo que llevaba en el bolsillo todo el fin de semana hasta dar con el momento perfecto. Me pilló por sorpresa completamente, fue un momento muy feliz, no paré de llorar”.
No había otro lugar posible, por lo tanto, para poner el broche de oro a su historia de amor. El 30 de julio, la pareja se casó, en una romántica ceremonia, en la localidad cántabra, su rincón favorito del mundo, donde ambos han pasado los veranos más inolvidables y ha sido testigo de los momentos claves de su relación. La diseñadora y fundadora de la firma de moda Bimani, perteneciente a una de las sagas empresariales más destacadas de nuestro país, cumplió su sueño haciendo un sentido homenaje a las mujeres de su vida con tres vestidos muy diferentes, aunque todos con un mensaje especial. El más significativo, el que llevó al altar.
Se esperaba que Laura sorprendiera con su look nupcial, pero superó todas las expectativas con una pieza de gran valor emocional, el vestido con el que su abuela materna, Carmina, se casó, en 1958. Fue el secreto mejor guardado hasta que la novia llegó a la iglesia de San Adrián, en Ruiseñada, donde tuvo lugar la ceremonia, en un descapotable. “Mi madre encontró este vestido días antes de anunciar que nos casábamos, estaba en una caja, en un trastero, envolviendo un jarrón de mis abuelos. Mi abuela Carmina era muy especial para mí, ella siempre fue una inspiración para todos los que la conocimos, tenía una elegancia que llamaba la atención. Cuando me lo probé, supe que quería casarme con él, nada me hacía más ilusión y para mí es el vestido más especial del mundo”, nos cuenta.
Para el “sí, quiero”, la novia lució el traje con el que su abuela materna se casó, en 1958: “Mi madre lo encontró envolviendo un jarrón antiguo. Cuando me lo probé, supe que quería casarme con él, nada me hacía más ilusión”
Como joyas, Laura llevaba unos pendientes y un broche de su abuela paterna y sus dos anillos de pedida, una esmeralda rodeada de brillantes, diseñada por Javier y su madre, y el solitario con el que el novio le pidió matrimonio, de Del Páramo. Peinada por Gema Ledesma con una sencilla coleta pulida y con un maquillaje muy suave, obra de José Belmonte para Nars, consiguió el look natural que deseaba. El toque final lo daban los zapatos, unos originales stilettos diseñados por ella, en tono marrón, y el ramo nupcial, una sorpresa que su suegro, el reconocido paisajista Jesús Ibáñez, le preparó esa misma mañana con helechos del campo y ramas de eucalipto (y que luego ella, durante la celebración, entregaría a su cuñada Eva, la hermana de Javier).
Después de meses de preparativos, nervios y cada detalle organizado con la ayuda de A-Tipica, la novia, que es prima de Belén Corsini, condesa de Osorno, entró al templo, una joya del siglo XV, del brazo de su padre y padrino, Jacobo Corsini, y rodeada por sus sobrinos, los nueve pajes y damitas que formaban su cortejo nupcial, vestidos por Teresa y Leticia. Sonó entonces el Halleluyah tocado al piano por su hermano Nicolás y cantado por un solista. Minutos antes, había llegado el novio, vestido con un chaqué de la sastrería artesanal Serna, junto a su madre y madrina, Marisa Fuertes, al son de la canción Somebody to Love, de Freddie Mercury.
Más de trescientos invitados los acompañaron. Familiares y amigos que compartieron los momentos más emotivos, sin olvidar los más divertidos, de un día que fue también todo un reto para Laura, quien, al frente de su firma —ahora cumple una década y se ha convertido en la favorita de aristócratas, celebrities e influencers —, vistió a muchas de las invitadas. “Ha sido la mayor locura que hayamos hecho jamás en Bimani, hemos diseñado más de setenta prendas para mis amigas y familiares, adaptándonos a sus gustos, cuerpos y tratando de llevar a cabo las ideas que tenían”.
“El segundo vestido es un homenaje a la artesanía española. Llevaba entolada una mantilla antigua de mi familia intercalando las más de doce capas de tul”
Al ritmo de Oh Happy Day , de Aretha Franklin, interpretada por el coro Tomás Luis de Victoria, los recién casados salieron de la iglesia para dirigirse a la finca particular donde tuvo lugar la celebración, en la localidad de Roiz, cerca de Comillas. Allí disfrutaron del menú elaborado por Deluz, de Santander, que consistió en salpicón de bogavantes, vol-au-vent de taquitos de ternera con verduritas y trío de postres: hojaldre de Torrelavega, tartaleta de crema de limones y tarta de chocolate crujiente con helado de fresa. De la decoración floral se encargó Marengo, aunque Jesús, el padre de Javier, también diseñó diferentes decoraciones vegetales alrededor de la finca, donde la fiesta, de lo más animada, con música en directo del grupo del novio y un DJ, se alargó hasta la madrugada. Laura lució otros dos vestidos, uno que ponía en valor la artesanía española y el tercero, un diseño cien por cien Bimani que lanzarán en su primera colección de novia.
—¿Cómo definirías tu boda, Laura, cómo ha sido?
—Muy emotiva, familiar, divertida. Me he sentido muy yo, he sido muy feliz!
—¿Con qué momentos te quedas?
—Con el momento que entré en la iglesia, del brazo de mi padre, con mi hermano Nicolás tocando el piano. Ver a todas mis amigas y familiares vestidas de Bimani y encontrarme con Javier y su sonrisa. El momento más bonito de mi vida.
“Javier y yo nos conocimos en Comillas y aquí me pidió matrimonio, el pasado 11 de octubre. Siempre que podemos, nos escapamos, es nuestro lugar favorito”
—¿Qué ha sido lo más emotivo?
—Bailar con mi padre mientras Javier cantaba nuestra canción favorita.
—¿Has llorado mucho?
—He estado permanentemente emocionada.
—¿Qué nos puedes decir de tus tres vestidos?
—Cuando me probé el vestido de mi abuela, supe que quería casarme con él, nada me hacía más ilusión y para mí es el vestido más especial del mundo. No hemos modificado el diseño, me encajaba a la perfección; simplemente, repasamos las costuras y reforzamos el cuerpo. Se invirtieron más de cien horas de trabajo para dejarlo perfecto. El segundo es una auténtica obra de arte, está confeccionado en tul francés de seda natural. El vestido llevaba entolada una mantilla antigua de mi familia, intercalada en las más de doce capas de tul. El tercer vestido estaba pensado para el baile. Confeccionado en un tejido de paillettes y con un amplio lazo de organza natural. Nada habría sido posible sin Fátima González y su equipo, que confeccionaron los tres vestidos. Han dedicado todo el mimo del mundo para hacer tres obras de arte.