Una escalera traidora acabó con la vida de Ivana Trump a los setenta y tres años. Su futuro se perdió de golpe y la noticia de su muerte, por inesperada, cayó como un jarro de agua fría entre sus seres queridos. ¿Cómo es posible que la mujer que planeaba un viaje inmediato a St. Tropez dejara de respirar? El destino, a veces, juega malas pasadas y ‘La Parca’ aparece cuando uno menos la espera y de las maneras más sorprendentes posibles. Se ensaña con quienes quisieron retarla a través de papeles inmortales en el cine. Tal es el caso de Christopher Reeve, el Superman que todo lo podía, y que terminó tetrapléjico tras una caída de caballo. O la abrupta muerte en accidente de tráfico de Paul Walker , el “rey” de Fast & Furious. “Si algún día la velocidad me mata, no lloren por mí: me habré ido sonriendo”, dijo en una ocasión. Proféticas palabras.
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No todos tienen esa intuición sobre cómo será su muerte, porque esta raya lo extraordinario. Si no que se lo digan a la Familia Real helena. El 25 de octubre de 1920 fallecía, a los veintisiete años, Alejandro I, Rey de los griegos. La causa de su muerte no pudo ser más absurda. El Soberano paseaba con su pastor alemán por las fincas del Palacio Totoi cuando un mono rabioso atacó a la mascota del Rey. Este trató de apartar al simio de su perro, pero en el tira y afloja recibió un mordisco de la fiera, que le causó sepsis y, pocos días después, la muerte. El primate salvaje fue ajusticiado de un tiro, pero esto no devolvió la vida del Monarca.
Alejandro I de Grecia falleció tras ser mordido por un mono, Isadora Duncan asfixiada por su chalina, William Holden de una mala caída en su casa...la fatalidad llega también a familias como los Kennedy o los Grimaldi que parecen tocados por la tragedia
No menos insólito fue el motivo de la muerte de la gran Isadora Duncan (1877-1927), considerada por muchos la creadora de la danza moderna. A los cincuenta años, la polémica diva (siempre vivió exactamente como le dio la gana) falleció cuando su larga chalina se enganchó a la llanta del auto en el que viajaba. El obituario de The New York Times lo explicó de la siguiente manera: “El automóvil iba a toda velocidad cuando la estola de fuerte seda que ceñía su cuello empezó a enrollarse alrededor de la rueda, arrastrando a la señora Duncan con una fuerza terrible, lo que provocó que saliese despedida por un costado del vehículo y se precipitase sobre la calzada de adoquines. Así fue arrastrada varias decenas de metros antes de que el conductor, alertado por los gritos, consiguiese detener el automóvil. Se obtuvo auxilio médico, pero se constató que Isadora Duncan ya había fallecido por estrangulamiento y que sucedió de forma casi instantánea”. La escritora Gertrude Stein (famosa, amén de por el autorretrato que de ella hizo Picasso, por su pluma afilada y mordaz) comentó al respecto: “La afectación puede ser peligrosa”.
Otras trampas mortales
Al igual que Ivana Trump, el inolvidable William Holden (protagonizó Picnic, El crepúsculo de los dioses o Sabrina, entre otras películas míticas) falleció de una fatal caída en su lujoso departamento de Santa Mónica, en noviembre de 1981. Según reveló la prensa de la época, después de un sinnúmero de fantasiosas teorías, como que el actor había sido devorado por una anaconda, William Holden, de sesenta y tres años, había bebido más de la cuenta, había tropezado y se había golpeado en la cabeza con una mesa de mármol. No fue consciente de la gravedad de su herida, se quedó dormido y terminó trágicamente desangrado. Su cadáver fue hallado una semana después de su muerte, lo que nos habla también del aislamiento (a pesar de tantas décadas con los reflectores sobre él) en el que vivía.
En 1954, el actor había protagonizado junto a la bellísima Grace Kelly La angustia de vivir, película por la que la futura princesa de Mónaco logró un Oscar. La fatalidad quiso que la princesa Gracia falleciera en terribles circunstancias un año después de Holden. Su muerte provocó un desbordamiento de ríos de tinta analizando hasta la más mínima circunstancia de sus últimas horas de vida. El mortal accidente ocurrió el 13 de septiembre de 1982, en el camino que une Roc Agel con Mónaco. La princesa iba al volante del Rover P6 B 3500 S —aunque en aquel entonces se especuló con que fuera Estefanía de Mónaco, de diecisiete años, quien manejaba—, cuando en una curva el auto se salió de la carretera y se precipitó por una escarpada ladera. Aunque la rescataron con vida, murió en el hospital al día siguiente sin haber recuperado la conciencia. Tenía cincuenta y dos años y dejó al príncipe Rainiero roto de dolor. Muchos recordaron que ella había protagonizado, precisamente en esa carretera, una de las escenas más famosas de su carrera, junto a Cary Grant, en Atrapa un ladrón.
Dinastías tocadas por la desgracia
Nueve años después de aquella tragedia, los Grimaldi de nuevo se pusieron de luto por uno de esos accidentes insólitos que nunca tuvo que haber sucedido. El marido de Carolina de Mónaco, Stéfano Casiraghi, era un experto lobo de mar. Tenía treinta años y toda la vida por delante, junto a su esposa y sus tres hijos (Andrea, Pierre y Carlota). Sin embargo, el 3 de octubre de 1990 participó en el Mundial de Off-Shore, a bordo de su embarcación Pinot di Pinot. Fue una ola traicionera, brutal, inmisericorde la que provocó un vuelco violento de la nave. Stéfano no sobrevivió al accidente y Carolina le guardó luto por más de un lustro.
Los Borbones tampoco han estado exentos de extraños accidentes, que parecen una maldición del destino (entre los que se puede mencionar la misteriosa muerte, acaecida en 1956, de don Alfonso de Borbón, hermano de don Juan Carlos). En enero de 1989, otro Alfonso de Borbón (en este caso, Alfonso de Borbón y Dampierre, casado de 1972 a 1982 con Carmen Martínez Bordíu) falleció en un accidente de esquí en Beaver Creek (Colorado): un cable de acero demasiado bajo en plena pista de descenso le segó el cuello. Lo que para algunos fue, sin duda, un accidente, otros lo vieron como un posible y misterioso homicidio. Sea lo que fuere, lo cierto es que esta fue la gota que colmó el vaso del dolor de una familia a la que el destino no dio tregua. Cinco años antes de su muerte, el duque había sufrido un accidente de coche que acabó con la vida de su primogénito, Francisco de Borbón y Martínez Bordíu. Para alejar de tanto dolor a su hijo menor, Luis Alfonso de Borbón, este se fue en agosto de ese mismo año a pasar unas vacaciones con su madre y el esposo de esta, el anticuario Jean Marie Rossie, a Bahamas. La hélice del barco acabó con la vida de la mayor de las hijas de Rossi, Mathilda, a los trece años. Luis Alfonso, convaleciente aún del accidente automovilístico que había tenido junto a su padre y hermano, presenció el terrible accidente.
En la misma línea de fatalidad y desgracia, los Kennedy. La muerte John John Kennedy , a los treinta y ocho años, junto a su esposa, la bella Carolyn Bessette, de treinta y tres, tras el derrumbe de la avioneta que pilotaba el propio Kennedy, tiñó de luto, una vez más, a la “familia real” estadounidense. Apenas hacía tres años que se habían casado y el cuento de hadas no había hecho sino comenzar.