Cuenta Verónica Mengod que todo el mundo se sorprende cuando menciona que tiene seis nietos. A sus cincuenta y cinco años, la actriz presume de ser abuela y, además, una abuela todoterreno. “Si me dicen que me tire de bomba a la piscina, lo hago”, cuenta entre risas y con su naturalidad aplastante. Positiva, muy segura de sí misma y con la espontaneidad que la llevó a convertirse en uno de los rostros más populares de la televisión en los 80 y los 90, Verónica tiene, además de sus nietos, otra pasión, la pintura. Descubrió esta nueva vocación durante el confinamiento y ahora la tiene completamente fascinada: tras haber participado con su obra abstracta en dos exposiciones, está organizando otra para el próximo otoño.
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Casada con el empresario Carlos Ortiz-Echagüe, con el que acaba de celebrar treinta y cinco años de matrimonio, tiene dos hijos, Alejandro y Claudia, a los que, en 2006, se sumó Alejandra Ortiz-Echagüe, nacida de una relación que Carlos tuvo antes de conocer a Verónica y que está casada con el cantante Daniel Diges. Junto a su marido y rodeada de sus hijos, yernos y nuera y sus seis nietos: Galileo y Eliot, de trece y seis años, fruto del matrimonio de Alejandra y Daniel; Sergio, de cinco años; Mario, de año y medio, y Guille, de siete meses, hijos de Alejandro y su mujer, Sara Álvarez, y Olivia, de ocho meses, nacida del matrimonio de su hija, Claudia, con Jaime Carrera Zavala, la presentadora nos recibe en su casa de las afueras de Madrid, donde protagoniza un posado excepcional con su “tribu”.
“Mis nietos son mi vitamina, siempre les estoy diciendo que me den besos y abrazos. Y, efectivamente, es como si me metieran un ‘chute’ de algo, porque yo me noto más joven que nunca”
—Verónica, ¿tu familia es tu mayor éxito?
—Es mi mayor orgullo y, como yo digo, mi gran empresa, desde luego.
—Hoy en día, sorprende conocer a una abuela joven.
—Sí, yo lo tengo asumido, soy abuela, pero la gente se sigue sorprendiendo. Mis nietos son mi vitamina, siempre les estoy diciendo que me den besos y abrazos. Y, efectivamente, es como si te metieran un chute de algo, porque yo me noto más joven que nunca.
—¿Y cómo es Verónica como abuela?
—No soy la típica señora que no se mete en la piscina con sus nietos porque ha ido a la peluquería. Es verdad que, tal vez por mi edad, puedo jugar con ellos, me tiro por el suelo, estoy todo el día despeinada… Creo que hay una gran diferencia entre hacer familia y no hacerla. Por ejemplo, jamás les he dicho que se vayan a ver la tele o jueguen con el móvil para que no molesten. Ese no es el camino. Cuando viene mi familia no hay móviles, ese rato es para disfrutar de ellos. Yo me implico, meriendo con ellos, al igual que hacía con mis hijos, porque la merienda me parece un momento maravilloso del día. Así que, una vez a la semana, vienen a merendar leche condensada, crepes, chocolate...
“Nuestros nietos llaman ‘abu’ a Carlos. Cuando nacieron Galileo y Eliot (los hijos de Alejandra y Daniel Diges), me llamaban Vero y pensé que todos mis nietos me llamaran así”
—Eres de las que consienten más a sus nietos que a sus hijos, ¿no?
—¡Bueno! Cómo será que mi frase ahora es: “No pasa nada”. Rompen algo, me miran y les digo: “No pasa nada”. Sí, les consiento mucho más (ríe). Es muy curioso lo que nos ha pasado a Carlos y a mí, porque, como no paramos de hacer planes, al principio les dijimos a nuestros hijos que no pensaran que nos iban a endosar a los niños... Ahora es todo lo contrario, les digo que se vengan a dormir o me voy yo, por ejemplo, a casa de mi nuera para cuidar de sus tres hijos y que ella pueda irse a hacer deporte.
—Ahora están todos en Madrid, ¿verdad? Porque tu hija estuvo viviendo en Londres una temporada.
—Sí, estuvo dos años allí trabajando, pero, desde que se casó, vive en Madrid. Su marido es el único que nos ha fallado hoy —refiriéndose al día del posado—, porque está hasta arriba de trabajo. La hija de Carlos, Alejandra, y Dani sí que vivieron en México un año y medio, porque Dani estaba haciendo Los miserables.
“No es por nada, pero mi marido está guapísimo, cada año que pasa, más. Es un hombre que se cuida. A mí la pasión me viene por la admiración”, asegura la actriz, que ha celebrado su treinta y cinco aniversario de boda
—Has dicho “la hija de Carlos”, pero cuando Alejandra llegó a vuestras vidas, hace ya unos años, tú la acogiste como una hija más.
—Hace años, leí un libro del Dalai Lama en el que dice que la mente del ser humano es como una rueda que tiende a coger pensamientos negativos y tú los tienes que ir sacando y llenarla solo de los positivos. Es un ejercicio que yo he hecho durante muchos años y, al final, te sale solo. Cuando apareció Alejandra, llevaba ya mucho tiempo haciendo ese trabajo, así que no vi nada negativo. Además, una de las prioridades en mi vida siempre ha sido la familia, creo en ella al cien por cien. Las demás cosas de la vida pasan, pero la familia está ahí. La familia te aporta, y si la cuidas y haces de ella un núcleo lleno de buena energía, es una gozada. Por ejemplo, la famosa relación suegra-nuera o yerno... Al final, es hacer que cuando vienen a tu casa se sientan muy a gusto y no se quieran ir, que no les estés reclamando nada o quejándote. No, hacer familia implica mucha entrega para recibir después muchísimo. Si lo que haces es juzgar, va a ser horrible. Lo que no me gusta, lo olvido.
—A Galileo y Eliot, los hijos de Alejandra y Daniel, siempre los has considerado tus nietos también. ¿Te llaman abuela?
—Todos mis nietos llaman “abu” a Carlos y a mí, Vero. Cuando nació Galileo, y después Eliot, que tenían sus dos abuelas, pensé: “¿Entonces yo qué soy, ‘abuelastra’?”. No, yo soy Vero. ¿Y por qué unos me iban a llamar “abu” y otros no?, así que todos mis nietos me llaman Vero. Galileo, además, es mi ahijado y también me llama madrina.
“Cuando apareció Alejandra (la hija de Carlos de una relación anterior a Verónica), yo llevaba mucho tiempo haciendo el trabajo de alejar los pensamientos negativos de mi mente. Así que no vi nada malo”
—Ninguno de tus hijos ha seguido tus pasos artísticos y, sin embargo, Galileo, con el que no tienes lazos de sangre, ya se ha subido al escenario con su padre, Daniel.
—En verdad, Claudia hizo sus pinitos, pero la vena empresarial salió por encima de todo. Dani no tiene lazos de sangre conmigo, pero, físicamente, hasta podría pasar por familia mía; es algo muy curioso, tenemos muchas cosas en común, y Galileo, sí, tiene ese talento. Desde pequeñito nos ponía a hacer teatro y a grabarnos con el móvil. Él hace las tomas y las va uniendo. Yo le digo que es más director de cine o de teatro, porque se le da fenomenal. Es muy listo, no sé qué será, pero creo que podrá ser lo que quiera.
—¿No echas de menos la interpretación?
—Justo hace unos días estuve rodando con Javier Elorrieta para su nueva película, Delfines de plata, que trata sobre un tema de terrorismo.
—¿Has vuelto a la escena entonces?
—Nunca te vas, pero no tengo la energía que tenía cuando empecé. He estado treinta años trabajando sin parar y, de repente, ya no ves un hueco para ti en la televisión que se hace ahora. Creo que no encajo, porque siempre he tenido la suerte de trabajar en proyectos en los que he creído. No voy a hacer cualquier cosa en la que no creo por dinero, no lo he hecho nunca, en ese sentido, no soy ambiciosa. La tele me ha ido abandonando a mí como yo a ella, y esa energía que he perdido la he recuperado con la pintura, que estoy apasionada.
—Desde luego, hasta el punto de que ya has mostrado tu obra en dos exposiciones, la última, en el Museo del Ferrocarril.
—Sí, además lo vendí todo. Ahora estoy haciendo encargos, pero también trabajando en nuevos cuadros porque estoy organizando otra exposición para otoño con artistas muy buenos, en el palacio de Fernán Núñez. Estoy emocionada con ese proyecto, la verdad.
“Del mundo del espectáculo, la verdad es que nunca te vas. Hace unos días, estuve rodando para la nueva película de Javier Elorrieta, ‘Delfines de plata’”
—Tu gran proyecto, tu matrimonio con Carlos, ya dura treinta y cinco años...
—¡Mira! Con eso sí que flipo, porque no entiendo cómo ha pasado así el tiempo. No me da pena, pero no sé cómo pararlo. Es verdad que disfruto de todo, desde que me levanto llevo ya puesta una pila. Me levanto dando gracias y con una energía de querer comerme el mundo... No me gusta la monotonía y a lo mejor, por esa intensidad con la que vivo mi vida, va a toda velocidad. Pienso que si me aburriera pasaría más lento, pero no, ¡treinta y cinco años llevo casada!
—¿Cuál es el secreto para mantener una unión tan sólida después de tantos años?
—Hemos tenido la suerte de encontrarnos dos personas muy diferentes, porque yo soy artista y Carlos es empresario; yo estoy en mi mundo y él tiene los pies en la tierra… Pero, a la vez, tenemos muchas cosas y valores en común: creemos en la familia, nos encanta viajar, jugamos juntos al golf. Tenemos sintonía. Él sabe solo con mirarme lo que yo quiero y yo a él. Él está pendiente de mí y yo de él y eso es muy importante, porque los egoísmos quedan un poco aparte.
—¿Nunca discutís ni os enfadáis?
—Cuando nos enfadamos, que son veces contadas, pero muy recordadas, yo era de las que estaba tres días sin hablar y con mi marido he aprendido el perdón, que es muy importante. Yo era un poco orgullosa, pero ahí hay un proceso, en el que uno enseña al otro, y, en ese sentido, yo he cambiado.
—Después de tantos años juntos, en algunas parejas la pasión pasa a un segundo plano. ¿Eso tampoco os pasa a vosotros?
—Claro que hay épocas en las que pasa, pero es muy importante cuidarse. Mi marido, no es por nada, pero está guapísimo, cada año que pasa, más; es un hombre que se cuida. Luego, a mí la pasión me viene por la admiración. Te voy a poner un ejemplo: cuando empezó el confinamiento, la primera semana yo no me reconocía, me hundí al pensar que mis hijos y mis nietos no podían venir a vernos y me desgarré un poco. Pero lo vi a él luchando por la empresa, muy positivo, movilizando a todos los empleados vía Zoom, y, claro, mi admiración hacia Carlos me hizo volver a tener mi energía.