Desde hace tres décadas, Ana Obregón ha sido la encargada de dar el pistoletazo de salida al verano. Los hoyuelos que se le forman al sonreír, su cintura imposible, sus piernas de gimnasta, su escote espléndido y su melena ondulada han dado la bienvenida al sol, al mar, a la época más luminosa y alegre del año.
Todo empezó en 1992, el año en el que nació Aless, y fue por un trato amable con los cientos de fotógrafos que la esperaban en la pequeña playa que hay bajo su casa de Mallorca. Era tanta su popularidad entonces, por su mediática historia de amor con el conde Lequio y la llegada al mundo de su hijo, que le parecía imposible poder disfrutar de un verano más o menos tranquilo junto a su bebé sin la presencia permanente de las cámaras.
Ana hizo entonces una promesa a los periodistas: “Si vosotros os comprometéis a dejarnos tranquilos el resto de las vacaciones, yo os hago un posado espectacular mañana mismo”. Y dicho y hecho. Al día siguiente, bajó Ana Obregón a la playa en bikini, espléndida, con su bebé de dos meses entre los brazos, y dejó a España entera boquiabierta.
“Ahora este posado tiene otro sentido para mí, porque los beneficios irán destinados a su fundación. En realidad, todo lo que hago en mi vida lo hago por mi hijo”
Desde entonces, solo hay otra tradición comparable al mítico posado veraniego de Ana Obregón y es la de las campanadas de fin de año .
Esta mujer es única. Marca los tiempos en el calendario.
Sin embargo, han pasado ya tres años desde la última vez en la que posó en traje de baño, sonriente, ante nuestras cámaras. Fue en julio de 2019, al volver de los Estados Unidos , donde había batallado junto a su hijo, Aless, contra el cáncer que él padecía, y todo parecía ir bien. La enfermedad había remitido, la esperanza era grande. El verano resultó inolvidable y la propia Ana reconocía que “nunca había valorado tanto las cosas que antes eran normales”.
“En esta casa hay mucha paz y unas vistas preciosas. Pero claro, sin mi hijo y sin mi madre, pues estoy muy triste. Las personas a las que más quiero en mi vida me faltan”
Desgraciadamente la enfermedad regresó y, el 13 de mayo de 2020, Aless nos dejó para siempre, pero, eso sí, con una impresionante lección de vida, de valor y de entereza.
Este 25 de junio habría cumplido treinta años. Habría soplado las velas de su tarta de chocolate con forma de erizo, su favorita desde niño, y habría disfrutado junto a su madre, sus abuelos y sus primos de unos merecidos días de vacaciones en Mallorca. “Lo que me mata de pena es que yo era tan feliz… y no lo sabía”.
Ana hace de tripas corazón. Elige el blanco y el negro para fotografiarse en este reportaje tan especial, solidario, cuyos beneficios irán íntegramente destinados a la Fundación Aless Lequio. Su objetivo es lo único que anima a esta madre nostálgica, que tiene el corazón roto, a levantarse cada mañana: la ilusión de hacer, en nombre de su hijo, todo el bien posible.
“Estoy cuidando de mi padre, que el pobre ahora está muy malito. Ha estado ingresado tres semanas en un hospital de Palma. Le cuesta mucho hablar, me da mucha ternura porque lo único que dice, haciendo un gran esfuerzo es: ‘¿Y mamá?”
—Has vuelto a Mallorca, Ana, la casa de tu familia, junto a tu padre, que está muy delicado de salud. ¿Cómo estás pasando estos primeros días del verano?
—Esto ya no son veranos. Desde que mi hijo no está, parece que vivo, pero no vivo. Es que la pérdida de un hijo es tremenda, no tiene nada que ver con la de un padre o un novio, es algo que no es natural y no se supera. Lo que hago ahora es pasar el verano. En esta casa, construida sobre el mar, hay mucha paz y unas vistas preciosas. Pero claro, sin mi hijo y sin mi madre, pues estoy muy triste. Las personas a las que más quiero en mi vida me faltan. Estoy cuidando de mi padre, que el pobre ahora está muy malito. Ha estado ingresado tres semanas en un hospital de Palma. A pesar de lo delicado que está, es impresionante la fortaleza que tiene.
—Pero ¿ya está en casa?
—Sí, por suerte ya le han dado el alta. Mi padre ha sido un auténtico ejemplo para todos. Lo único que ha hecho durante toda su vida, aparte de cuidarnos, ha sido trabajar. Ahora le cuesta mucho hablar, me da mucha ternura porque lo único que dice, haciendo un gran esfuerzo es: ‘¿Y mamá?’.
“El 25 de junio, Aless habría cumplido treinta años. Mi dolor no es el mío, sino el suyo, por no estar aquí, con lo que se lo hubiera merecido”
—Para Aless, tu padre era muy importante, ¿verdad?
—Para Aless, su modelo de vida era su abuelo. Decía que el día de mañana le gustaría ser emprendedor, empresario, trabajador, como su abuelo… y lo fue, ¿verdad? Siendo tan joven había fundado con mucho éxito su propia empresa de marketing. Tenía un gran futuro por delante. Empezó en el garaje de casa y, a los siete meses, ya estaba en su oficina de trescientos metros cuadrados, con treinta chicos de su edad trabajando con él. Y mi padre era su ejemplo. Tanto lo era que la foto del fondo de pantalla de su móvil era la foto de mi padre en su despacho. Bueno, en realidad lo sigue siendo, porque el móvil lo conservo exactamente como él lo tenía, igual que muchas de sus cosas: su cuarto, con las mismas sábanas en las que durmió la última vez… Es que no he sido capaz de cambiar nada, no he tenido fuerzas, no puedo.
—Sabes que la tradición en España es que el verano comienza con el posado de Ana Obregón en Mallorca. La última vez que te vimos aquí, feliz, fue hace tres años, cuando las noticias sobre la salud de Aless eran esperanzadoras.
—Ahora, este posado tiene otro sentido para mí. Un sentido solidario, porque sus beneficios irán destinados a la fundación de Aless. En realidad, todo lo que hago en mi vida lo hago por mi hijo. Ahora mismo, nada me hace feliz. Tengo un tope de felicidad. Ahora mismo, lo único que me hace feliz es la fundación de mi hijo y el libro.
—El libro que él estaba escribiendo y tú vas a publicar añadiendo a sus palabras tus reflexiones y vuestras vivencias.
—Lo único que voy a hacer este verano es trabajar: escribir escribir y escribir. Ahora más que nunca, respeto muchísimo a los escritores, porque me doy cuenta de que para escribir se necesita estar inspirado, tranquilo, solo. Desde Mallorca escribo muy bien porque estoy viendo el mar, las gaviotas, los naranjos… y hasta ahora no había sido capaz, no tenía fuerzas, porque para mí es como abrir el alma en canal.
“Cuando me dicen que mi niño está en mi corazón, digo que se equivocan: mi corazón se fue con el suyo. No está aquí”
—¿Lo llevas avanzado?
—Desde que estoy en Mallorca ya voy por el capítulo tres, pero es difícil porque acabo exhausta de corazón. Es una aventura de emociones: una historia de amor entre una madre y un hijo, bonita y cruel. El libro que él empezó a escribir y que va dentro del mío se titula: El chico de las musarañas.
—¿Y eso?
—Porque Aless decía que siempre estaba pensando en las musarañas… Era muy culto, muy filósofo. Y en parte eso fue gracias a su padre, que le obligaba a leer desde muy pequeño. Ha leído de todo, desde los grandes filósofos a los clásicos… Su biblioteca parecía la de un señor mayor, no la de un chico joven.
—El veinticinco de junio era su cumpleaños.
—Habría cumplido treinta años. Mi dolor no es el mío, sino el suyo por no estar aquí, con lo que se lo hubiera merecido.
“Yo sé que es difícil para todo el mundo estar a mi lado, porque no se sabe qué hacer. No te pueden decir: ‘Sé fuerte’. La fuerza sirve para levantar pesas, sí, pero para un duelo no sirve”
—Me he fijado en que, en todas las fotos que publicaste por su cumpleaños en tus redes sociales, también estaba Alessandro.
—Así es, por supuesto. Lo que es increíble de todo esto es que la persona que más me ayuda, más está ahí y más me comprende es Alessandro. Lo de mi niño nos ha unido mucho más que cuando éramos pareja. El cariño y el amor que nos tenemos en este momento es ilimitado. Ahora me doy cuenta de cómo es la vida y cómo relativizas cuando te ocurre una tragedia de verdad. Cuando me separé de Alessandro, yo pensé que me moría y que aquello era lo peor que me podía pasar en la vida. Fíjate qué tonta, qué ilusa. Lo pasé muy mal, adelgacé seis kilos, fue horrible para mí: destrozar una familia, con el ejemplo que tengo de mis padres, que llegaron a celebrar sesenta y ocho años de casados… Así lo sentía. Pues lo veo ahora y me parece que eso no es nada, que eso son cosquillas.
—Aless también quería muchísimo a su hermana, la hija de Alessandro y María, ¿verdad?
—Aless adoraba a su hermana, era absoluta pasión. Me recuerda un poquito a Aless de pequeño. También es rubia, con los rizos… La he visto pocas veces, pero el otro día vino Alessandro a firmar unas cosas de la fundación (yo soy la presidenta y él, el vicepresidente) y la trajo con él. Llevaba sin verla dos años y de repente se soltó de su mano y vino corriendo por el pasillo para darme un abrazo. Fue impresionante. Me emocioné muchísimo.
—¿Cómo conseguisteis Alessandro y tú que vuestro hijo fuera tan buen estudiante y tan responsable?
—Aless lo primero que dijo no fue ni papá ni mamá, fue: ‘Yo solito’. Luego dijo ‘papá’, que me enfadé un montón…, pero es que eran uña y carne y los mejores amigos. Yo he perdido también a mi mejor amigo, el hombre de la casa, mi protector. Teníamos una complicidad increíble y con su padre también. Aless tenía una mezcla de Alessandro y mía: el sentido del humor que tenemos los dos y esa ternura. Era un loquito genial, lleno de bondad.
“¡Cómo voy a enamorarme si tengo el corazón mutilado! No sé ni dónde está. Ni lo busco, ni lo quiero, ni me lo puedo permitir”
—¿Dónde te sientes más cerca de él, en Madrid o en Mallorca?
—Cuando fue su cumpleaños, viajé de Mallorca a Madrid porque quería visitarle en el cementerio. Voy todos los días, absolutamente todos, nieve, llueva o haga calor. Yo sé que él no está ahí. Ahí solo está el cuerpo. Pero siento que de alguna manera estoy con él. Además, tengo a mi madre muy cerca.
—En Mallorca, en verano, cuando recibes la visita de tus mejores amigos, tal vez el dolor remite un poco. ¿Hay algo que pueda hacerte feliz?
—El duelo es un camino solitario, pero es también como un colador de personas. Descubres que hay miembros de tu familia o amigos íntimos con los que prefieres tomar distancias. Y es que acompañar en un duelo es muy difícil. No te pueden decir: «Sé fuerte». La fuerza sirve para levantar pesas, sí, pero para un duelo no sirve. Yo sé que es difícil para todo el mundo estar a mi lado, porque no se sabe qué hacer. El duelo hay que pasarlo y llorar; hay que hacerlo.
“Cuando me separé de Alessandro, yo pensé que me moría y que aquello era lo peor que me podía pasar en la vida. Fíjate qué tonta, qué ilusa”
—¿Y en algún momento termina el duelo?
—El duelo no se termina, lo que hay es una transformación. La de Ana Obregón ha sido una transformación bonita hacia algo interior y espiritual. He descubierto muchas cosas interiores mías. Aprender a valorar el verbo amar, a ser generoso, a vivir los momentos, el amor, la generosidad, el tiempo que dedicas a las personas que quieres, eso es lo que me llena en estos momentos.
—Con tu amigo Ra, a veces te vemos más animada.
—Ra es ese amigo que desde hace veintidós años ha estado en todo lo bueno y todo lo divertido. Qué felices hemos sido cuando yo no lo sabía. Eso es lo que me mata: lo feliz que he sido y no lo sabía.
—Estás muy guapa, Ana, muy atractiva.
—Pues ni voy al gimnasio, ni hago dieta, ni nada.
—¿No te gustaría volver a enamorarte?
—¡Pero si tengo el corazón mutilado! No sé ni dónde está. Ni lo busco, ni lo quiero, ni me lo puedo permitir. Cuando me dicen que mi niño está en mi corazón, digo que se equivocan: mi corazón se fue con el suyo. No está aquí.