Las biografías del marqués de Cubas y del marqués de Griñón permiten hacer también una radiografía de una España que ya no existe. Hijos de grandes de España, lo más top de la aristocracia, sus vidas transcurren paralelas al devenir de este país durante el último siglo. Hasta los años 70, en plena Transición democrática, eran conocidos como Carlos y Fernando Montellano. El título nobiliario familiar como sustitutivo del apellido paterno, era habitual entre los de su clase. Amigos de infancia de don Juan Carlos, le demostraron fidelidad hasta el momento de su muerte, ambos en 2020, con apenas siete meses de diferencia.
Protagonistas de la crónica social por sus sonados matrimonios y rupturas con algunas de las mujeres más conocidas de este país, su exquisita educación, sus modales y la impresionante y magnífica agenda social que manejaban los convirtieron en personajes excepcionales dentro del universo de la crónica social. Pero en Los Falcó, los últimos aristócratas (La Esfera de los libros), de Romualdo Izquierdo, hay mucho más.
Fernando, el ‘marqués playboy’
El marqués de Cubas se había ganado a pulso su fama de mujeriego. Su sobrenombre de ‘marqués playboy’ ya había dado la vuelta al mundo desde el momento en el que se convirtió en acompañante de la princesa Soraya, exemperatriz de Irán, a quien el Sha acababa de repudiar supuestamente por ser estéril. Exiliada en Europa, Soraya visitaba con frecuencia Madrid, salía a cenar con Fernando Falcó y las expectativas de una boda entre ellos, que nunca se celebraría, animaba las redacciones de los medios de comunicación de la época.
Quienes no estaban tan encantados con tanta atención mediática eran sus padres, los duques de Montellano. Manuel Falcó y Escandón y Hilda Fernández de Córdoba, hija de los duques de Arión, disfrutaban por derecho propio de la grandeza de España, la máxima distinción nobiliaria, y “salir en los papeles”, tal y como se referían al hecho de ver publicado el nombre de su hijo en los periódicos, no era propio de los de su clase.
“Para que los guateques fueran de categoría no podía faltar ninguno de ellos”
Por entonces, la vida de su hermano Carlos, dos años mayor que él y con el título de marqués de Griñón, era mucho más tranquila y discreta. Es cierto que no se perdían ninguna de las fiestas que organizaba la alta sociedad de los años 60. “Para que los guateques fueran de categoría no podía faltar ninguno de ellos”, recuerda una de sus amigas de la época que, por supuesto, tampoco faltaba a ninguna de estas fiestas en residencias privadas, vestidos todos de etiqueta y con música en vivo interpretada por las orquestas del momento.
Su amistad con el Rey don Juan Carlos
Fernando Falcó fue uno de los niños elegidos entre las grandes familias para ser compañero de pupitre de don Juan Carlos cuando el entonces príncipe apenas había cumplido los 10 años. Se conocían de antes, de los veranos de Estoril, cuando sus padres, los duques de Montellano, visitaban a Don Juan en su exilio portugués , pero el tiempo que compartieron en el internado de Las Jarillas, en la carretera de Colmenar (Madrid), afianzaría esta relación. Como niños que eran, además de jugar al fútbol, también llegaron a las manos e incluso hasta los puños. Pero todo aquello forjó una amistad y una fidelidad hacia el monarca que ambos hermanos mantuvieron hasta el final de sus vidas.
Carlos, el marqués agricultor
Carlos Falcó tenía otros intereses diferentes a los de su hermano. Se había formado como ingeniero agrónomo en Lovaina (Bruselas) y sus vivencias en el extranjero le habían convertido ya en un ‘rara avis’ en su entorno social.
A mediados de los años 70, el marqués de Griñón da muestras de su espíritu empresarial innovador que le acompañará hasta los últimos momentos de su vida. Había conocido a su primera mujer, Jeannine Girod, en un guateque a principios de los 60, a los pocos años de regresar a España tras finalizar sus estudios en Bélgica. Hija de un joyero de origen suizo, Jeannine tampoco respondía al prototipo de la mujer española de esos años. Con ella, el marqués de Griñón tuvo a sus dos hijos mayores -Manuel y Xandra-, pero, tras unos años de matrimonio, solicitaron la nulidad matrimonial -en la España de los 70 aún no estaba legalizado el divorcio-, y Carlos Falcó se quedó con la custodia de los menores.
En 1977, los hijos de Carlos repetían: “Al Senado por la agricultura, al Senado por la agricultura...”. Su padre concurría a las primeras elecciones democráticas tras la dictadura, y se presentaba a la cámara alta por la provincia de Cáceres. Aunque no consiguió el escaño, no se arredró en lograr sus próximos objetivos, cultivar sus tierras, pelear contra el monopolio de Tabacalera en la producción de tabaco en España y plantar y regar sus viñas -algo prohibido en nuestro país- con los métodos que había aprendido en California.
Isabel Preysler y Marta Chávarri, dos de las mujeres de su vida
En la década de los 80, también la de la llamada beautiful people, fueron muy llamativas las grandes historias de amor de políticos y empresarios con las mujeres más llamativas del momento. Los hermanos Falcó no fueron una excepción.
El 2 de junio de 1982, Fernando Falcó dejaba de ser el soltero de oro, y daba el ‘sí, quiero’ a Marta Chávarri, hija del embajador Tomás Chávarri y Matilde Figueroa, con quien tendría su único hijo, Álvaro Falcó.
Carlos, por su parte, también volvió a encontrar el amor en aquella década, al lado de una de las caras más conocidas de la crónica social de nuestro país, Isabel Preysler, que se había separado del cantante Julio Iglesias. El 23 de marzo de 1980, en la capilla de la ermita de Malpica de Tajo, Toledo, se casaron, y el 20 de noviembre de 1981 daban la bienvenida a su hija Tamara, a la que Carlos Falcó adoraba.
Esther Doña, el último gran amor de Carlos Falcó
Isabel Preysler y Marta Chávarri fueron cuñadas durante un año y medio, aproximadamente.
Isabel y Carlos firmaron el divorcio en 1985; y Fernando Falcó se divorció Marta Chávarri cuando su infidelidad con Alberto Cortina, casado entonces con Alicia Koplowitz, se hizo pública de la manera más estruendosa posible, con la publicación de fotos incluidas.
A pesar de lo sucedido, los hermanos jamás hablaron mal de su exmujeres y reharían nuevamente su vida sentimental. Griñón con Fátima de la Cierva, madre de Duarte y Aldara, sus hijos menores, y Cubas con Esther Koplowitz, de quien también terminaría divorciándose. En cuanto conoció a Esther Doña , unos cuarenta años más joven que él, el marqués de Griñón no dudó en oficializar su ruptura con su tercera mujer para poder pasar por el altar con ella. Junto a Esther, vivió sus últimos años hasta que murió por covid en marzo de 2020, en pleno confinamiento.
Dos Goyas y el roblo del siglo
Una de las principales exclusivas de la novela que permite estructurar el relato es que Carlos y Fernando Falcó se criaron entre ‘Goyas’. La historia de los cuadros del maestro aragonés que su familia tenía colgados en el palacio de los Montellano en la Castellana permite vislumbrar también cuál ha sido la historia de este país en el último siglo. De la aristocracia de la sangre a la del dinero. A mediados de los años 60, en pleno desarrollismo económico y con el precio del metro cuadrado disparado en el centro de Madrid, los duques de Montellano venden el palacio situado en el número 33 de la Castellana y con él la mayoría de las obras de arte que atesoraba. Entre ellos, El columpio y La caída del burro, dos de los cuadros que la duquesa de Osuna encargó en 1783 a Goya para decorar su palacio de El Capricho, en los alrededores de Madrid.
Los abuelos de Carlos y Fernando los compraron en una histórica almoneda en 1886, cuando los Osuna se vieron obligados a vender y subastar todas sus pertenencias. A finales de los años 60 del siglo pasado, los dos cuadros son adquiridos por Alberto Alcocer y su entonces esposa Esther Koplowitz, y son dos de las principales obras de arte que le roban a la empresaria en 2001, en uno de los atracos más surrealistas y hasta hollywoodienses que se recuerdan.
Como se descubriría más tarde, el que fue, para muchos, el ‘robo del siglo’ se saldó con la detención de Luis Miguel del Mazo López, el vigilante que había facilitado la entrada al piso de Esther a los ladrones, Ángel Suárez, alias Casper, y Juan Manuel Candela Sapiella, alias el Napo.
Los cuadros fueron descubiertos, tiempo más tarde, en varios pisos de Madrid y en un domicilio de Gerona.