Fiona Thyssen-Bornemisza fue una de las mujeres más fotografiadas y famosas de mediados del siglo XX. Los ricos y poderosos la deseaban y sus esposas la admiraban o envidiaban. Los diseñadores se peleaban por vestirla, los fotógrafos soñaban con retratarla y las directoras de las revistas de moda se rendían a sus pies. En pocas semanas, Fiona, bautizada en su día como ‘la modelo más bella del mundo’, cumplirá noventa años. No tiene previsto hacer una gran fiesta. Lo celebrará con sus amigos y familiares íntimos en su casa, en Rougemont, un pueblo suizo a pocos kilómetros de Gstaad, el patio de juegos de la jet set internacional durante los meses de invierno.
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A la baronesa no le gusta que se diga que vive retirada. Es abuela a tiempo completo y, según ella, eso la excluye de ser una “reclusa”. Sigue administrando las propiedades familiares y está volcada en pasar tiempo con sus hijos y nietos. En el verano de 2020, por ejemplo, volvió a la escena pública para asistir a la boda de su nieta, la archiduquesa Eleonore de Habsburgo, en Mónaco. A comienzos de abril de este año pasó unos días con su hija, la coleccionista de arte y mecenas Francesca Thyssen, en Córdoba. Allí coincidió con Borja Thyssen, hijo de Carmen Cervera y hermanastro de Francesca.
Hans Heinrich Thyssen-Bornemisza se casó cinco veces. Fiona fue su tercera esposa y la madre de dos de sus cuatro hijos: Francesca y Lorne (Carmen Thyssen fue la quinta y última mujer del industrial y coleccionista). Fiona estuvo casada con el barón durante menos de una década, entre 1956 y 1965. Han pasado ya 57 años. Pero ella sigue siendo baronesa. Suele decir que el título no la define y que todavía se siente como la niña escocesa que nació hace casi noventa años.
De top model a baronesa
Fiona nació en el verano de 1932 en el seno de una distinguida familia de la aristocracia escocesa, uno de los clanes más antiguos y poderosos de las Highlands. Su padre, Keith McNeil Campbell-Walter, era un capitán de la Marina Real británica que en los años 50 del siglo pasado llegó a ser edecán y ayudante de campo de los reyes Jorge VI e Isabel II de Inglaterra. Su madre, Frances Campbell, era hija del político conservador y barón Sir Edward Campbell. A ella le debe haberse convertido en modelo, una profesión que la lanzaría a la fama… y a los brazos de Heini Thyssen .
Dio sus primeros pasos en la moda tras la Segunda Guerra Mundial. El conflicto bélico cambió radicalmente el papel de las mujeres. Muchas habían trabajado en el frente como enfermeras, soldados y marineros. A comienzos de los años 50, se consideraba algo normal que una joven de la alta sociedad buscara trabajo. La madre de la baronesa vio en un periódico un anuncio de una escuela para señoritas que enseñaba buenos modales. La directora de esa institución fue quien le dijo a Lady Campbell que su hija podía ganarse la vida como modelo. Y así fue.
El fotógrafo Cecil Beaton, conocido por sus gustos esnobs y clasistas, quedó fascinado con aquella joven aristócrata escocesa, emparentada con los duques de Argyll . Rápidamente, Fiona se convirtió en una de sus modelos preferidas. Solo hacía posados fotográficos, jamás desfilaba sobre pasarela. La prensa la bautizó como ‘la modelo más bella del mundo’. Horst P. Horst, John Deakin, o Henry Clarke solían retratarla para Vogue con las creaciones de Balenciaga, Hubert de Givenchy o Christian Dior.
Robin de La Lanne-Mirrlees, ahijado del duque de Argyll y uno de los solteros de oro de la aristocracia británica, quedó prendado de ella. Robin desempeñaría un papel importante en el desarrollo del personaje de James Bond. Un aristócrata escocés muy conocido por cortejar a mujeres hermosas, trabajó codo con codo con Ian Fleming en la creación del espía más famoso del mundo.
En 1955, Fiona conoció al barón Thyssen en St. Moritz. Él todavía estaba casado con su segunda esposa, Nina Dyer, pero eso no impidió que surgiera el amor. Poco después, Heini le propuso matrimonio. Tuvieron que esperar más de un año para poder hacerlo. Al día siguiente de que él firmara los papeles del divorcio, se dieron el ‘sí, quiero’ en Villa Favorita, el palacio de Thyssen en Lugano.
Una mujer con pantalones
Tras la boda, en 1956, la nueva baronesa Thyssen dejó su carrera como modelo. Estaba en la cima de su profesión, pero nunca se arrepintió. Los comienzos de su vida en Villa Favorita no fueron fáciles. Tuvo que aprender alemán e italiano para dirigir al ejército de mayordomos y empleadas que trabajaban para su marido. Allí tenía una vida social muy limitada, centrada en entretener a los amigos de negocios de Heini. El barón pasaba largas horas en su despacho gestionando su imperio industrial y su colección de arte. Ella se ocupaba de dirigir la propiedad y los jardines, y de criar a sus dos hijos: Francesca y Lorne.
En esos años de posguerra, el barón viajaba por el mundo para reconstruir los negocios de su familia. Fiona tenía que ir con él. Echaba de menos a sus hijos, pero sabía que acompañar a su marido era parte del trato. “Me casé contigo para que seas mi esposa, no para que cuides de los niños”, le decía él. Nueve años después de la boda, en 1965, se separaron. Con la ayuda de Diana Vreeland, la todopoderosa directora de Vogue, Fiona no tardó en volver a ser la modelo más deseada, la it girl del momento.
A mediados de la década de 1960, las mujeres todavía no podían entrar en los elegantes restaurantes de Nueva York en pantalones. Vreeland, decidida a apoyar a Nina Ricci, Ted Lapidus y otros modistos de París que estaban diseñando trajes de pantalón, encargó a Fiona una misión: obligar a los sitios de moda a modificar su política de admisión. Durante una semana, la editora y la baronesa recorrieron todos los restaurantes de Manhattan vestidas con pantalones. Así acabaron con la implacable regla de vestimenta.
Fiona protagonizó un mediático romance con Alexander Onassis, hijo del legendario armador griego, a comienzos de los 70. Ella tenía casi 40 años, y él era dieciséis años menor. Aristóteles Onassis se oponía a la relación, que terminó en tragedia cuando su heredero murió en un accidente aéreo, a comienzos de 1973. En febrero de ese año, ¡HOLA! publicó que Alexander podría haber dejado a la baronesa Thyssen una herencia de tres mil millones de pesetas de la época. También corrió el rumor de una boda secreta poco antes de la tragedia.
Cuando le preguntan por la jet set, ella suele responder: “¿Qué jet set? Casi todos mis amigos de la jet set han muerto”. La tercera baronesa Thyssen, que está a punto de cumplir noventa años, es la superviviente de una época que ya no existe, el último exponente de una especie en extinción.