Alejandra Martos es la hija más desconocida y discreta de Raphael y Natalia Figueroa. Nació y se crio en una de las familias más famosas de España, pero siempre ha preferido mantener una distancia de seguridad con los focos. Su padre es una leyenda de la música; su madre es una prestigiosa periodista; su hermano mayor, Jacobo, es director y productor de cine, y su otro hermano, Manuel, es productor de música. Ella, en cambio, lleva casi veinte años trabajando como restauradora de pintura en el Museo Thyssen-Bornemisza.
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Cuando era niña, Alejandra soñó con ser bailarina. Pero pronto se dio cuenta de que la danza clásica no era para ella y se dedicó al cuidado de las obras de arte y a formar su propia familia. Estuvo casada durante casi dos décadas con el ejecutivo Álvaro de Arenzana, con quien tiene dos hijos: Manuela, de dieciocho años, y Carlos, de quince. A su boda asistieron desde Rocío Jurado hasta Alaska, pasando por Lina Morgan y el expresidente Aznar. En septiembre de 2020, se separó.
“Yo me encuentro muy bien. Tranquila y trabajando mucho. Pero no voy a hablar de mi divorcio o de mis hermanos”, nos aclara antes de comenzar la entrevista. La prudencia y la discreción son ley para ella. En esta ocasión hace una excepción y se sincera sobre su vida y posa por primera vez con su hija mayor, Manuela, como modelo para De Chávarri, la firma de bolsos y accesorios creada por las hermanas Curra y Cristina Chávarri.
—Alejandra, ¿alguna vez la fama fue un peso para ti?
—No, la fama nunca me pesó porque es lo que siempre he conocido. En mi casa, mis padres eran famosos y era lo normal. Evidentemente, en un punto de mi vida tomé conciencia de quién era mi padre y quién era mi madre.
—¿Cuándo descubriste quiénes eran ellos?
—No te lo sabría decir, pero supongo que cuando tomas conciencia de la vida en general. No recuerdo qué sentía de niña cuando veía a mi padre en la tele o llenando teatros. Pero, en algún momento, me di cuenta de que todo eso era gracias a su talento y desarrollé un orgullo muy fuerte hacia él. Mi casa es normal y tuvimos una educación normal. Fue todo muy low profile.
—¿El apellido Martos te ha ayudado?
—Me ha ayudado porque he conocido a mucha gente interesante. Siempre ha habido en el colegio y los trabajos gente que ha dicho a mis espaldas: ‘Claro, como es la hija de…’. Pero nunca he sentido que mi apellido me haya perjudicado.
“No creo en la amistad entre padres e hijos porque los niños ya tienen sus propios amigos. Pero tengo una relación excelente con mis dos hijos, Manuela y Carlos”
—De toda esa gente interesante que ha pasado por tu casa, ¿a quién recuerdas especialmente?
—Una hija de Malcolm X cantó en el coro de mi padre. A día de hoy, es gran amiga nuestra y la llamamos tía. Se llama Attallah Shabazz. Cuando cantaba con mi padre, nunca dijo nada sobre quién era. Nos lo contó cuando terminó la gira y se marchó.
—Tuviste una infancia muy internacional, entre México y Miami. ¿Te costó adaptarte a esa vida?
—Era una niña muy fácil, muy abierta, me acoplaba a cualquier sitio, hacía amigos enseguida. Nos fuimos de España en mil novecientos ochenta y seis y parecíamos la familia de Paco Martínez Soria (risas). Fuera todo era nuevo y moderno. Me considero una privilegiada por haber tenido esas experiencias.
—Tus padres eran muy estrictos.
—Eran muy protectores, pero también eran estrictos. No nos mimaban mucho.
—¿Y cómo eres tú como madre?
—Cuando mis hijos eran pequeños, era protectora. Pero siempre he querido que aprendan equivocándose. He intentado darles seguridad, pero nunca les he impedido hacer nada. Y ahora son mayores y tenemos una relación muy buena. No somos amigos, porque no creo en la amistad entre padres e hijos y ellos ya tienen sus propios amigos, pero tenemos una excelente relación. Seguramente, si les preguntas a ellos, te dirán que soy estricta (risas).
—¿Cuál ha sido el peor momento de tu vida?
—El trasplante de mi padre. Fue muy feo. Estaba muy mal y no sabíamos si iba a vivir o a morir.
“Mi hija Manuela estudia Psicología en la universidad, pero dibuja divinamente y tiene mucha sensibilidad para el arte”
—Toda tu familia está vinculada al mundo del espectáculo. ¿En algún momento pensaste en seguir esos pasos?
—Sí, quería ser bailarina. El ‘ballet’ clásico era mi pasión y lo sigue siendo. Pero, en algún momento, fui consciente de que no podía dedicarme profesionalmente a eso. Afortunadamente, no sentí frustración. Continué recibiendo clases, hasta que llegó la edad de la universidad. Entonces, apareció la restauración en mi vida.
—¿De quién heredaste la pasión por el arte?
—De nadie en particular. Pero en casa hay obras de arte y hay esa sensibilidad. Cuando viajábamos, íbamos a museos y galerías. Además, a mi padre le gusta pintar, aprendió de manera autodidacta, y siempre ha habido pinceles en casa. Ya de pequeña, me encantaba dibujar. Iba metido en la genética.
—¿Qué tiene tu hija, Manuela, de ti?
—Manuela se quiere comer el mundo. Eso me encanta. Es una niña con muchas ganas de conocer y probar cosas. Estudia Psicología en la universidad, pero dibuja divinamente y tiene mucha sensibilidad para el arte. No sé a quién se parece más, tiene un poco de los dos.
—Tú eras una niña muy obediente y estudiosa. ¿Cómo es ella?
—Manuela fue un poco más guerrera en su época de adolescencia. Fue una fase. Es una chica disciplinada en el cole y la universidad. Es muy ordenada en algunas cosas, y más caótica en otras. Es muy distinta a mí.
—¿Cómo es Raphael como abuelo?
—Cuando está en Madrid, mi padre es una persona muy de su casa, de estar con su gente. A él y a mi madre les encanta tenernos en su casa, les gusta tener a su tribu cerca. Afortunadamente, a nosotros nos gusta ir. Vamos casi todos los fines de semana.
—¿A tus hijos les gustan las canciones de tu padre?
—Mis hijos son muy fans de las canciones de Raphael. El pequeño, Carlos, tiene alma vieja y escucha clásicos que le encantan a mi padre, como Frank Sinatra y Johnny Cash. A Manuela le gusta más la música de ahora, pero le encanta ir a ver a su abuelo a un concierto y seguir sus giras.
“Ojalá conociera la fórmula del éxito del matrimonio de mis padres. Son dos personas que encajan y que han seguido encajando a lo largo de los años. Emociona verlos”, dice Alejandra
—¿Los Martos cantan en las reuniones familiares?
—¡No! La gente piensa que estamos todo el día cantando, pero no es así. Cuesta creerlo, pero somos mucho más normales (risas).
—¿Qué te gusta hacer con tu hija?
—Nos gusta ir a tiendas, salir a comer, visitar museos. A veces, sube al taller de restauración y le enseño en lo que estoy trabajando. Tenemos una relación muy bonita.
—Tus padres van a cumplir cincuenta años de casados. ¿Cuál crees que es el secreto de su matrimonio?
—¡Ni idea! Ojalá conociera su fórmula. La historia de mis padres es la historia de tantos matrimonios duraderos y maravillosos. Son dos personas que encajan y que han seguido encajando a lo largo de los años. Se quieren, se entienden, se respetan, van por el mismo camino, les preocupan las mismas cosas, comparten el mismo concepto de familia... Cuando mi padre se va de viaje, mi madre lo echa de menos. Eso emociona mucho.