Las imágenes que ¡HOLA! publica en exclusiva esta semana son la prueba (una más) de que Iñaki Urdangarin y Ainhoa Armentia no sólo no miran hacia atrás sino que van por libre, hacen su vida y están en un mismo camino.
Aclaradas las situaciones familiares, sin tener que dar ya explicaciones a nadie, y a golpe de hechos, han dejado muy claro que los cimientos de su relación son muy sólidos; que haber calificado a su romance clandestino como ‘fugaz’ solo fue un cuento más; y que, a base de escapadas secretas, han forjado una historia de amor imbatible.
“Son cosas que pasan”, como diría Pablo Urdangarin y repetiría Iñaki copiando la frase de su hijo cuando todo eran incógnitas, aunque las pistas, escondidas entre tantas preguntas sin respuesta, estaban por todas partes. Que doña Cristina no hiciera un solo movimiento para salvar su matrimonio quizá fue la primera… La traición era imperdonable, la situación insalvable y lloró a solas el destino inesperado de su matrimonio en su piso de Ginebra.
Antes o después, volverían a estar juntos
Pero también pudo habernos dicho mucho la actitud de la propia Ainhoa caminando con la cabeza en alto y sin dar muestras de estar desbordada por la situación ante la nube de fotógrafos. Otro mundo para ella al que hizo frente usando el bolso como escudo (aferrada fuertemente a él) y, lo más importante, sabiendo que tenía ‘el control’ y que, antes o después, volverían a estar juntos.
Y así fue. A mitad de febrero, justo al mes de haber sido descubiertos, recuperaban su rutina y los encuentros en Vitoria. Primero, llegando juntos al trabajo para normalizar su situación. Allí veíamos a Iñaki cediéndole el paso e inclinándose hacia el rostro de Ainhoa, quien no podía evitar sonreír al encontrarse con su mirada.
Después, retomando sus clases de yoga en la escuela Sanatana Dharma en el centro de Vitoria-Gasteiz -donde fueron fotografiados dándose el famoso beso que ¡HOLA! publicó en exclusiva-; y, casi en paralelo, poniendo otra vez en marcha los nuevos planes de ‘fuga’.
Una cámara vigilante siguiendo sus pasos
Al principio estaban solos. Ellos a espaldas del mundo. Pero, en el nuevo escenario, tras el escándalo, y la tormenta mediática, la pareja tiene toda una red de apoyo para poder disfrutar de sus planes sin testigos, aunque, algunas veces, como en estos últimos días, hay una cámara vigilante siguiendo sus pasos.
Las nuevas fotografías confirman que han despedido el trimestre de la misma manera en la que lo empezaron en la costa de Iparralde (País Vasco francés) con aquel paseo de la mano que cambió la vida de dos familias. Se encontraban a más de 150 kilómetros de Vitoria, la playa estaba desierta y abrazados por la espalda se pararon a ver a los surfistas a la caída de la tarde.
Del mar al bosque: las mismas escenas románticas
Y, del invierno a la primavera; y del mar al bosque para volver a protagonizar las mismas escenas románticas, aunque con una bomba de por medio. Los dos de nuevo abrazados por la espalda haciendo senderismo en el parque natural de Garaio.
Les encanta desconectar juntos en la zona del pantano de Ullibarri-Gamboa (Álava), perderse entre arces y fresnos en plena naturaleza y vivir su historia de amor como cualquier otra pareja a veinticinco kilómetros de las calles de Vitoria.
Francia siempre está en el punto de mira
Bien es cierto que en su ciudad se siguen viendo en el piso de la familia Urdangarin, en las casas de los amigos que les abren todas las puertas y les prestan incluso coches para sus viajes; y, por supuesto en la escuela de yoga a la que no han dejado de ir desde que retomaron sus clases en febrero.
Es una pareja muy activa que tiene claro que ante todo están sus hijos -todavía no han entrado en el nuevo escenario-, pero también que la vida son dos días y que hay que aprovecharla. Así y cuando no tienen planes familiares, que intentan que coincidan, siempre tienen la maleta lista para salir de Vitoria. Cualquier destino es bueno y Francia siempre está en el punto de mira. Fue allí donde los pillaron, pero quizá se sientan más libres en el país vecino. De hecho, alternando coches y rutas, de momento han conseguido que no los sigan mientras, y con una apuesta de vida en común encima de la mesa, viven su amor a hurtadillas como dos adolescentes.