Si algo ha caracterizado siempre a Tamara Gorro es su sinceridad. La influencer ha abierto su corazón a sus seguidores a través de las redes sociales, y, cuando ha sido preciso, no ha dudado en hablar alto y claro de asuntos personales como, por ejemplo, su separación de Ezquiel Garay. Pero, hasta ahora, lo que nunca había confesado es un terrible episodio de su vida que ella creía haber olvidado.
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En los extractos que ¡HOLA! avanzó ayer, en exclusiva, de su nuevo libro, Tamara se sincera sobre su depresión y su ansiedad, y hoy, durante la presentación de Cuando el corazón llora, ha revelado algo que marcó su vida por completo: haber sido víctima de abusos sexuales cuando era una niña.
“Lo más difícil de contar ha sido este episodio. Darme cuenta que no he sido feliz, aunque mi familia lo ha intentado”, apunta la comunicadora. “Para mí contar esto es una liberación. La gente que me conoce va a saber por qué he llegado a este punto, por qué soy cómo soy, por qué tengo ciertas actitudes. Mi intención era sentirme libre”.
Y, para liberarse, ha narrado, sin tapujos, lo que sucedió cuando apenas tenía unos nueve o diez años. Como ella misma explica en su libro, su mayor ilusión entonces era poder asistir a un campamento, al igual que hacía el resto de sus amigos. “Eran días de estar sin padres, de dormir en tiendas de campaña, de hacer juegos muy divertidos. Me encantaba oírles y me apetecía vivir algo así. Tanto se lo pedí que un año ella accedió. Con una amiga suya, nos buscaron un campamento para su hija, que también era mi amiguita, y para mí. Encontraron uno que les daba confianza”.
Una tarde, cuando fue al encuentro de unos amigos del campamento que estaban lavando su ropa a mano, apareció un perro que ya conocía de vista. Era un pastor alemán grande, junto al que debía ser su dueño, “un señor mayor que era el padre del dueño del campamento”.
Aquel hombre siempre había estado por allí, y Tamara recordaba que, a veces, lo había visto junto a su mujer. “Este hombre era amable, le conocíamos todos. Se acercó al lavabo en el que yo estaba apoyada y me preguntó que, como no estaba lavando la ropa, si me quería ir con él a pasear al perro. Yo emocionada le dije que sí, su perro me encantaba. Comenzamos a caminar por el campo, entre muchos árboles. No recuerdo si hablamos o no, ni de qué ni de nada. Sólo tengo la imagen de lo que ocurrió después”.
Aquel señor comenzó a jugar con el can. Le tiraba un palo para que lo recogiese; y después, invitó a Tamara a que hiciera lo mismo. “Yo miraba alrededor, estábamos ya muy lejos, no se veía a nadie, sólo árboles y campo”. Entonces “se acercó a mí, me cogió con las manos por los dos mofletes, comenzó a presionar mi cara y luego me la acercó hacia su boca...”
Lo siguente que recuerda Tamara es que lo golpeó con la rodilla, “creo que en su tripa porque automáticamente dio un grito fuerte. Yo no le vi la cara, o no me acuerdo”.
Echó a correr tan rápido como pudo, mientras escuchaba cómo el hombre la llamaba y le pedía que regresase. “Luego escuché un silbido que me alertó, miré hacia atrás y vi al perro que corría detrás de mí. Sentía que me asfixiaba, estaba cansada de correr y cada vez escuchaba ladrar al perro más cerca, pero saqué fuerzas que no sabía que tenía. Continué corriendo hasta llegar a un lugar que no conocía, había tiendas de campaña, abrí una de ellas y ahí me metí con gente que no había visto nunca. Era un campamento que estaba al lado del mío. La gente me empezó a preguntar que quién era, que qué me pasaba y noté un revuelo muy grande. Yo sólo me agarraba las piernas con los brazos y escondía la cabeza entre ellas. Una señora sacó a todos de la tienda de campaña y muy dulcemente me pidió que le dijera mi nombre y mi apellido: ‘Tamara Gorro’, fue lo único que dije”.
El responsable de su campamento fue a recogerla, y aunque no está completamente segura, cree que la llevaron al cuartel de la Guardia Civil, donde estuvieron hasta bien entrada la noche.
“Llegamos muy tarde al campamento, me dejaron en mi tienda y al poco se hizo de día. Supongo que habíamos llegado como de madrugada. Me pidieron que hiciera mi mochila y recogiera todo porque mi madre venía de camino a por mí. Llegó al poco tiempo, salí corriendo y la abracé (...) No recuerdo nada más”.
Tamara encuentra en su madre un pilar, y antes de decidir dar el paso de contarlo, habló con ella: “Mi madre ya sabía, y me dijo que adelante, que lo contara. Me apoyó mucho”. “Estoy preparada para la repercusión porque esta es mi vida. Voy a ayudar a muchas mujeres contando esto. Hay que sentirse libre”, añade.