Antonio Resines estuvo cuatro veces a punto de morir. La primera ocurrió cuando era muy joven y sufrió un grave accidente de coche en Italia. Una transfusión de sangre de un grupo distinto al suyo casi lo mata. La última vez fue a finales del año pasado, cuando se contagió de la variante ómicron durante un rodaje. El virus hizo colapsar sus pulmones y lo llevó a la unidad de cuidados intensivos durante más de treinta días. “Si soy como los gatos, solo me quedan tres vidas. Voy a intentar no cargármelas muy rápido”, dice el actor, recurriendo al humor que lo ha convertido en una estrella.
Han pasado dos meses desde que Antonio salió del hospital y ya ha vuelto al trabajo. “No me ha quedado ninguna secuela pulmonar. He perdido fuerza en las piernas y todavía me queda un poco para recuperarla del todo. Pero ya ando sin muletas. Estoy al noventa por ciento”, explica en conversación con ¡HOLA! Está en plena promoción de su nueva serie de televisión, Sentimos las molestias , en la que interpreta a un director de orquesta aclamado y narcisista que mantiene una amistad de décadas con una vieja gloria del rock (Miguel Rellán). La ficción, que se estrena este viernes en Movistar+, reflexiona sobre el hecho de cumplir años y hacerse viejo. “Como te podrás imaginar, envejecer no es agradable. A nadie le gusta. Pero yo no siento que me haya cogido el toro todavía”, apunta el actor, que a sus sesenta y siete años se siente más vivo que nunca.
“He estado cuatro veces a punto de morir. Si soy como los gatos, solo me quedan tres vidas. Voy a intentar no cargármelas muy rápido”
—Antonio, han pasado dos meses desde que saliste de la UCI. ¿Cómo te sientes?
—¿Dos meses? Cómo pasa el tiempo. Ahora mismo me siento muy bien. Al principio, cuando volví a casa, fue complicado porque me costaba valerme por mí mismo. Necesitaba el tacataca y las muletas para poder caminar. Pero me vine a Comillas y me he recuperado del todo. A ver, no estoy perfecto, pero nunca fui un atleta de competición.
—Háblanos de tu personaje en Sentimos las molestias.
—Interpreto a un muy buen músico, un gran director, pero un hombre tirando a egoísta. Al principio de la serie, su mujer lo deja y le dice: “Quédate solo, porque así estarás más tiempo con la persona que más quieres: contigo mismo”. Mi personaje es un gran egoísta, pero también tiene sus puntos débiles. Una de esas debilidades es su amigo Rafa, al que mataría varias veces al día, pero al que quiere mucho. En el fondo no es tan malo como parece.
—¿Qué tal te has sentido trabajando con Miguel Rellán?
—Ha estado muy bien porque teníamos desde el principio unos guiones fantásticos, francamente buenos. Antes de empezar a grabar ya sabíamos que iba a funcionar. He trabajado muchas veces con Miguel, nos conocemos muy bien, tenemos una gran amistad. No nos vemos todos los días, pero nos tenemos mucho cariño y nos entendemos muy bien trabajando. Eso lo hace todo mucho más fácil.
—Hace poco contabas que estuviste cuatro veces a punto de morir. ¿Cuál de esas veces temiste más por tu vida?
—Esta última vez, por la covid. Las veces anteriores estuve grave por traumas grandes. Esta vez, no podía respirar. Cuando salí de la UCI, el jefe de intensivos del hospital Gregorio Marañón me dijo que había tenido noventa y cinco o noventa y siete por ciento de probabilidades de haber muerto. Por suerte, no fui muy consciente de esta historia. No era consciente de que me estaba muriendo. Me despertaba de vez en cuando, con el tubo metido en la boca, pero no sabía lo mal que estaban mis pulmones. Recuerdo que tenía alucinaciones y recuerdo desear querer estar muerto. Quería que se acabase todo porque estaba sufriendo. Incluso intenté quitarme el respirador. No era un sufrimiento físico real, porque estaba en coma, pero me sentía en un estado del que no podía salir. Cuando me enteré que había estado más de un mes en la UCI, me quedé de piedra.
“Muchos me preguntan si he cambiado después de lo que he pasado. Sigo siendo igual de anormal que antes. No he mejorado en absoluto”
—Las ganas de morirte se te pasaron enseguida…
—Se me pasaron enseguida. Los médicos y enfermeras se portaron de maravilla y me dijeron cosas que me ayudaron a salir de esa obsesión por quererme morir. Salí de la UCI con un ochenta por ciento de atrofia muscular y casi no podía moverme. Cuando le dije a un médico que no quería vivir así, me respondió: ‘Pero qué dices. Tú tienes que seguir entreteniéndonos. Déjate de tonterías’. Me contó que uno de sus hijos usaba el truco de la escobilla de Los Serrano. Eso me hizo reír y recuperar la ilusión por la vida.
—Tras salir del hospital, has recibido el apoyo y el cariño de todo el mundo. ¿Te lo esperabas?
—No me lo esperaba. Sabía que me llevo muy bien con la mayoría de la gente de mi profesión, pero una cosa es llevarse bien y otra es que te demuestren el cariño que me han demostrado a mí. Había mucha gente muy preocupada, y no solo mis amigos y familiares. Me llegaron mensajes de gente del colegio. En la UCI tuve que apagar el teléfono porque estaba respondiendo mensajes de apoyo sin darme cuenta. Estaba casi inconsciente. Cuando volví a encender el móvil, tenía más de mil trescientos mensajes de gente dándome ánimo. Creo que le agradecí a casi todo el mundo, aunque seguro que me olvidé de alguien.
“No me he vuelto más religioso o trascendental. Pero soy consciente de que mucha gente ha rezado por mí y lo agradezco profundamente. Lo cortés no quita lo valiente”
—¿Alguien que te haya escrito y te haya sorprendido?
—Sí, gente con la que no tenía buena relación o de la que me había distanciado volvió a escribirme. Esto me ayudó a reconciliarme con muchas personas.
—Ana, tu mujer, ha sido tu gran apoyo. ¿Cómo está ella después de estos meses tan difíciles?
—Estaba agotada. Cuando volví a casa, mi mujer estuvo tres días metida en la cama. Se levantaba para comer algo y a veces ni eso. Ella también tuvo covid a la vez que yo y estaba cansada. Pese a eso, venía todos los días a verme y luego en casa esperaba el parte del médico. Lo de Ana tiene un mérito impresionante. Yo también lo habría hecho por ella, pero sé que ha sido un esfuerzo brutal.
—Lleváis tres décadas juntos. ¿Esto os ha unido todavía más?
—Hemos ido y hemos vuelto varias veces en estas tres décadas, pero esta parte final nos ha unido mucho. Todo esto ha sido la prueba definitiva, la confirmación de nuestro amor. Se ha cerrado el círculo. Yo estoy muy contento.
—¿Cómo es tu vida ahora?
—Me he venido unas semanas a Comillas. Yo creo que estaré viviendo aquí hasta septiembre. Trato de tomar el aire, andar. Aquí lo tengo más fácil y estoy más cómodo.
—¿Cómo es eso de que vas a ser profesor de un máster?
—Eso se lo inventaron. Tengo una empresa, de la que soy socio, que da cursos de capacitación para relacionarse mejor con otras personas y hablar en público. Soy conductor de uno de esos cursos. Eso es todo.
“He vuelto a escribirme con gente con la que no tenía buena relación o de la que me había distanciado. Lo que he pasado me ayudó a reconciliarme con muchas personas”
—Eres un auténtico ‘hombre-reclamo’, protagonizas muchas publicidades en la televisión… ¿Cómo explicas ese fenómeno?
—Ahora hay una lona enorme con mi cara en la Puerta del Sol, al lado de la oficina de Ayuso. No sé explicar el fenómeno. No me gusta que me llamen influencer o celebrity. Prefiero que me llamen prescriptor, porque yo cuento algo, aconsejo. No está mal que la gente piense que soy un tipo de fiar. Además, los productos que anuncio están bien, no estoy engañando a nadie.
—Aunque no te guste, eres un influencer de sesenta y siete años…
—Es verdad. La gente sabe que yo no los voy a engañar. Alguna vez habré hecho alguna maldad, pero no demasiado consciente.
—Una de tus primeras apariciones públicas tras salir del hospital fue el acto de entrega de las Medallas de Oro al Mérito en las Bellas Artes. ¿Cómo fue el encuentro con los Reyes?
—Me hizo muchísima ilusión porque es un premio que toca todas las llamadas bellas artes, tan denostadas por algunos sectores. Cuando vi la lista de ganadores, me sentí muy orgulloso, porque había gente muy buena, buenísima, en todos los campos: historiadores, científicos, cantantes, bailarines, actores… Yo me sentí muy bien acompañado. La ceremonia fue muy entretenida. La noche anterior tuve una cena divertidísima con el ministro Miquel Iceta, y los Reyes estuvieron encantadores conmigo. Encima, Pamplona es una ciudad muy acogedora, la gente se volcó en el acto… Fueron dos días inolvidables, y, para mí, una buena manera de empezar a volver al trabajo.
—¿No has hecho cambios en tu vida después de todo lo que has pasado?
—Muchos me preguntan si esto me ha cambiado. Sigo siendo igual de anormal que antes. No he mejorado en absoluto. Hago lo mismo de siempre. Es verdad que estuve muy pendiente de recuperarme y ponerme bien y me tomé en serio la rehabilitación y el fisio. Pero, ahora que ya estoy bien, hago lo de antes. Salgo a pasear, quedo a comer con amigos, tomo unas cervezas, leo los periódicos…, lo que hace todo el mundo. No me he vuelto más religioso o trascendental.
—¿Eres creyente?
—No soy creyente. Para nada. Pero en esos momentos malos que comentaba antes, en los que decía a los médicos que me pegaran un tiro y que estaba dispuesto a firmar ante notario que no era culpa de ellos, me acordé de mis padres. No recé, pero hablé con mis padres. Les dije que me iba a reunir con ellos. Soy consciente de que mucha gente ha rezado por mí con el convencimiento de que me estaban ayudando y lo agradezco profundamente. Lo cortés no quita lo valiente.
—Para no ser creyente, has tenido mucha suerte. Te has salvado cuatro veces de la muerte…
—Si soy como los gatos, solo me quedan tres vidas. Voy a intentar no cargármelas muy rápido.