A comienzos de este año, Tamara Gorro hizo público que lleva tiempo sufriendo depresión y episodios de ansiedad. Desde entonces, ha aprovechado su influencia en las redes sociales -tiene más de dos millones de seguidores en Instagram y casi medio millón en YouTube- para dar visibilidad a las enfermedades mentales y acabar con los prejuicios que rodean a estos trastornos. Sin embargo, hasta ahora no había explicado las verdaderas causas de su enfermedad.
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Este miércoles, Tamara publica Cuando el corazón llora (HarperCollins), un libro en el que ahonda en su pasado para mostrarnos a la niña que con cinco años tuvo que vivir “experiencias que no debería haber tenido” o a la adolescente que sufrió “un terrible episodio que creía olvidado”. Las memorias de la influencer no van a dejar indiferente a nadie, ya que en ellas aborda por primera vez capítulos dolorosos de su vida , con demoledoras secuelas psíquicas y emocionales para ella. ¡HOLA! adelanta en exclusiva un fragmento del explosivo y revelador diario íntimo de Tamara, que llega mañana a las librerías.
Cuando el corazón llora comienza en el momento en que Tamara decide contarle a sus padres y a su marido, el jugador de fútbol Ezequiel Garay, que no se encuentra bien. “Empecé a ser consciente de cómo me cambiaba el humor en décimas de segundos. Si el cuerpo me pedía descansar, sabía que podía faltar al trabajo, aunque solo fuera un día. Sin embargo, no me lo permitía, me obligaba a ir, me castigaba. Cuando trabajaba, me notaba llena de energía. Hablar con mi familia virtual —así llamo a las personas que forman mis redes sociales— también me hacía sentir bien, cómoda. Y hacer contenido para ella me provocaba felicidad. Si me las cruzaba por la calle, podía quedarme varios minutos hablando con ellas porque me encantaba. Le daba vueltas a cómo era capaz de relajarme tanto con esas personas, a quienes de alguna manera no conozco tanto, y sin embargo era incapaz de contarles mis problemas a los míos”, explica la influencer en su libro, que ha escrito con la ayuda de la psicóloga que ha realizado con ella la terapia. “Me los guardaba para mí e incluso me alejaba física o mentalmente unos días sin dar señales de vida. También notaba que en reuniones de amigos, de repente, me apartaba y bailaba sola, o cuando estaba sentada a su lado me evadía, no tenía ganas de hablar”.
Tamara llegó a un punto en el que no se “fiaba” de nadie y pensaba que todos se acercaban a ella por su dinero o su fama. “No quería hacer nuevas amistades, me volví antisocial, cuando siempre había sido todo lo contrario. En algún momento fui consciente de que lo que me decían los míos era verdad. Que mi vida se había convertido en un bucle de niños, marido, trabajo y casa. Y que solo de manera obligada y esporádica salía a cenar con mi pareja y con amigos o me iba de viaje. No era capaz de delegar en nadie, ni aun teniendo mucha ayuda para poder descansar o desconectar unas horas”, reconoce.
“Solo estaba bien con mis hijos y parte de mi familia. Me sentía sola, vacía. Comencé a asustarme mucho por los episodios que os he contado, esas noches en la ducha, esos llantos desconsolados, las pesadillas, mi sensación frecuente de asfixia, de ahogo... Durante meses le di vueltas y vueltas a eso que me estaba pasando, pero lo hice a solas, sin hablarlo con nadie. Hasta que un día, y después de que insistiera mucho para saber qué me pasaba, se lo conté todo a mi madre ”, recuerda en sus memorias, que presenta este miércoles en Madrid.
“Sin querer dije algo que cambió mi vida: ‘Mamá, no me reconozco, no soy yo. Estoy sufriendo’. Después de abrirme con ella, quise hacer lo mismo con mi marido . Fue en ese instante cuando me di cuenta de lo importante que era y del gran paso que había dado al reconocer que algo me sucedía. Que estaba mal. Perdí la vergüenza al verbalizar que tenía un problema. No sabía cuál era, pero lo tenía”.
—Necesito ayuda, no estoy bien. ¿Recuerdas que hace unos dos años te dije que me notaba rara? Sentía que iba a caer mala, pero no me imaginaba en qué sentido. Comenzaba a notarme extraña.
Esto se lo dijo a su marido, Ezequiel, mientras lo abrazaba con fuerza. Y continuó contándole entre lágrimas todo lo que llevaba viviendo y sintiendo durante meses.
—No sabía que estabas tan mal, cariño. Creía que eran bajones normales, pero no hasta este punto. Incluso pensaba que tu semblante tan serio o llorar tanto era producido por el trabajo —le susurró el jugador de fútbol al oído mientras la apretaba contra él.
“De repente tuve la valentía de contar abiertamente que no estaba bien. No entré al detalle de contar todo lo que me ocurría porque seguía y sigo sintiendo temor a no ser comprendida porque ni siquiera yo misma había sido capaz de comprenderme. Desde ese día empecé a darle vueltas a diario a un pensamiento recurrente: ‘Necesito un profesional que me ayude”, recuerda Tamara en Cuando el corazón llora, un libro “curativo y rehabilitador” en que también narra el proceso de terapia en el que se encuentra sumergida desde hace dos años.