Al final, encontré el hilo de donde tirar para que tuviese algún tipo de sentido embarcarme en un proyecto así, muy intenso y mucho trabajo de recordar, más en un momento difícil porque hacía dos o tres semanas que había perdido a mi padre”, nos dice Jordi Cruz. El mítico presentador de Art Attack, que comenzó su carrera con diecinueve años en el Club Disney, tiene hoy 45. Y aunque nunca “desapareció”, ahora regresa con su autobiografía, titulada con un de los consejos que tanto le repitió su padre: Mejor no te lo creas (Plaza&Janés). Y lo siguió a rajatabla.
No se siente un juguete roto “porque no creo que hayan jugado conmigo, he aprovechado las oportunidades que me han dado para sacar mucho beneficio personal. Es un win to win.Hay gente que me dice ‘¿No has perdido proyectos por presentar Art Attack?’ Sí, claro que sí, pero lo que he ganado con Art Attack, que media España ha crecido viendo ese programa, no lo sustituye ningún contrato ni formato”.
- Cuando echas la vista atrás, ¿de qué sientes más nostalgia?
- He tenido siempre la suerte de compartir con un equipo todo lo que me ha pasado, y creo que eso es lo más importante. Recuerdo aún esa sensación de equipo, de pasarlo bien, de hacer cosas que pensábamos que eran imposibles. Eso es lo mejor. No guardo recuerdo de los números o de cosas materiales, sino de la gente y cómo todo aquello formaba parte de mi vida. Parece, a veces, que los que nos dedicamos a esto vivimos como dos vidas, ¿no? Y yo vivía la misma -ríe-, no las separaba, entonces ha marcado mi vida, mi forma de ser y de afrontar las cosas.
- Empezaste en el Club Disney con diecinueve años y hoy tienes cuarenta y cinco. ¿Qué queda de aquel Jordi?
- Justo hace dos semanas he empezado a hacer directos en Twitch y la estoy viviendo como cuando empecé a hacer televisión local. Porque te lo montas todo tú, decides el contenido… Me refiero a que creo que queda todo. Siguen estando muy presentes esas ganas de sentirte sorprendido, de sentir que aún quedan muchas cosas por contar y, sobre todo, que sigues teniendo ese ‘superpoder’ que creo que tengo, que te hace feliz a ti y hace feliz a la gente, así que, por suerte, está todo ahí. Siempre me he planteado mi carrera como de largo recorrido, nunca ha sido de metas. Yo sigo ahí, en marcha, poquito a poquito.
- ¿Si no sales en la tele parece que no existes?
- Sí, totalmente. Es la gran pregunta. “¿Qué haces, que no te veo? No haces nada, ¿no?”. Parece que todo tiene que ir por el reconocimiento, por la fama, y para mí sentirme realizado siempre ha sido lo más importante; y eso puede ser en un escenario delante de cincuenta mil personas o en un pueblecito delante de veinte. Tengo la gran suerte de poder trabajar, he hecho lo que me ha gustado, algo que no es tan fácil en esta vida, y no iba a dejar pasar la oportunidad de disfrutar y de sentirme muy realizado y contento.
- En el libro pareces siempre muy optimista. ¿Te has dejado muchas cosas en el tintero, el otro lado, digamos?
- Te soy totalmente sincero, muy pocas. Porque yo discuto muy poco con el universo. Es decir, puedo discutir sobre las injusticias, sobre lo que me pilla cerca, pero hay cosas en las que tú no tienes el control, no puedes decidir. Me centro en el siguiente paso, en avanzar, como cuando te despiden de un sitio. Lo podría ver como algo negativo, pero yo al día siguiente ya estoy pensando en todo lo que me puede ocurrir. Siempre he trabajado con este mecanismo y, al final, te quedas con un buen sabor de boca de todo. En el libro hablo, por ejemplo, de las pérdidas tanto de mi padre como de mi madre, para mí son muy importantes porque marcan un antes y un después en mi vida y las enfoco de esa forma porque las viví así. No las he dulcificado ni las he suavizado. Soy un tipo optimista y no tiene nada que ver con que tengas lo pies en el suelo.
- Perdiste a tu madre hace muchos años y tu padre falleció recientemente. ¿Cómo has superado estos momentos tan difíciles?
- Teniendo la conciencia muy tranquila, para empezar. Siempre insisto mucho en que las relaciones familiares, si se pueden arreglar, mejor hacerlo. A veces no le ves las orejas al lobo porque piensas que por qué va a cambiar la vida, y a mí me ha dado golpes bastantes fuertes. Si tienes la conciencia tranquila y están los deberes hechos no debes temer a lo que ocurra. Siempre digo que, tanto con mi madre como con mi padre, tuve la suerte de poder prepararme. Y habrá gente que diga que esto es muy heavy; pero hasta de lo malo tienes que buscar el lado positivo. No sé cómo afrontaría una pérdida de repente, una llamada de teléfono en la que te digan que a alguien le ha pasado algo. Ahí, a lo mejor, se me caería algo. Pero, en mi caso, tanto con mi padre como con mi madre me pude preparar y, aunque soy optimista, no dejé de ser realista.
- No siempre es fácil lidiar con la fama tan joven. ¿Cómo conseguiste hacerlo tú? Viviste épocas de locura, de compaginar programas, de grabar en Inglaterra, de estar entre Madrid y Barcelona…
- Fue toda una aventura. Lo viví como una gran oportunidad que disfruté. Lo dice el título del libro, es un buen consejo que me dio mi padre: “Mejor no te lo creas”. Si pierdes el tiempo en creer que eres tan guay y especial, que la gente te adora, que eres muy buen profesional… pierdes tiempo en disfrutar de la experiencia, del equipo, de lo que ocurre a tu alrededor.
Además, estaba presentando un programa infantil. Cuando me paraba por la calle gente que no eran niños, no lo entendía -ríe-. No le daba esa importancia. Y, además, soy una persona que va por la calle y si me paran, pienso que me conocen del colegio, de la calle, de algún amigo… mi chip no está puesto en que soy famoso y me están reconociendo. Mis amigos se dan cuenta mil veces más que yo de si alguien me reconoce. Creo que cuando eso lo tienes asumido y desactivado, vives una vida muy tranquila.
- Estableciste una clave con tus amigos, cuando alguien te reconocía y se iba a acercar, pronunciaban una palabra secreta y te avisaban, ¿sigues teniéndola?
- Sí, sí, la tengo -ríe-. Aunque parece que no, soy muy tímido y prefiero que me avisen, porque si no, me asusto -ríe de nuevo- o me entra una timidez enorme y no sé qué decir. Además, hay una gran diferencia entre aquel que se acerca por educación y cariño a la gente que lo hace simplemente porque eres conocido y le da igual. A los dos los tratas con igual respeto, pero al que te viene con todo ese cariño especial, se lo tienes que devolver de alguna forma.
- ¿Aún te reconocen por la calle como presentador de Club Disney y de Art Attack?
- Sí, sobre todo por la voz. Pero también creo que uno sabe si quiere llamar la atención o no. Yo, por ejemplo, cuando voy a los estrenos, soy el último en llegar, intento no pasar por el photocall y no llamar la atención. No tengo amigos famosos, soy cero relaciones públicas. No voy a fiestas, ni a momentazos.
- No vas a fiestas, pero en tu libro cuentas que las has organizado… muchas y grandes.
- Eso sí. Me encanta organizar fiestas, sorpresas, cumpleaños, que la gente se lo pase bien. Sí, porque tiene otra parte, va también de crear momentos.
- Y en aquellos años, llegabas a trabajar directamente.
- Imagínate... Después no hay resaca, era fantástico -ríe-.
- Dices que tú nunca probaste las drogas, aunque sí lo viste de cerca.
- No. A mí el “di no a las drogas” y ese anuncio famoso de un gusano que iba subiendo, no sé si te acuerdas, me impactó mucho; y más allá de esto, yo respeto a todo el mundo y hay gente que dice hay que probarlo todo, hay que vivirlo todo. Yo no soy de ese bando, por miedo, ¿eh? Sobre todo, porque creo que no tengo tanto control sobre mí mismo. Si tanta gente se enganchaba y tanta gente caía o tanta gente con dinero era incapaz de salir… Yo juntaba mi edad y el dinero, y pensaba: “es muy probable que me pase”, entonces tuve mucho respeto. Por otra parte, mis padres me dejaron irme a Madrid con dieciocho años y nunca estuvieron vigilándome. Yo tenía que responder de alguna forma, y esa forma era no meterme en jaleos, y lo sigo manteniendo. Cada uno que viva su vida como quiera, pero yo he decidido vivirla así. Es mi decisión, por eso nunca he juzgado a nadie.
- Tu padre te siguió de cerca.
- Sí.
- También regresaste a Barcelona a trabajar con él en sus clínicas durante unos años.
- Sí, por cumplir promesas. Mi padre y yo teníamos muy buena relación, hablábamos mucho, éramos muy buenos amigos. “Si a los treinta y seis años, no hay ningún proyecto que te ocupe el tiempo, pues creo que es el momento de ver qué es lo que haces”, me dijo. Le hice la promesa y la cumplí. En ese momento estaba en Mallorca, estábamos empezando a salir un poco de la crisis y yo tenía también ganas de tener un horario, una mesa, un teléfono -ríe-, una jornada laboral porque yo me vine a Madrid con dieciocho años y estoy solo. Tengo muchos amigos, pero, al final, pasas mucho tiempo solo y de repente tienes mucho trabajo, luego meses que no tienes nada… es bastante difícil de gestionar. Me apetecía la tranquilidad de un horario normal y sobre todo me apetecía que él viera a sus dos hijos juntos… Nunca lo vi como un paso hacia atrás sino como una aventura más y hasta en ese trabajo intenté aplicar mi creatividad.
- Para ti, entonces, ha merecido la pena ser la primera estrella Disney en España.
- Sí, ha merecido la pena. Cuando me dicen que escoja un programa siempre digo que Club Disney, más que Art Attack, porque fue mi primera experiencia profesional y fue un bálsamo porque estábamos en un programa donde no mirábamos las audiencias. Trabajar para Disney te abre muchas puertas y hace que estés en ese universo tan único y se lo agradezco mucho. Hay gente que huye de ese aspecto más infantil de uno mismo, digamos más onírico o fantasioso, y yo intentaba abrazar esa parte de mí todos los días y que nadie me hunda porque vea que soy más infantil. Me pasa ahora, que tengo cuarenta y cinco años y a veces pienso: “Jordi, a lo mejor deberías empezar a vestir como la gente de tu edad”, y luego digo, pero si estoy cómodo con una sudadera, ¿qué pasa? Y ahí vuelves a abrazar a ese niño y dices: “chico, tú sé feliz”.
- ¿Te han hecho daño a lo largo de tu carrera?
- Sí, claro, porque hay gente que de repente opina sobre tu trabajo o hace ciertos comentarios que te pueden desestabilizar, pero también te digo, es muy lícito que alguien te diga “mira, a mí no me gusta”. Como dijo Dani Martín en su momento, no puedes pretender gustar a todo el mundo, pero tampoco voy a perder el tiempo en que me des explicaciones de por qué no te gusto (ríe). No pasa absolutamente nada. Como la gente que te dice: “yo eso no lo veo”. Guay, perfecto (ríe).