Sonsoles Ónega es periodista —le viene de familia—, escritora de novelas, presentadora, madre y, una mujer que, a sus cuarenta y cuatro años, va de reto en reto con una sonrisa y toda la ilusión del mundo. En 2018, después de cubrir la crónica parlamentaria durante dos décadas, asumió el desafío de ponerse al frente del magazine Ya es mediodía, y, en noviembre, apuntalada como uno de los valores más sólidos de Telecinco, le llegó un nuevo lance: Ya son las ocho. El gran salto que le permite, de lunes a viernes, saludar con éxito a su audiencia dos veces al día.
Tiene dos hijos, Yago, de doce años y Gonzalo, de siete, con el que fue su marido —se separaron en el verano de 2019—, y, desde finales de 2020, vive una gran historia de amor con el arquitecto César Vidal, también separado, apasionado de la música y de la guitarra eléctrica. Sonsoles cree en el destino y las segundas oportunidades, está a gusto y feliz, aunque no todo es de color rosa. De todo ello nos habla en esta entrevista que realizamos mientras se dejaba fotografiar como nunca antes en Valdemorillo, el pueblo de su infancia, que descubre para ¡HOLA!. “Mis padres tenían una casa aquí y me bautizaron en su hermosa iglesia. Este pueblo me lleva a los años bonitos de la infancia y a las constantes referencias de mis padres y mi abuela. Veníamos los fines de semana. De alguna manera fuimos felices en Valdemorillo”.
“El amor te saca de pozos que crees insondables. Hubo admiración y una conexión enorme desde el primer momento. Sus raíces gallegas nos unen mucho. Nos encanta escaparnos, soñar que nos retiramos”
—Del bautizo a la puesta de largo vestida de rojo en la plaza del pueblo
—¡Quién me lo iba a decir! Es lo bonito de la vida. ¡Que te sorprenda y te sitúe en escenarios o en situaciones imprevistas! Y, además, con mis perros, ‘Taker’ y ‘Margaret’. Escribimos, paseamos, vemos juntos la tele y vamos juntos a todas partes, menos a Telecinco, porque no me dejan. Si no, estarían a mis pies, debajo de la mesa del plató.
—¿Cuántos años hacía que no venías y qué recuerdos tienes?
—Probablemente, unos cinco… Y el recuerdo es campo, campo y más campo. Me gusta la tranquilidad y la sencillez de sus gentes. La cadencia serena de un pueblo que, estando tan cerca de Madrid, conserva su esencia. Es un pulmón maravilloso a pocos kilómetros.
—¿Hay un rincón favorito en el mundo?
—Galicia siempre será mi destino ideal… y quizá mi destino final. Mosteiro (Lugo), el pueblo de mi padre, donde siempre vuelvo. Ahí no solo están nuestras raíces, sino también nuestros mejores recuerdos familiares. Pero, como no siempre es posible ir, Valdemorillo es una escapada que nunca defrauda. ¡Al revés! Además de la plaza, que es un punto de encuentro delicioso, la iglesia te invita a sentarte a los pies de su torre… Solo mirarla ya te da calma, te hace pensar sobre la potencia de su historia. ¡Y te recuerda que estamos de paso!
—Y, aun así, ¿compensa tanto trabajo? ¿No estás agotada?
—¡Estoy agotada! (Risas). Conducir dos programas diarios es el reto más exigente al que me he enfrentado, pero lo compensa estar haciendo lo que más me gusta, la oportunidad de la cadena y los equipos con los que trabajo.
—¿Qué pensaste cuando te ofrecieron presentar Ya son las ocho?
—Pensé: ¡Ay, Dios mío! ¡Vaya lío! Pero enseguida vimos que era una oportunidad de ensayar lo que ya habíamos hecho con Ya es mediodía . ¡Somos teloneros de los dos informativos! Y eso deposita sobre nosotros una responsabilidad importante.
—¿Tus hijos te apoyan?
—¡Incluso les pedí permiso para hacer Ya son las ocho! Y me lo dieron, naturalmente. Mis niños han aprendido a ser responsables sin la presencia constante de una madre que les da la matraca para que estudien. Saben que solo funcionamos bien si todos cumplimos con nuestras obligaciones. Y el tiempo libre es para ellos. Si antes ya llevaba una vida muy medida, ahora más. Las dos horitas de descanso después de Ya es mediodía intento ir a verlos, atender otros compromisos y, a veces, escribo. Seguramente la literatura sea la otra gran damnificada de este ritmo frenético.
— “El amor te puede condenar al infierno o rescatarte de él”, nos decías en una entrevista. ¿Cómo ha sido ese rescate? Volverte a enamorar.
—¡Cómo rescata el amor! El amor tiene esa grandeza. Te saca de pozos que crees insondables. Pero no solo el amor pasional, el amor que das y recibes de unos hijos, de una familia, de un entorno profesional… Es la mejor terapia que podemos tener.
—Realmente, ¿estabas convencida de que ya no volverías a encontrarlo hasta que conociste a César Vidal?
—¡No sabía que sería de esta manera! Con tanta conexión y admiración mutua. Lo cual no significa que no sepa, por experiencia, que hay que cuidarlo como si fuera cerámica. El amor se rompe. Lo mata el paso del tiempo.
—Naciste en Madrid, pero tu corazón es gallego, ¿cómo influye en vuestra relación que César Vidal también lo sea?
—Nos conecta del todo. No sé cómo habría sido si él fuera de otra tierra, pero sus raíces gallegas nos unen mucho. Nos encanta escaparnos, soñar que nos retiramos… ¡Esas cosas!
“Tengo miedo a todo desde que me levanto por las mañanas hasta que apago el móvil por la noche. Pero el que no arriesga no gana. Y sí, creo en el destino”
—¿Fue amor a primera vista?
—Hubo una conexión enorme desde el primer momento. Y a partir de ahí todo fue fácil. Nos apetecía vernos al día siguiente. ¿Es eso amor a primera vista?
—Llevas más de un año de relación. ¿Te gustaría volver a casarte?
—¡Que haya dos años! Y tres. Y cuatro… Pero el matrimonio no es garantía de (casi) nada.
—¿Qué es lo más romántico que has hecho últimamente?
—Una escapada a Milán, a ver La última cena de Leonardo. Dos días preciosos.
—¿Estás en lo mejor de la vida?
—¿Además de agotada? (Risas). Pero sí, no puedo negar que estoy en un momento muy pleno y emocionante. Cada día es una aventura, aunque no todo es de color rosa. En absoluto. La televisión te somete a un escrutinio diario y la exposición tiene servidumbres. Hay que aprender a convivir con todo eso.
—¿Qué es lo que te pone más triste?
—Las trincheras. Me he formado en el Congreso de los Diputados y no me gustan los pensamientos únicos ni las etiquetas. Tampoco el “estás conmigo o contra mí”.
—Hablando de trincheras, ¿cómo has llegado a ser embajadora de Marca Ejército?
—Ha sido una distinción del Ejército de Tierra que no podía ni imaginar. Dicen que reconocen mi labor a favor del Ejército español…, pero, en realidad, no he hecho más que contar lo que hacen, que siempre es motivo de orgullo. Siempre están ahí, incluso cuando no los vemos.
“Hago el pino para relajarme. Ver la vida del revés a veces te da claves que no ves “del derecho”
—¿Crees en el destino? ¿No tienes miedo a nada?
—Tengo miedo a todo desde que me levanto por las mañanas hasta que apago el móvil por la noche. Pero el que no arriesga, aunque lo pierdas todo, no gana. Y sí, creo en el destino.
—¿Hasta dónde eres supersticiosa?
—Hasta límites que rozan el absurdo. Bajo al plató con amuletos, escapo a abrazarme a un árbol si veo un gato negro, procuro no pasar por debajo de un andamio… Tengo que superar todo esto porque es muy engorroso.
—¿Sigues haciendo el pino para relajarte y ver la vida de otra manera?
—Ja, ja, ja. Sí. Lo hago. Ver la vida del revés a veces te da claves que no ves del derecho.
Tras los pasos reales
Valdemorillo está situado a 38 kilómetros de la capital, y es uno de los nueve pueblos que forman parte de la Ruta Imperial creada alrededor del recorrido que hacía Felipe II desde la corte de Madrid hasta el Monasterio de El Escorial. Durante la Edad Media fue referente por sus pabellones y montes —los cazaderos de los reyes castellanos—; en el siglo XIX, por sus fábricas, canteras y yacimientos, y, a día de hoy, destino de interés turístico.
Tras los pasos reales