Ha pasado un año desde la muerte de Quique San Francisco y Tatiana, entre lágrimas que tapa con sonrisas, al estilo del que fue su gran amor, vuelve a abrirnos las puertas a su vida. El duelo por su pérdida -que continúa-, se ha unido a la tragedia que vive su país. Las tropas de combate rusas se abalanzan sobre pueblos y ciudades, mientras avanzan en todas las direcciones. La muerte ha interrumpido la vida y el desastre humanitario es desproporcionado. Estamos ante el éxodo más rápido de la historia.
“Hemos pasado por todo y vuelve el horror. No hay palabras para describir el sufrimiento de mi pueblo. No tengo derecho a hacerlo, pero no puedo dejar de llorar”, nos dice nada más empezar la entrevista. Y sigue. “Llevamos siglos resistiendo de una manera u otra ante el delirio imperial y somos guerreros, pero estamos desangrados por las víctimas. Mi gente, unida en espíritu, fuerza y valor, luchará hasta el último aliento bajo el asedio, pero quiero pensar en que se encontrará una solución que no implique la destrucción total”.
- ¿Tu familia ha podido abandonar el país?
- Nadie de mi familia ha querido abandonar Ucrania, pero, de todos, la que más me preocupa es mi hermana Marina. Nada más empezar la guerra, su hija, desde Turquía, y nosotros desde Madrid -mi hijo, Pedro, está ayudando a evacuar familias y a buscarles refugio-, le suplicamos que saliera, pero no hemos podido convencerla. Me dijo: “espero que mi hija me entienda y me perdone, pero no puedo irme”. Vive en Kiev, al norte de la ciudad, en un edificio de diez plantas, y tiene miedo, pero es más grande la fuerza y decidió quedarse al lado de los que luchan. A veces, durante nuestras videollamadas, puedo escuchar las sirenas antiaéreas. Su refugio está en el sótano de la casa.
- ¿Se ha unido al ejército de voluntarios?
- Sabemos manejar con los ojos cerrados un Kalashnikov porque fuimos entrenadas y recibimos preparación militar, pero hay otras muchas formas de ayudar en los frentes del combate sin necesidad de empuñar un arma. Me dijo con estas palabras: ‘me basta la del patriotismo’.
Estos días, ha estado repartiendo comida. Hay pocas posibilidades de alistarse a la resistencia ciudadana porque los civiles que quieren luchar han desbordado las previsiones. Estudió Actividad Física y Deporte en la universidad estatal de Lviv (también conocida como Leópolis), nuestra ciudad, trabaja en una clínica de rehabilitación con niños con discapacidad, ahora cerrada, y espera ser útil desde este campo. Como sea y donde se necesite. Es la guerra coexistiendo con la Covid y otras enfermedades.
- Leópolis se ha convertido en la puerta a Polonia para los que huyen, en el último refugio, ¿te queda familia en esta ciudad?
- Mis padres están enterrados en Lviv y me reconforta que no hayan tenido que vivir esta tragedia, pero tengo, además de amigas de mi infancia, a una hermana de mi madre; primos; mi ahijado, Stanislav, en edad militar al igual que los hijos del padrino de mi hijo y del marido de una sobrina que vive en Rusia y reza para que no llamen a su marido al frente. En el país invasor, también viven tres tíos carnales y cinco primos.
- ¿Has hablado con ellos?
- Sí, están aterrorizados. Lo siento también por el pueblo ruso que se manifiesta en las calles y en su corazón con un “no a la guerra”. Por esas madres que tendrán que llorar a sus hijos muertos. Por la culpabilidad que sentirán, por el futuro que les espera.
- ¿Qué es lo que más te llama la atención de este conflicto?
- La unidad de Occidente y el espíritu ucraniano mostrando esa valentía con la que no contaban. Es la herencia cosaca. Estamos acostumbrados a luchar, a sacar pecho. Entre 1932-33, alrededor de siete millones de personas fueron víctimas del Holodomor (muerte por inanición), tras la colectivización forzosa impuesta por Stalin. Fue una de las mayores tragedias humanitarias del siglo XX, Y, ahora, después de haber sobrevivido a varias guerras, volvemos a enfrentarnos a otra pesadilla. Sí, estoy orgullosa de que mi gente esté mostrando de qué estamos hechos, de ese valor increíble.
Por otra parte, el pueblo ucraniano jamás olvidará la respuesta de Polonia. Lo que han hecho por nosotros anteponiendo la humanidad al miedo. También me ha llamado la atención cómo la guerra se ha metido en el alma de Europa. Los corazones del mundo y la verdad están de nuestro lado. Entonces, aunque hayan arrasado Ucrania, ya ganamos.
- ¿Ayudas a tu país desde España?
- En todo lo que puedo, pero no es nada. Soy una más de las mil personas que integran la comunidad ucraniana en la parroquia del Buen Suceso.
- ¿Algo simbólico que hayas hecho?
- Donar la silla de Quique. Estaba sentado sobre ella cuando nos conocimos, cuando empecé a trabajar para él, tras un accidente de moto terrible. Después la usó un amigo suyo, general de aviación, y hasta pasó una época por la casa de la familia Carmona. Es una reliquia, conoce los escenarios de toda España y a Quique le hubiera gustado. La hemos entregado en la iglesia de Nuestra Señora del Buen Suceso de Madrid. Es el templo donde le pongo velas y tenemos misas en su memoria. Me gusta que su nombre suene en la parroquia, aunque ahora rezamos por Ucrania. Iván Lypka es el sacerdote que nos asiste y pedimos cada día el final de esta matanza inexplicable.
- ¿De qué manera habéis recordado a Quique en el primer aniversario de su muerte?
- Hacía cinco días que había empezado la guerra. Cómo olvidarlo. Me llamó mi hermana y entré en pánico. Me sentí un poco culpable. De repente ya no era el duelo por Quique, era la angustia por el futuro de mi país. Aun así, me reuní con un pequeño grupo de amigos. Tomamos unas cervezas en su memoria. Lo que más le gustaba. Lloramos y reímos recordando su legado, el don que tenía de levantar al público, las anécdotas compartidas, su humanidad, su sensibilidad, su cultura, la capacidad de hacer reír. Quique, que solo disparaba sonrisas al corazón, siempre te quería hacer feliz.
- ¿Has podido cumplir todos sus deseos?
- Quique no pensaba en la muerte, ni en cómo quería ser recordado y he tenido que improvisar como él. Sé que estará orgulloso de tener un teatro en Madrid a su nombre y de poder volver a Comillas, su lugar preferido, aunque todavía tengo sus cenizas en casa. Estamos a la espera de que nos avisen para poder llevar sus restos al cementerio gótico de Comillas, donde tenía una casa de su familia materna. Le gustaban las vistas al mar y la estatua de mármol del Ángel Exterminador.
- ¿Cómo han sido para ti estos doce meses?
- Sólo sembró amor, risas, y agradecimiento a lo largo de su vida y recibí el pésame durante medio año. No puedo contar el número de personas. Esas llamadas de amor hacia él y de apoyo fueron un gran consuelo; una lección impresionante. Estaría feliz de haber visto cuánto lo querían y lo importante que era para su familia y sus amigos. Aunque era muy listo y seguro que lo sabía. Cada llamada era un homenaje a su vida, a su genialidad y a la pasión que puso en todo. Sentir ese cariño me ayudó mucho, aunque he llorado más que en toda mi vida. Arranqué el duelo tarde porque había muchos asuntos que solucionar, pero, después, se me rompió el corazón y, ahora, aunque siempre tuve mucha fortaleza, soy una persona más frágil.
- ¿Qué es lo que más echas de menos?
- La adrenalina, lo viva que me hacía sentir, las risas -nadie me puede hacer reír como él-, las conversaciones, la sorpresa, el tener algo que resolver a cada momento como en una película interminable, aunque conseguía lo que parecía imposible y me daba una seguridad impresionante. Era pura improvisación, no había manera de organizarse, vivía al segundo y lo celebraba todo casi siempre por adelantado. Igual en el escenario que en casa y no me aburrí jamás. Fue un maestro de la vida, mi respaldo, mi guía y siempre estaba ahí. Y ¡cómo se portó con mi hijo Pedro! Éramos intocables
Tengo un vacío enorme y lo echo terriblemente de menos. Tras su muerte, los primeros días escuchaba ruidos en casa. Estaba muy presente. Ahora, no, pero me visita en sueños y a veces me hace reír. Y sentimos que nos cuida y nos guía.
La historia de Tatiana
Tatiana Muravyova Popova fue la mujer, la compañera y el amor secreto de Enrique San Francisco durante 19 años, aunque hubo dos rupturas. Desde 2002 hasta el 1 de marzo de 2021, cuando a nueve días de cumplir 66 años, el actor y humorista bajó el telón de su vida.
Nació en la antigua Unión Soviética, es profesora infantil e hizo varios años de economía, pero la arrolló la crisis cuando trabajaba como directiva en un banco. “Tenía 32 años cuando llegué a España y conocer a Quique cambió mi vida”.
Su abuelo era coronel; su padre, veterinario, ingeniero naval y técnico de aviones en Siberia; y, su madre, directora de un colegio y profesora de música, pero “aun así pasé mi infancia haciendo colas para conseguir comida”.
“En el 91 cambiaron nuestros pasaportes. En el mundo postsoviético, saboreamos la libertad por primera vez. Podrías hablar, salir a protestar, se abrieron las fronteras, aunque había que lidiar con las mafias, “el techo” (Krisha) que supuestamente te protegía a precio de oro. Era un país en la ruina y llegaron las cartillas para todo. Para comprar un sofá estuve apuntada en una lista seis meses. Y cada sábado había que avisar: ‘no estoy muerta y lo sigo queriendo’. Tuvimos que levantarnos de la nada… Ahora será peor. ¡Tanta sangre derramada! Tanto dolor.