A principios de 2021, Fabiola Martínez y Bertín Osborne sorprendieron a España con el anuncio de su separación. Un año después, la venezolana confiesa a ¡HOLA! en exclusiva que ya han firmado su divorcio. Lo hace como una mujer completamente renacida. Tras poner fin a dieciocho años de relación con el cantante, se propuso ser, simplemente, ella misma. Y, a unos meses de cumplir cincuenta años, lo ha conseguido. En doce meses, su vida ha dado un giro total. En esta nueva etapa, combina su labor como presidenta de la Fundación Bertín Osborne con su trabajo como directora de comunicación y marketing de una empresa inmobiliaria. Además, ha dejado las afueras de Madrid, donde vivía con el artista, y se ha instalado, junto a sus hijos, Kike, de quince años, y Carlos, de trece, en un luminoso apartamento cercano al estadio Santiago Bernabéu.
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Se trata de un inmueble de cerca de cuatrocientos metros cuadrados repartidos en cuatro habitaciones, cuatro baños, cocina, un amplio salón-comedor, dos trasteros y una soleada terraza con vistas al paseo de la Castellana, que hoy enseña a ¡HOLA! por primera vez. Acompañada también por su mascota, ‘Drako’, un perro de raza shiba inu, Fabiola nos invita a conocer de cerca su nueva vida. Durante la realización de este reportaje, nos llevamos una sorpresa: suena el timbre y es Bertín, que visita el domicilio para saludar a sus hijos. Sin esperarlo, somos testigos del primer encuentro del exmatrimonio, oficialmente divorciado desde el jueves 17 de febrero, un día antes de que se produjese este posado.
—¿Cómo encontraste esta casa?
—Fue muy curioso. Empecé a buscarla justo cuando nos separamos y todavía no se había publicado la noticia. Le pedí a una amiga que me ayudara. Ella contactó con una agencia y esta fue la primera opción. Cumplía con las características que quería: espacios abiertos, pasillos amplios para poder mover la silla de ruedas y el andador de Kike… Fuimos a verla y yo acudí en calidad de amiga de la interesada. Tuneada con gorra y zapatillas. La agente no era española y no me reconoció, pero el portero sí. Después de hacer varias visitas, me quedé con ella. Entonces descubrí que era propiedad de Carlos Sobera. ¡Él es mi casero!
—Qué curioso.
—Carlos y yo no hablamos porque la casa está estupenda, recién reformada y todo va bien.
—¿Cuál es tu sitio favorito de tu nuevo hogar?
—Me gusta estar en mi habitación porque es como mi cueva, mi refugio, pero disfruto de todos los espacios. Entre semana, lo tengo más difícil porque trabajo y hago horario de oficina y los niños van al cole. Los fines de semana nos quedamos solos, sin ayuda, y nos encanta hacer tortitas, preparar un desayuno potente, ver películas… ¡Estoy feliz! Mi vida se ha simplificado mucho y la de los niños también.
“Desde enero, combino mi labor como presidenta de la Fundación Bertín Osborne con mi puesto de directora de comunicación y “marketing” de una empresa inmobiliaria. ¡No paro!”
—¿Tus padres continúan viviendo contigo?
—Vivían provisionalmente en el piso, pero ya no. Cuidar de una persona es agotador. Se han ocupado mucho de Kike y ahora les toca descansar.
—¿Soñabas con vivir en el centro de Madrid?
—Nunca ha sido un sueño o un anhelo. Yo, simplemente, quería vivir en un lugar donde la vida me resultara más sencilla, tener todo a mano, cerca, sin estar apartada. La vida con Bertín siempre suponía vivir a las afueras de cualquier sitio. Y eso complica el día a día. Teniendo en cuenta que Carlos es ya un adolescente, facilita que él tenga independencia.
—¿Te has sentido sola en este nuevo hogar?
—Nunca me siento sola. La soledad no es una cuestión física, sino espiritual, emocional, mental… Siempre tengo algo que hacer. ¡Estoy a gusto conmigo! Puedo sonar egocéntrica, pero, en el fondo, es una cuestión de equilibrio: madurez, paz, tranquilidad… Puedo estar leyendo un libro, escuchando un podcast… ¡No tengo necesidad de estar siempre rodeada de gente! Adoro a mi familia y a mis amigos, pero todo tiene su momento.
—Como el programa de Bertín, ¿tu casa también es la suya? ¿Hay una habitación para él?
—Eso no. Desde el principio, cuando nos planteamos la separación, le dije: «Jamás te pondré problemas para ver a los niños, ya que tenemos que intentar que no les afecte». El cambio es muy duro y ambos hemos hecho mucho esfuerzo para que se note lo menos posible. ¿Que no se note si Bertín no está en casa? Antes también era así porque viajaba mucho. Estábamos juntos dos o tres días y el resto él trabajaba. Ahora, él vive en Sevilla, pero cada vez que viene a Madrid pasa para estar con los niños, pero no se queda a dormir. Desde que nos separamos, lo hace en un hotel.
—¿Ya habéis firmado el divorcio?
—Sí, Bertín firmó este miércoles dieciséis de febrero y yo el jueves diecisiete. Nos tocaba hacerlo el mismo día, pero ese miércoles tuve que acompañar a mi madre al hospital porque le dio un ataque de vértigo.
—No habéis coincidido entonces…
—No, no hemos firmado sentados juntos mirándonos a la cara. Yo le dije a mi abogada que no quería eso… y él también al suyo.
—¿No te ha resultado extraño comunicarte con él a través de abogados?
—No. En mi caso, mi letrada, Asunción de la Morena, especializada en familia, ha sido una pieza superimportante para hacerlo bien y darle forma legal a las cosas. Yo no quería una abogada que me llevara al conflicto o sintiera que me tenía que defender de algo, porque nunca ha sido la actitud suya ni mía. Ella entendió eso desde el principio. Me ha guiado y en ningún momento ha habido un conflicto. Me han llamado incluso de asociaciones de mediadores familiares para que sea su portavoz por el divorcio tan ejemplar, pero ha sido gracias a ella.
—¿En qué consiste el acuerdo?
—Bertín está siendo generoso con nuestros hijos. Él se ocupa de los gastos de los niños y yo de mí misma con el sueldo de mi trabajo.
—¿Cuáles son los términos económicos?
—Él quería darme una pensión y yo renuncié a ella. Le dije: ‘Si tú estás dispuesto a entregarme ese dinero, ¿por qué no lo hacemos de otra manera? Que sea para los niños’. Así lo que yo gano es para mí. Si llego, bien; de lo contrario, me buscaré la vida. Necesitaba sentirme dueña de mí. Cuando dependes económicamente de una persona, te hace estar atada, como que el vínculo no se termina de romper. Desde que me casé entendí que era más fácil que yo me acoplara a su vida. Ahora, quiero recuperar mi independencia, mi autonomía, mi desarrollo personal y profesional… Depender de él no favorecía.
“Bertín ha delegado en mí la custodia de los niños. No queríamos que estuviesen cada semana en un sitio diferente, cuando hay buena relación y posibilidad de verse”, cuenta desde su nueva casa, que es propiedad del presentador Carlos Sobera
—Fabiola, ¿en qué trabajas?
—Trabajo en la empresa López Real Inversiones 21, dedicada a promover suelo comercial, hacen parques comerciales… Es de mi querido amigo José Luis López, al que algunos conocéis como ‘el Turronero’. Es un señor maravilloso, encantador, que me ha ayudado muchísimo. Llevo colaborando con él desde hace cuatro años. Entonces, me encargaba de las relaciones públicas. Este verano, me pidió que montara la primera oficina de la empresa aquí, en Madrid, y ahora soy la directora de comunicación y «marketing». Además, sigo al frente como presidenta de la Fundación Bertín Osborne. Tenemos una nueva directora maravillosa, Rocío Martín Diez, sobrina de Alfonso Diez —el viudo de la duquesa de Alba—, que tiene un niño con discapacidad, Felipón. Nos conocimos como madres que buscamos alternativas para nuestros hijos y hemos mantenido la amistad. Nos entendemos fenomenal y está haciendo un gran trabajo. Estamos muy ilusionadas con la app +Family, que acabamos de lanzar y que consiste en un servicio integral de acompañamiento y atención a las familias con personas con discapacidad. Salgo sobre las ocho y media de casa y no vuelvo hasta las ocho de la tarde. ¡No paro!
—Mucha gente no sabrá a qué te dedicas...
—Mi compañera de trabajo, me dijo eso: ‘¡Ay, si esto se supiera!’. La mayoría de las personas no se lo imaginan. Me he querido formar un poco para este nuevo puesto que desarrollo. Me apunté a un curso y me pedían la vida laboral. Nunca me fijo en esas cosas porque tengo una gestoría que me lleva todo. Esta vez me lo descargué yo. ¡Tengo veintidós años cotizando en España! Como modelo, en la televisión, en empresas... La gente ve mi vida desde que estoy con Bertín, pero he trabajado siempre.
—Volvamos al divorcio. Cuando te comunicaron que Bertín había firmado, ¿te estremeciste?
—No hay ningún drama. Al revés. Sentí la satisfacción de cuando sabes que algo difícil llega a su final. Ahora somos más libres para sentirnos mejor con nosotros mismos y también entre nosotros.
—No coincidisteis, pero ¿cómo fue vuestra primera conversación tras la firma?
—¡Ha sido ahora, durante la sesión de fotos con vosotros! (Realizada el viernes dieciocho, un día después de que Fabiola estampara su firma en el acuerdo de divorcio). ¡Él ha llegado y nos hemos saludado con un abrazo, como siempre! Sin embargo, esta vez he notado el apretoncito de Bertín que significa: ‘¡Ya sé que has firmado!’. Habéis estado todos delante y no hemos podido hablar. Habrá gente que piense: ‘Vaya casualidad’, pero ha coincidido todo.
—¿Ha hecho falta algún juez para regular la custodia de vuestro hijos, por ejemplo?
—No, nada. Él ha delegado en mí la custodia de los niños, porque viven conmigo y no queríamos que estuviesen cada semana en un sitio diferente, cuando hay buena relación y posibilidad de verse. Él puede estar con los niños siempre que quiera o pueda. Y al revés, cuando ellos quieran.
“En Instagram he recibido mensajes de hombres que ni contesto. También me llegan a través de LinkedIn, que es bestial, porque, al menos, se ve el currículum”, confiesa la venezolana entre risas sobre si, tras el divorcio, piensa en ligar
—¿Ya eres una mujer oficialmente divorciada?
—Sí, hemos firmado este acuerdo donde está todo claro. Ahora, toda esa documentación pasa al juzgado y un juez determina que es correcta. Ahí es cuando el divorcio será un hecho legalmente.
—Menuda decepción se van a llevar los que solo se refieren a ti como ‘la mujer de Bertín’ cuando se enteren de que, oficialmente, ya no lo eres…
—No va a quedar más remedio que se aprendan mi nombre si quieren conocerme. Es una batalla perdida. Antes de las redes, todo el mundo me llamaba así, ‘la mujer de Bertín’. El caso es que cuando abrí mi perfil de Instagram pensé: ‘No voy a poner “la mujer de Bertín”, sino “Osborne”, para que cuando busquen salga’. Al separarme, lo cambié por mi nombre: Fabiola Martínez Benavides.
—Este proceso tiene sus fases. ¿Por qué estado atraviesas?
—Cuando llegamos al punto de ‘hasta aquí’, la fase de duelo, negación y todo eso, ya la habíamos vivido. Esto no es algo que pasa de repente, con lo cual ya estaba más que asimilado. Hoy en día, no te diría que estoy en la fase de celebración, porque no es el caso, pero sí de paz.
—Al final de tu matrimonio, confesaste que te veías triste, ¿qué descubriste en el espejo el día siguiente de firmar el divorcio?
—Desde hace tiempo me miro en el espejo y me gustan mis ojos... ¡Me veo bien!
—¿Qué has recuperado que sentías que habías perdido?
—No sabría explicártelo. Yo me sentía como si fuese un cuadrado intentando entrar en un círculo, había puntos de mí que no terminaban de estar bien, que no encajaban. Ahora no hace falta que entre en ningún lado… ¡Soy yo y ya está! Eso es lo que me hace estar bien. Soy consciente de que no soy la de los veintiocho años. Veo mi párpado más caído, mi entrecejo con arrugas, las patas de gallo… (Ríe). ¡Pero me veo los ojos y estoy bien!
“A mi hijo Carlos le encantaría ser artista. Nos han llamado para ir a algún concurso de talento infantil, pero hemos dicho que no”
—¿Has llorado mucho?
—Sí, lloré mucho.
—¿Ha sido el divorcio uno de los peores momentos de tu vida?
—No, el peor momento de mi vida fueron las circunstancias en las que nació Kike. El segundo fue la operación bestial que le hicieron, llamada multinivel, de cadera, pie y rodillas. ¡Eso fue horroroso! Aparte de eso, la vida te da lecciones. A nivel sentimental, había momentos en los que yo echaba en falta una vida más tranquila, más íntima. Bertín siempre quiere estar rodeado de gente. Y sí, eso está bien, pero cuando yo comparto con otra persona necesito estar con esa persona. Él me decía: «¿Cenamos mañana?». Y yo respondía: ‘Sí, venga’. Pensaba que estaríamos solos los dos, pero, al llegar, estaban otras seis personas. Cuando esto sucedía, tenía ese pellizquito en el corazón… Y así en más cosas.
—Tú diste el primer paso de plantear la separación.
—Sí, intenté ser la persona que está callada y que no comparte su opinión, pero era superior a mí. Un día, dije: ‘No, no puedo más’. Cuando abrí la caja de Pandora, resulta que los dos estábamos más o menos igual. No hubo una causa concreta, sino un cúmulo de muchas cosas.
—¿Te costó dar ese paso?
—No fue de la noche a la mañana. Eso es como una montaña rusa: estás bien, luego remontas… Nos hemos querido mucho, siempre había momentos, aunque cada vez costaba más remontar.
—Otro momento relevante es cuando te quitaste la alianza… ¿Cómo fue y qué sentiste?
—No estuvo relacionado con lo sentimental. Me la quité hace un tiempo con mucho esfuerzo porque me molestaba. La tengo guardada. Cuando me casé con Bertín era un espagueti, pero, desde hace cuatro años, estoy con muchos cambios hormonales. Tengo la menopausia. No me importa decirlo, muchas mujeres se sentirán identificadas conmigo. Empecé a engordar y el anillo me hacía mucho daño.
—¿Cuándo se la quitó Bertín?
—El día de la boda. En la ceremonia, nos pusimos los anillos, y el mismo día, después de terminar, se la quitó. Reconozco que me molestó, me dolió. Le pregunté que por qué y él me contestó, con ese carácter suyo, que no era un pájaro o una paloma para ponerle un anillo.
—Cuando ves a Bertín, ¿ya no sientes nada?
—Siento cariño por él, es como un niño grande, y hago a veces de mamá y le digo ‘ten cuidado con esto o con aquello’…
—¿Te pide consejos?
—No, no tenemos una relación de ‘más mejor amigos’. No le llamo para contarle mi vida. Nos mensajeamos si está en Madrid y quiere ver a los niños…
—¿Lo echas de menos?
—No. Yo sé que él está ahí, seguirá siendo parte de mi vida familiar, una parte superimportante de la historia de mi vida, pero no hay nada más.
—¿Cuánto se tarda en desenamorarse?
—Mucho tiempo. Depende de cada caso. En el mío, ha sido un trabajo largo. Parte del cariño que queda tiene que ver con el amor que se ha tenido durante la relación. Al final, desenamorarse como tal es relativo. No lo quiero como pareja, pero está ahí, en mi vida.
—¿Sigues escuchando sus discos?
—Bueno, no. (Risas). Antes tampoco lo hacía mucho. En los conciertos, sí. ¡Disfruto viéndolo en el escenario! Él tampoco pone su propia música en casa.
—Tu hijo Carlos canta muy bien. ¿Seguirá los pasos de su padre?
—A él le encantaría. Yo le digo: ‘¿Tú quieres ser artista? Lo serás, pero con titulación’. En la vida hay que tener herramientas que te permitan tener plan A, B y C. Nos han llamado para ir a algún concurso de talento infantil, pero hemos dicho que no. En nuestras circunstancias, eso sería destrozarle la vida. Bastante cuesta cuando un niño crece en una casa teniendo un referente como su padre. ¡Eso te marca! Los niños siempre te dicen: ‘Tú eres el hijo de…’. No quiero precipitarme por el capricho. ¡Sería cargármelo emocionalmente! Pero sí, es muy artista. Lleva años tocando el piano y tiene sus clases particulares.
—Estos días se ha hablado de la entrevista de Ana Obregón con Bertín. ¿Sabías que habían sido pareja?
—Sí, ya lo sabía. Me alegra que Ana vaya sintiendo ánimo por hacer cosas que la hagan feliz. Superar a un hijo es de las cosas más duras a las que se puede enfrentar una madre... Empatizo totalmente con su dolor.
—Cuando una relación acaba, se muere también ese lenguaje único que se desarrolla entre las parejas…
—Hay veces que me tengo que contener porque me sale natural referirme a él como ‘mi vida’, ‘mi amor’, pero no puedo porque confundo a los niños. Ahora incluso me he tenido que acostumbrar a llamarlo por su nombre, Bertín. ¡Y él a mí! Siempre me ha llamado ‘gordita’ y a veces se le escapa, pero otras veces se acuerda. Es una cuestión de hábito…
—¿Cómo lo llevan tus hijos?
—Los niños están muy bien dentro de lo que supone una separación. No quiero que todo suene idílico y maravilloso, porque hemos tenido momentos de tristeza, de pena, de nostalgia...Ahí he estado yo para darles el apoyo y el cariño. En especial a Carlos, que ha sido el que más lo ha manifestado. Ahora ya están bien. Era, al principio, la incertidumbre, pensar ‘¿y ahora qué?’. La primera pregunta que me hizo Carlos fue: ‘Y si tienes un novio, ¿se va a venir a vivir con nosotros?’. En su cabeza, él pensaba: ‘Mi madre va a tener una familia y mi padre otra, ¿y yo qué sitio voy a ocupar?’. Siempre he sido de hablarles normal y, en ese momento, quizá fue el momento en el que tenía que hablarles como adultos, y así lo hice. A Kike le ha costado más manifestar cuando ha echado de menos a su padre, pero ya le vamos cogiendo el punto.
—Y tus padres, ¿cómo lo han gestionado?
—Mi padre fue el que peor lo llevó. Quiere a Bertín y hacían muchas cosas juntos. Bertín le sigue invitando a Sevilla, pero ya no es como antes.
—¿Sigues manteniendo buena relación con las hijas de Bertín?
—Sí. Obviamente, nos vemos menos. Antes, cuando ellas venían a ver a su padre, nos veíamos. En cambio, ahora tenemos que hacerlo ‘ex profeso’. Las agendas se complican. No hablamos tan a menudo, pero ahí está el vínculo y espero que no se pierda.
—La familia de Bertín tiene un chat. Hace un tiempo dijiste que te planteabas salirte. ¿Lo has hecho ya?
—Sí, a raíz de un conflicto que se produjo en los medios de comunicación. Eso hizo un poco de daño. Se dijo que yo había hablado mal de mis cuñadas, las hermanas de Bertín, algo que jamás hice. De hecho, me encantaría verlas más a menudo. Yo las llamé y les aclaré. No se me ocurriría crear un conflicto. Entonces, creí que era el momento de salir del chat. No tenía sentido seguir, a pesar de que sus hijas me dijeron que siguiera.
—Y ahora… ¿piensas en ligar?
—¿Pienso en qué?
—Ligar. ¿Te suena esa palabra?
—¡No te había escuchado bien! (Muchas risas). A lo mejor es el subconsciente que la tiene tapiada. Mira, no estoy enfocada en eso. Me apetece disfrutar, reírme y no quiero complicarme la vida. Lo que sí tengo bastante claro o, por lo menos, así lo siento ahora, es que no quiero tener una relación. Ni siquiera me veo planteándome algo estable, serio ni nada. Soy feliz con mis hijos, mi casa…
“Mi abuela falleció en Navidad. Tuvo un ictus y estuvo de hospital en hospital hasta que la pudieron atender. En Venezuela pasan cosas terribles por falta de medios”
—¿Tus amigas no te buscan novio?
—No, porque me conocen y saben que, si me hacen eso, les cae una bronca. Las cosas son naturales. A veces, pienso qué pasaría si voy a un sitio y veo a alguien que me gusta y yo le gusto y reacciona… Una fantasea, claro, sobre cómo me voy a sentir, pero, de momento, no ha sucedido.
—Fabiola, ahora también se liga por aplicaciones…
—¡Qué rollo! En Instagram he recibido algunas veces mensajes privados que, obviamente, ni contesto. También me llegan a través de LinkedIn, que es bestial, porque por lo menos ahí se ve el currículum y más o menos te ubicas (risas). Conozco una de las aplicaciones porque tengo una amiga que las usa. Para fastidiarla, le cogía el teléfono y le daba «match» a todos los que no le iban a gustar… ¡Esas aplicaciones me espantan!
—¿Qué debe tener un hombre para que te guste?
—No sabría definirlo: es algo físico, químico, que notes que hay una atracción. Ese match, pero en persona. Te veo, me ves y siento algo.
—Tras el divorcio, ¿ha cambiado tu concepto de los hombres?
—La que ha cambiado he sido yo. Si antes me daba un poco igual acoplarme, esta vez lo van a tener más complicado.
—¿Cómo has pasado San Valentín?
—¡Ni me he enterado! Fue un día normal y no he echado nada en falta.
—Es tu segundo matrimonio, ¿consideras que has tenido mala suerte en el amor?
—No, he compartido mi vida con personas y cada una de ellas me ha enseñado, me ha aportado… Tengo recuerdos bonitos. De hecho, cuando falleció la madre de mi primer exmarido, un amigo en común me lo contó. Entonces, nos pusimos en contacto los dos y me mandó unas fotos que tenía su familia en Venezuela.
—¿Sigues hablando con él?
—Él vive en Madrid y está casado. Es padre de unas niñas guapísimas. No somos amigos, pero tiene mi contacto y yo el suyo. Hay buena relación.
—Por cierto, hablando de tu vida anterior en Venezuela, ¿cómo se encuentra tu abuela? ¿Le sigues mandando medicamentos?
—Ojalá. Desgraciadamente, mi abuela falleció estas Navidades, un día después de mi cumpleaños, el veintinueve de diciembre. Tuvo un ictus y estuvo de hospital en hospital hasta que por fin la pudieron atender en uno. Fueron dos días perdidos sin aplicarle tratamiento que dejaron muchas secuelas a las que no pudo sobrevivir. Eso te puede dar una idea de cómo está la situación allí. Aunque ya no esté de moda hablar de Venezuela, siguen pasando muchas cosas terribles por falta de medios.
—¿Cómo has cuidado tu salud mental en estos meses?
—Centrándome en mí, en mi estabilidad laboral y meditando mucho.
—¿Has ido al psicólogo?
—No, pero, si en algún momento sintiera la necesidad, no lo dudaría.
—Tus hijos y tú habéis pasado el coronavirus. ¿Has sentido miedo?
—Claro que pasas miedo. Yo estuve cinco días malísima. No era solo una gripe. Tenía un dolor en la espalda, en la parte de los pulmones, y llegué a pensar: ‘¿Estaré con neumonía y no me estoy dando cuenta?’. Tuve fiebre, mucho dolor... Para Carlos fueron dos días de fiebre y malestar general. Y Kike, que lo pasó antes, fue asintomático y no tuvo secuelas.
—Este año cumples cincuenta años… ¿Cómo lo vas a celebrar?
—No lo sé. En los últimos años me he puesto mala cuando ha sido mi cumpleaños. No sé si es psicológico. Espero que en esta ocasión sea diferente porque... ¡no se cumplen cincuenta años todos los días!
—¿Piensas en hacerte algún retoque? ¿Defiendes la cirugía estética?
—Siempre lo he dicho, cuando participé en el certamen de ‘Miss Venezuela’, me operaron la nariz. Alguna vez me he dado un toquecito en el entrecejo, para evitar la arruga que te hace parecer que estás de mala leche, y poco más. No estoy en contra de la cirugía, pero no quiero mirarme y no reconocerme.
—Por último, Fabiola, ¿cómo definirías tu vida ahora?
—Equilibrio.