Las imágenes de la infanta Cristina, publicadas en exclusiva por ¡HOLA!, escenifican la situación real y delatan su tristeza y el difícil momento que atraviesa. Las lágrimas se quedan en casa, pero la pena no se puede esconder . Aún de lejos, y sin una fotografía nítida, se la ve abatida y con la mirada apagada. Demasiado peso en su ánimo.
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Lleva todavía la alianza (ahora, en la mano izquierda) que le puso Iñaqui hace 24 años en la catedral de Barcelona, pero, ante las dificultades que no cesan, parece atravesar el desconsuelo.
No debe de ser fácil, aunque sus amigos la definen como un ser humano de voluntad inquebrantable. No es solo la deslealtad de su marido, ahora también son sus nuevas realidades a un mundo de distancia. El matrimonio indestructible atraviesa dos escenarios de vida muy diferentes.
Antes eran dos contra el mundo, pero ahora, ese equilibrio se ha roto. Iñaki Urdangarin que, a diferencia de su mujer, no lleva el anillo de casado, sortea cámaras y micrófonos con su familia acompañándolo a todas horas. Más allá de lo que piensen de la situación -del paseo de la mano con Ainhoa Armentia que desembocó en un tsunami-, su madre, Claire Liebaert, sus hermanos y sus sobrinos lo apoyan en todo y, pase lo que pase, forman una piña y un escudo a su alrededor. Lo demuestran semana tras semana. Juntos, sin fisuras y ofreciendo la imagen de la fuerza y de la unión.
A miles de kilómetros, sin embargo, la hermana del Rey, aún con todo el amor de sus hijos, de sus padres o de su hermana, no puede estar más sola. Las fotografías realizadas el pasado 6 de febrero, después de visitar a su padre en Abu Dabi, reflejan justo eso: desgaste físico y emocional, soledad y tristeza profunda.
A la infanta de España, que renunció a casi todo por amor, se la ve devastada mientras mira su teléfono y se agarra a una maleta de mano, en Zúrich. El mismo aeropuerto donde, corriendo el año 2016, y junto a Iñaki, también hizo escala cuando iban camino del banquillo que los esperaba en Palma de Mallorca. Doña Cristina libraba otra batalla durísima, pero su marido estaba a su lado y confiaba en que, al final, todo iría bien. Y casi lo consigue.
Los hechos la derrumbaron inicialmente -Urdangarin, en la cárcel-, fue su “bajada a los infiernos”, una expresión que ha usado en su intimidad, pero ahora volvía a estar fuerte, se había reconstruido y la idea de volver a vivir juntos no le podía hacer más ilusión. Sería una nueva etapa con tres hijos, Juan, Pablo y Miguel (los mayores) ya fuera de casa y la más pequeña, Irene, camino de seguir sus pasos, pero podrían retomar su relación allí donde la dejaron. Mirar al futuro de la mano.
Pero se cruzó otra mano, la de Ainhoa Armentia y todos los planes se vinieron abajo. Cuando tenían en el horizonte el regreso de Iñaki a Ginebra, donde tenía previsto terminar de cumplir la pena (9 de abril de 2024), cuando ya se la prometía felices y todo apuntaba a mejor -este año, su marido puede aspirar a la libertad condicional-, su vida volvió a romperse.
A doña Cristina, que sigue estando muy enamorada -sus amigos no tienen la más mínima duda- ni se le había pasado por la cabeza que su marido pudiera tener otra relación, que, después de tanto, traicionara los sueños que tenían en común, pero como dijo su marido y su hijo Pablo “son cosas que pasan”.
La infanta, lejos de su país, de los suyos y teniendo que ejercer de sostén principal de la familia, llora a solas en su casa de Ginebra. Allí, y a la espera de reencontrarse con sus hijos mayores, ha vuelto a encerrarse después de buscar consuelo y consejo en su padre, el rey Juan Carlos.
En el camino se ha dejado mucho, muchísimo y, ahora tendrá que volver a tejer su destino. La persona que más ha apoyado en este mundo es la que más le ha fallado.