Lucila Figueroa Domecq desciende de la alta aristocracia madrileña y de una legendaria saga de bodegueros jerezanos. Sin embargo, esta joven de treinta y cinco años a la que todo el mundo conoce como Lulu forma, junto a su marido, Adrián Saavedra, una de las parejas más bohemias y modernas de la nobleza. Ella es pintora e influencer; él, profesor, compositor y vocalista de una banda de rock. Una mezcla de vanguardia e historia que los acompaña desde que, en 2010, comenzaran su relación sentimental cuando él se declaró con un poema a la antigua usanza. Desde entonces, han formado una feliz familia, de la que están muy orgullosos y que hoy nos presentan por primera vez: sus hijos, Ciro, de tres años, y Lucio, de tan solo seis meses. Con ellos y de la mano de Bvlgari, la pareja celebra San Valentín a su estilo: en familia.
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—¿Cómo pasaréis el catorce de febrero?
Lulu.—En familia, porque, como no estamos todo el tiempo juntos que nos gustaría, cualquier excusa es buena. Si Adrián y yo pudiéramos escaparnos para salir a cenar… sería genial, pero sí, lo pasaremos juntos.
—Adrián, ¿la vas a sorprender?
—Yo soy de demostrar el amor en el día a día.
“Lo que me sigue fascinando de mi marido después de doce años juntos es que es un padrazo que está enamorado de sus hijos… y de mí, claro”, confiesa Lulu
—¿Quién es más detallista?
—Adrián lo es. A él gusta celebrar el aniversario de cuando nos conocimos. Siempre me regala algo especial.
—¿Joyas?
—¡Sí! La última fue un diamantito. ¡No me lo quito, ya que me recuerda a él! Para este año me encantaría que me regalara el anillo B.Zero1, de Bvlgari, que es muy rockero.
—¿Con qué le sueles agasajar tú?
L.—A él le gustan más las experiencias, como salir a cenar a un sitio diferente, pero, por ejemplo, le regalaría un reloj.
Adrián.—El regalo de Lulu que más me gusta es un retrato de nuestra perrita. Lo tengo en mi despacho.
—¿Cómo surgió vuestro amor?
A.—La conozco desde los trece o catorce años. Yo era muy amigo de su primo. A veces, coincidíamos de noche, pero ella era ‘el pibón’, alguien inaccesible para mí. ¡Bastante que la saludaba!
L.—Nos reencontramos en la universidad, donde él estudiaba Historia y yo, Historia del Arte, y ahí nos enamoramos. Empezamos a salir en dos mil diez. Él me escribió algún poema…
—¿Quién conquistó a quién?
A.—Sin lugar a dudas, fui yo. ¡Me lo puso difícil! Estuve meses trabajando. Le escribí algún poema, porque tenía bastante desparpajo en aquella época. En vez de estudiar me dedicaba a eso… [Risas].
—Adrián, ¿qué destacarías de Lulu?
—Tiene devoción absoluta por la gente a la que quiere, se vuelca. No me ha sorprendido nada lo buena madre que es. Tiene mucho instinto de protección por los suyos.
—Lulu, ¿cómo definirías a tu marido?
—Es supertrabajador, leal y cariñoso.
“Ciro es superobediente. Me tiene impactada. Es muy cariñoso… ¡Estoy enamorada de él! Lucio es clavado a mí cuando era pequeña”, rememora Lulu
—¿Qué te sigue fascinando de él después de doce años juntos?
—Que es un padrazo que está enamorado de sus hijos y… de mí, claro.
—A pesar de los hijos, es importante seguir cuidando la pareja…
—Ahora es un momento complicado, porque Lucio, nuestro bebé de seis meses, todavía es muy pequeño, pero intentamos escaparnos cuando podemos para poder hablar. ¡Con los niños es imposible!
—La pandemia ha destruido muchas parejas, ¿y a vosotros?
—Ha sido igual, como siempre, o mejor, porque hemos podido estar más tiempo juntos. Y, como pareja, muy bien.
—Nos recibís por primera vez con vuestros hijos. ¿Cómo es un día en vuestra vida?
L.—Empezamos desayunando todos juntos. Cada día es muy diferente, cambia totalmente. Me voy adaptando. Adrián se va a trabajar y yo lo hago cuando ellos duermen o el fin de semana… La prioridad después de los niños y la familia es seguir pintando. Nos organizamos haciendo malabarismos e intentamos repartir las tareas.
A.—Sí, a mí me encanta desayunar con ellos. Recién levantado, con toda la energía del mundo, es mi momento favorito del día.
—Habladnos de ellos…
—Ciro es superobediente. Me tiene impactada. Es muy cariñoso… ¡Estoy enamorada de él! Estos días me está demostrando que es tan bueno… Y Lucio es clavado a mí cuando era pequeña. Se parece a mí físicamente. Ciro se ríe mucho con el bebé. Esos momentos me encantan.
—¿Qué os gusta enseñarles?
A.—A Ciro le hablamos en inglés para que aprenda desde pequeño. Yo fui a un colegio británico y, en la familia de Lulu, también se habla. Sus abuelas eran americana e inglesa. Y, aparte de eso, en un nivel más profundo, procuramos enseñarle valores. Los tenemos un poco consentidos y es algo que quisiera corregir en el futuro, pero procuro que sean bondadosos, que compartan, que sean cariñosos con los seres queridos…
“No rechazo mis orígenes aristocráticos, pero no creo que sea un motivo del que presumir. Valoro más los logros profesionales”, explica la hija del actual conde de Romanones
—¿Por qué os decantasteis por esos nombres?
—En el caso de Ciro, lo decidimos cuando nació. Lo queríamos ver antes. Es un nombre de emperador persa. ¡Nos parecía diferente! Y, al pequeño, le hubiera puesto Lucilo, como yo, pero decidimos Lucio, un nombre romano con su propia historia.
—Lulu, ¿te habías imaginado alguna vez casada y siendo madre?
—Sí. Lo había dicho desde siempre, era un sueño.
—¿Eres una madre estricta o más consentidora?
—Creo que soy un poco estricta y un poco pesada. Intento relajarme, pero no lo puedo evitar.
—¿Qué han heredado los pequeños de ti?
—A Ciro le encanta pintar y los libros… ¡Como a mí!
—¿Os gustaría seguir ampliando la familia?
—Como acabamos de tener un hijo, ahora no me planteo nada. Lo tengo muy reciente y estamos muy contentos así.
Una clase de historia
—Además de tu abuela Aline Griffith, aristócrata y espía de los servicios de inteligencia de Estados Unidos en España, desciendes del conde de Romanones, tres veces presidente del Gobierno. ¿Tienes pensado hablarle a tus niños de tus antepasados?
—Son muy pequeños, pero, sin duda, cuando crezcan, les hablaré de dónde vienen. Su padre, que es historiador, los formará para que les encante.
—Adrián, para un historiador será apasionante conocer tan de cerca la historia de España…
—Además, el siglo XX es el que más me atrae de la historia universal. Tener acceso de manera tan cercana, ya no solo a documentos históricos, sino a las propias personas, es fascinante.
“Soy su mayor fan. Me ha escrito una canción que se llama ‘Nightsky’. ¡Es inédita!”, dice Lulu sobre el grupo de ‘rock’ de su marido
—Antes hablábamos de joyas. Lulu, tu abuela Aline tenía un joyero único. ¿Conservas alguna de ellas?
—Sí, tengo una joya que me recuerda mucho a ella. Es un brazalete con forma de cebra del diseñador norteamericano David Webb. Me lo regaló cuando me casé con Adrián. La primera vez que fui a un evento acudí a ella para que me prestara uno de sus vestidos. Recuerdo que era negro y de Valentino. Hay un proyecto muy especial que está organizando su fundación. Será una exposición en torno a la moda.
—Ella vendió buena parte de sus piezas, como su icónico collar de esmeraldas, que ahora pertenece a la princesa Corinna. ¿Qué piensas cuando se lo ves puesto?
—Da igual que lo lleve otra mujer. Era de mi abuela y ella dispuso sus cosas como quería. Nos queda el recuerdo de verlo en ella, en mi hermana o en mi madre, que se casó con él. Pero, más que las joyas, lo que me quedo de mi abuela son sus libros y las historias que nos contaba.
—Eres muy familiar. ¿Qué relación tienes con tus primas Alejandra, Eugenia y Claudia, las hijas de Bertín Osborne?
—Estamos muy unidas porque pasamos los veranos juntas en Jerez, las Navidades… ¡Nos queremos mucho!
—Nunca presumes de apellidos ni te gusta remarcar tus orígenes aristocráticos. ¿Por qué?
—No lo rechazo para nada, pero no creo que sea un motivo del que presumir. Valoro más los logros profesionales, el trabajo o lo que ha conseguido alguien que un título nobiliario.
—A ti te gusta ser conocida por tu trabajo.
—Estoy muy contenta, con muchas cosas entre manos. Tengo proyectos relacionados con la pintura y también con la moda. Llevo planeando una exposición desde hace tiempo, pero, entre la pandemia y el nacimiento de Lucio, ha sido complicado. ¡De este año no pasa!
De los naipes… al ‘rock’
—Adrián, tú, en cambio, eres el gran desconocido. ¿Sigues ganándote la vida con el póker?
—No, desde un poco antes de la pandemia soy empresario. Tengo una academia de estudios, que administro y dirijo, donde doy clases de Historia y de Inglés. Se llama For Sant y está en Pozuelo de Alarcón, en Madrid.
—¿Por qué lo dejaste?
—Empecé a jugar cartas al final de la carrera. No se me daba mal, aprendí estrategias ganadoras, porque el póker es el único juego de azar donde interviene la habilidad. Llegó un punto que me di cuenta que ganaba más dinero jugando a la cartas que dando clases de Inglés, que era como me ganaba la vida entonces. Con lo cual, me planteé dar el salto y dedicarme profesionalmente a eso. Así lo hice durante cinco años. Pero ya me notaba un poco quemado. Decidí volver a lo de antes: ser profesor.
“Ya no juego al póker. Desde un poco antes del inicio de la pandemia, soy empresario. Tengo una academia de estudios, donde doy clases de Inglés e Historia”, cuenta Adrián
—¿Cuántas horas le dedicabas?
—Normalmente, la gente acude a un psicólogo porque tiene una adicción. En mi caso fue al revés. Fui a un coach deportivo para que me ayudara a conseguir la motivación. Lo que empieza siendo una pasión en cuanto lo conviertes en trabajo…
—¿Sigues jugando?
—No he vuelto a tocar un naipe desde hace dos o tres años. No lo echo de menos.
—¿Tienes más aficiones curiosas?
—Tengo una banda de rock que se llama Dirty Boots y soy el cantante. Hemos sacado un disco hace poco.
—¿Y ya tienes club de fans?
—Hemos dado conciertos en salas de Madrid para familia y amigos. No, club de fans todavía no… [Risas].
—Bueno, Lulu, tú serás su mayor seguidora.
—Sí, por supuesto. ¡Soy su mayor fan!
—¿Te ha vuelto a escribir algún poema?
—Me ha escrito una canción. Se llama Nightsky. ¡Todavía es inédita!