El rey Juan Carlos y su hija Cristina tenían la intención de verse en enero, pero las imágenes inesperadas de Iñaki Urdangarin de la mano de otra mujer, cambiaron todos los planes. La infanta suspendió todo menos el trabajo y se recluyó en su piso. Estaba desolada y no quería ver a nadie más allá de sus hijos… Y de su marido, aunque tras muchas conversaciones telefónicas. Tenían que emitir un comunicado y, después de hablar, eso hicieron. Desde entonces, meditan y reflexionan sobre el futuro de su matrimonio.
El exduque desde Vitoria, rodeado de familia; y la hermana de Felipe VI sin moverse de Ginebra hasta la pasada semana. Había llegado el momento. Doña Cristina necesitaba el consuelo de su padre, sus consejos, y abrazarlo; y don Juan Carlos se ocupó de organizarlo todo.
Con maleta de mano, doña Cristina viajó a Emiratos Árabes Unidos el 3 de febrero y llegó al aeropuerto de Abu Dabi, a las diez de la noche. La ciudad ultramoderna, donde se alzan rascacielos hacia las nubes. Allí, a pie de avión la recogieron dos coches y ya, hasta su regreso a Zúrich, no se pudieron seguir fotográficamente sus pasos.
Según informan los autores de las imágenes que ¡HOLA! publica en exclusiva, la infanta pudo trasladarse desde el puerto deportivo de Yas Marina en helicóptero o en barco hasta la casa de su padre, siendo este último el transporte más común, ya que la Isla está solo a 15 minutos de la costa y el embarcadero es muy cómodo.
Durante las horas que la infanta pasó en los Emiratos no abandonó Nurai (una extensión de un kilómetro cuadrado), donde solo hay once casas y un hotel de lujo. No había necesidad. Iba al encuentro de su padre en un viaje relámpago, urgente, y la villa en la que vive don Juan Carlos tiene la privacidad “blindada”. Allí, después de su encierro de semanas en Ginebra, estaba a salvo de cámaras y micrófonos.
La propiedad está vigilada por los servicios policiales del emirato, pueden pasear, hacer vida al aire libre, moverse en buggy (que los residentes usan para ir de una punta a otra); ir a la playa de arena blanquísima. Nadie puede seguir sus pasos.
Fue el programa Viva la vida el que adelantó información de la casa de don Juan Carlos: salones orientados al mar, terraza, piscina infinita, gran parcela y acceso directo a la playa privada entre palmerales.
Un oasis para doña Cristina. De la invernal Ginebra al tórrido sol -ni una nube en todo el año-; de la reclusión a la libertad, aunque solo fuera por unas horas. Silencio, algo de descanso y muy importante, la bendición de su padre.
Al final podría tratarse de eso, una última reflexión antes de tomar la decisión final y volver a casa el domingo. Pasaban algunos minutos de la una de la tarde cuando la hermana de Felipe VI aterrizaba en Zúrich haciendo escala camino de Ginebra. Sola, triste, tirando de equipaje y habiendo resuelto seguramente el destino de su matrimonio.