Monica Vitti ha fallecido en su Roma natal a los 90 años. Quien fuera musa de Michelangelo Antonioni, destacó tanto en la gran pantalla como en lo referente a su vida personal al no seguir en la una ni en la otra ningún tipo de convencionalismo. A lo largo de su trayectoria profesional, demostró que era una actriz polifacética tras despuntar en el cine intelectual y dramático -colaborando con grandes directores de la talla de Mario Monicelli, Buñuel o García Berlanga- y en la comedia años después.
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Emblema de mujer fuerte e independiente, no tuvo inconveniente en hacer públicos varios noviazgos que nunca terminaban en el altar, algo no muy bien visto en la Italia de la posguerra mundial. Una de sus parejas más conocidas fue el propio Antonioni, con quien vivió durante varios años. Se conocieron durante el rodaje de ‘El grito’ (1957) que él dirigía y en la que ella dobló al personaje de Dorian Gray. Su voz profunda y misteriosa y su mirada penetrante enamoraron al cineasta, que contaría después con ella en su ‘Trilogía de la incomunicación’, producción que la encumbró como actriz.
No se decidió a dar el ‘sí, quiero’ hasta unos meses antes de cumplir los 70. En el año 2000, tras más de dos décadas junto al fotógrafo y director Roberto Russo, se casó con él. Lamentablemente, tan solo dos años después le diagnosticaron Alzhéimer, la enfermedad degenerativa que la ha tenido alejada de la gran pantalla desde entonces. Todo este tiempo, Vitti y Russo han permanecido juntos y ha sido él, junto a otros familiares de la actriz, el encargado de cuidarla.
La interpretación fue, desde pequeña, una auténtica vocación para Maria Luisa Ceciarelli (ese era su nombre real). Siendo tan solo una niña, recurría a las marionetas para inventar historias y distraer a sus hermanos de los sonidos de las bombas en plena Segunda Guerra Mundial. Poco después de acabar la contienda, debutó en el teatro, interpretando a una anciana que había perdido a su hijo en el frente. Ceciarelli tenía 14 años, pero logró cautivar a la crítica y el público le dedicó una gran ovación.
Desde entonces, no dejó de crecer profesionalmente. Sobre las tablas interpretó a grandes clásicos de la talla de Shakespeare, Moliére o Brecht, a cuyos personajes envolvió de una aura completamente nueva. En la gran pantalla, se estrenó en el doblaje de ‘El Grito’ y dio después el salto frente a las cámaras. Despuntó en el cine neorrealista y, una vez que Italia fue dejando atrás este género, hizo lo propio en otro más intimista acorde a los movimientos vanguardistas de la época (en los 60).
Pero fue en los 70 cuando brilló aún más en películas muy diferentes: en la comedia. Con films como ‘El cinturón de castidad’ (Alberto Sordi, 1967), ‘La ragazza con la pistola’ (Mario Monicelli, 1968) o ‘El demonio de los celos’ (Ettore Scola, 1970), lograba hacer reír al público con un éxito arrollador. Con ellas se convertía en la ‘antidiva’ italiana por interpretar papeles muy alejados de estrellas como Sophia Loren o Gina Lollobrigida (las más admiradas celebrities del momento), pero que la colocaron a la altura de grandes como Marcelo Mastronianni. Sin duda, una mujer que forma parte, desde hace mucho tiempo, de la historia del séptimo arte.