María Olvido Gara Jova tenía diez años cuando aterrizó en Madrid por primera vez, procedente de su México natal. Tras cuatro años en la capital española, la pequeña Olvido se transformó en Alaska, una adolescente punk que lanzó, junto a un grupo de amigos, su primera banda: Kaka de Luxe. Con quince años fue musa de Pedro Almodóvar, con el que rodó su primera película, y con menos de veinte años puso ritmo a La Movida madrileña, de la que se convirtió en musa e icono. Hoy, a sus cincuenta y ocho años, ya es toda una leyenda de la canción —acaba de presentar su último disco, Existencialismo Pop, junto a Nacho Canut— y forma, junto a su marido, Mario Vaquerizo, una de las parejas más carismáticas del panorama social. Aunque ha vivido toda su vida en nuestro país, la cantante, hija de la cubana América Jova y el español Manuel Gara, quien había emigrado hasta el país azteca durante la Guerra Civil, lleva a México en su corazón. Así lo demuestra en este especial viaje a sus orígenes.
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—¿Qué significa México para ti?
—Por un lado, es absolutamente mi infancia; por otro, estoy segura de que, de no haber nacido allí, estaría igual de enamorada del país.
—¿Te consideras más española o mexicana?
—Soy una niña mexicana. Mi infancia no tuvo nada que ver con la de las niñas españolas de mi edad, pero mi adolescencia es la de mis coetáneas españolas. Y, además, España es un país elegido y, por lo tanto, igual de importante.
—¿Qué destacas de tu país natal?
—Es inmenso y diverso. Lo que te guste lo encontrarás: destinos turísticos, lugares aún por explorar, grandes ciudades. La amabilidad mexicana y la educación en el trato son fundamentales. Hay un código que tienes que aprender, sobre todo si vas desde España, donde todo lo queremos ya y lo reclamamos con un tono de voz que, a veces, se confunde con mala educación.
—¿Cuál es tu lugar favorito de México?
—La Ciudad de México, porque es un lugar donde he sido y sigo siendo muy feliz.
—¿Por qué recomendarías este destino para unas vacaciones de verano?
—Si te gusta la playa, es poco lo que puedo añadir: desde el Caribe hasta las playas del Pacífico. Si no quieres calor, hay pueblos perfectos de interior… y luego está la Ciudad de México, con ese verano templado y esa oferta cultural inabarcable.
—Te criaste allí hasta los diez años. ¿Cuál es tu mejor recuerdo?
—Tengo una madre atípica, una cubana que eligió México porque se enamoró del país. Yo salía con ella a los lugares a los que no era típico ir. Cuando nos cansábamos de pasear, nos sentábamos en las subastas del Monte de Piedad en el Centro Histórico a descansar y mi madre siempre acababa comprando alguna joya. También recuerdo ver los combates de boxeo en las piernas de mi padre o la primera vez que fui a la Casa Azul de Frida Kahlo. Tenía ocho años y sentí miedo con alguno de los cuadros.
—Tu padre era español. ¿Cómo llegó al país?
—Mi padre fue el típico caso de republicano exiliado y acogido en México con los brazos abiertos. Fue un joven que, al llegar, hizo de todo: vender seguros, trabajar de practicante en un pueblo… Después, puso un local en el centro, el Café de Brasil, y, cuando yo nací, se dedicaba a la venta de joyas.
—¿Sigues teniendo familia allí?
—Tengo alguna familia, con un contacto cordial, aunque echo de menos todo. Intento que no se convierta en un estado de tristeza, porque he pasado mi infancia viendo cómo mi padre añoraba España y mi madre, Cuba. Mi estado ideal sería vivir la mitad del tiempo allí y la otra mitad, aquí. Bueno, y compartiendo también con Londres.
—¿Recuerdas cuándo regresaste a México ya convertida en artista?
—Primero, fue en la televisión, en los programas de variedades en Televisa. Y, en concierto, fue con Dinarama, creo que el año ochenta y cinco… La primera vez te impacta mucho la entrega del público mexicano. Bueno, no solo la primera vez. ¡Es que es especialmente extrovertido y agradecido! ¿El concierto más emocionante allí? Seguramente en el Teatro Metropolitan con Fangoria, llegamos a una cima inigualable.
—¿Cada cuánto viajas hasta allí?
—Mis veranos son siempre de conciertos en España, así que nunca he regresado en esa época. Por suerte voy con cierta frecuencia: una vez al año más o menos.
—¿Cuál es el plan que siempre repites?
—No salgo de la ciudad a la que ahora llaman CDMX. Me alojo en el hotel Camino Real, disfruto del bufet de desayunos y de la piscina. Luego puedo ir al mercado de artesanías de La Ciudadela o al Mercado de Sonora, paseo por el Centro Histórico y compro imágenes religiosas en el Pasaje Catedral, me pierdo por las colonias Condesa y Roma en busca de las tiendas de artículos vintage o redescubro el Museo Arqueológico, algo siempre necesario, al igual que las pirámides de Teotihuacan. Los domingos voy al rastro, que se llama Mercado de La Lagunilla, y a las peleas de lucha libre en la Arena México. Si quieres algo de vida nocturna divertida, los bares gais de la calle Cuba en el centro siempre sorprenden.
—¿Cuál es el plato que siempre estás deseando probar?
—Quesadillas de flor de calabaza y de huitlacoche, mole poblano, chilaquiles con salsa verde, sopes, molletes, sopa azteca, cazuelita de queso con rajas, tacos vegetarianos, guacamole, jícama con chile piquín, cacahuates japoneses, agua de flor de jamaica y de tamarindo…
—¿Eres de las que toma insectos?
—No, mi meta en la vida es comer menos animales, no más.
—¿Qué artistas mexicanos te inspiran?
—A Chavela Vargas la he visto en algunas ocasiones. Me he quedado con ganas de conocer a Irma Serrano, ‘La Tigresa’, toda una personalidad. Pero la mujer más interesante —con permiso de María Félix, que me fascina— es Dolores Olmedo, doña Lola. De niña, la conocí mucho. Su casa es actualmente un museo que lleva su nombre. Gracias a ella, las colecciones de Diego Rivera y Frida Kahlo se convirtieron en lo que hoy en día son. Es una de las mujeres que más me ha impresionado. Hasta el punto de que, cuando empecé a usar perfume, adopté el que era su favorito, Shalimar, de Guerlain.
—¿Hay algún objeto en tu casa que te recuerde a México?
—Bueno, está por todas partes, pero, especialmente, en nuestra casa de descanso, donde toda la decoración es mexicana.
—Antes de despedirnos, ¿eres más de tequila o mezcal?
—¡Soy más de tequila!
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