La familia Fernández Ochoa decidió un buen día cambiar el asfalto de Carabanchel, en la zona sur de Madrid, por la sierra de Guadarrama para dirigir una escuela de esquí en Navacerrada. Ahí nacerían buena parte de los integrantes de la saga más laureada del esquí español. Y ahí cambió la vida de Paquito, Blanca, Lola y Luis y se formó una piña de deportistas de élite que ha saboreado las medallas de Paquito y de Blanca y la pérdida de los dos guías espirituales; la última, la de Blanca, no hace mucho tiempo. Ahora, Lola Fernández Ochoa es la encargada de sacar brillo al legado de la medallista en Albertville. Este fin de semana se ha disputado la segunda edición de la carrera Blanca Fernández Ochoa en Baqueira Beret, un lugar con mucho simbolismo para esta familia.
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—¿Qué recuerdos le trae a Lola Fernández Ochoa el Valle de Arán?
—Muchos y agridulces.
—¿Por qué dice que son agridulces?
—Porque pasé mi infancia en un internado en Viella y fue muy duro. Llegué con ocho años junto con mis hermanos Luis y Blanca. Ahí aprendí a esquiar, pero hubo momentos muy duros.
—Dígame alguno.
—Lo bonito fue aprender a esquiar y, gracias a ello, pude entrar en el equipo nacional y competir en el extranjero. Entrenaba todos los días por la mañana hasta las dos y, después de comer, había que estudiar y sacar buenas notas para no perder la beca. Lloré mucho de pequeña y me acordaba mucho de mis padres. También Blanca lloró mucho.
—¿Se puede decir que es una gran desconocida?
—Soy la gran desconocida al lado de mi hermano Paco y de mi hermana Blanca. No se podía brillar al lado de ellos. He sido subcampeona en todo: de España, en pruebas de la Copa del Mundo…
—Además, se rompió la rodilla muy pronto.
—A los diecisiete años me la rompí por primera vez, después de los Juegos de Sarajevo. Me operaron y regresé a las pistas. Me la volví a romper y me operé de nuevo. Así hasta que, después de visitar el quirófano en seis ocasiones, dije: ‘Basta, lo dejo’. Fue la decisión más dolorosa de mi vida como deportista.
—Y ahora le toca continuar con el legado de Blanca.
—Es un honor. Soy la extensión de Blanca. Es un orgullo que la gente la recuerde. Si me llaman para un homenaje, voy encantada y feliz. Me he emocionado mucho.
—Eso es porque la gente la quiere.
—Blanca era un ser excepcional. Siempre estaba pendiente de mí y me protegía. Su vacío no se llenará nunca. Los primeros años han sido duros. Antes no se me secaban las lágrimas y ahora la recuerdo sonriendo.
—También será fácil emocionarse con tanta admiración.
—Me encanta que recuerden a Blanca sonriente, sensible, alegre y cariñosa. Sus hijos llevan el duelo de otra manera. No es un papel fácil, pero, si algo tenemos la familia Fernández Ochoa, es que somos luchadores.