Manolo Santana o, sencillamente, Manolo, como se le conocía cariñosamente entre la familia del tenis, deja una profundísima huella en el deporte español y mundial tras fallecer el pasado 11 de diciembre, a los ochenta y tres años de edad. Reconocido como uno de los grandes impulsores de la raqueta en nuestro país, holló la cima del circuito —coronándose como el número uno del ranking mundial en 1965— y, además, conquistó cuatro Grand Slam: Roland Garros (1961 y 1964), el US Open (1965) y Wimbledon (1966).
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Nacido en Madrid el 10 de mayo de 1938, Santana popularizó el tenis en unos tiempos en los que este deporte estaba reservado a los estratos sociales más pudientes. Procedente de una familia muy humilde —su padre, Braulio, era electricista de la Empresa Municipal de Transportes y su madre, Mercedes, ama de casa—, supuso el gran referente para las generaciones posteriores y fue uno de los grandes estiletes para el despegue triunfal del deporte español. Cosechó setenta y dos títulos, además del oro olímpico individual y la plata del dobles en los Juegos de México de 1968, cuando el tenis era todavía un deporte de exhibición. Sin embargo, su magnitud va mucho más allá de las pistas y apunta a la epopeya de un niño que atrapó un sueño prácticamente inalcanzable desde que un buen día fuera a llevar el bocadillo a uno de sus tres hermanos (recogepelotas).
Reconocido como pionero del deporte de la raqueta en nuestro país, alcanzó el número uno del ranking mundial en 1965 y ganó cuatro Grand Slam
A partir de ahí no se separó del tenis. Aquella visita al Club Velázquez, pura casualidad, marcó un antes y un después. Se fabricó una raqueta con el respaldo de una silla y empezó a desempeñar todo tipo de labores para ayudar en casa con las propinas. El muchacho, con encanto y risa fácil, se ganó rápido a la acaudalada familia Romero Girón, que se encargó de su formación. Fue abriéndose paso y proyectándose hasta que en 1958, con veinte años, conquistó el Campeonato de España. Fue su tarjeta de presentación. Después, a los veintitrés, elevó su primer Grand Slam en París, repitiendo el triunfo tres años después antes de tomar la hierba de Nueva York en Forest Hills y, sobre todo, de emprender la captura de su gran objetivo: Wimbledon. ‘Yo soy tenis’, solía decir con su habitual cercanía y buen humor, fuera cual fuera la circunstancia. Presente en todos los rincones del circuito, se dejaba ver en casi todos los grandes torneos hasta hace dos años, cuando comenzó a disminuir su presencia pública.
Su última aparición pública
De 2002 a 2018 ejerció como impulsor y director del Mutua Madrid Open, donde protagonizó su última aparición pública este pasado mes de septiembre. Tras delegar en su amigo el tenista Feliciano López se retiró felizmente a su domicilio de Marbella para disfrutar del buen clima y pelotear a diario en su club, como se le pudo ver el pasado mes de julio. Allí, como en la Caja Mágica, el Club de Tenis Puente Romano también le concedió su nombre a la pista principal. Pese a la edad y al declive físico, no dudaba en coger un avión y desplazarse a Nueva York, Montecarlo, París o Londres acompañado de su última mujer, Claudia Rodríguez, con quien se casó en 2013.
Todo el dolor y la pena que la colombiana está viviendo por la muerte de su marido quedaron reflejados en el último y emocionado adiós a la leyenda y mito español del tenis en las capillas ardientes que se instalaron el domingo en el Hospital Real de la Misericordia de Marbella y, al día siguiente, en la pista central de la Caja Mágica, de Madrid, que lleva su nombre. “Lo de los títulos está bien, pero lo más bonito de Manolo era la humildad que tenía y cómo quería a la gente del pueblo”, afirmó la viuda de Santana. Y, con emoción, añadió: “Hemos estado juntos hasta el final”.
Reconocido como pionero del deporte de la raqueta en nuestro país, alcanzó el número uno del ranking mundial en 1965 y ganó cuatro Grand Slam
Además de Claudia, que estaba acompañada por su hijo, Cristian, nacido de su primer matrimonio con el empresario David Tuaty, acudieron a despedirle cuatro de sus cinco hijos: Beatriz y Borja, dos de los tres que el tenista tuvo con la gallega María Fernanda González-Dopeso, dado que Manolo no pudo asistir por no encontrarse bien de salud; Bárbara Catherine, fruto de un romance del tenista con la azafata de vuelo Bárbara Oltra, y Alba, la hija que tuvo con la periodista Mila Ximénez, que llegó a Madrid desde Ámsterdam (Holanda). Rota de dolor, reconoció que está atravesando un año “difícil” tras perder a sus padres en menos seis meses y aseguró que “quiero muchísimo a mi padre, era divertidísimo y sé que ahora está descansando en paz”. La tercera exmujer del deportista, la sueca Otti Glanzielus, de quien se separó en 2008, viajó directamente desde Suecia en compañía de su actual marido, el productor musical Lsif Carlquist, para despedir a su exmarido, de quien se queda con “las cosas buenas y simpáticas que pudimos compartir a lo largo de veintidós años”.
“Era como un padre”
Manolo Santana fue un hombre que atesoró gran número de amistades de todos los ámbitos a lo largo de su vida, y muchas quisieron acercarse a los velatorios para expresar sus condolencias a la familia, entre ellos, los tenistas Feliciano López, que le ha sucedido como director del Mutua Madrid Open, junto a su mujer, la modelo Sandra Gago; Conchita Martínez, y Garbiñe Muguruza, que declaró que “Santana siempre estuvo cerca de las nuevas generaciones, era como un padre”, así como Florentino Pérez y el también mítico exfutbolista Emilio Butragueño, presidente y director de Relaciones Institucionales del Real Madrid, club del que el inolvidable tenista era un entusiasta seguidor. También acudió el Rey Felipe VI, que llegó media hora antes del cierre de la capilla ardiente en Madrid y habló unos minutos con los hijos del tenista antes de acercarse a dar el pésame a la viuda del deportista.