Después de estos meses de pandemia, es hora de sonreír y bailar. Es lo que propone Íñigo Onieva, que acaba de convertirse en el nuevo rey de la noche madrileña gracias a su recién inaugurada aventura empresarial. El novio de Tamara Falcó es uno de los socios de Lula Club, una discoteca situada en plena Gran Vía de la capital. Un local rompedor que busca combinar el ambiente del mítico Studio 54 neoyorquino y el universo surrealista de Dalí. “El nombre está tomado de una de las amantes del pintor”, apunta Íñigo, que combina este proyecto personal con su trabajo en Mabel Hospitality. No hay que olvidar que el empresario también es director de esta compañía que desarrolla los negocios de restauración de Rafa Nadal y Abel Matutes, Jr., entre otros.
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La gran fiesta de inauguración de Lula Club tuvo lugar el pasado jueves 9 de diciembre Por supuesto, Tamara Falcó no quiso faltar a la cita. Para la ocasión, la marquesa de Griñón escogió un traje rojo de paillettes, inspirándose en la estética glam y disco del nuevo templo del ocio nocturno madrileño. Íñigo también contó con la compañía de su madre, Carolina Molas, aunque no con la de su hermana Alejandra. La actriz de series como Alta mar o El secreto de Puente Viejo se encontraba en Arabia Saudí, donde estos días se celebra el festival de cine del Mar Rojo.
Además, Íñigo reunió a muchos amigos, como Álvaro Falcó, a quien conoció mucho antes de empezar su relación con su prima Tamara. El marqués de Cubas no compartió velada con Isabelle Junot —ese día, su prometida se encontraba fuera de Madrid—, sino con los hermanos Carlos y Felipe Cortina, los dos hijos que Myriam Lapique tuvo con el recordado Alfonso Cortina, el que fuera presidente de Repsol de 1996 a 2004. Todos ellos también pasaron una divertida noche con Samantha Vallejo-Nágera, con quien la marquesa de Griñón coincidió en MasterChef . Tampoco se perdieron la fiesta Rossy de Palma; Rosauro Varo, que acudió sin Amaia Salamanca; Juan Betancourt, sin la tenista Paula Badosa, su novia, y Orson Salazar, quien permanece en Madrid mientras Paz Vega rueda una nueva serie en Nueva York.
Hablamos con Íñigo Onieva
Horas antes de la apertura de puertas, Íñigo Onieva nos recibió en Lula Club. Allí nos habló de este proyecto empresarial, sus pasiones y del gran cambio de su vida.
—¿De qué manera estás ligado a Lula Club?
—Estoy metido como socio. Por un lado, está la empresa Mercado de Fuencarral, que es la propulsora de este proyecto y nos hemos asociado Pablo [Marín], Mattia [Torrione] y yo.
—¿Cómo surge esta aventura?
—Llevábamos mirando opciones desde hace más de dos años, porque faltaba un proyecto así en Madrid. Tras todo lo ocurrido con la COVID, surgió esta oportunidad. De una forma u otra, he formado parte de este mundo.
La hija de Isabel Preysler no quiso faltar a la gran noche de Íñigo y, para la ocasión, escogió un traje ‘glam’ y ‘disco’, inspirándose en el ambiente de la discoteca de su novio
—¿De relaciones públicas?
—No, tenía un par de clubes antes. Llevaba Fetén, que estaba en el hotel Bless, pero a modo de hobby, de ocio. Me divierte viajar, ver conceptos similares en el extranjero y traerlos a España.
—Inicialmente, eras diseñador de coches. ¿Por qué este giro profesional?
—Me formé en Diseño de Coches y trabajé en Barcelona, Italia… Pero, hace tres años, estaba un poco desencantado con la proyección de mi carrera. Llevaba una vida muy corporate, como de funcionario, y eso no era lo mío. Por eso, en dos mil dieciocho, lo dejé todo y me vine a Madrid. Mi madre me quería matar, después de haberse gastado una fortuna en mis másteres y mis cosas, pero soy muy de instintos y pasiones.
—Tu familia siempre estuvo ligada al mundo del motor. ¿Te dedicaste a ello por eso?
—Mi primo —Jaime Fenwick Onieva— heredó ROA Motorcycles de su abuelo. Es una empresa que, en su día, ponía las motos a la Guardia Civil y se alió con BMW. Pero me metí en ese mundo porque me gustaba, aunque lo dejara todo hace tres años y me viniese a Madrid, sin saber qué hacer. Ahí empecé un proyecto personal y, durante los fines de semana, le echaba una mano a un amigo en una discoteca, en Arts Club. Eso me permitía compatibilizarlo con mi trabajo y ganar un dinero extra, que no está nada mal.
—El eslogan de Lula dice que es “hora de bailar”. ¿Qué tal te mueves tú?
—Me gusta bailar. La gente dice que bailo como si estuviese andando rápido, pero me encanta bailar y la música. Siempre he tenido tres pasiones: los coches, la música y la comida. Ya me he dedicado a los coches y ahora me dedico a la comida —en Mabel Hospitality— y a la música.
—Dicen que tienes don de gentes. ¿Siempre has sido así de abierto?
—Desde enano, siempre he sido echado para adelante en cuanto a lo social. Me gusta mantener mi vida privada en privado, pero sí soy abierto y muy social, en el trato cercano.
—Que seas tan social y frecuentes la noche ha podido desvirtuar tu imagen. Sobre todo, por lo publicado estos últimos meses.
—Sí, se ha desvirtuado, pero que digan lo que quieran. La gente que me quiere sabe cómo soy.
—¿Cómo vives la expectación que genera tu relación con Tamara?
—La parte personal prefiero dejarla.
—Simplemente, ¿es algo que llevas bien?
—Prefiero no comentar nada sobre este tema.
Íñigo trabajaba como diseñador de coches en Milán: “En 2018, lo dejé y vine a Madrid. Esa vida como de funcionario no era lo mío”, nos dice
—¿Cómo se presentan las Navidades? ¿El trabajo te permitirá descansar y hacer algún viaje?
—Algo encontraremos. Me encantan las Navidades. Es de mis épocas favoritas del año.
—¿Algún propósito para el nuevo año?
—Dar lo mejor de mí continuamente. Que salgan adelante todos los proyectos que tenemos.
—¿Y formar una familia? Porque no paran de preguntarle a Tamara por una posible boda.
—No quiero hablar de ese tema, lo siento.