El pasado lunes 29 de noviembre, Olga Nicolis di Robilant y di Cereaglio, conocida como Olghina di Robilant, murió a los 87 años. Una aristócrata nacida en una familia de la nobleza veneciana que fue educada en Suiza, vivió en Portugal, Francia y España y tuvo una vida de novela. Durante un viaje a Estados Unidos desde Italia, su madre, Caroline Kent, cambió de opinión y decidió que pasarían el verano en casa de su tía Olga Cadaval en Estoril (Portugal). La joven se instaló en la mansión Quinta da Piedade, colindante con la Quinta da Belavista, donde el rey Humberto II de Italia vivía con su familia tras verse abocado al exilio. Así, poco a poco, Olginha comenzó a relacionarse con príncipes y reyes. Gracias a este privilegiado círculo de amistades conoció al rey Juan Carlos. La bella aristócrata se convirtió en el primer gran amor del entonces príncipe español. Tras su muerte, todas las crónicas han destacado lo que la reina de corazones dijo sobre el monarca en sus memorias. Desde su primer baile a sus apasionados encuentros bajo un telón de fondo de reverencias y fiestas fastuosas. O su última cita, en la que el hoy emérito le confesó que había conocido a la princesa Sofía y debía casarse con ella.
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Pero, sin embargo, los obituarios sobre la también periodista y miembro de la dolce vita italiana -Fellini confesó haberse inspirado en ella para su mítica película- se han obviado otros amores, quizá no tan intensos pero sí igualmente interesantes, de esta italiana con algunos de los hombres más poderosos del mundo. Según ella misma confiesa, el rey Faruk de Egipto fue uno de sus pretendientes. “Un día amanecí en el Lido de Venecia con el rey Faruk de Egipto, que intentaba enseñarme jugar al póquer, mientras sus ministros trataban de echárseme encima de todas las maneras posibles. Divertido, respetuoso, pero siempre con la intención de llevarme al huerto, el rey me ofreció un yate suyo, anclado enfrente del Exelsior. Por seguir la corriente, atontada por todo lo que había bebido, acepté el regalo y tomé posesión de él, dando órdenes a los marineros e invitando a bordo a todos los amigos de la noche. (...) Pensé en la forma en que había conocido a Faruk. Me había metido en el mar con el reloj que me regalaron en la primera comunión y lo había estropeado. El rey, al verme desesperada y llorosa, se ofreció para que lo arregle su joyero real. No le conocía era uno de tantos vecinos ilustres, pero acepté. Varios días después, un ministro suyo, en vez de devolverme el reloj arreglado, me entregó uno nuevo: era de Codognato, cuajado de diamantes y rubíes. Ofendida y escandalizada, lo rechacé y fui a ver el soberano hecha una furia ordenándole que me devolviera mi viejo reloj (...) Desde entonces nos hicimos todo lo amigos que pueden serlo una mujer y un rey musulmán”.
Pero no fue la única ocasión en la que Olginha pudo haberse convertido en miembro de la realeza, si las cosas no hubieran ido bien con el rey Juan Carlos y el rey Faruk. Mohammad Reza Pahleví, el sha de Persia, también estuvo interesado en ella. “El sha me mandaba ramos de rosas rojas. Pero al igual que con Faruk, decliné sus invitaciones. En cambio me gustó un hermano con el que estuve saliendo quince días. Pero, cuando me pidió que me hiciera musulmana, comprendí que había tomado las cosas demasiado en serio, y puse fin a la relación”, escribió ella de nuevo en sus memorias, donde también relata otros amores imposibles, por ejemplo, la “inclinación” que el príncipe Felipe de Edimburgo, marido de la reina Isabel II, al que conoció durante un baile en su honor en Venecia, sintió por ella.
“ -¿Qué les pasa a todos?¿Por qué no bailan?
-Esperan a que lo hagas tú.
-Ah, muy bien, vamos a bailar.
(...)
-¿Es que no sabes bailar?, me preguntó fastidiado después de haberme pisado haciéndome ver las estrellas.
-Yo sí, tú no, contesté secamente.
Me miró ofendido y acabamos dejándolo. Nos sentamos. Me cogió la mano.
-No te muevas de aquí, me ordenó. No quiero bailar con todas las chicas que están aquí esta noche.
Sus modales eran un poco teutónicos, pero comprendí que, a su manera, me estaba expresando su simpatía e inclinación por mí. Solo que lo hacía mal”.
Pero no siempre la cortejaban a ella, Olginha también sabía hacerlo. Tal fue el caso del torero Luis Miguel Dominguín, por el que sentía una gran atracción.
“Estaba a punto de marcharme, cuando Luis Miguel nos llamó para invitarnos. Cuando iba a entrar en el salón, su brazo me detuvo.
-Alto, señorita.
Me sobresalté.
-¿Qué he hecho?
-¡Qué no has hecho! No has pagado el peaje. Para entrar tienes que darme un beso.
Le besé en la mejilla, afectadamente. Él giró la cabeza a toda prisa en busca de un beso de verdad pero me eché para atrás. Me gustaba demasiado y me sentía blanco de todas las miradas. Cada vez que lo pienso me da más rabia. Desde ese momento empecé a tender mis redes. Le adoré, le asfixié, le espié, le busqué, le telefoneé”.
Sin embargo, esa relación tampoco pudo ser. Según las crónicas, otros de sus amantes fueron Hemingway o Alain Delon, Olginha se casó con el director Antonello Aglioti, con el que tuvo a su segunda hija Valentina, pero el matrimonio terminó separándose. La aristócrata fue madre soltera de Paola. La paternidad de la niña fue uno de los escándalos de la sociedad italiana de la época y la razón por la que rompió todo tipo de relación con el rey Juan Carlos, al que, al parecer, intentó sobornar con el asunto. Olginha, toda una reina de corazones.