Ya está aquí, a la vuelta de la esquina, la Navidad. Para Ana, la segunda que pasará sin su hijo, Aless. Con él en el corazón, en la memoria. Pero sin él. Batiéndose en duelo con la realidad, como si fuera posible vencerla o cambiarla.
En su casa, Aless nos mira desde cada pared, desde cada marco. Está por todas partes.
“Aquí no me puedo quedar en Nochebuena —nos explica Ana—, con tantos recuerdos, yo sola”.
Hoy, en su jersey blanco y negro, hay un corazón rojo, bordado, y una letra, la ‘A’.
“Me iré a Miami con mi hermana Amalia y con mi sobrina, que está a punto de tener una niña, pero volveré a tiempo para las campanadas”.
Ana sonríe. Se abraza las rodillas con los brazos. La chimenea está encendida, se ha hecho de noche y ha salido una luna redonda, llena, en el cielo negro.
“Yo sé que voy a volver a nacer. Ahora estoy apagada, pero sé que voy a salir. Siempre pude salir de las cosas y sé que voy a hacerlo, si no es por mí, lo haré por mi hijo”
—Así que, de nuevo, este fin de año, darás las campanadas, Ana. Una tarea emocionante, pero que también te exige mucho esfuerzo.
—Mucho. Porque llevo un año malísimo. Va a hacer cuatro meses que se fue mi madre y yo no he entrado todavía en su duelo. Si no hubiera tenido esta desgracia con mi hijo, mi madre —que era mi mejor amiga— se va y yo me habría muerto. Pero creo que el cuerpo humano es sabio y sabe cuánto dolor puede soportar, así que yo todavía no he entrado en el duelo de mi madre. Para mí, sigue aquí. Estoy en un estado de negación total. Además, está mi padre, que tiene noventa y cinco años, que echa muchísimo de menos a mi madre. Imagínate, después de sesenta y ocho años casados... Está bien de salud, aunque delicado, pero está callado, triste y pregunta todos los días por ella. Me hubiera gustado que mis padres fueran más jóvenes para haberme podido refugiar en ellos y, en cambio, soy yo la que les da la mano a ellos, la que intenta animar a mi padre. En fin, que llevo un año difícil, y aunque me han ofrecido muchos trabajos, no he podido aceptarlos. Hice lo de Mask Singer porque era un solo día, pero me propusieron hacer una serie y un programa y yo no me veía con energía para nada.
—¿No se pasa el dolor, Ana?
—Poco a poco, es verdad, que el dolor, en lugar de ser ese dolor intenso que muerde las veinticuatro horas del día, ahora, a lo mejor, son menos horas, pero es igual de intenso. Y es verdad que el trabajo no solo te distrae, sino que te abstrae de la realidad. Llega un momento que o te abstraes de la realidad o es imposible aceptarla.
“Con mi hijo sueño muchísimo: viene, como si no hubiera pasado nada, diciendo: “Mamá, ¿está lista la comida?”, o entra en mi cuarto, como cuando entraba por las mañanas”
—¿Y cómo te convenciste de volver a dar las campanadas?
—Estando este verano en Mallorca, se presenta mi representante, Susana, que se está portando increíble conmigo (yo creo que es Aless el que le dice: “Pon a mi madre a trabajar”, porque sabe que el trabajo es lo que me apasiona). Bueno, viene a Palma y me dice que está hablando con TVE para hacer Telepasión , que es el programa de Nochebuena. Y yo sé lo que significa ese programa: presentar, actuar, bailar, cantar, hacer reír… y campanadas.
—‘Hacer de tripas corazón’, ¿verdad?
—Claro. Es mucho más exigente para mí el Telepasión porque en las campanadas soy yo misma y no tengo que fingir algo que no siento por dentro. Dante decía: ‘Quien sabe de dolor, lo sabe todo’, porque el dolor te abre esa consciencia profunda de sensibilidad y de empatía con todas las personas que sufren, de querer ayudar y de volver a ser tú, encontrar tu esencia. En las campanadas, yo transmito mi corazón, soy auténtica y sé que mucha gente se identifica conmigo, porque ha sido un año durísimo, mucha gente ha enfermado, o ha perdido seres queridos, o se ha quedado sin trabajo. Esta pandemia ha provocado también muchas separaciones de pareja, mucho dolor.
Y esa noche yo estoy ahí para transmitir esperanza. Mucha gente me dice: ‘¡Qué ejemplo, qué lección!’. Y yo respondo que el ejemplo y la lección son los que ha dado mi hijo.
En cambio, Telepasión se graba durante un mes. Lo presento con Boris Izaguirre, que me ha ayudado muchísimo. Tiene una energía cariñosa, pura, alegre, traviesa… Pero para mí ha sido dificilísimo. Empezando por la primera canción que tengo que cantar, con lo mal que canto. Si te digo la frase con la que empiezo, no te lo vas a creer: ‘No me lo puedo explicar que tanta felicidad haya llegado hasta mí’… ¿Sabes lo que hice para poder grabarla? Me pasé toda la noche llorando y, por la mañana, cuando ya lo había llorado todo, me fui a grabar.
—Creo que uno de los vestidos que llevarás perteneció a Rafaella Carrà.
—Sí. Yo admiraba muchísimo a Rafaella Carrà y he querido hacerle un homenaje poniéndome uno de los vestidos que llevaba ella cuando me entrevistó en su programa, un mes después de dar a luz a Aless. Le he pedido a mi amigo Alejandro de Miguel que me haga el mismo vestido, igual que el que ella llevaba.
—¿Ya has escogido el vestido para las campanadas?
—Todavía no he pensado qué me voy a poner, pero quiero que sea un diseñador español. El color, o blanco o negro. Todavía no uso otros colores, porque sigo de luto. Anne me llama y me pregunta, ella siempre va de rojo. Estoy encantada de volver a dar las campanadas con Anne, que, aparte de gran profesional, es amiga mía y el año pasado me tendió la mano con muchísimo cariño.
“Del año pasado casi no me acuerdo ni de lo que dije y, este año, soy más consciente de lo que sucede. Al ir pasando el tiempo, la niebla se va disipando y lo que ves es horrible”
—¿Y el brindis?
—Todavía no tengo ni idea de lo que voy a decir, pero esta vez me lo he pensado más que el año pasado. Del año pasado casi no me acuerdo ni de lo que dije y, este año, soy más consciente de lo que sucede. Y, la verdad, es peor. Porque al principio de este proceso estás como dentro de una niebla, no sabes ni dónde estás, ni quién eres, y luego, al ir pasando el tiempo, la niebla se va disipando y lo que ves es horrible. Es peor.
Alessandro me dice que a él le pasa lo mismo. No sabes lo unidos que estamos ahora, más que cuando estábamos juntos. Es que este dolor, compartido, nos une.
—En algún momento tendrás que dejar que te quieran, ¿no estás abierta a enamorarte?
—Me da miedo querer mucho a alguien porque las tres personas que más he querido en mi vida se han ido... Me da miedo, ya no quiero ni tener perro. Por ahora, ni lo pienso. En este año y medio, que se me ha juntado todo, salgo de casa solo para ir a trabajar, pero no estoy abierta al amor. No quiero tampoco ver a mucha gente, no quiero que me vean así, mal. Yo siempre he sido alegre como un cascabel y ahora ya no lo soy. El amor no lo veo, por ahora.
“Poco a poco, es verdad que el dolor, en lugar de ser ese dolor intenso que muerde las veinticuatro horas del día, ahora, a lo mejor, son menos horas, pero es igual de intenso”
—De momento te basta con el cariño que recibes de todos los que te rodean, ¿no?
—La gente me sigue mandando mensajes muy cariñosos, me paran por la calle. Me emociona muchísimo y ayuda, porque te da calorcito en el alma. Mis amigos, amigas, todos se han volcado conmigo.
—¿Sueñas con Aless?
—Con mi hijo sueño muchísimo: viene como si no hubiera pasado nada, diciendo: ‘Mamá, ¿está lista la comida?’, o entra en mi cuarto, como cuando entraba por las mañanas. Y si alguna noche no sueño con él, me da mucha rabia. Muchas veces me despierto creyendo que todo esto ha sido una pesadilla y miro el teléfono, para ver si me ha escrito algún mensaje, y entonces aterrizo en la realidad.
—Estamos deseando leer el libro de Aless.
—Te confieso que todavía no he tenido fuerzas para ponerme a escribir. En la editorial están teniendo mucha paciencia conmigo. Tengo muchas cosas escritas, escribo sobre mis sentimientos. Yo he necesitado, como los animales cuando se encuentran mal, meterme en mi cueva, y estoy muy vulnerable, no quiero dar pena. A veces le pido perdón a mi hijo por no ser tan fuerte como él.
—¿Y la fundación cómo va?
—En febrero la presentaremos. Habrá una cena y todo el mundo se pondrá la gorra de Aless. Hay una persona —no puedo decir su nombre— que va a donarnos muchísimo dinero y ya tengo previsto a qué proyectos irá destinado ese dinero. Para la investigación contra el cáncer, sobre todo, el sarcoma, que es el que más afecta a los jóvenes y niños.
“Todavía no he pensado qué me voy a poner en fin de año, pero quiero que sea un diseñador español. El color, o blanco o negro. Todavía no uso otros colores, porque sigo de luto”
Ana, con las rodillas abrazadas, en esta tarde fría, se queda un momento en silencio.
“Yo sé que voy a volver a nacer —dice de repente—. Ahora estoy apagada, pero sé que voy a salir. Siempre pude salir de las cosas y sé que voy a hacerlo; si no es por mí, lo haré por mi hijo”.
Cuando nos acompaña a la puerta, pasamos por delante de la fotografía de Aless que ocupa casi toda la pared del salón. “Fijaos en sus ojos —nos dice—, aunque nos movamos por la casa, siempre nos miran”... Y es verdad que Aless, el chico valiente al que recordamos con un pellizco en el corazón, no nos quita los ojos —y la sonrisa— de encima.