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La princesa Soraya, la dura historia que se escondía tras sus bellos ojos tristes

Hace 20 años, falleció en su departamento de París en la más absoluta soledad


23 de noviembre de 2021 - 10:16 CET

En el siglo XXI, las princesas y Reinas ya no ocultan, como anteriormente, el desgarro de sus ojos tristes: Masako de Japón y Charlene de Mónaco, a través de sus pupilas y sin ocultamiento alguno, revelan que la vida palaciega no siempre es un cuento de hadas. Sin embargo, esa muestra pública del dolor real no siempre ha sido así. Por eso, la historia de la princesa Soraya, segunda esposa del Sha de Irán, Mohamed Reza Pahlavi, provocó en su época ríos de tinta y, aún hoy, que se cumplen 20 años de su muerte (París, 25 de octubre de 2001).

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Princesa Soraya© GettyImages

Amor a primera vista…

El padre de Soraya Esfandiary-Bakhtiari, embajador de Irán en Alemania Occidental, se casó con la alemana Eva Karl. El 22 de junio de 1932 nació Soraya (’Estrella’) con ojos verde esmeralda de abrumadora belleza. Corría por sus venas sangre persa y germana, una poderosa combinación que provocó que, 18 años después, el Sha de Irán se enamorara de ella con solo contemplarla en una fotografía. La princesa contó en sus memorias (publicadas en 1999) que, lógicamente, también conocía a Mohamed Reza Pahlavi por fotografía: “A los siete años, quería ser detective y leía a Sherlock Holmes, Hercules Poirot… A los nueve, decidí ser actriz. Por eso, me hubiera gustado ser Scarlett de Lo que el viento se llevó, pero un poco a lo oriental… En la pared de mi salón de clases había una fotografía: la del Sha Mohamed Reza Pahlavi y de su primera esposa, la emperatriz Fawzia, hermana del Rey Faruk… Mis amigas me decían que me parecía a ella. Eso me gustaba. Me parecía muy guapa”.

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Cuando el Sha de Persia la repudió (no le dio en los siete años que duró su matrimonio el ansiado heredero a la Corona), la bella Soraya probó suerte en el cine, derecha, con el actor Richard Harris en la película ‘Los tres rostros de una mujer’. Dicen que el Sha retiró del mercado todas las copias del filme.

La Reina Fawzia, fotografiada por su belleza hipnotizante por el propio Cecil Beaton para una portada de Life, y Reza Pahlavi protagonizaron un matrimonio de conveniencia que acabó en 1948. Tuvieron una hija, la princesa Shahnaz Pahlavi, pero ningún varón. La necesidad poderosa de darle un heredero a su reino siempre estuvo latente en cada uno de los pasos del Sha. Un par de años después del fin de su matrimonio, el retrato de Soraya cayó en las manos del Sha. De inmediato, dejó de lado sus planes de casarse con algún miembro de la realeza europea (Gabriela de Saboya, primera novia del Rey Juan Carlos, era una clara candidata) para convertir a Soraya en su segunda esposa.

Cuando el Sha de Irán la vio en una fotografía, se enamoró de ella al instante. Su boda, suntuosa y romántica, marcó una época. Su separación, a los siete años, rompió el encantamiento

Una boda fastuosa

El 12 de febrero de 1951, el mundo llevó la vista hacia el Palacio de Golestán (Teherán). Un atractivo y poderoso hombre enamorado, de treinta y seis años, miraba embelesado la llegada de su espectacular novia, de diecinueve. Soraya eligió para su gran día un diseño barroco, del gran Christian Dior, que pesaba 20 kilos: lamé plateado bordado con perlas, 6,000 diamantes y 20,000 plumas de marabú. Había amor, y mucho. Los primeros años de su matrimonio, Soraya vivió en los brazos del Sha su particular historia de hadas. Su amor de película. Las cosas comenzaron a torcerse en 1954. Un médico de la Corte dictaminó que la princesa tendría muchos problemas para concebir. Por esas mismas fechas, falleció en un terrible accidente de aviación Ali Reza, hermano del Rey y, hasta entonces, el heredero. Las intrigas palaciegas se intensifican y la presión sobre Soraya se hace insoportable. La madre del Sha, Tay ol Moluk, es implacable: la necesidad de dar un heredero a Irán se antepone al amor. Mohammed Reza Pahlavi en un intento desesperado por mantenerla a su lado, le pide que, tal como autoriza la ley musulmana, le permita casarse conuna mujer fértil, pero que ella no se vaya de su lado. Soraya se negó.

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Hija de un diplomático iraní y madre alemana, la belleza exótica de Soraya cautivó al Sha, cuando este tenía treinta y seis años y ella, dieciocho. Se casaron el 12 de febrero de 1951. Ella vestía un imponente vestido de Christian Dior.

El encantamiento se rompió a los siete años

Siete años después de su boda, el 13 de febrero de 1958, Mohamed Reza Pahlavi, con el corazón roto, repudió a Soraya. Esa noche no hubo 60 rosas rojas sobre el lecho solitario de la princesa Soraya, como acostumbraba a enviarle. Nunca más se vieron. “Pienso mucho en ella. Nunca la he olvidado”, llegó a confesar en la portada de la edición 1,117 de ¡HOLA! (en el año 1966). Él rehacía su vida junto a Farah Diba, quien le dio cuatro hijos, mientras los ojos esmeralda de Soraya dejaron de lado el brillo de la esperanza para dar a luz una infinita tristeza que no se le borró nunca. Se convirtió en la “princesa errante”. Sin embargo, vivió con toda dignidad su exilio. Primero, en Italia. Más concretamente en Roma. Probó suerte en el cine y rodó, junto al actor Richard Harris Tres perfiles de mujer, del director Franco Indovina.

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Durante años, recorrieron las Cortes del mundo (arriba, en Gran Bretaña con la Familia Real inglesa) como un matrimonio modélico.

El cineasta y su musa se enamoraron, hasta planearon casarse, pero, de nuevo, el destino, en forma de accidente aéreo, trastocó la vida de Soraya: Franco murió el 5 de mayo de 1972. Ella hizo sus maletas y se fue a vivir a París, su último destino (que alternaba con temporadas en Gstaad y Marbella). En la Ciudad de la Luz la adoraban. Ella espaciaba sus apariciones, pero siempre eran aplaudidas y alabadas. Tristemente, murió sola, en su departamento parisino. La encontró tendida en la cama la mujer de la limpieza que iba cada mañana. Al parecer, provocó su muerte una complicación cardiaca, aunque se abrieron investigaciones para esclarecer la causa. Cuando se cerraron sus ojos tristes, la princesa Sorayatenía sesenta y nueve años. Dejó unas memorias, El palacio de las soledades, y una certeza: “No le pude dar un hijo, pero le di mi corazón”.

“No le pude dar un hijo, pero le di mi corazón”, las desgarradoras palabras de Soraya, en su elegante, pero solitario, destierro en Roma y París
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