Soy una persona muy curiosa y fascinada por la historia. De ahí que esta visita a Montenegro haya supuesto para mí toda una aventura al pasado de mi familia política, de mi marido e hijos.
El parentesco y este precioso viaje arranca con el último rey de Montenegro, Nikolás I, quien tuvo doce hijos con su esposa, la reina Milena. La sexta, la princesa Elena fue por su matrimonio con el rey Víctor Manuel III, reina de Italia, Emperatriz de Etiopía, Princesa de Albania y Princesa de Nápoles.
Para comprender el carácter de Elena, debemos conocer cómo creció y el por qué la familia real montenegrina a la que pertenecía era muy humilde. Sin dinero, ni joyas, ni grandes obras de arte, la más pobre de todas las casas reales europeas.
Durante siglos, los gobernantes del país fueron los “Vladikas”, obispos obligados al celibato y al voto de pobreza como jefes espirituales del pueblo, pero también líderes militares. Algo así como príncipes-obispo que se fueron sucediendo en el trono desde 1696 transmitiendo el título y los derechos de la corona de tío a sobrino.
Danilo II, el primero en casarse y en separar lo divino de lo humano
Pero todo esto cambió cuando a Danilo II le llegó la hora de “reinar” (1851). Profundamente enamorado decidió casarse, renunciar al oficio episcopal para separar lo divino de lo humano, y establecer que el título se heredaría por línea directa masculina.
Si hubiera tenido un hijo varón, éste habría heredado el trono, pero de su matrimonio solo nació una hija y fue su sobrino Nikolás quien asumió el título de príncipe de Montenegro y posteriormente, en 1910, durante la celebración de su jubileo, el de Rey.
Durante los 46 años que duró su reinado, Elena se ganó el cariño de los italianos por su empatía y generosidad. Por este motivo, el Papa Pío XII le concedió la máxima condecoración católica, La Rosa de Oro. Fue sin duda, la montenegrina más influyente de la historia, durante la II Guerra Mundial se volcó en los hospitales y, años después, tuvo la iniciativa de escribir cartas a todas las reinas de aquella Europa convulsa para intentar detener la contienda y frenar las intenciones de Mussolini.
Era extremadamente sencilla, y pude comprobar que ciertamente lo fue al visitar el palacio donde nació y creció
Cuentan que era extremadamente sencilla, y pude comprobar que ciertamente lo fue al visitar el palacio donde nació y creció. Una gran casa de estilo sobrio, que nadie se pararía a mirar de no ser porque fue la residencia de los reyes de Montenegro.
Elena creció en un ambiente familiar, rodeada de hermanos, y su madre les inculcó a todos el deber de ayudar siempre a los demás. Sin gastos superfluos ni excentricidades, propio de lo que eran, una familia modesta, la reina tuvo una infancia y adolescencia casera y como buena montenegrina amaba el campo, la naturaleza y a los animales.
Durante toda su vida, como princesa primero y reina después, renunció a los privilegios de la corte. Sus nuevos parientes italianos le llamaban “la pastorcilla”, y a su suegra la reina Margarita no le caía especialmente bien. Elena, alejada de maledicencias, se volcó en sus nuevos compatriotas. Adoraba las tareas del hogar, cocinar para su familia y ocuparse personalmente de sus hijos.
Lavaba los cadáveres como una vecina más y ayudaba en el reparto de alimentos, ropa y enseres
Esta actitud resultaba muy chocante en la corte italiana. En 1908 hubo un terrible terremoto en Messina y se volcó con aquella gente que había perdido todo. Lavaba los cadáveres como una vecina más y ayudaba en el reparto de alimentos, ropa y enseres. Sus hijas, Yolanda, Mafalda, Juana (futura Reina de Bulgaria) y Francisca también crecieron con este espíritu humilde y sencillo; y cuentan que su abuela decía de ellas que parecían amas de casa en lugar de verdaderas princesas de Italia.
Su hija Mafalda siguió el ejemplo de su madre manifestándose abiertamente en contra de Hitler, del nacismo y del fascismo de Mussolini. Por ello fue deportada al campo de concentración de Buchenwald, en 1943. Ni su padre ni el gobierno italiano hicieron nada para sacarla de allí, y murió en 1944 durante un bombardeo aliado al campo de concentración.
Al rey le salió mal el apoyo a Mussolini y, tras abdicar en su hijo Humberto, partieron al exilio en Alejandría.
A la buena de Elena le crecían los enanos, al rey le salió mal el apoyo a Mussolini y, tras abdicar en su hijo Humberto, partieron al exilio en Alejandría. Poco tiempo después se reunieron con ellos su hija, la Reina Juana de Bulgaria, y sus nietos, Simeón y María Luisa, cuando, en 1946, el ejército ruso, aliado con los nuevos gobernantes de Bulgaria, obligaron también a la familia real al exilio.
En 1947, muere el rey Víctor Manuel III y al poco Elena enferma de cáncer. Quién sabe si fue un cáncer de pena, por lo buena y empática que era no pudiendo soportar la muerte de su hija, de su yerno el Rey Boris de Bulgaria y de su esposo en tan poco tiempo. Hasta el final de su vida, en Montpellier, donde vivió sus últimos días recibiendo tratamiento médico, se mantuvo fiel a sus valores y creencias, pidió ser enterrada sin ostentaciones y no fue hasta sesenta años después que sus restos no volvieron a Italia.
He visitado la casa donde creció y paseado por el pequeño jardín que la rodea. Allí la imaginaba jugando con sus hermanos ajena a lo que la vida le tenía reservada.
Al igual que todos querían a la Reina Elena, todos queremos a la reina Juana, ejemplo de supervivencia y vocación, digna hija de Elena
He podido conocer bien su historia y comprendido por qué la Reina Juana era también una mujer religiosa, extremadamente cariñosa, buena y sensible. También amante de los animales y una gran madre que tuvo que enfrentarse, como tantas otras, a educar y sacar adelante a sus hijos, sin el apoyo de un padre. He comprendido de dónde le venía a la reina Juana su fe y su falta de odio o rencor. Siempre educó a sus hijos en el amor, dando a la familia la importancia vital que tiene, pero también en el respeto y la responsabilidad. Fue una abuela cariñosa y con nosotras, las mujeres de sus nietos, siempre fue también amable y generosa. Al igual que todos querían a la Reina Elena, todos queremos a la reina Juana, ejemplo de supervivencia y vocación, digna hija de Elena.
Montenegro es un país bellísimo, donde el mar y la montaña se dan la mano entre bosques mediterráneos, más de 40 lagos y aguas cristalinas. Me ha fascinado tanto la increíble historia del país, como por sus paisajes de los que diría que son irreales de no haberlos visto con mis propios ojos.
Tengo que agradecer al Hotel Iberostar Grand Perast su invitación para poder acercarme al pasado de mi familia, descubrir los increíbles rincones de Montenegro y desear el mejor de los futuros a este pequeño pero grande.