Aunque María Pombo, de 27 años, nació en Madrid, sus más de dos millones de seguidores en Instagram estarán al tanto de que esta joven, una de las mayores celebridades españolas en las redes sociales, tiene una vinculación especial con Cantabria. Allí pasa sus vacaciones de verano y allí se casó con su marido, Pablo Castellano, en 2019. Una multitudinaria boda que tuvo lugar en la iglesia situada en el municipio cántabro de Castañeda, una joya arquitectónica que data del siglo XII y que fue declarada Bien de Interés Cultural en 1930. Pero, pocos saben que a 20 kilómetros de ese municipio, en La Cavada, nació hace 121 años la primera Pombo influencer. Su nombre era Ana de Pombo y, aunque nunca se contabilizaron sus acólitos, es fácil llegar a la conclusión de que se convirtió en una de las españolas más universales del siglo XX. La productora Yolaperdono lleva trabajando durante los últimos meses en la producción de Mi última condena, un documental dirigido por Juan Mata sobre su vida que lleva por nombre el título de sus memorias, publicadas en 1971.
Su nombre real era Ana Caller de Donosteve, hija de Francisco Caller y Elvira de Donosteve, una familia de nobles, pero adoptó el primer apellido de su primer marido, Cayo Pombo Ibarra, con el que se casó cuando tenía 17 años. Él, miembro de los Pombo, una relevante saga santanderina, era 20 años mayor y estaba enfermo -tenía neurastenia crónica-. El matrimonio tuvo dos hijos, Cayo –padre del futuro escritor Álvaro Pombo, que se inspiró en la fascinante historia de su abuela para el personaje principal de su novela, Un gran mundo– y Álvaro. Su felicidad duró poco, ya que se separó en 1924, mientras la familia vivía en París. Tras la ruptura, Ana se quedó en la ciudad de la luz y fundó su propia casa de alta costura, Elviana, entre cuya clientela figuraban miembros de la realeza como la reina Victoria Eugenia, de la que fue una de sus damas durante la estancia de los reyes en el Palacio de la Magdalena. Hoy, en cambio, es María Pombo la que hace negocios con sus dos marcas de moda, Tipi Tent y Name the brand, entre cuyos clientes también está la realeza, pero de las redes sociales.
Elviana fue el primero de los éxitos de Ana de Pombo, pero duró poco. Escasos meses después de abrir esta casa de moda, el conde de Koutosoff, director de publicidad de Coco Chanel, la fichó como relaciones públicas de la maison. La española se dedicó a captar clientas entre los ambientes más distinguidos. Hasta que en 1931 la propia mademoiselle Chanel la convirtió en su secretaria particular. Sin embargo, como consecuencia de sus discrepancias con el ilustrador y amante de Coco Chanel, Paul Iribe, Ana de Pombo decidió abandonar la firma en 1934.
Fue entonces cuando recaló en la casa Paquin, donde, entre otras funciones, se ocupó de la dirección creativa. Su período estuvo marcado por la presencia continua de mantillas, peinetas, volantes, encajes… Tras ella, recaló en la casa otro español: Antonio Cánovas del Castillo. Ana de Pombo llevaba el arte en la sangre y también probó suerte en la danza bajo el nombre de Ana de España. Fue precursora de los conciertos de castañuelas y participó en espectáculos de baile español en París. Pero la etapa parisina se terminó cuando decidió instalarse en Argentina, donde, tras varias experiencias en la moda con su primera casa de moda, Chanel y Paquin, se lanzó a montar una nueva tienda con la que logró vestir a algunas de las mujeres más influyentes del país, como la propia Evita Perón, a la que ayudó a preparar sus cuidados estilismos durante su visita a España en 1947, o Lola Membrives, una gran actriz argentina.
Allí se casó con su tercer marido, el arquitecto y decorador Pablo Olivera Ramos-Mejía. El segundo marido fue el arquitecto uruguayo Fernando Capurro y su matrimonio fue muy efímero. Ana y Pablo se instalaron en Madrid y en 1951 fundaron Tebas: el primer concept store español de decoración y moda, entre cuya clientela había ilustres personalidades como Gregorio Marañón. Tebas no funcionó y en 1958 la pareja se instaló definitivamente en Marbella donde en 1960 abrieron La Maroma, un salón de té-boutique y punto de encuentro para la farándula y la intelectualidad, cuyas paredes se decoraron con seis paneles pintados por su amigo, Jean Cocteau quien viajó en numerosas ocasiones hasta la costa del Sol para visitar a su buena amiga. Un legado único que se podrá ver próximamente en la película de su vida y que, salvando las distancias, continúa hoy en día María Pombo, la segunda Pombo influencer de la historia de nuestro país.