“Perdí el control y tengo suerte de no haber sufrido un accidente o terminado en prisión”, es la frase que ha repetido en varias ocasiones Tom Hardy y que muchos, viendo su prolífica carrera, no imaginarían. Es uno de los tipos duros más atractivos de Hollywood, figura en todas las listas como uno de los candidatos a ser el próximo James Bond, es amigo del príncipe Harry y como tal, estuvo en su boda con Meghan Markle, ha estado nominado a un Oscar… Pero él es mucho más que eso, es sobre todo un ejemplo de superación porque ha demostrado que se puede salir del infierno en el que se vio inmerso, hasta que una noche de 2003 decidió cambiar el rumbo de su destino.
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Ahora, el actor británico, de 44 años, está rompiendo récords en taquilla con Venom: Habrá matanza, la segunda película en la que da vida al antihéroe de Marvel Venom. Un nuevo éxito en su carrera, que ha estado marcada por una dura lucha, no contra la industria cinematográfica ni contra el sistema, sino contra sí mismo y su difícil pasado de excesos y adicciones. Habla en contadas ocasiones de su pasado, pero nunca reniega de él, al contrario, le gusta revivir su experiencia para intentar ayudar a otras personas, por eso es embajador desde 2008 de la fundación Prince Trust, creada por el príncipe Carlos. Ahora, con el estreno de Venom, ha hecho una similitud de su personaje con su adicción, ya que en la película el protagonista lucha contra la voz del alienígena que lo ha poseído y, en la realidad, él lo hace contra su voz interior.
Fue durante una charla de Prince Trust donde Hardy se sinceraba como nunca antes acerca de sus adicciones. Está acostumbrado a estar delante de las cámaras a tratar con la prensa, pero durante esta entrevista, publicada por el diario británico The Mirror, confesaba estar nervioso porque ahí no interpretaba ningún papel, era él mismo en estado puro. “Lo que tengo es indiscriminado, como una bala. Si eres alcohólico, eso es lo que eres”, decía. Y él comenzó a tener problemas con las drogas a muy temprana edad: a los once años. Cuenta que todo comenzó cuando la policía visitó la elitista escuela de Londres en la que estudiaba para hablar sobre el peligro de inhalar pegamento y entonces, como un acto de rebeldía, decidió empezar por ahí.
Más tarde, pasó a tomar alucinógenos, a fumar crack y a tener sus primeros problemas con la policía e incluso fue expulsado de su escuela... y ahí cayó en una peligrosa espiral de consumo de drogas y alcohol. En una ocasión, fue arrestado por conducir armado y se enfrentó a una pena de prisión de la que consiguió salir absuelto. Pero una noche, al despertarse en un charco de sangre y vomitar en una calle del Soho de la capital inglesa, decidió que tenía que poner fin a ese estilo de vida, y entró en rehabilitación. Pasado su primer mes sin consumir nada, quiso seguir así... hasta hoy. “Entré pensando que lo haría un poco hasta que la gente me perdonara y pudiera salir a beber de nuevo. Pero hice mis 28 días, y después de escuchar a personas que habían pasado por circunstancias similares, me di cuenta de que tenía un problema”, reconocía.
Pero, aunque lleve sobrio desde entonces, la sombra de la adicción siempre está ahí, es una lucha que durará para siempre. “Si tuviera cuatro pintas de cerveza y media botella de vodka, podría convertir esta habitación en una maldita pesadilla en unos tres minutos. Podría destruir todo en mi vida por lo que he trabajado tan duro”, decía en la reunión de Prince Trust.
En sus primeros años como actor, intentó ocultar sus problemas con el alcohol y otras sustancias y comenzó a conseguir buenas oportunidades, aunque sus demonios internos seguían allí. “No quería que nadie supiera que estaba fuera de control, pero no podía ocultarlo”, afirma. Uno de los papeles que lo pusieron en el radar de Hollywood fue el de la serie Hermanos de sangre, producida por Steven Spielberg y Tom Hanks. Después llegarían Black Hawk derribado y Stak Trek: Nemesis. Años más tarde, y ya recuperado, conocería a un actor que se convertiría en un gran amigo y le dejaría huella… hasta en la piel. En 2010 coincidió con Leonardo DiCaprio en el rodaje de Origen y cuatro años después, rodaría El Renacido, película por la que ambos fueron nominados al Oscar, DiCaprio como actor principal y él como actor de reparto. De aquí nació una gran amistad, que se ve reflejada en el brazo derecho de Hardy. Dicaprio apostó a que su compañero sería nominado al Oscar y él creía que no… y perdió. Como hombre de palabra, se tatuaría la frese que quisiera el protagonista de Titanic, que fue esta: “Leo Knows All” (“Leo lo sabe todo”).
Sus problemas también se vieron reflejados en su vida sentimental. Su primer matrimonio con la productora Sarah Ward terminó haciendo a aguas y se divorciaron en 2004. Ya rehabilitado, conoció en 2005 a la asistente de dirección Rachael Speed, en la película La reina virgen, y tuvieron un hijo llamado Louis, pero rompieron su relación en 2009. Parece que a la tercera llegó la vencida. En 2009 conoció a la actriz Charlotte Riley rodando un remake de Cumbres Borrascosas, se comprometieron en 2010 y se casaron cuatro años después. Juntos tienen dos hijos, Leo, nacido en 2015, y Forrest, en 2018.