Daniel Craig, el más sensible de los Agentes 007, se despidió de este papel tras el estreno de No Time to Die, la vigésimo quinta película de una saga que comenzó, en 1962, con El satánico Dr. No, dirigida por Terence Young, y protagonizada por Sean Connery y Ursula Andress. De 1962 a 2021, el personaje creado por Ian Fleming (1908-1964) se hizo de carne y hueso gracias a Sean Connery, George Lazenby (protagonista de 007: Al servicio de Su Majestad), en 1969; Roger Moore, Pierce Brosnan, Timothy Dalton y, finalmente, Daniel Craig . Todos ellos se han desenvuelto en la pantalla grande como geniales espías al servicio de Su Majestad. Merecería un capítulo aparte la estrecha relación entre la Corona Británica y James Bond. Como punto álgido de esa particular historia de amor cabría recordar la aparición de la mismísima Isabel II en un sketch junto al Agente 007 durante la gala de inauguración de los Juegos Olímpicos de Londres. No obstante, a veces se olvida que, detrás de Bond, James Bond, hay un autor, el creador de una serie de novelas sobre este galante espía que, por la magia del cine, se transformó en personaje icónico de la cultura popular.
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Ian Fleming, el escritor
Aunque los críticos no son muy magnánimos en cuanto a la calidad literaria de Ian Fleming, lo cierto es que cuando, en 1953 (a la edad de cuarenta y cinco años), escribió la primera novela de acción de James Bond —en una suntuosa mansión de Jamaica llamada Goldeneye—, no sospechaba el éxito fulgurante que tendría. En vida llegó a vender 30 millones de copias de sus 12 novelas llenas de alcohol, humo, violencia y atractivas mujeres con espíritu de Mata Hari, que se dejaban seducir por James Bond, el espía de la Guerra Fría por antonomasia. Ian Fleming sabía de lo que escribía. Nacido en Londres, en mayo de 1908, se educó en las mejores escuelas del Reino Unido: del Eton College a la Academia Militar de Sandhurst, de la que fue expulsado por su indisimulado gusto por la vida licenciosa y disipada. Finalmente, estudió Letras en Ginebra y Múnich. Su madre, la socialité Evelyn Rose, obsesionada con el éxito y la fama, buscó salidas para este hijo díscolo y, en un primer momento, le consiguió un puesto de reportero en la Agencia Reuters, donde no cosechó fama alguna. Después, intentó satisfacer a su madre y se volcó en la Bolsa. Nuevo fracaso. Finalmente, la Segunda Guerra Mundial le abrió las puertas de los Servicios de Inteligencia internacionales. Como miembro de la División de Inteligencia Naval participó en distintas operaciones y más que jugar a ser espía, lo fue y llevó sus experiencias al papel. Por ejemplo, entre 1941 y 1942 trabajó en la Operación Goldeneye, cuyo fin era mantener una estructura de espionaje en España, en caso de que Alemania invadiera este país.
Una muerte prematura
1952 fue un año muy especial para Ian Fleming. Por una parte, comenzó la escritura de Casino Royale y, por otra, se casó con Ann Charteris, una aristócrata con quien, desde 1939, había entablado una amistad, demasiado amistosa, en especial para los esposos de ella: estuvo casada con el tercer barón O’Neill y, desde 1945, con el segundo vizconde de Rothermere. Trece años después de su primer escarceo amoroso, ambos decidieron casarse. Ella siempre decía que Ian Fleming le había parecido, desde su primer encuentro, un hombre “original, entretenido y totalmente diferente a cualquier persona”. Ian Fleming contaba con humor que el nacimiento de James Bond se debió principalmente al estrés que le ocasionó su inminente matrimonio. Se encerró a escribir en su casa de Jamaica y se impuso un ritmo de trabajo que mantuvo en sus siguientes trabajos: 2,000 palabras al día. Un año más tarde, saboreó al fin eso que su madre tanto ambicionaba, el éxito. Las palabras de John F. Kennedy hacia otro de sus títulos, Desde Rusia con amor (1957), supusieron su definitiva escalada hacia las ventas millonarias. El resto, ya es historia. Ian Fleming, al principio renuente, acabó aplaudiendo que un escocés, Sean Connery, interpretara a James Bond en la versión cinematográfica. Mientras Hollywood y el mundo se rendían a sus pies, él, fumador empedernido, y bebedor sin freno, fallecía en 1964 (a los cincuenta y seis años) de un problema cardíaco. Demasiado corazón en un hombre contradictorio.