El duque de Noto recupera raíces, refuerza nexos y pone en valor el amor por la tierra con la que entronca su linaje con una boda de ensueño y entre sangre azul. Parece un cuento de hadas, pero es real. Un verdadero príncipe, heredero de los antiguos monarcas del Reino de las Dos Sicilias, espera a su Lady a las puertas del Duomo di Monreale.
El hijo de los duques de Calabria sigue los dictados de su corazón, pero su matrimonio con Charlotte Diana Lindesay-Bethune, hija del XVI conde de Lindsay, también refuerza la tradición monárquica. Dieciséis meses después de anunciar su compromiso, el príncipe Jaime y Charlotte Diana se han casado en Palermo. La muy noble dama de las tierras altas de Escocia, ahora Alteza Real, princesa de Borbón-Dos Sicilias y duquesa de Noto, ya forma parte de la ancestral Casa.
De Lady escocesa a Alteza Real. La hija de los condes de Lindsay se convierte en princesa de Borbón-Dos Sicilias y duquesa de Noto en uno de los templos más bonitos del mundo
El reloj marcaba las 11:30 cuando el sonido de las gaitas escocesas, seguido de las trompetas —Lady Charlotte toca este instrumento y quiso ser recibida por trompetistas—, anunciaron el gran momento. Puntualísima como ninguna novia, llegaba a las puertas de la catedral en un antiguo carruaje negro tirado por cuatro caballos blancos. La acompañaba su padre y padrino, James Randolph Lindsay, quien recordó sus orígenes con un chaleco de tartán verde y rojo, los colores del clan familiar.
Los guiños
No fue el único. Su hijo mayor, el vizconde Garnock, vistió un kilt escocés, brindando honores a su país, y la madrina del novio también hizo un guiño purista a España. Sofía Landaluce y Melgarejo, duquesa de Calabria, llevó peineta y mantilla negra de ‘chantilly’, y un conjunto en tono malva rosa, de Lorenzo Caprile: vestido en mikado de seda y abrigo en crepé de lana, cerrado con alamares de pasamanería antiguos, que recordó a los históricos trajes con los que las hermanas Molinero vistieron a la Reina doña Sofía para la entronización del Rey Juan Carlos.
Es una madrina joven y muy ilusionada e irrumpe orgullosa en el espléndido escenario junto al príncipe Jaime. Allí los esperaban el duque de Calabria y sus otros hijos; doña Ana de Orleans y Orleans-Braganza, princesa de Francia; la madre de Lady Charlotte, Diana Mary, condesa de Lindsay, y los hermanos de la novia.
Para la ceremonia, eligió la tiara fringe de la casa Lindsay (siglo XIX), con oro, diamantes y perlas, y para la fiesta de la noche, un espectacular collar de diamantes, también de su familia
Todos entran a la catedral por orden de precedencia. La abuela de Lady Charlotte del brazo de su nieto mayor, William James, vizconde Garnock; la princesa Ana con el príncipe Juan de Borbón-Dos Sicilias; el príncipe don Pedro, al son del ‘Inno al Re’, de Giovanni Paisiello (el Himno de las Dos Sicilias), junto a la condesa de Lindsay, y finalmente, el novio, vestido con un elegante chaqué de sastrería española, del brazo de su madre. Minutos después, los seguía la novia. Una Lady radiante que renunció a su fe para poder casarse con un príncipe católico. Lo hizo en el Oratorio de Brompton, iglesia del Inmaculado Corazón de María, en Londres, y se añadió un nuevo nombre, Marina.
Pétalos de rosa
Pisando pétalos de rosa y al son de ‘Sadok’ (Handel) y ‘Trompeta op. voluntaria. 6 n. 5’ (J. Stanley), Charlotte Diana Marina Lindesay-Bethune llegó a la cita más importante de su vida con un vestido clásico y de ensueño. Lo firma Phillipa Lepley, la misma diseñadora de alta costura que eligió recientemente otra novia real, Flora Ogilvy, sobrina de la Reina de Inglaterra y pariente lejana de la nueva duquesa de Noto. Un traje de corte princesa, en satén duquesa marfil, con cuerpo semitransparente de encaje bordado a mano con flores, cuello cisne y manga larga, y falda con volumen, pliegues y vistosa cola.
Sofía Landaluce y Melgarejo, duquesa de Calabria, la madrina más española: mantilla de chantilly, peineta de carey, diseño de Caprile y broches florales de diamantes de la familia
La nueva duquesa de Noto corona su puesta en escena con un largo velo de tul y la tiara de su familia, del siglo XIX: la diademafringe de Lindsay, con diamantes en diferentes tallas y perlas a juego con los pendientes. En sus manos, un sencillo bouquet con la flor de lis de los Borbones, jacintos, y hojas verdes. Va del brazo de su padre y la sigue su cortejo de pajes y damas: las tres hermanas del novio, Sofía, Blanca y María, ahijada del Rey Felipe VI; Arturo Carelli-Palombi, hijo de la princesa Inés de Borbón-Dos Sicilias, y dos sobrinos de Lady Charlotte Alexander y Nicholas, que vestían trajes escoceses antiguos de la familia. A juego con ellos, las jóvenes princesas Borbón-Dos Sicilias, vestidas por La Oca Loca y llevando fajines con los colores del clan de la familia de la novia.
La ceremonia se celebró según lo previsto, bajo la mirada paterna de Cristo Pantocrátor del ábside central de la catedral (siglo XII). Uno de los templos europeos más impresionantes, con casi 6.000 metros vestidos con mosaicos de teselas de oro —se emplearon 2.200 kilos de oro— que recrean 42 episodios del Antiguo y Nuevo Testamento.
Permiso a su padre
La ofició y bendijo el cardenal Gerhard Ludwig Müller —prefecto emérito de la Congregación para la Doctrina de la Fe y gran prior de la Sagrada Orden Militar Constantiniana de San Jorge— y la Bendición Apostólica del Papa la leyó el cardenal Dominique Mamberti, prefecto del Tribunal Supremo de la Signatura Apostólica y presidente del Tribunal de Casación del Vaticano. Ambos viajaron desde Roma, entraron al templo con el himno Pontificio y ocuparon en el altar los dos tronos cardenalicios.
Fue una ceremonia solemne y larga —casi dos horas— en la que el duque de Noto volvió a pedir permiso a su padre antes de intercambiar los votos del matrimonio y en la que los novios dieron un papel relevante a sus hermanos. El príncipe Pablo fue el que entregó las trece arras de oro de la familia de las Dos Sicilias, la primera lectura del libro de Tobías 8, 4b-10 — ‘la bendición en la noche de bodas’— corrió a cargo del príncipe Juan. La segunda, la Primera Carta de San Pablo a los Corintios (1 Co 12, 31-13, 8a) —’si no tengo amor, no soy nada’— fue leída por Lady Alexandra Coleman.
La novia abrazó la fe católica para poder casarse con su príncipe y se añadió un nuevo nombre, Marina
La Misa se celebró en varios idiomas —inglés, español e italiano, con la mayoría de apartados en latín— y fue recogida en un libreto de boda con los escudos reales acolados de los novios con la corona del príncipe heredero, realizados por Maurizio Bettoja: el de Lady Charlotte, con el cardo de Escocia adornando el exterior, y el de don Jaime, con hojas de palma.
Los duques de Noto también hicieron la selección musical de la ceremonia, que incluyó 18 obras clásicas, la mayoría de canto gregoriano de la ‘Missa de Angelis’, acompañadas por piezas del renacimiento, del barroco y del romanticismo. Entre ellas, el ‘Canon’, de J. Pachelbel; ‘Ave verum’, de W.A. Mozart; ‘Gloria-Missa brevis’ (GP de Palestrina); Salve Regina… El repertorio fue interpretado por dos maestros organistas, Intravaia y Visconti, y dos coros: el de la Capilla de Música de Santa María de Campitelli, de Roma, y el octeto del Conservatorio Vincenzo Bellini, de Palermo.
Los reyes en contacto
Las celebraciones reflejaron en todos los escenarios los deseos y la ilusión de los novios. Una pareja que entronca con el Rey Jorge II de Inglaterra en sus impresionantes árboles genealógicos, tienen la misma edad (veintiocho años), trabajan en el mundo de las finanzas —vivirán en Londres— y han estado al mando de los preparativos. Y el reto era grande: organizar una boda real en tiempos de pandemia, sin poder ensanchar el círculo a otras personas muy queridas por el protocolo COVID. Aun así, los acompañaron muchos invitados.
Don Jaime dijo que “agradecía a Dios” que le hubiera puesto en el camino “a una mujer tan maravillosa como Charlotte porque ella me hace sentir mejor persona en todos los sentidos”
Familia directa —se echó de menos a los Reyes de España, que han estado en contacto continuo con los príncipes de las Dos Sicilias, y al duque Aimone de Saboya, que tampoco pudo asistir, aunque estuvo representado—, amigos íntimos (muchos jóvenes del círculo de los novios) y Casas Soberanas. Entre ellas, representantes de los Habsburgo, Liechtenstein, Braganza, Orleans y Bulgaria…, junto a las cuatro órdenes militares españolas, los miembros de las cinco reales maestranzas de caballería y presidentes y delegados de la Orden Constantiniana de San Jorge, de la que es Gran Maestre S.A.R. Pedro de Borbón-Dos Sicilias, una multitud de diplomáticos y personas pertenecientes a los reales cuerpos de la nobleza.
Como representación máxima de esa gran aristocracia, el duque de Alba con sus hijos y nueras: Fernando Fitz-James Stuart y Sofía Palazuelo y Carlos Fitz-James Stuart y Belén Corsini. El duque y la familia Calabria tienen una relación muy estrecha. Tanto es así que viajaron a Italia junto a la princesa Ana de Orleans, abuela del novio, y su hija, la princesa Cristina, participando en todas las celebraciones desde un lugar de honor. Carlos Fitz-James Stuart se situó al lado de la familia en el coro y los duques de Huéscar y los condes de Osorno se sentaron junto a los más de diez grandes de España que viajaron hasta Palermo, junto con una larga lista de marqueses, condes y, también, príncipes. Entre ellos, Konstantin de Bulgaria y su mujer, María García de la Rasilla, príncipes de Vidin, y su sobrino, Mirko Sajonia Coburgo-Gotha, hijo del príncipe Kubrat y Carla Royo-Villanova, quien actuó como uno de los 25 testigos del novio. Todos ellos firmaron en una mesa de madera y marfil de los tesoros de la catedral. Una joya a la que sumaron para la ceremonia un cáliz de oro y coral, así como el píxide con el escudo del obispo de Monreale, Alessandro Farnesio, con el que entronca el príncipe Jaime, sobrino del Rey Felipe VI.
Hogar de sus antepasados
Finalizada la ceremonia, los novios abandonaron el templo con ‘Pump and Circumstance’», de Edward Elgar, y se subieron a su coche de caballos —un guiño a la madre de la novia, quien es una experta conductora de carruajes—, dirigiéndose al son de las trompetas y los vítores de los ciudadanos al primer escenario: el palacio real de Palermo. Un impresionante edificio (siglo XII) que fue hogar de los Borbón-Dos Sicilias durante sus reinados y es, actualmente, sede del Parlamento Regional de Sicilia.
Era uno de los sueños de los duques de Noto y el presidente de la Asamblea, Gianfranco Miccichè, lo puso a su disposición para la recepción con los invitados, las fotos de familia y los discursos. Entre ellos, el del príncipe Jaime, quien dijo que “agradecía a Dios” que le hubiera puesto en el camino”«a una mujer tan maravillosa como Charlotte porque ella me hace sentir mejor persona en todos los sentidos”. Palabras a las que siguió la otra sorpresa más esperada: la tarta nupcial —semifría y de crocante—, coronada por las cifras de los novios y decorada con flores naturales, que se encargó a la baronesa Pupi Inglese, el mismo «catering» que sirvió el cóctel y, también, la cena de vísperas, en el Palazzo Alliata di Pietratagliata, para los más allegados, después de una tarde sin descanso.
Los recién casados abandonaron la catedral de Monreale en coche de caballos, un guiño a la madre de la novia, la condesa de Lindsay, que es una experta conductora de carruajes
La familia no quería que fuese solo celebración y compartieron su alegría de vísperas con personas de Nápoles y Sicilia en situación más precaria. Lo hicieron durante su visita al instituto Boccone del Povero y a la asociación Centro La Tenda Onlus, dos comedores sociales que quisieron respaldar, después de que doña Sofía fuera nombrada dama de honor de la Congregación de las Damas Nobles de Giardinello al Ponticello —institución benéfica con cinco siglos de historia—, donde le entregaron un medallón de plata que perteneció a las Reinas Gobernadoras.
Tres palacios
Las celebraciones continuaron por la noche con tres cenas de gala simultáneas. Acoger a los invitados respetando la normativa COVID no era fácil y se abrieron a la vez las puertas de tres palacios sicilianos, teniendo que repartirse el príncipe Jaime y el príncipe don Pedro entre el Real Circolo Bellini (siglo XVIII); el palacio Alliata di Pietratagliata (siglo XV), de los príncipes de Baucina, y el palacio Mazzarino (siglo XVII), de los marqueses Berlingieri di Valle Perrotta, el centro de las celebraciones, con sus jardines colgantes y terrazas. Allí, en 1931, festejaron también su boda sus bisabuelos el conde de París y la princesa Isabel, descendiente del último Emperador de Brasil.
Las fotografías de la boda fueron realizadas por el mismo fotógrafo que eligieron los duques de Cambridge cuando se casaron, hace diez años
A la cena de gala, los varones Lindesay-Bethune acudieron con el kilt y las damas, incluyendo a la dinastía Calabria, con un detalle escocés. Hubo baile hasta altas horas de la madrugada con música de los ochenta y los noventa y hubo cambio de vestido para todas, menos para la novia. La princesa Charlotte asistió a su fiesta con el mismo traje. Sin el cuerpo de encaje, sin los complementos y sin tiara, aunque con un espectacular collar de diamantes de su familia.
España tiene una nueva princesa
Después de todo un recorrido por cinco escenarios legendarios, la Familia Real cerró las históricas celebraciones con un brunch de domingo en Villa Tasca. Otro palacio (siglo XVI), ubicado en los jardines más emblemáticos del romanticismo siciliano, llenos de naranjos y plantas tropicales, donde fueron recibidos por el conde de Almerita y su familia. Entre ellos, su hijo Giuseppe y su sobrina Claudia Ruffo di Calabria, prima de los Reyes de los belgas.
No hubo segundo vestido de novia. La duquesa de Noto usó el mismo traje con el que contrajo matrimonio, pero sin el cuerpo de encaje y sin los complementos
Una recepción de despedida en la que la Familia Real volvió a mostrar todo el agradecimiento por el cariño con el que fueron recibidos en Sicilia y Nápoles, por el apoyo de las instituciones y, también, por la enorme disposición de sus amigos para abrir las residencias y los salones a una nueva boda real del siglo XXI. Sin duda, la más española del año. España tiene una nueva princesa.