Divertida, flamenca, llena de sorpresas… La boda de Elena Furiase y Gonzalo Sierra fue todo eso y mucho más. Pero también fue la boda de las lágrimas (de alegría y de emoción) y de los homenajes a los que ya no están.
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Desde primera hora de la mañana del sábado, la novia se preparaba en su habitación de la finca Dehesa de Montenmedio, donde tuvo lugar la celebración, y compartía sus últimos momentos como mujer soltera con su padre, Guillermo Furiase, y con sus damas de honor, sus mejores amigas: Carmen, Lucía, Silvana y María. Esta última rompió a llorar nada más ver a Elena, y eso que aún no se había puesto su vestido de novia. Entre brindis con champán, para desear a la novia la mayor felicidad del mundo, risas y abrazos, la actriz trataba de calmar los ánimos: “¡Al final me vais a hacer llorar a mí!”.
Los invitados esperaban desde las doce al cortejo nupcial, bajo una pérgola y frente al majestuoso alcornoque centenario que ‘presidió’ la ceremonia. Cuando la madre de la novia, Lolita, de la mano de su nieto, Noah, desfiló entre los asistentes, su rostro ya reflejaba el torrente de emociones que estaba a punto de vivir. La artista tuvo que secarse las lágrimas en varias ocasiones, la primera al contemplar a su hija, radiante y preciosa, dirigiéndose al encuentro de su futuro marido del brazo de su padre y padrino, Guillermo Furiase.
La alegría reinaba en el ambiente, pero los sentimientos estaban a flor de piel y Elena, que había estado toda la mañana muy tranquila, no pudo contenerse al escuchar las palabras que le dedicó su hermano, Guillermo, que fue el primero en pronunciar un discurso durante el rito civil. “Ele, tú has sido mi ángel desde que era un niño. Estoy feliz de que te hayas casado con Gonzalo porque también es mi mejor amigo. Te pido perdón por devolvértelo a la mitad muchas veces, pero no era mi intención. ¡Sabéis que eso es el ADN!”, dijo entre las carcajadas de los asistentes, antes de desvelar: “Estoy temblando, he dicho que me iba a desmayar dos o tres veces. Te quiero”. Estas palabras también hicieron que su madre, Lolita, su tía, Carmen Flores, sentada a su lado en primera fila, y Rosario, que ocupaba un lugar de honor entre los testigos, tuvieran que recurrir a los pañuelos.
La mujer de Antonio Carmona, Mariola Orellana, que ejerció como maestra de ceremonias, pidió un minuto de silencio en recuerdo de los que ya no están, instante en el que Pedro Antonio Lazaga, de 15 años, sorprendió a su prima interpretando al piano la emotiva pieza Orobroy, de Dorantes. Elena desconocía que había un nuevo músico en la familia y, de nuevo, rompió a llorar.
Sorpresas y muchos momentos de emoción se vivieron también durante la comida, sobre todo, cuando la novia entregó varios ramos de flores a sus amigas, entre ellas Marina Carmona, la mayor de las dos hijas de Antonio y Mariola, y a su prima Melissa. “Mi prima de mi alma que se ha cruzado el charco desde Argentina para estar aquí”, confesó Furiase muy emocionada.
Otro de los momentos que tocaron el corazón de Elena fue cuando su tía abuela, Carmen Flores, tomó el micrófono y dijo: “Para mí es una alegría, he llorado muchísimo. Te adoro. Me gustaría que pensaras que, al no estar tu abuela, estoy yo en su representación”. O cuando Sonsoles Martín-Garea, la suegra de la actriz, compartió con los asistentes: “Nos ha caído un regalo del cielo que se llama Elena. Jamás podría imaginar una persona más entrañable para mi hijo”.
Con sus pendientes, largos, de brillantes y en forma de flecha, creados a partir de un collar Lola Flores, y con su traje de novia, una pieza de alta costura realizada por Roberto Diz, Elena rendía también un homenaje a su abuela. “Ella está en mí, en mi traje hecho de mantones de Manila...”, comentaba la novia a ¡HOLA!, tras añadir que en su boda, “todos los que nos faltan, han estado muy presentes, sobre todo en la música. Ellos no podían faltar”.
Y así fue. En memoria de su abuelo, Antonio González, sonó Extraños en la noche, en la versión rumbera que ‘El Pescaílla’ hizo del famoso tema de Frank Sinatra, para rubricar la ceremonia, una vez que Gonzalo y Elena se convirtieron en marido y mujer; la mítica canción Isla de Palma, de Antonio Flores, ‘acompañó’ la llegada de los novios al almuerzo posterior y, después, sobre el escenario y en la fiesta flamenca que se ‘montó’ a última hora de la tarde, no dejaron de escucharse rumbas catalanas, bulerías y hasta un blues en la voz de Alba Flores, que sorprendió a todos con su faceta desconocida de cantante, improvisando una letra para su prima Elena y trayendo a la memoria la vertiente más rockera de su padre.