Astrid Gil-Casares nos descubre su escondite secreto de verano por primera vez. Como cada año desde que nació, hace cuarenta y ocho, la economista y escritora ha vuelto a anclar sus vacaciones a Le Touquet, en el norte de Francia. A 240 kilómetros de París, está la perla de la Costa del Ópalo. Un lugar de familia con casas bretonas del siglo XIX, bosques, dunas, un mar del Norte gris y sin olas y playas kilométricas con casetas de colores.
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De ir de la mano de sus abuelos a ser la guía de sus tres hijas explorando sueños, recuerdos y vivencias en un paisaje salvaje y con mucho encanto que encaja con el arte de vivir y su personalidad de mujer guerrera.
—Háblanos de Le Touquet, ¿por qué es tan especial para ti?
—Aquí soy siempre feliz. Me siento protegida, me siento amada, me siento viva. Es un lugar todavía algo salvaje, pero que te acoge desde que llegas. Es el epitome del bonheur, algo parecido a la dicha.
—¿Cuántos años tenías cuando viniste por primera vez?
—Meses. En esa época en la que, como dice mi amigo Pedro, no recuerdas ni lo inolvidable. Pero yo creo que, aunque no lo recuerdes, se imprime en ti. Le Touquet es parte de mí.
—Un recuerdo imborrable.
—¡Tantos! Las peleas por la ducha (había pocos cuartos de baño y aún menos agua caliente); los desayunos interminables que, para mí gusto, empezaban —y empiezan— muy temprano, y las sobremesas que, al revés, siempre acaban demasiado pronto. Las primeras caricias, los primeros besos. Mi abuelo presidiendo la mesa, mi abuela asegurándose de que nada faltaba. Su amor me hacía sentir segura y los echo mucho de menos. Las tartes au sucre, las discusiones que nunca lo eran, los paseos a la luz de la luna cuando la marea está baja. Toda la familia riendo y las gaviotas gorjeando.
“Aquí soy siempre feliz. Le Touquet es parte de mí. Me siento protegida, me siento amada, me siento viva. Es un lugar todavía algo salvaje, pero que te acoge desde que llegas”
—¿Todos los planes son en familia?
—Básicamente, sí, pero tengo une bande de copains y comparto salidas en pandilla con muchos de mis primos. En casa de los abuelos somos muchos. En mi caso, además, me llevo a mis dos perros y a mi gato.
—¿Cómo es de grande tu maleta de verano y qué llevas en ella?
—Solo mi inseparable maleta de mano. La misma con la que me fui tres semanas de viaje de novios a la Polinesia. Soy muy práctica y la lleno de ropa cómoda que no se arruga. Vaqueros, camisetas, jerséis —aquí nunca hace más de veinticinco grados—, shorts, una falda y dos vestidos fáciles de poner, dos pares de sandalias, las deportivas y unos zapatos cómodos. Por supuesto, el chubasquero, porque llueve seguro. Aquí no usamos pareos ni alpargatas, tampoco trajes de fiesta ni tacones. No nos arreglamos para salir y, además, el rímel siempre lo pillas por la casa. Lo único que me llevo es una crema de color de L’Oréal.
—¿Y todo eso cabe en una maleta de mano o haces trampa con las de tus hijas?
—En invierno, si vamos a esquiar, facturamos, pero mis hijas también viajan con una maleta de mano, así que no les puedo colar nada. Y se me han olvidado los libros. Siempre llevo varios. A la sombra de cualquier rincón, en medio de la Naturaleza, estás a la temperatura perfecta para abrir un libro. Una de las peculiaridades de Le Touquet son sus dunas. Perderme en ellas y leer allí, con el mar y las gaviotas de fondo, es un placer muy único.
—¿Algo que nunca hayas dejado de hacer en Le Touquet?
—Estar con mi familia francesa y disfrutar de ella. Empaparme de esos genes que son tan míos y que me diferencian de los españoles, pero que voy descubriendo en ellos con sorpresa año tras año. Y comer, comer y comer. Adoro una boulangerie, los croissants, los pains au chocolat, las baguettes y, sobre todo, la t arte au sucre. Las niñas y yo, básicamente, nos alimentamos de eso durante nuestra estancia aquí.
“Solo llevo maleta de mano. La misma con la que me fui tres semanas de viaje de novios a la Polinesia. Soy muy práctica y la lleno de ropa cómoda, porque aquí no nos arreglamos para salir”
—¿Cuál sería un plan perfecto para las cuatro?
—Más que de planes, somos de improvisar. Como no hay obligaciones, nos gusta ese dolce far niente y dejarnos llevar por la indolencia, pero llenamos el verano de conversaciones, experiencias y recuerdos. Disfrutamos y añoramos las noches de tormenta y las cenas cerca de la chimenea envueltas en relámpagos, truenos y risas de la familia; salir en bici —vamos a todas partes en bicicleta— en busca de la Naturaleza indomable, y un plan que sí hacemos todos los años es ir al mercado local. Cuando tenía su edad, acompañaba a mi abuela y a mis tías y, ahora, me divierte ir con ellas. Es de los pocos sitios donde disfruto comprando algo de ropa —y consigo meterla en la maleta (se ríe)— porque es un estilo distinto al de España. Si algo me gusta es ver cómo, con catorce, doce y diez años, van viviendo lo que yo viví en su día. Cómo van descubriendo un lugar que cada año es más parte de ellas, de su esencia. Nada es comparable a ver a mis hijas felices.
—¿Has dejado de ir a Le Touquet algún año?
—Mi exmarido decidió que no quería venir y nunca vino, pero yo, incluso en esos años de casada, todos los veranos me escapaba al menos una semana con las niñas.
—Llevas cinco años separada del empresario Rafael del Pino, ¿se ha asomado por la costa un amor de verano?
—No. (Sonríe).
“Mis hijas y yo disfrutamos las noches de tormenta y las cenas cerca de la chimenea, salir en bici a todos lados, y un plan que hacemos todos los años es ir al mercado local”
—¿Algún vecino guapo o famoso?
—Otro no. Le Touquet no es tan conocido como la Costa Azul en general, Biarritz o la Provenza, pero tiene mucha historia. El músico Serge Gainsbourg empezó su carrera en este pueblo y no dejó de venir cuando se hizo conocido. Milan Kundera —pocos libros me han marcado tanto como La insoportable levedad del ser o Amores ridículos— vivió aquí. Y Brigitte y Emmanuel Macron llevan pasando muchas vacaciones en este escondite. Brigitte, de hecho, es íntima de mi tía Béatrice.
—Después del éxito de tu primer libro, Nadie me contó, estás en camino la segunda novela, ¿de qué trata?
—El éxito y la acogida que ha tenido y sigue teniendo Nadie me contó es algo que no había anticipado. Sobre todo, y lo he dicho anteriormente, los cientos de mensajes de esas mujeres que me han hecho saber cuánto les ha ayudado y ayuda el libro y que me han animado a seguir escribiendo. En esta segunda novela, cuento la historia de Lena, una mujer cerca de los cincuenta, que decide dejar su trabajo en una editorial para emprender. Es su viaje una nueva etapa de su vida. Sus miedos, sus inseguridades, sus felicidades. También, como en la primera, hay una historia de amor. Además, hablo del paso de los años y trato temas que veo que preocupan a mis amigas. Fui madre relativamente tarde y soy más joven que muchas de ellas, pero veo cuánto les está afectando el temor al nido vacío o la transición a la etapa de la menopausia. Saldrá a la venta a finales de septiembre y pronto diré el título en mi cuenta de Instagram, @astridgilcasares.
“Le Touquet tiene mucha historia. Brigitte y Emmanuel Macron llevan pasando muchas vacaciones en este escondite. Brigitte, de hecho, es íntima de mi tía Béatrice”
—¿Hay otros proyectos en camino?
—He decidido crear una marca. Desde Self Pit Stop me gustaría ofrecer productos que nos ayuden a recordar lo importante de mimarnos y ocuparnos de nuestro ser y nuestro espíritu como nos ocupamos de lo que de verdad nos importa: nuestra familia, nuestros amigos, nuestro trabajo, nuestro hogar… Yo he aprendido a ser resiliente (dura, dirían algunos), pero ha sido a base de entender que hay momentos en los que hay que parar y ponerse como prioridad absoluta. La única forma de dar es estando bien. Y me gustaría conseguir que todos nos acordemos de amarnos como amamos al prójimo, no menos.
Para disfrutar de Le Touquet