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Viajes con alma

Así es el verano de Astrid Gil-Casares en Le Touquet, su escondite secreto desde hace casi cincuenta años, en Francia

La exmujer de Rafael del Pino está a punto de publicar su segunda novela y de lanzar una marca de productos para el bienestar


4 de septiembre de 2021 - 14:54 CEST

Astrid Gil-Casares nos descubre su escondite secreto de verano por primera vez. Como cada año desde que nació, hace cuarenta y ocho, la economista y escritora ha vuelto a anclar sus vacaciones a Le Touquet, en el norte de Francia. A 240 kilómetros de París, está la perla de la Costa del Ópalo. Un lugar de familia con casas bretonas del siglo XIX, bosques, dunas, un mar del Norte gris y sin olas y playas kilométricas con casetas de colores.

De ir de la mano de sus abuelos a ser la guía de sus tres hijas explorando sueños, recuerdos y vivencias en un paisaje salvaje y con mucho encanto que encaja con el arte de vivir y su personalidad de mujer guerrera.

Portada Hola 4023© Hola

—Háblanos de Le Touquet, ¿por qué es tan especial para ti?

—Aquí soy siempre feliz. Me siento protegida, me siento amada, me siento viva. Es un lugar todavía algo salvaje, pero que te acoge desde que llegas. Es el epitome del bonheur, algo parecido a la dicha.

—¿Cuántos años tenías cuando viniste por primera vez?

—Meses. En esa época en la que, como dice mi amigo Pedro, no recuerdas ni lo inolvidable. Pero yo creo que, aunque no lo recuerdes, se imprime en ti. Le Touquet es parte de mí.

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Arriba, Astrid, en una imagen realizada por sus hijas con un teléfono, atravesando las dunas que separan la casa de sus abuelos de la playa. Debajo, la portada de su novela, ilustrada con una fotografía de su madre, ‘Nadie me contó’, y sus dos libros de verano.

—Un recuerdo imborrable.

—¡Tantos! Las peleas por la ducha (había pocos cuartos de baño y aún menos agua caliente); los desayunos interminables que, para mí gusto, empezaban —y empiezan— muy temprano, y las sobremesas que, al revés, siempre acaban demasiado pronto. Las primeras caricias, los primeros besos. Mi abuelo presidiendo la mesa, mi abuela asegurándose de que nada faltaba. Su amor me hacía sentir segura y los echo mucho de menos. Las tartes au sucre, las discusiones que nunca lo eran, los paseos a la luz de la luna cuando la marea está baja. Toda la familia riendo y las gaviotas gorjeando.

“Aquí soy siempre feliz. Le Touquet es parte de mí. Me siento protegida, me siento amada, me siento viva. Es un lugar todavía algo salvaje, pero que te acoge desde que llegas”

—¿Todos los planes son en familia?

—Básicamente, sí, pero tengo une bande de copains y comparto salidas en pandilla con muchos de mis primos. En casa de los abuelos somos muchos. En mi caso, además, me llevo a mis dos perros y a mi gato.

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Astrid recomienda la ‘experiencia excitante’ de los ‘Chars à Voile’.

—¿Cómo es de grande tu maleta de verano y qué llevas en ella?

—Solo mi inseparable maleta de mano. La misma con la que me fui tres semanas de viaje de novios a la Polinesia. Soy muy práctica y la lleno de ropa cómoda que no se arruga. Vaqueros, camisetas, jerséis —aquí nunca hace más de veinticinco grados—, shorts, una falda y dos vestidos fáciles de poner, dos pares de sandalias, las deportivas y unos zapatos cómodos. Por supuesto, el chubasquero, porque llueve seguro. Aquí no usamos pareos ni alpargatas, tampoco trajes de fiesta ni tacones. No nos arreglamos para salir y, además, el rímel siempre lo pillas por la casa. Lo único que me llevo es una crema de color de L’Oréal.

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Astrid, quien está a punto de lanzar su marca, SELF PIT STOP, de productos para el bienestar.

—¿Y todo eso cabe en una maleta de mano o haces trampa con las de tus hijas?

—En invierno, si vamos a esquiar, facturamos, pero mis hijas también viajan con una maleta de mano, así que no les puedo colar nada. Y se me han olvidado los libros. Siempre llevo varios. A la sombra de cualquier rincón, en medio de la Naturaleza, estás a la temperatura perfecta para abrir un libro. Una de las peculiaridades de Le Touquet son sus dunas. Perderme en ellas y leer allí, con el mar y las gaviotas de fondo, es un placer muy único.

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Dos fotografías del álbum familiar tomadas en Le Touquet el siglo pasado.

—¿Algo que nunca hayas dejado de hacer en Le Touquet? 

—Estar con mi familia francesa y disfrutar de ella. Empaparme de esos genes que son tan míos y que me diferencian de los españoles, pero que voy descubriendo en ellos con sorpresa año tras año. Y comer, comer y comer. Adoro una boulangerie, los croissants, los pains au chocolat, las baguettes y, sobre todo, la t arte au sucre. Las niñas y yo, básicamente, nos alimentamos de eso durante nuestra estancia aquí.

“Solo llevo maleta de mano. La misma con la que me fui tres semanas de viaje de novios a la Polinesia. Soy muy práctica y la lleno de ropa cómoda, porque aquí no nos arreglamos para salir”

—¿Cuál sería un plan perfecto para las cuatro?

—Más que de planes, somos de improvisar. Como no hay obligaciones, nos gusta ese dolce far niente y dejarnos llevar por la indolencia, pero llenamos el verano de conversaciones, experiencias y recuerdos. Disfrutamos y añoramos las noches de tormenta y las cenas cerca de la chimenea envueltas en relámpagos, truenos y risas de la familia; salir en bici —vamos a todas partes en bicicleta— en busca de la Naturaleza indomable, y un plan que sí hacemos todos los años es ir al mercado local. Cuando tenía su edad, acompañaba a mi abuela y a mis tías y, ahora, me divierte ir con ellas. Es de los pocos sitios donde disfruto comprando algo de ropa —y consigo meterla en la maleta (se ríe)— porque es un estilo distinto al de España. Si algo me gusta es ver cómo, con catorce, doce y diez años, van viviendo lo que yo viví en su día. Cómo van descubriendo un lugar que cada año es más parte de ellas, de su esencia. Nada es comparable a ver a mis hijas felices.

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Arriba, Astrid en una imagen realizada por sus hijas en Le Touquet, la perla de la Costa del Ópalo —bordea el mar del Norte y el canal de la Mancha—, donde pasa sus vacaciones desde hace cuarenta y ocho años. Abajo, el hotel Le Westminster y algunas de las grandes villas del pueblo.

—¿Has dejado de ir a Le Touquet algún año?

—Mi exmarido decidió que no quería venir y nunca vino, pero yo, incluso en esos años de casada, todos los veranos me escapaba al menos una semana con las niñas.

—Llevas cinco años separada del empresario Rafael del Pino, ¿se ha asomado por la costa un amor de verano?

—No. (Sonríe).

“Mis hijas y yo disfrutamos las noches de tormenta y las cenas cerca de la chimenea, salir en bici a todos lados, y un plan que hacemos todos los años es ir al mercado local”

—¿Algún vecino guapo o famoso? 

—Otro no. Le Touquet no es tan conocido como la Costa Azul en general, Biarritz o la Provenza, pero tiene mucha historia. El músico Serge Gainsbourg empezó su carrera en este pueblo y no dejó de venir cuando se hizo conocido. Milan Kundera —pocos libros me han marcado tanto como La insoportable levedad del ser o Amores ridículos— vivió aquí. Y Brigitte y Emmanuel Macron llevan pasando muchas vacaciones en este escondite. Brigitte, de hecho, es íntima de mi tía Béatrice.

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GettyImages-129728499-Collage-U68721825042gOt© GettyImages/ LE MARCEL
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Au Chat Bleu, su chocolatería preferida, y Le Marcel, donde baila ‘rock’.

—Después del éxito de tu primer libro, Nadie me contó, estás en camino la segunda novela, ¿de qué trata?

—El éxito y la acogida que ha tenido y sigue teniendo Nadie me contó es algo que no había anticipado. Sobre todo, y lo he dicho anteriormente, los cientos de mensajes de esas mujeres que me han hecho saber cuánto les ha ayudado y ayuda el libro y que me han animado a seguir escribiendo. En esta segunda novela, cuento la historia de Lena, una mujer cerca de los cincuenta, que decide dejar su trabajo en una editorial para emprender. Es su viaje una nueva etapa de su vida. Sus miedos, sus inseguridades, sus felicidades. También, como en la primera, hay una historia de amor. Además, hablo del paso de los años y trato temas que veo que preocupan a mis amigas. Fui madre relativamente tarde y soy más joven que muchas de ellas, pero veo cuánto les está afectando el temor al nido vacío o la transición a la etapa de la menopausia. Saldrá a la venta a finales de septiembre y pronto diré el título en mi cuenta de Instagram, @astridgilcasares.

“Le Touquet tiene mucha historia. Brigitte y Emmanuel Macron llevan pasando muchas vacaciones en este escondite. Brigitte, de hecho, es íntima de mi tía Béatrice”
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Arriba, con sus perros, ojeando su primera novela. Abajo, vista de la playa con dos jinetes paseando y las famosas casetas de colores.

—¿Hay otros proyectos en camino?

—He decidido crear una marca. Desde Self Pit Stop me gustaría ofrecer productos que nos ayuden a recordar lo importante de mimarnos y ocuparnos de nuestro ser y nuestro espíritu como nos ocupamos de lo que de verdad nos importa: nuestra familia, nuestros amigos, nuestro trabajo, nuestro hogar… Yo he aprendido a ser resiliente (dura, dirían algunos), pero ha sido a base de entender que hay momentos en los que hay que parar y ponerse como prioridad absoluta. La única forma de dar es estando bien. Y me gustaría conseguir que todos nos acordemos de amarnos como amamos al prójimo, no menos.

Para disfrutar de Le Touquet

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No se te olvide...

Llevar ropa cómoda, un jersey y un chubasquero, porque la probabilidad de que llueva algún día es mayor del 90 %, y deportivas o calzado plano para caminar por las dunas o pasear en bici. En Le Touquet vamos en bicicleta a todas partes.

Dónde dormir

En Le Westminster si quieres estar en el centro del pueblo y en un hotel que te hace volver al principio del siglo XX. Si buscas algo más salvaje y con vistas al mar, el Novotel, pero asegúrate de pedir una habitación a partir de la 364. Son las mejores vistas de lejos. Es otra experiencia.

Para comer

Sin lugar a dudas, La base du Nord para cenar. Los anocheceres son mágicos. Y para disfrutar de la mejor ‘tarte au sucre’ que he probado nunca, la Boulangerie Gourmandine. Y no os podéis perder Au Chat Bleu, una chocolatería que existe desde 1912. Mis abuelos iban allí de niños. Es una tradición.

Un plan divertido

Si hay viento, recomiendo intentar la experiencia excitante de los ‘Chars à Voile’. Es parecido al ‘windsurf’, pero en tierra. Y por la noche, después de cenar, pasar por Le Marcel para ver a la gente bailando ‘rock’. Algo muy particular de Francia es que se sigue bailando ‘rock’. No conozco ningún otro país en el que sigan haciéndolo. Es muy genuino y lo disfruto siempre que estoy aquí.

Un libro de verano

‘Climas’, de André Mauroix, y ‘Las personas del verbo’, de Jaime Gil de Biedma.

Para los amantes de la naturaleza

Una de las peculiaridades de Le Touquet son sus dunas. No te las puedes perder. Leer allí, con el mar y las gaviotas de fondo, es un placer muy único.

Tienes que visitar

La rue Saint Jean, que es la calle más conocida, aunque a mí me gusta mucho más La rue de Moscou. Y, además, no dejes de buscar las casas con techos de paja y pasearte por la Digue.

De compras

Un plan que hacemos las niñas y yo todos los años es ir al mercado local (solo está los lunes, jueves y sábados por la mañana). No me gusta ir de compras, pero aquí me divierte. Es un estilo distinto al que veo en España; no sabría definir la diferencia exactamente, pero la ropa tiene otro aire, un encanto ‘Elle a du chien’, expresión muy francesa que no sé traducir al español.