Hubertus de Hohenlohe (México, 1959) creció rodeado de flashes y estrellas. El príncipe, hijo del empresario Alfonso de Hohenlohe y la princesa Ira de Fürstenberg, llegó a Marbella en 1969 cuando tenía nueve años. Para entonces, La Margarita, la finca que su padre había comprado por 150.000 pesetas en la ciudad de la Costa del Sol con tan solo 23 años, ya se había convertido en un paradisíaco lugar donde la gente más poderosa y relevante del mundo quería hospedarse: el Marbella Club.
Entre los clientes se encontraban Audrey Hepburn o Brigitte Bardot, a la que los paparazzi perseguían. Quizá por eso, de estar rodeado de ellos, Hubertus se convirtió en fotógrafo. Y, también, en una estrella. Su última exposición, Narcissistic overload, se puede visitar hasta el próximo 13 de agosto en la Galería Isolina Arbulu de Marbella. Desde allí, entre entrevista y entrevista, este polifacético aristócrata, que vive a caballo entre Viena, Bolonia, Cortina d’Ampezzo y España, nos desvela que también acaba de grabar su primera canción flamenca. De hecho, algunos ya lo han bautizado como el “príncipe gitano”. Hablar con Hubertus, príncipe, esquiador olímpico, fotógrafo y cantante, es una sorpresa continua.
—¿En qué consiste tu exposición?
—Hablo a través de las fotografías de la sociedad de hoy en día en la que todos somos marcas y cada uno, por ejemplo en sus redes sociales, se presenta como la persona más importante del mundo y quiere tener seguidores y muchos likes. Todos somos producto del mercado y queremos posicionarnos en él. Es una muestra sobre el exhibicionismo y la sobrecarga narcisista, lo que da título a la exhibición.
—¿Ha influido la fama de tu familia en esta necesidad de explorar esa realidad?
—A veces nos hacían fotos y yo no me reconocía en las imágenes. Era más preciso si yo mismo tomaba las imágenes de mi propia vida. Ese es mi estilo: los selfies con un toque narcisista… ¡porque yo también salgo en las fotos que realizo!
—¿Qué obras forman parte de la muestra?
—Hay 14 imágenes y una escultura. Y algunas de esas fotografías las protagonizan Zidane, Lenny Kravitz o Karl Lagerfeld, tres de las personas que más me ha gustado inmortalizar.
—Karl Lagerfeld también tiene un estilo parecido al suyo, en el que es a la vez protagonista y fotógrafo…
—Sí. Karl era muy bueno y, de vez en cuando, me copiaba. Una vez, hizo una publicidad que era idéntica a una foto mía y lo llamé: “Es un gran honor que yo te copié. Yo solo copio a genios!”. Luego, cuando publiqué mi libro de fotografías, Junglas Urbanas, le pedí que escribiera algo sobre mi obra y dijo: “Nadie hace fotos tan caras con una cámara tan barata”.
—¿Cómo inició su carrera de fotógrafo?
—Un día que estuve en Valencia esperando a mi madre que se estaba maquillando para ir a una fiesta de Porcelanosa con el príncipe Carlos de Inglaterra. Tardaba mucho, había mucha gente importante, reflejaba mucho la vanidad. Allí, mientras la esperaba, tomé mi primer selfie y desde entonces no he parado. Luego una comisaria vio las fotos que hice para mi disco, Reflejos de mi mismo, en 2002, y gracias a ella hice la primera exposición de las fotos
—¿Recuerda quién le regaló su primera cámara de fotos?
—Fue mi padre, en la Navidad de 1999. Nos regaló una a mí y otra a mi hermana, que siempre se ríe porque ella no le ha sacado el partido que yo sí hice. Mi padre me dijo que hacía buenas fotos, pero, como todo artista, era un poco caótico. Para que no perdiera los rollos o tuviese que ir a revelarlas, me regaló una cámara digital.
—¿Con las redes ha desaparecido el viejo mundo que conocíamos?
—Sí, en cierto sentido, sí. Mi padre, por ejemplo, vendía el concepto de Marbella Club, de una manera más elegante, más honesta… Ahora todo es más rápido y evidente.
—¿Cuál es el primer recuerdo que tiene de Marbella?
—Recuerdo nuestra casa con la piscina, los ferraris de mi padre y la playa con muchos pesqueros por la mañana. Y en las redes: lubinas, sardinas y pulpos.
—¿Siente nostalgia de la Marbella dorada que usted conoció?
—No siento nostalgia. Los tiempos cambian y eso está bien. No me gusta que haya ganado la ostentación de hoy en día frente a la elegancia austera y reducida que implantó mi padre y que es típica del lugar. ¡Mire los pueblos blancos de Andalucía! ¡Bellos en su austeridad!
—¿Sigue existiendo la jet set?
—Yo creo que sí, hay gente que sigue teniendo un gusto refinado y con posibilidades.
—De sus antepasados, ¿cuál es su personaje favorito?
—Gianni Agnelli, mi tío abuelo. Como yo, fue esquiador olímpico, pero tuvo un accidente terrible. Por eso siempre me preguntaba por mis competiciones. Era un admirador. Y, por supuesto, mi padre. Todavía hay gente que me dice: “Tendría que haber hecho caso a tu padre y comprar el terreno que me dijo”. La pena es que se han forrado todos a los que él animó a comprar en Marbella y la zona, menos él. Esa es la tragedia de todo esto.
—Como usted contaba, además de fotógrafo, esquía, ¿lo sigue haciendo?
—Me encanta esquiar y lo sigo haciendo. Estoy probando a ver hasta qué edad el cuerpo me da fuerzas. A principios de año tuve el covid, pero aun así pude participar en el mundial, en Cortina D’Ampezzo (Italia).
—¡Y también canta!
—Después del confinamiento tuve una reunión , en mi finca de Ronda, con los más grandes del flamenco, entre ellos El Cigala. Me propusieron que cantara algo. Y, desde ese momento, me animé y he grabado No sé cantar flamenco. Hemos grabado el videoclip en el barrio de las Tres Mil Viviendas. Los fondos van a parara Fundación Alalá.
—Es un artista polifacético. ¿Cuáles son sus próximos proyectos?
—Estoy preparando un libro de fotografías que puede que vea la luz muy pronto. ¡Tengo mucha energía!