El próximo lunes 26 de julio se cumplirán cuatro años del accidente que, el 3 de agosto de 2017, le costó la vida a Ángel Nieto. El caso por la muerte del supercampeón del mundo sigue abierto en los juzgados de Ibiza, donde se produjo el trágico acontecimiento. Hoy, nos citamos con su pareja, Belinda Alonso, y el menor de sus tres hijos, Hugo, de veinte años, en su residencia de Madrid, para recordar la existencia de leyenda del corredor de motociclismo más importante de la historia del deporte español, quien, como nos confiesa su familia, podría tener en breve una serie sobre su fascinante vida.
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—¿Qué es lo primero que recordáis cuando pensáis en él?
Belinda.—Más que un pensamiento concreto, es un recuerdo imborrable: llevo su huella. Creo que las personas a las que quieres tanto solo se van físicamente. Lo que has vivido con ellos forma parte de ti, es como una esencia que se queda para siempre. En el caso de Ángel, la energía, la alegría y la capacidad de generar ilusiones nuevas.
Hugo.—La imagen que se me viene a la cabeza es verlo apretando tuercas en el jardín de nuestra casa de Ibiza (ríe). Él siempre estaba contento: en un campeonato o en casa, con el Rey o con nuestro jardinero... Todo lo hacía al cien por cien. A veces parecía que no era humano. ¡Nunca lo he visto triste ni quejarse por nada! Me ha inculcado esa pasión por la vida.
—Falleció cuando tenía setenta años, ¿quedaron muchos planes por hacer?
B.—Sí, se había dado cuenta de que estaba cansado de tanto viajar, por eso había dejado de colaborar como comentarista. La idea era trasladarnos a Mallorca, porque Hugo llevaba dos años estudiando en la academia de Rafa Nadal. Buscábamos una casita para estar cerca de él. Ángel, por encima de sus logros deportivos, era un padrazo con sus tres hijos. A sus dos hijos mayores, que han seguido sus pasos en el deporte, se dedicó mucho hasta que tuvieron su propia vida. Ahora, su máxima ilusión era ayudar a Hugo.
H.—Lo echo mucho de menos, especialmente en esta época, que comenzaba a competir. Me hubiera gustado escucharlo dándome ánimos. Cuando estoy en un partido, me digo a mí mismo: “Hugo, esfuérzate, concéntrate. Si lo estás haciendo, que sea al cien por cien”. Ese era el consejo que siempre me daba.
“En un campeonato o en casa, con el Rey o con nuestro jardinero... Todo lo hacía al cien por cien. No parecía humano”
—¿Cómo vivís la reapertura del juicio por el accidente?
B.—Fue una gran desgracia, aún hay pendientes más testimonios de algunos testigos que, inexplicablemente, no habían sido interrogados. Tanto Hugo como yo estamos personados en el proceso penal desde el principio. Determine lo que sea la Justicia, nunca nos van a devolver a Ángel.
H.—Yo intento recordarlo con pensamientos alegres y no recrearme en el accidente. Él no va a volver. Estábamos tan unidos que ese dolor va a estar ahí siempre y no se me va a aliviar nunca.
—¿Qué significa viajar a Ibiza, donde Ángel murió?
B.—Desgraciadamente, tenemos que conducir muchas veces por delante de donde se produjo el choque. Hay un grafiti en el lugar exacto. Cuando paso, le mando un beso. Lo hemos terminado asumiendo, pero no lo entendemos. Ibiza era un lugar feliz. Ahora sigue teniendo una parte alegre, pero también triste.
H.—Es incomprensible, una persona que se ha jugado la vida al lado de muros estrechos y que pierda la vida yendo a comprar unas luces para el jardín.
“No estábamos casados, pero llevábamos más de treinta años juntos. Según le confesó a un íntimo amigo antes de morir, quería pedirme matrimonio ese mismo verano”
—¿Cómo fueron esos últimos momentos junto a él?
B.—Vino a Ibiza el día antes del accidente para celebrar mi cumpleaños. Ángel había comprado un barco de motor antiguo y estábamos metiendo música en un altavoz. ¡Bailamos en el porche! Se hizo un poco tarde. Nos quedamos Hugo y yo. Él se fue a dormir porque quería comprar unas luces para un cuadro que se había fundido. Hugo le dijo: “Te quiero, papá, hasta mañana”. Tengo grabada su mirada, como si me dijera: “¿Ves? ¡Me quiere más a mí!”. Se fue a dormir con toda la ilusión y el veintiséis nos levantamos con el desgraciado accidente.
—Belinda, ¿cómo os conocisteis?
—En Madrid. Yo era de León y vine a trabajar como modelo a la capital. ¡Quería ser periodista! La directora de una agencia nos presentó en una fiesta. Nos gustamos, aunque no fue a primera vista, porque yo lo veía un poco mujeriego.
—¿Dejaste tu carrera por acompañarlo?
—Lo dejé todo por él, me fue embaucando poco a poco y me embarqué en su vida hace treinta y cinco años. Los primeros años de nuestra relación fueron complicados. Ángel estaba casado, siempre de viaje, pero, después de nuestro primer encuentro, no nos separamos jamás.
—¿Por qué nunca os casasteis?
—No soy su viuda oficial porque nunca contrajimos matrimonio, aunque, después de más de treinta años en común, yo era su mujer a todos los efectos. ¡Era algo público y notorio! La boda no tenía importancia. Finalmente, nos fuimos a vivir juntos en el año ochenta y seis, aunque, por amor a sus hijos, siempre mantuvo la anterior estructura familiar. Ángel esperó el momento adecuado para que sus hijos fueran mayores y entendieran su nueva situación personal. Luchó muchos años para obtener el divorcio, que finalmente firmó en dos mil quince, aunque no se llegó a ratificar en el juzgado. Desgraciadamente, después de sufrir por este asunto y en contra de su voluntad, murió casado.
“Hice bachillerato en la academia de Rafa Nadal y, ahora, estudio Finanzas en una Universidad de San Francisco, en Estados Unidos. ¿Si me he planteado ser modelo? ¡Me lo han ofrecido muchas veces!”
—¿Y te hubiera gustado haber celebrado una boda?
—Para mí, Ángel era mi marido. Según le confesó a un íntimo amigo antes de morir, ese mismo verano de dos mil diecisiete, quería pedirme matrimonio por sorpresa. ¡Le hacía ilusión casarse conmigo!
—Hugo, ¿cómo era una leyenda del deporte como Ángel Nieto como padre?
—¡Éramos dos lapas! Siempre he sido consciente de que mi padre era especial, un genio. Cuando venía al colegio a por mí, era una revolución. Ahora me abren las puertas de todos los sitios a los que voy solo por ser su hijo. Hay gente que se emociona hasta la lágrima. ¡Menudo honor!
—¿Qué has heredado de él?
—Espero haber heredado muchas cosas. ¡Cuántas más, mejor! Era fuerte, inteligente y sociable. Mis padres me han enseñado que lo importante no es lo material, sino la huella que dejas en la gente. Yo soy su hijo, pero voy a hacer mi propio camino, sin olvidar la suerte que he tenido al tenerlo como padre.
—¿En qué consiste ese camino?
—Hice bachillerato en la academia de Rafa Nadal y, ahora, estudio Finanzas en una Universidad de San Francisco, en Estados Unidos. Me dieron una beca para jugar al tenis, aunque estoy un poco fastidiado de la rodilla. Tengo una lesión en el tendón rotuliano. De momento, la solución no es meterme en la pista porque me hago más daño, pero no me doy por vencido.
—¿Nunca pensaste en dedicarte al motociclismo?
—No. Me encantan las motos y el ambiente, pero nunca me lo fomentaron. De pequeño iba haciendo “rum, rum” con una moto que me regaló Fonsi Nieto, pero al final me decanté por el tenis. Mi padre estaba contento y me acompañaba, aunque se enfadaba cuando perdía. Si no me salía bien el partido, lo veía marcharse cabreado (ríe).
“Que a Ángel no le dieran el Premio Príncipe de Asturias es la injusticia más grande del deporte español. Ahora hay un proyecto de hacer una serie sobre su vida y continuar con su idea de escribir sus Memorias”
—¿Te has planteado ser modelo?
—Me lo han dicho muchas veces, pero mis padres siempre me han recomendado, primero, tenis y estudios, y luego, modelo. Igual lo puedo combinar, ¡por probar no estaría mal!
—¿Cuál es tu sueño?
—Me gustaría tener mi propia empresa, quizá, enfocada en el mundo de la moda. Ya veremos, es un proyecto a largo plazo.
—¿Y qué tal te va en el campo sentimental? ¿Tienes pareja?
—Sí, algo hay (ríe).
—¿Creéis que, cuatro años después de su muerte, Ángel Nieto está suficientemente reconocido?
H.—Todavía sigue actual y vigente. Hemos inaugurado carreteras, colegios, plazas, polideportivos, circuitos… y hasta un hotel con su nombre en Ibiza.
B.—Que no le dieran el Príncipe de Asturias es la injusticia más grande del deporte español. Hasta el Rey Juan Carlos estaba enfadado. Ángel, al que le daba igual, se reía porque siempre estaba nominado: “Parezco el Paul Newman de los Príncipes”. Ahora hay un proyecto de hacer una serie sobre su vida y continuar con su idea de escribir sus Memorias.
—¿Le hubiera gustado que el Rey lo hubiese nombrado aristócrata?
B.—Él se reía: “Le voy a pedir al Rey que me dé un título”. Bromeaba diciendo que quería el de marqués de la Bujía o el duque de Pistón: “Así tú serías la duquesa pistonuda”. (Ríen).
—Se fue pronto, pero parece que exprimisteis la vida a su lado...
B.—Sí, pronto pero muy vivido. Acababa de cumplir setenta y él siempre decía que tenía setecientos. Estar a su lado ha sido como vivir diez vidas. Para mí, todo un honor y un privilegio.