“Soñando siempre con ser lápiz…”. Cuando tenía siete años, Escolástico Medina García, que es como se llamaba realmente Tico Medina, escribió su primer verso. El pequeño Tico se estaba recuperando de una enfermedad en el huerto granadino de su familia y allí, sentado bajo un ciprés, dio forma a un poema dedicado a ese árbol. Entonces, ya tenía claro que quería contar historias. “El reportero nace conmigo prácticamente en el vientre de mi madre”, decía. Durante siete décadas, Tico se dedicó a hacer lo que mejor sabía: contar historias en la televisión, la prensa escrita y la radio. El pasado lunes, el cazador de titulares y maestro del periodismo falleció a los ochenta y seis años. Fue uno de los fundadores de la televisión en España y formó parte de la primera generación de Televisión Española (TVE) junto a Forges y Pilar Miró, entre otros. En aquella época, descubrió a estrellas como Pepa Flores o Félix Rodríguez de la Fuente.
Entrevistó a personalidades de todos los ámbitos: el Papa Pablo VI, Richard Nixon, Fidel Castro, el Che Guevara, Salvador Dalí, por citar a algunos. Fue corresponsal en América para Televisión Española y EFE, una de las principales firmas del diario Pueblo y jefe de reporteros del Diario ABC.
Durante más de cuatro décadas, Tico fue redactor jefe y colaborador de ¡HOLA! Fue el primero en entrevistar a Isabel Pantoja tras la muerte de Francisco Rivera, Paquirri, y él la bautizó La viuda de España. Entrevistó a todos los grandes de España para ¡HOLA! —Julio Iglesias, Lola Flores, Rocío Jurado— y él mismo se convirtió en un grande de España.
Se parí el corazón, se fue Tico Medina
A Tico Medina lo conocí a los doce años. Mi padre, Eduardo Sánchez Junco, me lo presentó con tanta admiración en la voz y en los ojos que enseguida entendí que Tico no era un ser humano como los demás, sino tan extraordinario como todo lo que le rodeaba. Aquel era su primer día en la redacción de ¡HOLA! y ya había convertido su despacho en un lugar mágico, el Macondo de García Márquez, con tucanes de madera colgando del techo, fotografías de los lugares más exóticos del planeta, recuerdos de todos esos rincones por los que él pasaba, inmortalizándolos, contándolos, como buen cronista… “El mundo, carretera y manta”, decía.
Yo me colaba en aquel despacho, cuando él no estaba. A curiosear. Mi padre decía que a Tico le quemaba la silla. Que no podía estarse quieto, que necesitaba respirar aire puro. Era como un pájaro libre, imposible vivir enjaulado. Además de convertirse en uno de nuestros mejores amigos, Tico nos protegió y defendió cuando tanto le necesitábamos. Él creyó en esta familia, en esta casa, y su pluma hizo de ¡HOLA! un lugar mejor.
Afortunadamente para mí, Tico no hablaba inglés. Así que mi primera labor en ¡HOLA! consistió en acompañarle a sus entrevistas y hacer de intérprete. ¡Cómo toreaba Tico! Muletazo va, muletazo viene, y al final tocaba el alma, la fibra sensible, y sus preguntas eran profundas y bellas. Escribió las memorias de Lola Flores, su mejor ‘novela de no ficción’; desnudó (metafóricamente) a Claudia Schiffer cuando era la mujer más guapa del mundo y escribió la crónica de la Tormenta del Desierto, la guerra de nuestro tiempo, y la de la caída del muro.
Sus titulares eran épicos, sorprendentes, poéticos. Cuando derribaron las Torres Gemelas, él tituló El final de dos mil historias de amor, porque veía las cosas desde otro ángulo. Con el corazón por delante. En la universidad, estudiábamos el ‘estilo Tico Medina’; esa mezcla de lenguaje literario y crónica periodística, y cada vez que mi profesor de redacción pronunciaba su nombre, yo me ponía colorada, como si… porque sí, era amigo mío.
Al final, algunas veces, firmábamos los textos al alimón (así era de generoso). Nos hizo llorar en público muchas veces; cuando despedimos a mi padre o el día en que a mi abuelo le nombraron hijo predilecto de Ronda, o el día de mi boda, que también agarró el micrófono para decir cosas bonitas de su ‘aprendiz’, y, en esas ocasiones de la lágrima viva, él siempre remataba diciendo la frase del torero: “Qué mal rato tan bueno hemos pasado”.
Se le ha parado el corazón. Claro. ¿Cómo iba a irse Tico Medina de este mundo si no? Y ha habido fiesta en el cielo. De tucanes, de flautas andinas, de bailes alegres, de seiscientas veinticinco líneas de colores. ¡Qué mal rato tan bueno habrás pasado allí arriba, maestro, cuando te hayan recibido por la puerta grande!