Entre los guerreros del Amazonas peruano, fue la protagonista de una aventura trepidante y, a veces, hasta peligrosa y, en su última visita a África, ha podido ‘abrazar’ y quizás salvar algunos rinocerontes. Eran sueños viajeros de los que nos trae la historia menos conocida. Carla Royo-Villanova, princesa de Panaguiúrishte, comparte con ¡HOLA! dos de sus apasionantes viajes por el mundo. Es su mirada detrás de una cámara con la mente y el corazón en acción y la mejor disposición solidaria.
Hace unos meses cerró con lágrimas su empresa de cosmética por la que tanto luchó durante años, pero la aventura continúa. Todo es posible. Carla es una pasajera del mundo al estilo Indiana Jones, escritora viajera en el tiempo y gran contadora de historias. Un alma inquieta cuando no está adentrándose en lo desconocido, aunque siempre con la gran motivación de volver a casa, donde está “mi reino y mi familia”.
Está casada con el príncipe Kubrat, de Bulgaria, desde 1993; es madre de tres hijos —dos médicos, Mirko y Lucas, y un universitario, Tirso—, y se ha recorrido medio mundo con una mochila… Ahora, está organizando un grupo con Ankawa Safari —premio Aire Libre por su trabajo de turismo sostenible— para ver la gran migración de noviembre en Tanzania (https://www.instagram.com/viajaconcarla/?hl=es).
—Nos llevas de sorpresa en sorpresa. Ahora, con tu papel de princesa activista… Del Amazonas a África. ¿En qué andas metida?
—Soy muy reivindicativa, pero conociendo los problemas in situ y a fondo para poder opinar. No me gusta viajar para hacerme fotos en lugares maravillosos, me implico, y, desde luego, lo cuento. Me enfadan quienes hacen leyes desde un despacho sin conocer el trasfondo del lugar al que supuestamente se quiere favorecer. Es como la fábula del mono que sacó al pez del agua porque pensó que se estaba ahogando.
“Tuve la necesidad de coger el testigo de mi padre. Como hija del ‘múnn pámuk’ Jaime —máxima autoridad reconocida—, generé mucha expectación”
—¿Qué hay detrás de tu sentido de la aventura?
—Es adictivo, cuando lo pruebas quieres más. No hay límite y una cosa lleva a la otra. Siempre he sido curiosa e inconformista y necesito meterme en las tripas de cada sociedad. Solo así es posible transmitir el mensaje y solo así se aprende. Nos creemos el epicentro del planeta, pero nuestra realidad no es la única. Hay que respetar tradiciones y ayudar para que otros prosperen sin perder su identidad. Esa es la verdadera sostenibilidad. Busco descubrir esas otras realidades para abrir los ojos a quien me lea.
—¿De dónde viene el interés por las tribus salvajes?
—Desde que tengo nueve años he visto cómo mi padre se marchaba un mes a la selva amazónica. Primero, para conocer la obra de los padres de la Compañía de Jesús y, después, como persona implicada al cien por cien con los indígenas. En los ochenta, luchó contra las plantaciones de cocaína que el narcotráfico quería imponer. Aquella tarea que parecía imposible, se consiguió, y lleva cuarenta y cinco años visitando a las comunidades Aguajún y Huambisa. Durante estas cuatro décadas, viajé imaginariamente a la selva a través de sus increíbles historias —poca gente puede contarlas—, pero llegó el momento de acompañarlo. Tenía la necesidad de vivir sus aventuras, y quizá de coger su testigo. Su amor por los aguarunas y huambisas es el foco de su vida y sentía cierta envidia, curiosidad y, de alguna manera, los amaba también.
“Compartir vida con los jíbaros ha sido una de las mayores enseñanzas que la vida me ha dado”
—Tu padre, Jaime Royo-Villanova, es el gran jefe espiritual de estas tribus. Algún día, ¿serás Carla, la ‘Reina’ de los jíbaros?
—Ellos sí son los reyes de la selva; yo, solo la hija del ‘múun pámuk’ Jaime. La máxima autoridad reconocida, el mayor rango espiritual y social y los únicos que pueden llamar a la guerra convenciendo, no ordenando. Mi padre se ha implicado con su filosofía de vida, con su espiritualidad y sus costumbres, y así quiero seguir ayudando yo.
—¿Cómo fueron esos días que pasaste entre los indígenas?
—De una intensidad difícil de explicar. Pensé que viviría las aventuras de mi padre, pero viví la mía propia con una carga emocional que me costó meses superar. Creemos que tienen carencias, pero ellos me razonaban lo equivocados que estamos en nuestro mundo pensando que son ‘pobres’, y lo felices que están en el pulmón de la Tierra. Me empapé de la vida indígena… Y consiguieron que su lucha fuera también la mía. Escucharlos hablar de su pasado guerrero, de su forma de vida, de sus problemas con quienes ahora explotan su selva, dejándolos sin alimento y contaminando sus aguas, ha sido una de las mayores enseñanzas que la vida me ha dado.
“He tenido la suerte de sentirme libre siempre. Eso ha sido gracias a mi marido, Kubrat, que siempre me ha animado y apoyado en todas mis locuras”
—¿Cómo te recibieron?
—Con masato. Es el único alcohol que se toma en la Amazonia peruana. Se hace con yuca hervida que luego mastican las mujeres y escupen en un recipiente, donde fermenta durante días. Generé mucha expectación. Seguramente pensarían que no aguantaría más de dos días y encontraron a una amiga para siempre. Todos conocían mi nombre y los niños no paraban de tocarme el pelo. Volveré pronto.
—Se los conoce como los guerreros salvajes reductores de cabezas, pero ¿cómo son de verdad?
—Conservan la mayoría de tradiciones —el hombre hace la ropa, por ejemplo—, pero ya no practican la reducción de cabeza (‘tzántsa’), la ceremonia espiritual con la que buscaban conseguir que el alma fuera en paz sin buscar venganza. Lo que sí hacen al pasar de niño a hombre es tomar ayahuasca para empezar de nuevo. Dicen que ven su futuro y los ayuda a superar los miedos. Es un pueblo guerrero, puro y sano al que ni los mochicas ni los españoles consiguieron conquistar. Se saben dejados de la mano de los gobiernos, pero no están dispuestos a tirar la toalla. Reivindican ayuda para seguir habitando su territorio ancestral, mientras observan cómo nuestra civilización les complica la vida cada vez más con las concesiones de oro, petróleo y madera. Son las víctimas de la aniquilación de su espacio, de su cultura y de lo único que tienen, la selva.
“No me gusta viajar solo para hacerme fotos y siempre acabo implicada con algo. Si no vas solo con la mentalidad de hacer un safari fotográfico, África te atrapa para siempre”
—¿Cómo y de qué viven?
—La mayoría, en pequeñas comunidades repartidas por la selva. Sus casas son de madera, el suelo es la propia tierra, no hay agua potable ni luz y todos tienen su chacra (huerta). No hay carreteras, el río es su comunicación y los pocos colegios que hay están muy lejos. Comen ‘quis’ (cobayas), pirañas, arroz y frutas tropicales.
—¿Cuál fue la situación más peligrosa que viviste?
—Crucé dos veces el Pongo de Manseriche (‘el que espanta’), el más peligroso de la selva amazónica sobre el río Marañón, bajo una lluvia como no había visto jamás. Y me impactó la fuerza de la Naturaleza —si te dejan, mueres en pocas horas—, pero no sentí miedo. Si vas con un jíbaro al lado no tienes ningún problema.
—Acabas de volver de África, ¿cómo ha sido la experiencia?
—Sentí algo similar a lo que viví con los jíbaros. Se nos llena la boca hablando de salvar al planeta, pero no ayudamos. Es como si hubiéramos desconectado. Conocí Namibia y Zimbabue en dos viajes de la mano de Dani Serralta, la persona que seguramente mejor domina esa parte de África. Me contó la tragedia que sufren los rinocerontes, pangolines, elefantes, leones y, en consecuencia, las comunidades locales y decidí apoyar a su fundación: Tribu Kifaru. Siempre quiero más, llegar al fondo de todo y seguir aprendiendo, y África, si no vas solo con la mentalidad de hacer un safari fotográfico, te atrapa para siempre.
—¿Qué fue lo que más te impactó?
—En los últimos años, más de mil doscientos rangers han muerto asesinados por cazadores furtivos, que a su vez son utilizados por las mafias. Luchan en primera línea de fuego y Tribu Kifaru, y otras como Imire o IAPF, les facilitan medios y tecnología, pero todo es poco y cualquier aportación, mucha. A los elefantes los matan echando cianuro en las pozas, a los pangolines los secuestran para hacer polvo con sus escamas y comer su carne y los rinos mueren desangrados —mil al año—, tras arrancarles el cuerno a machetazos. Es muy frustrante.
“Crucé dos veces el Pongo de Manseriche (’el que espanta’), el más peligroso de la selva amazónica, bajo una lluvia como no había visto jamás, pero no sentí miedo”
—¿De cuántos años estamos hablando para la extinción del rinoceronte?
—A este ritmo, habrá desaparecido de la Tierra en menos de quince años. Después de millones de años, es urgente salvar la vida a los que quedan: cerca de diecinueve mil rinocerontes blancos y cuatro mil negros. Justito para llegar al dos mil treinta y cinco. Asia es el principal culpable desde que, en el siglo XVI, Li Shinzhen dijo que el polvo del cuerno tenía propiedades curativas y era la mejor viagra. El primer mundo debe presionar a China para que tome medidas urgentes. En dos mil nueve, se extinguieron prácticamente en Asia y ahora es África el objetivo de las mafias. Por muy lejos que vivamos de la selva o de la sabana, no podemos seguir mirando para otro lado. Es hora de demostrar el verdadero sentido del ser humano.
—¿Cuánto puede llegar a valer un kilo de polvo de cuerno?
—Las cifras son escandalosas. Hasta cien mil dólares y es queratina pura. El consumo de polvo de cuerno o de escama de pangolín es tan útil para el cuerpo como comerse las uñas.
—¿Qué opina tu familia de tu lado aventurero?
—He tenido la suerte de sentirme libre siempre. Eso ha sido gracias a Kubrat, que siempre me ha animado y apoyado en todas mis locuras. Él es un padrazo y, cuando yo no estoy, sé que mi familia está bien. Todos somos igual de aventureros y, de vez en cuando, viajamos juntos buscando compartir emociones. Los viajes con Kubrat y mis hijos son aún más interesantes.
Destino Zimbabue
No hay vuelo directo
Recomiendo viajar a Zimbabue, África, con Ankawa Safari para descubrir los lugares más interesantes y con menos turismo. El camión te recoge en el aeropuerto y se ocupan de todo. Desde las acampadas en parques naturales a los lodges. Con ellos, puedes pistear rinocerontes, caminar entre elefantes, leones o chitas.
Vacuna
Tétanos, fiebre amarilla y malaria, opcional.
Maleta
Hay que llevar un buen saco de dormir y ropa muy cómoda y fresca para el día; buenas botas y protección solar.
Guía para viajar al Amazonas
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