Belinda Washington pasó la Covid al principio de la alerta sanitaria. Permaneció cuarenta días confinada en su habitación para no contagiar s su familia. Pero no paró. Hizo entrevistas, sorteos, sobre todo pintó, una actividad que desarrolla hace más de una década. La polifacética y creativa presentadora e intérprete, uno de los rostros más conocidos de nuestra pequeña pantalla en los años noventa, continúa con su vida repleta de actividades y proyectos: de Tu cara me suena y Paquita Salas a subirse a las tablas del teatro, de impartir clases de interpretación a preparar charlas sobre la muerte, y su nueva iniciativa Woman’s Experience para hacer feliz a otras personas. Hablamos con motivo de la inauguración de su exposición de pintura Paseando el silencio , que se puede visitar durante todo el verano en el Lobby Art Gallery del Hotel Emperador de Madrid .
-Esta es tu novena exposición.
-Novena... llevo ya once o doce años pintando. Pintando por el placer de pintar.
-Ibas a inaugurar esta exposición el año pasado, pero te lo impidió la pandemia.
-El 12 de marzo se inauguraba y el 14 nos encerraron. Así que ahí se quedó. Se vio la opción de que me llevara los cuadros, pero les dije que prefería que se quedaran y que se pudieran disfrutar cuando volvieran a abrir. Han pasado dieciséis meses y ahora se inaugura otra vez. La exposición de llama Paseando el silencio, casi parece una premonición.
-¿Cómo has pasado todo este tiempo?
-Pasé la Covid. Fue justo al principio. Cuando comenzó el confinamiento, el 14 de marzo, ya tenía síntomas. Estuve cuarenta días aislada en casa, gracias a Dios no tuve que ir a la UCI, lo pasé en casa. Nadie más lo cogió en casa. Le escribí una carta de despedida a mis hijas por si me pasaba algo. Entonces no sabías nada, llamabas a los teléfonos y nadie contestaba, había mucha incertidumbre, fue horrible.
-Llevas diez o doce años pintando, ¿por qué te dio un día por coger los pinceles?
-Estaba ayudando a mis hijas en unos deberes y ya no solté el pincel. Durante años seguí todas las clases que pude, y aun sigo hoy en día dando clases, para investigar, aprender y nutrirme. Voy una vez a la semana con mi profesora Carmen Mansilla para trabajar óleo, retrato sobre todo, he estado con Manolo Jiménez, con Mendo, Carmelo Huéscar… profesores de acuarela a los que siempre he admirado. Yo decía: “no quiero ser una mala copia de su talento, pero sí aprender la técnica para luego hacer yo un híbrido y sacar lo que me gusta”.
-¿Pintas siempre en acuarela?
-No, hago óleo, acrílico, hago carboncillo, lápiz... todo. Es una forma más de expresión, lo mismo que canto, y si de alguna manera enciendo las ganas de que alguien pinte, ya me doy por satisfecha.
-No comenzaste hace mucho a pintar, pero sin embargo te viene de herencia, ¿es así?
-Yo creo que sí, mi abuela escocesa pintaba. Para mí pintar es una meditación, solo pretendo expresar y estoy feliz de que a alguien le transmita y le guste algo que yo he sentido y he interpretado.
Temblaba cada vez que venía la cámara, cada vez que tenía que hablar, cada vez que Hermida me daba la oportunidad de poder decir tres palabras seguidas, me daban ganas de meterme en un agujero en el suelo”
-¿En qué te inspiras, Belinda?
-Hay mucho de Galicia aquí, de Escocia, del cielo… la Naturaleza para mí es muy importante, también la atmósfera y los colores. Pero en realidad me inspiro en cómo me siento. Porque te diré hay días que no son para pintar. Pero es terapéutico, invito a la gente a que coja unos pinceles y sin ningún fin más que el de disfrutar del camino, se ponga a pintar.
-¿Y qué has hecho, te has montado en casa un estudio de pintura?
-No, bueno ese es mi sueño (ríe) tener algún día un estudio en casa, una habitación solo para pintar, pero no, voy de nómada. Cuando hago óleo intento que sea fuera en el jardín porque el olor es intenso, pero otras veces pinto en la cama con carboncillos y lápices. Intento que la colcha ese día no sea blanca (ríe). Pero sí, en cualquier sitio.
-También cantas y tienes una banda de jazz ¿has retomado ya los conciertos?
-Todavía no, pero estamos a punto porque ya hay un par de intentonas y yo creo que alguna cuajará.
-¿De todo lo que haces hay algo a lo que le tienes más apego o va por estado de ánimo? Un día quieres pintar, otro, interpretar, otro cantar...
-Cantar quiero todos los días, tengo que estar muy triste para no querer y no suelo estar triste, gracias a Dios, le doy la vuelta a la tristeza y saco el lado bueno. O por ejemplo luego... interpretar me encanta. Soy profesora de interpretación, así que también me gusta enseñar lo que he aprendido a lo largo de mi vida a gente joven que empieza. Y presentar un evento… es que no hay una cosa que me guste más. Yo creo que tengo la suerte de hacer todo lo que me gusta.
-¿Cómo recuerdas aquellos primeros años en televisión?
-Asustada, temblando como una hoja. Yo temblaba cada vez que venía la cámara, cada vez que tenía que hablar, cada vez que Hermida me daba la oportunidad de poder decir tres palabras seguidas, me daban ganas de meterme en un agujero en el suelo; tenía miedo, pero a la vez me gustaba. Yo creo que el miedo se supera y se aprende a superar la timidez. Todavía me queda algún resquicio, en algún evento multitudinario con gente me pienso veinte veces levantarme, me da mucho apuro, y nadie se lo cree, porque luego soy muy echada para delante. Pero también es la medio auto terapia que me he hecho yo solita para salir (ríe).
-¿Qué fue lo mejor de aquella época?
-¿Con Jesús Hermida? Uf, tanto…Ver a un genio desarrollarse en cinco horas de directo, ver la cultura tan infinita que tenía, verle controlar los tiempos televisivos, como hacía las entrevistas… Un genio. Pienso que aun se ha reconocido todo lo grande que era Jesús Hermida. Luego también trabajé con Arturo Fernández, he estado con los Javis, que son otros grandes, No me puedo quejar de la suerte de trabajar con gente que suma y tiene mensaje.
-¿En el mundo de la interpretación, tu hábitat ha sido más el teatro?
-No, he hecho series, como Niños Robados, Cita a ciegas, Hermanos de leche, Paquita Salas… muchas. El teatro también me gusta mucho, de hecho empezamos en breve una obra. Cine…aun no me han invitado tanto, alguna frase suelta, pero nunca se sabe.
-¿Y si pudieras volver a hacer un programa de televisión?
-De domingo a domingo, si me preguntas qué formato, te digo ese. Un gran contenedor donde pase de todo, donde podamos ayudar a la gente, transformar vidas humildemente. Que la televisión sea un valor añadido con lo que la gente se divierta y entretenga de forma positiva, eso es lo que me gustaría.
-Tus hijas han heredado tu creatividad.
-Sí, una estudia Bellas Artes y Diseño con matrícula de honor en la Universidad Francisco de Vitoria y otra empezará ahora a hacer pinitos que ya os enterareis cuando ella quiera contarlo, porque ya son mayores de edad y mamá gallina se calla (ríe). Cuando están todavía debajo del paraguas, aun eres tú la que hablas en su voz, pero ahora ya tienen voz propia.
-Ellas son tu mejor obra, claro.
-Totalmente, no hay nada comparado, ni el más grande de los Oscar ni el mayor de los premios. Creo que los hijos no son tuyos, pero sí vas a su ladito intentando ayudarles en el paso.
-Con tu marido, Luis Miguel Lázaro, llevas toda la vida, como quien dice.
-Somos eternos ya, hemos pasado por todo.
-Algún secreto habrá.
-Supongo que transformase juntos ayuda. Somos muy diferentes, pero nos equilibramos. Yo soy de hablar y él es más de callar y de silencios, yo también soy de observar pero... no se, tiene una templanza que yo solo consigo pintando. Yo creo que es el mejor padre que he podido encontrar para mis hijas. De verdad. Y es muy buena persona y para mí eso es un valor muy importante.
Ahora estoy también preparando charlas sobre la muerte. Yo conocí a la muerte con once años. Mi madre conducía el coche, desgraciadamente tuvimos un accidente y mi hermana se mató”
-¿Viajas a menudo a Escocia, la tierra de tu padre?
-Con todo lo que ha pasado… estoy deseando porque hace tres años que no veo a mi padre y tiene ochenta y tantos años. Le llamo varias veces a la semana y a veces pienso… como no me coja el teléfono... pues esa cosa con nuestros mayores que todos hemos vivido en la pandemia, pero que sí encima está lejos y no puedes decir, pues venga que me voy una semana a Escocia… A mi madre sí la veo, está mayorcita, con Parkinson, y cuidándola.
-Yo creo que hay que vivir teniendo en la conciencia, sin nada macabro ni dramático, que la muerte puede estar en cualquier momento y si viviéramos así la vida, viviríamos mejor.
-Ahora estoy también con eso, preparando charlas sobre la muerte. No es una invitada de buen gusto. Es que nos meten mucho miedo desde que somos pequeños.
-¿Y como preparas esas charlas?
-Hablando. Yo conocí a la muerte con once años. Mi madre conducía el coche, desgraciadamente tuvimos un accidente y mi hermana se mató. A partir de ahí bueno, no la ves tan extraña. He estado con enfermos terminales, he leído mucho a Elisabeth Kübler Ross. Hace tiempo que vengo hablando de la muerte. Me encanta que Paz Padilla, por ejemplo, lo esté hablando de esa manera. El otro día estuve con Luján Comas, una cirujana maravillosa con una historia fabulosa. Empezó a investigar sobre la muerte cuando su marido tenía una enfermedad terminal. Y todos los miércoles oía sus pasos. Una doctora, empírica, todo experiencia, todo constatación, pues empezó a creer. No nos enseñan a eso. Nos enseñan a tenerle miedo, al castigo. Si viviéramos la vida de otra manera la viviríamos mucho mejor.
-¿Con que más nos vas a sorprender?
-(Ríe) Con todo lo que venga, yo estoy abierta a la vida. Aprender a tocar el saxo, escultura, pintar vajillas... yo tengo un listado de sueños... hay un montón. Pero mientras tanto hago también lo que me gusta. Ahora tengo un proyecto muy bonito con la periodista Concha Crespo. Se llama Woman’s Experience y también va a ser Men’s Experience o sea que no es limitante. Un día se me ocurrió que la mejor cita a ciegas es contigo mismo y hemos hecho ya la primera experiencia. Ellas sabían el calzado que tenían que llevar, si hacía frío o no, pero poco más… venían a ciegas y a disfrutar. Durante cuarenta y ocho horas nuestro cometido era hacerlas felices. Y al final nos dijeron que lo habíamos conseguido. Les hacemos arte terapia, ejercicios, como soy profesora de interpretación también hacemos interpretación, bailamos... todo para disfrutar. Para tomar conciencia de la inmensa suerte que tienes. Agradecer todo eso.