En 2005, Enrique Cornejo contrató a Ana Escribano para interpretar la obra de teatro El hombre de Central Park. Un día, antes de los ensayos, el productor la llamó para invitarla a conocer a Carlos Larrañaga, con quien iba a compartir el escenario. La entonces joven actriz acudió nerviosa a la cita en casa del célebre actor ya que era la primera vez que iba a encontrarse con el eterno galán español, a quien admiraba mucho. Al llegar al domicilio, fue su primera mujer, María Luisa Merlo, madre de sus cuatro hijos mayores, quien le abrió la puerta. El resto es historia. Ana no solo fue compañera de tablas del intérprete, fallecido en 2012 a los 75 años a causa de una insuficiencia cardíaca, sino que se terminó convirtiendo en su cuarta esposa y en la madre de su quinta hija, Paula, de 14 años.
Dieciséis años después de aquel momento, María Luisa y Ana, dos de las mujeres más importantes en la vida del actor, comparten escenario en Mentiras inteligentes, la ácida comedia dirigida por Raquel Pérez que acaban de estrenar en el Teatro Amaya de Madrid. Ahora es Escribano, quien en 2010, tres años después de su enlace, se divorció de Larrañaga, la que nos abre la puerta de su mundo, repleto de recuerdos imborrables, experiencias únicas y una profesión secreta. Además de actriz, Ana es directora de un centro de mayores en Torrelodones (Madrid) desde hace 12 años.
—¿Cómo ha sido volver a los escenarios con esta obra?
—¡Una maravilla! Estrenamos el año pasado, aunque tuvimos que parar unos meses por la pandemia. Cuando retomamos, la gira fue extraña. Había, por ejemplo, ciudades confinadas y situaciones extrañas. Ahora llegamos a Madrid. ¡Estaba deseando volver!
—¿Cómo has vivido la pandemia?
—Aparte de mi carrera como actriz, desde hace 12 años dirijo una residencia de ancianos que era, en su día, propiedad de mi familia. Ha sido muy duro, a pesar de que no hemos tenido ni un solo caso positivo en coronavirus. Emocionalmente era muy complicado. ¡Lo hemos vivido con mucho miedo! Esa sensación de estar en casa encerrados no la he tenido. De hecho tenía ganas de estar en casa. No hemos parado de trabajar.
—¿Cuál es la receta para combinar ambas facetas tan diferentes?
—¡La gente flipa cuando lo cuento! Pongo el alma por igual en ambas facetas. A los abuelitos les hace mucha gracia cuando me ven en la tele. El día siguiente del estreno de la obra, como me regalaron muchas flores, se las llevé. Lo viven con alegría y me preguntan. La verdad es que paso mucho tiempo en la residencia. Los quiero con locura, me encariño e implico mucho.
—Para las residencias la pandemia ha sido doblemente dura, ¿te ha afectado psicológicamente?
—Emocionalmente ha sido muy duro. Cuando empezó todo esto, lo vivimos como el fin del mundo. No se sabía nada. Las residencias somos sitios para cuidar y no estábamos preparados para asumir los cuidados de un hospital. Pero hemos sido afortunados por no tener ni un solo caso, aunque claro no dejamos de vivir situaciones duras derivadas de la propia vida relativamente a menudo.
“Aparte de mi carrera como actriz, desde hace 12 años dirijo una residencia de ancianos que era, en su día, propiedad de mi familia”
—Háblanos de tu personaje en la obra Mentiras inteligentes...
—Es una mamá que acaba de tener una hija, está casada desde hace diez años, está volcada en su hija y descuida a su marido y el resto de su mundo. Todo esto pasa factura y les lleva a situaciones muy cómicas. Es una comedia de partirse de risa desde el minuto uno. Por cierto, en la función soy la nuera de María Luisa Merlo.
—¿Cómo es trabajar con la exmujer de tu exmarido, Carlos Larrañaga?
—¡Una maravilla! Nos consideramos familia, nos llevamos fenomenal, tenemos mucha complicidad… La gente dice que se nota en el escenario. Nos gusta compartir camerino, maquillarnos juntas, nos reímos mucho, somos muy parecidas…
—¿En qué os parecéis?
—En que las dos somos muy opuestas a Carlos. Él era muy metódico, organizado; nosotras somos más de improvisar y de vivir el presente.
—¿Habláis mucho de Carlos?
—Hablamos de todo, pero, claro, tenemos ese nexo en común. María Luisa es una mujer actualizada, súper moderna, con una espiritualidad muy grande. A mí me parece que tiene una sabiduría inmensa y yo aprendo mucho de su forma de ver la vida.
—También te llevas bien con los hijos de Carlos y seguís teniendo trato. Sois una familia muy moderna, ¿no?
—Nos queremos porque nos conocemos, el tiempo va poniendo todo en su sitio. La vida nos juntó y estamos encantados. Nos queremos y nos respetamos. Estamos muy pendientes los unos de los otros.
—¿Cómo recuerdas tu primer encuentro con Carlos?
—Iba a hacer una función con él y, a diferencia de lo que la gente pueda pensar, no me contrató él. Era una coproducción con Enrique Cornejo, que fue quien me llamó. Tuve que ir a casa de Carlos para conocerlo por primera vez y me abrió la puerta María Luisa Merlo. Curiosamente, ese lugar se convirtió en mi hogar y ahora María Luisa es mi compañera de trabajo.
—¿Cómo era convivir con un actor de la talla de Carlos?
—Tenía de todo. Yo filtro y me quedo con lo bueno. Pasamos todo tipo de situaciones, pero recuerdo tantas horas hablando de temas tan fascinantes… Por otro lado, llevábamos una vida muy tranquila por su edad. Éramos muy caseros. Las cosas malas las borro.
—En tu opinión, ¿se le ha prestado suficiente atención a la figura de Carlos Larrañaga desde su muerte?
—Yo creo que sí, hay en Instagram un grupo de fans que lo recuerda a diario. Eso me enorgullece. Pero su despedida se hizo como él quería. Nunca quiso un adiós multitudinario en un teatro. Él era un actor maravilloso, aunque quizá le eclipsó que la prensa del corazón se fijara mucho en él, pero ha tenido una carrera larga y llena de éxitos.
—¿Has sentido en algún momento que tu carrera quedará opacada por la de Carlos?
—Mi carrera paró, pero fue una elección. Me enamoré con locura y supuso un parón, contrario a lo que pensaba la gente.
—Supongo que te relacionarías con otros actores y directores legendarios, ¿a quién te hizo especial ilusión conocer?
—Yo llevaba muchos años de carrera, pero, de repente, gente a la que podía conocer se convertían en amigos. Un día, me vi celebrando el cumpleaños de Garci, que es un pozo de sabiduría. Me podía quedar las horas muertas escuchándole. Eran situaciones muy bonitas que me brindó ese momento. También recuerdo cuando fuimos a la gala de los Goya y Carlos estaba nominado. Fue algo muy bonito, aunque no se lo dieran. ¡Se lo tendrían que haber dado!
—Carlos Larrañaga rodó con leyendas como Cary Grant y salió con Ava Gardner. ¿Qué recuerdos de su época dorada compartió contigo?
—Me contaba esas historias. En casa, teníamos fotos con Frank Sinatra y, efectivamente, una dedicada por Ava Gardner: “With love for my love [Con amor para mi amor]”.
—¿Fue muy importante Ava en su vida sentimental?
—¡No! Apareció María Luisa y pasó de Ava, pero sí que estuvieron juntos. Me contaba que era una mujer muy fascinante que se lo pasaba muy bien. Era muy disfrutona.
—¿Cómo llevabas su fama de donjuán?
—Como me parecía tan guapo, lo entendía. Estuvimos muy enamorados. Yo no tenía celos, porque él cuando tenía una pareja era respetuoso. Sabía que tenía esa fama y no me extraña.
—¿Cuál es tu situación sentimental actual? Hace seis años fuiste madre por última vez de Martina, tu hija pequeña, con Pedro, un viejo amigo con el que te reencontraste.
—Estoy separada y estoy yo sola con mis tres niñas, feliz.
—El mundo de la interpretación tiene luces y sombras, ¿has vivido alguna situación de acoso en la profesión?
—Estas situaciones se dan. A mí me ofrecieron un premio sin haber estrenado una función. Mandé a la porra a quien me lo ofreció y no hice la función. Era una cría de 20 años, con toda la ilusión del mundo… Salí de allí llorando y horrorizada. Se me cayó un poco todo, pero, en este mundo, también hay gente maravillosa y apasionante.
—Paula, la hija que tuviste con Carlos, ¿piensa dedicarse a la interpretación?
—No lo sé, no lo veo clarísimo. Mi hija mayor va por otro lado, empresariales. Paula, la mediana, es muy artista, tampoco sabemos si irá por la interpretación. Le gusta el mundo audiovisual, quizá más la dirección. Y Martina, la menor de las tres, es muy pequeña todavía. No he visto desde el minuto uno que les pique este mundo. Veremos qué sucede.