“Les supliqué: ‘Por favor, déjenme llevar al menos un dólar por si necesito ayuda, poder hacer una llamada’. ‘No’, contestaron. Yo sabía que, si insistía, podría acabar en la cárcel. Y así entré por primera vez en los Estados Unidos. Sin dinero. Sin hablar inglés. Una emigrante más”. Quien esto recuerda es Anastasia Soare, la famosa Anastasia de la firma Anastasia Beverly Hills, que ha revolucionado cómo nos relacionamos con nuestras cejas. Abandonaba su Rumanía natal, reclamada por su marido exiliado, y las autoridades no parecían querer ayudarla en nada. Hoy, Anastasia, casi treinta años después, es, según Forbes y confirmado por ella, 300 veces millonaria y su empresa está valorada en tres mil millones de dólares. Esta es su historia de superación.
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“Llegué al país sin dinero y sin hablar inglés. Una emigrante más”, confiesa la empresaria rumana, creadora de una firma de cosmética que inició con el cuidado de las cejas
“Desde mis dieciocho años, sabía que quería venir a América. Nací en un país comunista, donde la vida era muy difícil cuando gobernaba Ceausescu. Sin embargo, teníamos algo muy bueno: educación gratis y maestros increíbles. Yo estudié Ingeniería y Arte y aprendí todo lo que pude”, comienza relatando.
Su marido, que era capitán de barco, logró exiliarse y, tres años después, en 1989, consiguió traerla. Pero no era feliz. Su licencia de navegación era válida, pero le dijeron que solo si era americano. Acabó conduciendo un taxi. Aguantó un tiempo más y regresó a su país.
“Antes de venir, aconsejada por mi esposo, tomé clases de esteticista. Las rusas y rumanas teníamos buena reputación con los masajes y, por suerte, apenas hacía falta hablar inglés. Conseguí trabajo muy pronto y enseguida descubrí que nadie daba importancia a las cejas. En Rumanía, antes de cualquier tratamiento, siempre te las arreglaban. Sugerí hacerlo, pero las dueñas del local no estaban de acuerdo”, recuerda.
“Mi país estaba bajo un estricto régimen comunista. Mi marido se exilió y, tres años después, consiguió traerme. Mi Gobierno me prohibió sacar dinero”
Su intuición le hizo pensar en el potencial de unas cejas bien depiladas. Recordó las enseñanzas de su profesora de Arte y su insistencia en los dibujos de Leonardo da Vinci y su teoría sobre las perfectas proporciones del rostro o golden ratio. Empezó a ir a la biblioteca y a estudiar. Un tiempo después, buscó una habitación en un local de belleza, en Beverly Hills. Trabajaba de ocho de la mañana a diez de la noche, siete días a la semana. “Una de mis primeras clientas era una importante agente que representaba a casi todas las supermodelos. Después, Cindy Crawford, Naomi Campbell y Stephanie Seymour empezaron a llegar. Al principio, les hacía las cejas gratis. Salían del salón y se encontraban con alguien y les decía: ‘Pero, ¿qué te has hecho? ¡Estás más joven!’. Al principio no caían y, de pronto... ¡son las cejas! Y volvían al salón y me recomendaban a sus amigas”, cuenta.
“A mi marido, que era capitán de barco, no le permitieron trabajar y tuvo que conducir un taxi. No aguantó y regresó a Rumanía. Me quedé sola con nuestra hija, Claudia”
Una clienta contenta es la base perfecta para un negocio. Pero si, además, es famosa y está acostumbrada a los mejores profesionales, todavía más, porque entiende y sabe lo que quiere.
“Oprah Winfrey entendió la importancia de las cejas e hicimos un ‘antes y después’ en su programa. A partir de ahí fue una locura”
“Empecé a cobrar diez dólares por este trabajo y, hacia 1996, decidí abrir mi propio salón en Beverly Hills. Fui a ver al dueño del local, que me preguntó: ‘¿A qué piensa dedicarse?’. Le dije: ‘Será un salón de belleza enfocado, sobre todo, en las cejas’. Necesité dos horas para convencerlo. Él me decía: ‘Se arruinará y no va a poder pagarme’. A lo que le respondí: ‘Tengo muy buenas clientas y algún día su calle (Bedford Drive) se hará famosa’”, relata.
Y así fue. Aunque actualmente tiene sesenta boutiques salón alrededor del mundo, este sigue siendo su local principal. Por fin, unos dos años después, llamó Oprah Winfrey para que hiciera una demostración en el programa de televisión que tenía entonces. “Oprah ha venido a este mundo con una misión: hacer el bien. Además, como es muy inteligente, entendió rápidamente la importancia de las cejas. Hicimos un ‘antes y después’ en directo. A partir de ahí fue la locura. El teléfono ya no dejó de sonar”.
“Puse en práctica las enseñanzas de mi profesora de Arte sobre las proporciones que utilizaba Da Vinci para crear un rostro perfecto”
Primero fueron los grandes almacenes Nordstrom. Querían que estuviera en veinte corners con especialistas y sus productos. Anastasia había estado experimentando con distintas fórmulas y, por fin, empezó a producir a mayor escala en Italia. “Me lo pedían las clientas: ‘Tú nos dejas estupendas, pero luego, en casa, ¿cómo nos arreglamos?’. Total, que trabajé y trabajé hasta que conseguí unos productos para las cejas que eran innovadores y, además, se podían aplicar fácilmente”, explica.
La casa, de seiscientos metros cuadrados y con amplios ventanales, fue diseñada por Anastasia, con la ayuda de un arquitecto, y tardaron tres años en construirla
Para entonces, su hija, Claudia, empezó a colaborar con ella porque “no tenía otro remedio”. Se pasó la niñez y parte de la juventud protestando porque no la veía nunca. Cuando no estaba trabajando en el salón, estaba de gira por el país promocionando productos y el concepto de ceja. Así que, tras sus estudios, pasó a formar parte del negocio. “Es la presidenta de la empresa. Experta en marketing y desarrollo de producto y es... ¡fabulosa! Fue ella la que insistió en que teníamos que crear una cuenta de Instagram, que hoy ya tiene veinte millones de seguidores. Y la que pone en práctica mis conceptos matemáticos o de ingeniería, como en el kit de contouring”, dice llena de orgullo.
Porque aunque Anastasia no inventó el contouring, que ya existía en cine y en fotografía, sí lo hizo más accesible para todo el mundo. Luego llegó Kim Kardashian —por cierto, clienta y amiga— y lo popularizó. “Es una emprendedora y una mujer de negocios fantástica. Llevó el concepto de contouring a un nivel más alto y ha sido funda mental en su crecimiento. Creo en las mujeres. Siempre me han ayudado. Creo en mis clientas. Soy de las que piensan que el cliente siempre tiene razón y mi misión es hacerlas más hermosas, sacar lo mejor de ellas mismas”, cuenta sobre Kim.
Y con esa idea en mente, obviamente, acaba haciéndose amiga de todas ellas. Naomi Campbell había estado pasando unos días en su casa, justo antes de esta entrevista. Victoria Beckham es amiga suya desde que se trasladó a Los Ángeles, en 2007, y la admira mucho: “Es una mujer increíble. Una superwoman. Cuatro hijos y sin nanny. Ella y David los han criado prácticamente solos. Además, tiene su empresa de moda y ahora también de belleza. ¿Cómo lo hace? No tengo ni idea. Por eso digo que es una superwoman. Tiene todo mi respeto y mi admiración”.
Anastasia podría estar horas hablando de otras mujeres. De cómo le han ayudado. De lo que ha aprendido de ellas, empezando por su madre, Victoria, que tenía una sastrería y trabajaba sin descanso intentando llegar a la perfección. Está convencida de que si trabajas con ahínco y no piensas solo en el dinero, sino en hacer bien tu trabajo, acabas consiguiéndolo.
Anastasia creó el contouring kit para hacer accesible al público cómo destacar distintas partes del rostro. Kim Kardashian, su clienta y amiga, lo popularizó
“Viajo —quiero decir viajaba— mucho y me gusta volver a Rumanía. Recuerdo con emoción un encuentro con mujeres de mi país. Muchas se me acercaban llorando. Decían: ‘Eres un ejemplo para nosotras. Si tú lo has conseguido, nosotras también podremos’. Quizá, mi destino sea servir de ejemplo e imagen para que otras mujeres también puedan conseguirlo”, reflexiona.